El oficialismo se victimiza y la oposición tropieza con sus propias indefiniciones
El Gobierno sobreactúa el rechazo del Presupuesto, pero ahora Guzmán tiene las manos libres para el ajuste que pide el FMI; un tiempo político signado por la ineficacia de las coaliciones
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“Viendo lo que sucede en el Congreso, los argentinos vamos a tener que pensar si lo que votamos ayudó al país o si bloqueará la recuperación económica”. La reflexión surgió en medio de uno de los brindis de fin de año que reunieron a funcionarios y legisladores de la coalición de gobierno, en los que predominó un clima de victimización por el rechazo opositor al Presupuesto 2022.
Aunque la prórroga del Presupuesto 2021, firmada por Alberto Fernández horas antes de la Navidad, sugiere que el Gobierno se siente cómodo al contar con la lapicera para implementar el ajuste que exige el Fondo Monetario Internacional (FMI) para cerrar el acuerdo con la Argentina, bajo el endeble argumento político de que la responsabilidad, en todo caso, será de la oposición.
Tal vez por eso Martín Guzmán fue quien más se opuso al planteo de propios y extraños para rehacer el presupuesto y enviarlo al Congreso el 1 de marzo. En sectores de oposición le reprocharon que no dio ninguna señal tendiente al diálogo. “Si un ministro de Economía no sabe distinguir entre los diputados que lo putean y los que piden cambios conceptuales en el Presupuesto, va a seguir siendo muy difícil que nos entendamos”, deslizó un integrante de los “bloques del medio”, que oscilan entre el apoyo al Gobierno y el acercamiento a Juntos por el Cambio (JxC).
Menos cómodo que Guzmán con la caída del Presupuesto y la incertidumbre que rodea a la negociación con el FMI parece estar Juan Manzur. Tanto es así, que el jefe de Gabinete transmitió a sindicalistas de la CGT y a empresarios de alto nivel que si no se concreta el acuerdo con el Fondo, como pide un sector del kirchnerismo, entonces regresará a su cargo de gobernador de Tucumán. En la Casa Rosada se esforzaron por desmentir la versión, pero lo cierto es que Manzur lo comentó ante diversos interlocutores.
Las diferencias internas en el oficialismo están expuestas a la luz del día. No son pocos los diputados del Frente de Todos que creen que Máximo Kirchner no debe seguir como jefe de bloque. Le atribuyen una natural “tendencia al encierro” que el jefe de La Cámpora se había esforzado por cambiar desde 2019. Y sobre todo, le cuestionan que su postura no sintetiza a la coalición gobernante ni responde al presidente Fernández.
“Ni Máximo sabe lo que va a votar sobre el FMI”, admitió un diputado del ala izquierda del FdT, que además advirtió que la coalición “no se formó para ponernos de acuerdo con el Fondo, sino para ganarle a (Mauricio) Macri”. Ahí radica, justamente, el meollo del problema: el oficialismo tiene acuerdo sobre quiénes son sus adversarios políticos, pero divergencias manifiestas sobre el rumbo de su propia administración.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner escenificaron un acto de unidad el 10 de diciembre en la Plaza de Mayo, pero para decirse lo que verdaderamente piensan optan por las reuniones en privado, como la que el martes pasado los juntó bajo los radares en la quinta de Olivos. La vicepresidenta dejó trascender luego –tras un encuentro con entusiastas artistas K- que podría volver a ser candidata en 2023. Lo hizo después de que el Presidente confirmara que tiene intención de postularse para la reelección.
Una encuesta de la consultora CB llamó la atención en los últimos días: Alberto Fernández y Cristina Kirchner tienen una imagen negativa prácticamente igual (entre 62 y 65%), pero la vice duplica al primer mandatario en intención de voto (18,8% contra 9%) cuando se pregunta por las perspectivas hacia 2023.
Los aprestos parecen destinados más para la guerra que para la paz: se van configurando así dos líneas internas en el FdT y todo podría definirse en una PASO presidencial. Pero no está claro que Cristina quiera regresar a la Casa Rosada. Más bien optaría por repetir el esquema actual, reemplazando a Fernández por otro candidato.
En medio de estas versiones el ministro del Interior, Eduardo De Pedro, salió a desmentir que él o Máximo Kirchner vayan a ser candidatos en 2023. En el mismo sondeo, el primogénito registró la peor imagen negativa en el arco oficialista, con el 69%. A su vez, “Wado” viene subiendo el perfil, pero la confianza en él cayó drásticamente en la interna peronista desde aquella renuncia post PASO al Gabinete que fue considerada una extorsión del kirchnerismo al presidente Fernández.
El tercer integrante de la mesa chica del FdT, Sergio Massa, calla más de lo que dice respecto de 2023, pero en su entorno piensan que tendría chances de competir si el candidato de JxC fuera su amigo Horacio Rodríguez Larreta, con lo cual se configuraría un escenario para pelear por el voto centrista. En cambio, si la interna opositora la ganaran los halcones, entonces el peronismo podría oponer un candidato más radicalizado.
Massa respiró aliviado cuando JxC resbaló en la última sesión de Diputados, envalentonado por lo que había sucedido con el Presupuesto. “Nos regalaron una victoria a 72 horas de una derrota”, comentó por lo bajo tras haber conseguido la modificación de Bienes Personales que quería el oficialismo y de colar, por el mismo precio, una actualización del impuesto a las Ganancias.
