El país donde lo previsible resulta inevitable
Todo lo que rodeó la vida de Diego Maradona fue pasión. Y desmesura. Elrumbo no se torció en la despedida. El genio casi nunca tuvo paz en su vida. En las primeras horas tras su muerte tampoco hubo para él y su familia descanso en paz. Resultaba previsible. Fue inevitable. Como casi todo en la Argentina.
Algunos (o muchos) excesos, desbordes, desprolijidades y enfrentamientos pudieron (y debieron) evitarse. Sobre todo, la violencia y el descontrol en la propia Casa Rosada y en sus alrededores. Más aún la disputa y el cálculo políticos que llevaron a tratar de sacar rédito del desbordado dolor popular. O los intentos por deshacerse de los costos de la imprevisión y la impericia, que llevaron a que la desolación rozara por momentos la tragedia.
Mediaron 18 horas desde el momento de la muerte del máximo y tal vez último ídolo popular argentino hasta que se abrieran las puertas para asistir a su velatorio en el lugar más custodiado del país. Ese tiempo parecía suficiente tiempo para organizar un operativo capaz de evitar lo que podía preverse desde el momento en que se decidió el lugar donde se lo velaría y de la forma en que se lo haría.
Toda prevención debió ser poca cuando se resolvió que el velatorio se abriría a los millones de feligreses del dios futbolero que querían despedirlo y que, por lo tanto, se sintieron convocados a asistir al último ritual.
Las imágenes que se veían desde la noche del miércoles en la Plaza de Mayo, donde por milagro no hubo tragedias que lamentar, podían presagiar lo que sucedería una vez que se anunciara la hora de finalización del velatorio. Decenas de miles de acongojados fanáticos, que se habían movilizado con la ilusión de darle su último adiós a Maradona, quedarían sin poder cumplir con la ilusión de canalizar su tristeza. El eterno presente de la Argentina impide siempre sacar lecciones del pasado.
Las culpas siempre son ajenas
Cuando el desborde y la violencia se concretaron,el gobierno nacional, en boca de su superpoderoso ministro del Interior, Wado de Pedro, tuvo el reflejo rápido (y de cuestionables gusto y responsabilidad) de culpar al jefe y al subjefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli, por los enfrentamientos entre fanáticos indignados (y descontrolados) con los efectivos de la Policía de la Ciudad, que los reprimieron.
Que el operativo de (in)seguridad hubiera sido coordinado por Presidencia de la Nación, como se había comunicado previamente en forma oficial, no constituyó un obstáculo para deslindar responsabilidades de forma urgente.
Tampoco lo fue que la seguridad de la Casa Rosada hubiera sido igualmente desbordada y que esta resultara virtualmente tomada por un grupo de descontrolados, mientras el Presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta, Cristina Kirchner, debían refugiarse (por separado) en los despachos de la sede gubernamental. Lo mismo que debieron hacer los deudos de Maradona en medio de su dolor. Y hasta el féretro con los restos del astro más idolatrado. Imágenes del grotesco universal que dieron (y darán) varias vueltas al mundo.
Más difícil resulta encontrar el calificativo para el hecho de que funcionarios y voceros del Gobierno también responsabilizaran a la familia del muerto por no haber aceptado prolongar el sepelio y permitir que más fanáticos pudieran ingresar entrar para despedir a su ídolo. Cuando los problemas crecen para el oficialismo, la empatía con el dolor ajeno suele descender abruptamente. Una ecuación recurrente.
Las violentas refriegas que tuvo por protagonista a los efectivos de la policía porteña y de la que se excluyeron las fuerzas de seguridad nacionales sirvió para que los funcionarios nacionales y los adherentes al oficialismo cargaran contra Rodríguez Larreta y la oposición en su conjunto. Fue trendtopic en las redes sociales. También era previsible.
El largo silencio de los funcionarios de la ciudad de Buenos Aires, que sus voceros lo adjudicaron al respeto a los deudos de Maradona, dejó expuesto al jefe de Gobierno porteño. Sus detractores lo atacaron por "la represión", mientras algunos de sus compañeros de ruta volvían a cuestionarlo por su actitud colaborativa sin resguardos con un gobierno que desde hace rato lo trata como a un enemigo. No es la primera vez. Y seguramente no será la última. En el larretismo no tienen previsto cambiar la estrategia, al menos por ahora.
Por el contrario, buena parte de la dirigencia de Juntos por el Cambio salió rápidamente en defensa de Larreta (y propia). El macrismo puro y duro, varios dirigentes y legisladores del radicalismo, más los seguidores de Lilita Carrió, dieron la batalla mediática y en las redes sociales, donde también tuvieron el apoyo de sus habituales activistas y seguidores. Cargaron con dureza contra el gobierno nacional y acusaron sin miramientos a De Pedro. Tanto por los desbordes en las calles y en la Casa Rosada, como por haber acusado por las fallas en el operativo de (in)seguridad al gobierno porteño. El duelo nacional tiene efectos relativos.
Lo previsible, una vez más, resultó inevitable. Maradona es de todos los argentinos, pero la grieta también lo es. Él nunca dejó de ser parte de las antinomias, pero lamentable y fatalmente el final de su vida no achicó sino que terminó agrandando grietas. Trágicos destinos.
Ni siquiera sirvió la tristeza de todo un pueblo para limar desaveniencias entre el Presidente y su vicepresidenta. El encuentro público, ritual y formal frente al féretro y a la familia del deportista más idolatrado resultó apenas un efímero paréntesis en los 37 días que han transcurrido sin un diálogo profundo entre ambos. Las cartas de una y las respuestas elípticas del otro no tuvieron una instancia superadora, motivada por el dolor popular. Las pasiones y las razones corren por vías paralelas.
Las imágenes de la actividad en las principales sedes de los poderes de la república durante las últimas 48 horas también son elocuentes respecto de las divergencias en la cúpula oficialista.
Desde anteayer la Casa Rosada, centro de acción de Fernández, quedó virtualmente paralizada tras conocerse la muerte de Maradona. El Senado, donde impera Cristina Kirchner, no cesó de tratar los asuntos que le importan a la vicepresidenta. Dicotomías argentinas.
Maradona es la Argentina
Los paralelismos entre la vida de Maradona y la historia de la Argentina parecen no tener fin y resultan, así, casi imposibles de eludir en esta hora. Quizá podrían servir como advertencia y dejar alguna enseñanza a tiempo.
Son muchas las cosas que igualan al país y al astro. La marginalidad de origen, el universal apogeo majestuoso de su juventud, la larga decadencia de su madurez (estragada por excesos y transgresiones recurrentes), apenas alterada por mágicas resurrecciones, y un triste y prematuro final. Imágenes que resultan aterradoramente especulares sin necesidad de forzar ninguna analogía. ¿Lo previsible puede alguna vez ser evitable en la Argentina?
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