El peso de Cristina Kirchner se impuso sobre la debilidad de Alberto Fernández
La vicepresidenta forzó los cambios en el Gabinete tras la derrota electoral; aseguró la continuidad de De Pedro; no queda saldada la discusión de fondo sobre el rumbo económico del Gobierno
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Cristina Kirchner logró nuevamente su objetivo, que era provocar un cambio de Gabinete urgente tras la dura derrota electoral del Frente de Todos en las PASO. La permanencia de Eduardo “Wado” de Pedro en el ministerio del Interior y el desplazamiento de Santiago Cafiero de la Jefatura de Gabinete a la Cancillería indican que la vicepresidenta impuso su peso político sobre el debilitado primer mandatario a la hora de las definiciones.
Fernández, que también debió resignar a su vocero Juan Pablo Biondi tras la arremetida epistolar de Cristina, consiguió sin embargo incluir en la renovación del Gabinete a dirigentes de mayor volumen político y de su confianza como Aníbal Fernández y Julián Domínguez, quienes desembarcarán el lunes en los ministerios de Seguridad y Agricultura, respectivamente.
El sorpresivo anuncio se concretó a última hora porque Fernández definió acelerar los cambios como una forma de cauterizar la sangría política a la que estaba siendo sometido por los distintos sectores internos del oficialismo, en especial por la propia vicepresidenta. La celeridad le permitió también al jefe de Estado preservar a ministros cuestionados por el kirchnerismo como Matías Kulfas (Desarrollo Productivo) y Martín Guzmán (Economía).
Según pudo saber LA NACION, el tercer integrante de la mesa chica de la coalición de gobierno, Sergio Massa, quedó conforme con el nuevo Gabinete, aunque no se descarta que el elenco pueda volver a sufrir modificaciones después de las elecciones legislativas del 14 de noviembre.
Uno de los perdedores del forzado recambio fue el canciller Felipe Solá, quien recibió la noticia de su desplazamiento mientras estaba en El Salvador, en una escala rumbo a México, donde tenía que viajar junto a Fernández con el objetivo de asumir la presidencia de la CELAC. Solá también había sido cuestionado internamente por el kirchnerismo.
En una situación similar se ubicó Nicolás Trotta, cuya gestión al frente del ministerio de Educación quedó sometida a los vaivenes de la pandemia y en más de una oportunidad quedó en “off side” con declaraciones que fueron en sentido contrario a lo que se definía políticamente desde los sectores más cercanos a la vicepresidenta.
Otra gestión deslucida fue la de Sabina Frederic en el ministerio de Seguridad. Su fallida declaración sobre el “aburrimiento suizo” pareció sellar su suerte, ya que decenas de intendentes y gobernadores del PJ se quejaron de que la funcionaria alimentó el malestar de los ciudadanos sometidos a la inseguridad, justo en la antesala de las elecciones primarias.
El trasfondo
Si bien la coalición de gobierno encontró una fórmula para completar el Gabinete diezmado por la renuncia masiva de funcionarios de origen kirchnerista, en el fondo seguirá sometida a una lógica que se pronunció en la dramática crisis poselectoral: ante un Poder Ejecutivo debilitado, el poder político del oficialismo se concentra en el Congreso.
Ya no se trata solamente de la centralidad que adquiere Cristina cada vez que abandona el recoleto hermertismo del Senado y hace un pronunciamiento público, sino también de la dependencia que tiene Fernández de contar con el favor del aceitado tándem que consolidaron Massa y Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados.
El propio Presidente y sus colaboradores de mayor confianza definieron en la noche del jueves en la Quinta de Olivos -en una reunión en la que descartaron una ruptura con el kirchnerismo- apelar al titular de la Cámara baja y al jefe del bloque del Frente de Todos como un puente de plata para llegar a Cristina y negociar un acuerdo para el rearmado del Gabinete.
Los contactos comenzaron ayer, con señales previas de buena voluntad: el Ejecutivo dejó trascender que entregaría las cabezas de Cafiero y Biondi (su renuncia indeclinable se concretó por la tarde), tal como lo había pedido Cristina en su andanada epistolar. Hubo entonces un discreto contacto entre Massa y Gabriel Katopodis.
A su vez Cristina se parapetó en el Senado junto a “Wado” de Pedro. En el Congreso arreciaron los cuestionamientos al Presupuesto 2022. Paradójicamente, las críticas se escuchaban más entre los legisladores oficialistas que entre los opositores, estupefactos a la descarnada interna del Frente de Todos.
Después de que Cristina dio la señal de largada cuando denunció el “ajuste fiscal” implementado por el ministro Martín Guzmán, ya nadie ocultó su pensamiento en los contactos intrapartidarios. Más allá de la exhortación pública a que corrijan las cuentas proyectadas para el año próximo, la vicepresidenta también cuestiona a Guzmán para atrás: acaba de advertir que al Gobierno aún le falta ejecutar el 2,4 por ciento del PBI cuando quedan menos de cuatro meses para el cierre del ejercicio, pese a “la pandemia y a la delicadísima situación social”.
Dentro del peronismo, la acusación de sub-ejecutar un presupuesto es considerada, lisa y llanamente, equiparable a decir que se está ante una mala administración. Salvo que, en esta oportunidad, Cristina se está refiriendo al gobierno que ella contribuyó a conformar.
En el albertismo pensaron en otra concesión para calmar a la vice: que Guzmán siga como “ministro de la deuda”, a cargo de la macroeconomía, y que se arme paralelamente otra cartera dedicada a la microeconomía, con políticas activas como las que reclama el kirchnerismo. Pero al parecer, los cambios de fondo quedarán para después de las elecciones.
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