La interna opositora
Si la sesión por el Presupuesto ya había provocado un cimbronazo a JxC –que pasó a segundo plano por la irrupción arrebatada de Máximo Kirchner-, el traspié con Bienes Personales fue más costoso aún porque quedaron en evidencia los faltazos de tres diputados que hubieran revertido la votación. Camila Crescimbeni, del Pro bonaerense, no pudo ingresar al recinto porque se le detectó Covid positivo. Frente a las suspicacias generadas en su bloque, se sometió a un segundo test, que también le dio positivo. En el caso de la cordobesa Gabriela Brower de Koning, que viajó con su familia a los parques de Disney, en Estados Unidos, sus argumentos no tuvieron una justificación válida, a tal punto que se escucharon voces que reclamaron su renuncia. A su vez, Álvaro González –alfil de Larreta en el Congreso- tenía un pedido de licencia formal y fue víctima de la improvisación de su propia bancada. Aunque al final del día, tuvo que explicar por qué estaba en Berlín y no en Buenos Aires.
Las diferencias internas en JxC, que la coalición opositora busca minimizar con una nueva mesa de conducción nacional, quedarán expuestas nuevamente mañana cuando los tres gobernadores radicales, el jujeño Gerardo Morales, el correntino Gustavo Valdés y el mendocino Rodolfo Suárez, firmen el Consenso Fiscal que propone la Casa Rosada, en abierta contradicción con Larreta, que no lo suscribirá en medio del litigio que la ciudad de Buenos Aires mantiene con el Gobierno nacional por el reparto de los fondos coparticipables. El que sí firmará el pacto es el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, aunque haciendo la salvedad de que la provincia no aumentará impuestos –Nación sugiere la suba del gravamen a la herencia- y con un emisario político: enviará a la Rosada al vice Manuel Calvo, dado que su relación con el presidente Fernández viene de mal en peor.
Morales acaba de asumir la presidencia de la UCR y si bien los diputados radicales de Jujuy rechazaron el Presupuesto 2022, él ya dijo públicamente que el interbloque de JxC no actuó correctamente en Diputados. El otro referente con que cuenta el partido, Martín Lousteau, cuestionó por su parte la falta de estrategia en la votación de Bienes Personales. Los radicales dirigen las críticas hacia el Pro, en la búsqueda de ganar espacio en la pelea por la candidatura presidencial de 2023. Pero lo cierto, hasta el momento, es que las encuestas marcan que hay tres dirigentes por encima de ellos: Larreta, Macri y Patricia Bullrich.
En el debate económico, el principal vocero de la coalición opositora es Luciano Laspina. Tal vez por eso, el kirchnerismo echó a rodar una versión de que se había reunido en Washington con el FMI para “hablar mal de la Argentina”. Pero el legislador oriundo de Rosario asegura que no viajó a la capital norteamericana “desde la pandemia” y que tampoco tuvo un zoom con el staff técnico del organismo. “La última vez que los vi fue en el (hotel) Hilton en 2020″, aseguró. Y agregó: “¡Lo único que falta es que yo sea el culpable de los dos años de demora en el acuerdo!”.
Aunque el FdT cargó las tintas más sobre el pasado que en el presente: la difusión del informe ex – post del Fondo le sirvió para enjuiciar públicamente a Macri y a su exministro de Hacienda Nicolás Dujovne. Sin embargo, no quedó claro cómo podrá utilizar esas conclusiones sobre el préstamo de 2018, para encauzar la actual negociación.
El deadline está cada vez más cerca y tiene una fecha emblemática, el 24 de marzo. Ese día vencerán unos 4.000 millones de dólares que las maltrechas reservas del Banco Central no están en condiciones de afrontar. Mientras tanto, el Gobierno se esfuerza por transmitir optimismo sobre la “recuperación económica”, que fue el eje del mensaje de Alberto Fernández horas antes de la Nochebuena por cadena nacional. Pero la administración del FdT tiene serias dificultades para apuntalar el despegue. La más importante de ellas radica en la falta de adaptación a la nueva realidad del Congreso, donde el equilibrio de fuerzas será la regla que impere en los próximos dos años.
Paradójicamente, también en JxC se observan dificultades para asimilar el escenario legislativo. Solo así puede explicarse que sus diputados pasaran de ponerle límites al ministro Guzmán con la idea de que no puede presentar un Presupuesto discrecional, al papelón que hicieron en la sesión por Bienes Personales, en la que no atinaron a defender a parte de su propio electorado.
La falta de eficacia puede ser, también, un signo del tiempo político actual. Tanto el Gobierno como la oposición son coaliciones que se formaron para derrotar a sus adversarios, pero que a la hora de gestionar no estuvieron a la altura de las expectativas que habían generado. Y eso no sucede solamente porque hay una situación de “empate político”, sino que se explica por la fragmentación que existe al interior de las propias alianzas, lo que les impide definir un rumbo claro y menos aún, liderazgos que sinteticen el proyecto. Tal vez se requiera de algún tiempo más para madurar la cultura política que se necesita para gobernar el país por medio de una coalición.
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