El operativo urgente para rescatar a Alberto Fernández
El Presidente intenta reconstruir su imagen pensando en noviembre y después; los temores de Cristina ante otra derrota y el debate sobre cómo conectar con el votante perdido
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Las urnas le mostraron el abismo. Alberto Fernández soportó enseguida el zarandeo furioso de Cristina Kirchner, que le impuso una tutela y se regodeó en la exhibición pública de la relación de poder invertida entre ellos. Un mes después, todavía aturdido, el Presidente ensaya una reconstrucción de sí mismo antes de que la lógica cruel del peronismo lo declare amortizado como líder.
Es un acto de resignación para un dirigente que hizo gala toda la vida de cuánto aborrece el marketing político. El nuevo Alberto que lee consignas de laboratorio, se arremanga para tomar nota de lo que le piden vecinos comunes o recibe con cámaras prendidas a un cantante popular no es solo un hombre en busca de votantes esquivos.
“Hay que intentar una mejora de los resultados en noviembre, pero tenemos que estar preparados para otra derrota. Hay que poner en resguardo la figura presidencial porque después quedan dos años de gobierno”, sostiene un funcionario de la primera línea que confiesa su preocupación por la liviandad con la que en algunos ámbitos del Frente de Todos se debate sobre la “gobernabilidad” después de las elecciones legislativas.
Las encuestas de intención de voto registran aún mínimos movimientos respecto de las PASO, en las que el peronismo resultó vapuleado. La alarma que suena más fuerte en la Casa Rosada y alrededores es la caída sin piso de la imagen presidencial y la opinión mayoritariamente negativa de la forma en que se resolvió la crisis de gabinete.
El operativo rescate de Alberto es una suerte de enmienda a sí mismo. El Presidente que impuso la cuarentena de ocho meses, cerró las aulas más de un año y gestiona la economía a fuerza de cepos y prohibiciones se embandera en la campaña del “sí”. Casi un homenaje a la vieja consigna proselitista que aquí hizo suya Mauricio Macri. Y sin perderse algún tinte libertario, tan al uso. Cuando no se nubla por las multitudes, recupera la partitura del acuerdo y el diálogo de sus primeros días, antes de que los celos internos lo convencieran de lanzarse a cavar trincheras.
A Cristina la obsesiona el futuro de su proyecto político: los puñales que le clava a Fernández la hacen sangrar también a ella
Fernández es un cliente indisciplinado para los consultores políticos. Se deja llevar por el público que tiene delante. Puede ser el hombre dócil que visitó el martes la Cámara de la Construcción y se ató a un libreto conciliador (del manual que propone el catalán Antoni Gutiérrez-Rubí). O tentarse con las acusaciones fáciles a Macri y al FMI, después de aplaudir el jueves en Nueva Chicago la propuesta de su aliado Emilio Pérsico de “terminar con la alternancia democrática” y “llenar la política de pobres”.
La búsqueda, con sus reveses, consiste en sacarlo de la trampa en la que se fue refugiando ante los malos resultados económicos, los escándalos pandémicos como el vacunatorio vip y la fiesta en Olivos y la paciente demolición de su autoridad que ejercita a diario la vicepresidenta. Ella misma consintió la estrategia de campaña personal de Fernández en la reunión que mantuvieron el martes en Olivos. “La número 20″, habrá anotado ella en el cuaderno en el que contabiliza las citas con el Presidente, por si tiene que escribir otra carta.
La relación entre ellos sigue siendo de una tirantez agobiante. “Irrecuperable”, sintetiza un albertista. “Son políticos obligados a estar juntos. No pidan amor”, minimiza un dirigente de La Cámpora.
A Cristina la obsesiona el futuro de su proyecto político: los puñales que le clava a Fernández la hacen sangrar también a ella. Una mejora electoral le resulta vital para mantener la expectativa de resurrección en 2023, amalgama necesaria para la unidad peronista. Hoy no ve un milagro, dicen quienes la escuchan en su búnker del Senado. Al menos encontró el alivio de un fallo judicial a medida en la causa por el pacto con Irán, una de las que más la ha mortificado.
¿Y si la derrota fuera igual o peor? Es hoy la pregunta sin respuesta. Pero, en frío, cerca de la vicepresidenta coinciden en que “se debe hacer todo lo posible por sostener al Gobierno”. En eso vuelven a confluir los intereses con un Presidente al que le deprime un destino anticipado de pato rengo.
El huracán Manzur
En el entorno de Fernández juzgan que no lo ayudó la forma en que se comunicó el desembarco de Juan Manzur en la Jefatura de Gabinete: el gobernador del Norte que hace madrugar al equipo de ministros, mientras el Presidente remolonea en la residencia de Olivos.
La última semana Manzur adoptó otro perfil, menos protagónico. A Fernández le llenaron la agenda, incluso con algunas reuniones tempraneras. Quiere al menos dar la pelea por recuperar su papel en la toma de decisiones.
La idea de incorporar a la diputada Gabriela Cerrutti como vocera presidencial también era parte del plan, aunque al final surgieron las dudas. ¿Es necesario instalar ahora alguien que hable a diario por el Presidente? ¿Es la persona indicada para representarlo? Se optó por la cautela, para alivio de Manzur, a quien Cerrutti había criticado sin piedad cuando lo designaron en su cargo actual. El episodio evidenció otra vez la dificultad que tiene el Frente de Todos para ordenarse en medio de la crisis.
Me parece mal que no haya paridad en el gabinete. Rechazo y me entristece que el nuevo jefe de gabinete sea un antiderechos. Pero elijo resistir o avanzar junto a mis compañeras, según el momento que nos toque, en el único movimiento político que siempre amplía derechos.
