El oficialismo decidió ir al choque en Diputados y terminó exponiendo sus debilidades
Pese a su inferioridad numérica, el Frente de Todos presionó, apuró e impuso condiciones y terminó abroquelando a una oposición en el rechazo
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Baqueano en el arte de discutir proyectos de presupuesto en un Congreso en minoría, el diputado Luciano Laspina, expresidente de la comisión durante el gobierno de Mauricio Macri, se permitió darle un consejo a Máximo Kirchner y a Sergio Massa en el recinto. “Gobernar en minoría implica escuchar, implica negociar, implica ceder. No se puede imponer, manu militari, una ley por la ventana”.
No parece ser esta la filosofía del Gobierno que, pese a su inferioridad numérica en el Congreso tras caer derrotado en las últimas elecciones, se exhibió con la altivez y la prepotencia propias de los ganadores en la discusión legislativa más importante del año, la de la ley de presupuesto. Apuró, presionó, impuso modificaciones sin consenso al proyecto, intentó cooptar aliados con prebendas debajo de la mesa; la oposición resistió, abroquelada detrás del rechazo. Lejos de asumir su debilidad, el oficialismo subió la apuesta y decidió ir al choque de trenes en el recinto: a matar o morir.
Los bloques opositores no se proponían poner en aprietos al Gobierno; de hecho, desde un principio garantizaron el quorum en el recinto y, en alguna conversación reservada, algunos diputados insinuaron la posibilidad de la abstención para facilitar la aprobación del proyecto. Pero la obstinación del Gobierno de imponer un presupuesto con variables macroeconómicas tan poco creíbles como desactualizadas, con prórrogas de impuestos y aumentos de tarifas encubiertos, no les dio resquicio para un acercamiento. Tal vez sin proponérselo, el oficialismo le hizo el juego a los halcones de la oposición, que terminaron imponiéndose sobre la moderación de las palomas y los eventuales conversos.
Tras ufanarse de que tendrían votos de sobra para votar el presupuesto, al principio de la semana, Massa y Máximo Kirchner se toparon con el duro muro de la realidad política recién el miércoles por la noche, a pocas horas de celebrarse el debate en el recinto. A último momento, ya comenzada la sesión, Massa sacó un conejo de la galera; reunido con los jefes de bloque, presentó, con tono ceremonioso, la oferta con la que proponía destrabar el entuerto: un proyecto de ampliación presupuestaria que se votaría recién el año próximo si la pauta de inflación supera –como vaticina la oposición– el 33% anual.
“¡Esto es en defensa del Congreso! –enfatizó–. Cualquier aumento de las partidas del presupuesto tendrían que tener la aprobación de ambas cámaras, esto es algo que ningún ministro quiere ceder. Si ustedes me respaldan, ya mismo hablo con Guzmán y le saco este compromiso”.
Massa hablaba con el tono del ideólogo de una solución genial. Algunos de los diputados presentes se miraron de reojo; no se sorprendieron, pues ya conocían la oferta, salida de las entrañas del Ministerio de Economía. Alguno recordó que este mecanismo se aplica para el presupuesto de la Ciudad y no faltó quien especuló con alguna conversación subrepticia entre Massa y Horacio Rodríguez Larreta.
Igualmente, la propuesta no prosperó. Los representantes de Juntos por el Cambio –Mario Negri, Cristian Ritondo, Juan López, Rodrigo De Loredo y Ricardo López Murphy– reclamaron que, además, el oficialismo retirara del proyecto sus artículos más polémicos, esto es, aquellos que delegan facultades para instrumentar aumentos impositivos y de las retenciones agropecuarias, entre otros.
No le fue sencillo a Juntos por el Cambio articular una postura común. Atomizada en una decena de bloques internos, sin una coordinación unificada, imperaron las desconfianzas y los recelos entre los principales referentes. Massa intentó sacar provecho de estas diferencias internas para llevar agua a su propio molino. En algún momento confió en que predominaría en Juntos por el Cambio la postura de la abstención que blandía la tropa de la Coalición Cívica, que lidera Elisa Carrió. Se esperanzó con que su amigo Gerardo Morales, el gobernador de Jujuy, le facilitaría la ayuda de algunos diputados radicales, ya sea con su abstención o con su ausencia subrepticia del recinto. Para ello le aseguró que le garantizaría una partida especial destinada a la intendenta radical de la capital de La Rioja, Inés Brizuela y Doria, acechada por la asfixia económica que le impone el gobernador peronista Ricardo Quintela.
Por primera vez la cintura política de Massa flaqueó. Morales no pudo garantizarle apoyo; hablaba también en nombre de Gustavo Valdés, el gobernador de Corrientes. El tigrense no perdía las esperanzas: confiaba que, durante la madrugada, podía conseguir los votos que todavía le eran esquivos.
Aunque los obtenga, aunque el oficialismo logre la media sanción del presupuesto por la diferencia de un solo voto, no dejará de ser una victoria pírrica. No dejará de ser una sesión en la que habrá dejado al desnudo su debilidad. Si finalmente la derrota corona esta agónica sesión, el panorama sería aún más funesto. No solo porque profundizaría su imagen de fragilidad en medio de las negociaciones con el FMI, sino porque habrá cristalizado una forma de hacer política alejado del diálogo y del consenso.
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