— Gabriela Cerruti (@gabicerru) September 18, 2021
Hay demasiadas líneas internas y la carencia de un liderazgo unificado ahonda el problema. Los recelos personales no sanan en tres semanas. Wado de Pedro naturaliza su presencia en reuniones con el Presidente y viajan juntos en helicóptero. Máximo Kirchner asiste a actos con Axel Kicillof, a quien sumió en el desconcierto cuando logró intervenirle el gobierno. A los intendentes díscolos les bajan partidas de ayuda. El Movimiento Evita y La Cámpora se disputan fondos, pero comparten escenarios. “No podemos seguir desanimando a los nuestros. El primer objetivo es que no se vayan los que nos votaron”, se sincera un estratega del kirchnerismo. La función debe continuar.
Incomprensión
En las distintas terminales del poder peronista todavía lloran por el cachetazo del 12 de septiembre. Les cuenta entender cómo fueron incapaces de percibir la magnitud del descontento social con el Gobierno, sobre todo de quienes habían votado al Frente de Todos en 2019.
“La bronca saltaba como primera conclusión en cualquier estudio cualitativo. ¿Es posible que no lo hayan visto?”, se pregunta un consultor que trabaja para la oposición. Fernández ahora se junta con jubilados a escuchar sus demandas, como el cliente de un focus group que sale de la cámara Gesell. Tarde.
El caso de los jóvenes es sintomático. Cristina lo había intuido en la campaña cuando se le dio por nombrar a cantantes de rap y cumbia. Ella hizo célebre fuera de su círculo a L-Gante (a quien –¡ay!- mencionó como “Élegant”). Sin embargo, ni ella ni sus aliados supieron encontrar un puente que los conecte con un grupo etario que consideraban propio.
Kicillof los quiere conquistar con la técnica de la “platita” que patentó su exministro Daniel Gollán (un médico hablando de economía, otro hito del caos en la campaña frentetodista). Los viajes de egresados gratis para alumnos que ya votan –a quienes se les privó de cursar en las aulas gran parte del último año de secundaria- es un pagadiós de $6600 millones que acaso se quede en promesa, ya que tiene que pasar primero por una Legislatura que el peronismo no domina.
La lista de anuncios económicos es interminable, pero se choca con una pared: la inflación se come todo lo que el Gobierno tira a la calle.
Fernández tuvo un indicio de la desconexión del kirchnerismo con la juventud cuando recibió el domingo pasado a L-Gante, en una suerte de entrevista para la que no había preparado preguntas sino afirmaciones. El cantante lo sorprendió en su jerga con una defensa de la necesidad de estudiar y de conseguir trabajo genuino en lugar de “regalías” (planes sociales). “Vos llegaste acá por tu mérito”, atinó a decirle Fernández en un momento. El mismo Fernández que hace justo un año decía, en una refutación al macrismo: “Lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años”.
Los proyectos para reconvertir subsidios estatales en empleo privado recogen una demanda muy evidente de un sector muy representativo del electorado kirchnerista. El Presidente reiteró la promesa en el acto del estadio de Nueva Chicago, lleno de beneficiarios de programas sociales, llevados por el Movimiento Evita.
En el fondo lo que sufre el kirchnerismo es una falta de reacción ante ciertos cambios en la conducta de su votante, al que siempre creyeron reactivo a un único estímulo: el consumo. Por efecto de la pandemia o de la crisis prolongada aparecieron reclamos de otra profundidad. La educación, por ejemplo, en términos de salida de futuro y también de acuciante presente. En los barrios pobres, el chico que no va al colegio queda más cerca de terminar en una pandilla que trapichea drogas.
Las respuestas a la derrota se limitan al discurso y al dinero porque es lo único que puede operar cambios de conducta en el corto plazo. El jubileo que siguió a las PASO es una máscara que busca tapar la realidad desesperante de que la economía vuelve a frenarse en seco, después del rebote de los primeros meses sin cuarentena.
El Gobierno anunció esta semana un refuerzo de las asignaciones familiares que costará $14.000 millones, que se suman a los $25.000 millones del bono que se dará a los jubilados, más los $28.000 de la moratoria a monotributistas, los $16.000 millones que el Estado dejará de recaudar por la suba del mínimo no imponible de ganancias, los $8500 del aumento del salario mínimo... La lista sigue, pero se choca con una pared: la inflación se come todo lo que el Gobierno tira a la calle.
Los proyectos se suceden en un intento de mover el consumo, aun cuando en el Gobierno tienen conciencia de que la “platita” no llega a un grupo importante de los necesitados que no acompañaron al Frente de Todos en las urnas. Martín Guzmán se resistió a imponer otra ayuda extraordinaria y universal como el IFE, que el año pasado alcanzó a 9 millones de personas. La suba del gasto de estos meses finales del año se acerca a medio punto del PBI, menos de lo que exigía Cristina en su carta de la derrota. ¿Alcanzará para remontar o solo para agigantar la siguiente crisis?
Andrés Larroque, figura de La Cámpora y ministro de Kicillof, dice: “Tenemos que ordenarnos y recuperar la agenda de 2019″. El peronismo tradicional y los allegados a Alberto firmarían al pie. El problema viene a la hora de describir cuál era esa agenda. ¿El diálogo y el desarrollo productivo que prometía Fernández? ¿El regreso a 2015 con el que soñaba Cristina? ¿Era con aliento a la inversión privada o con proyectos como el que aumenta la injerencia del Estado y los gremios en las empresas? ¿Con un acuerdo con el FMI, como sigue bregando Guzmán, o sin la “intervención imperialista” que otros, con Máximo a la cabeza, se empeñan en denunciar?
El avión está en vuelo, hay tormenta y toca revisar una falla de origen.
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