Perdieron las mujeres, la juventud y la imaginación
Un "debate", o, más bien, una exposición sucesiva de posiciones sobre temas predeterminados, que no parece haber arrojado un claro ganador. Los seguidores de los dos candidatos principales -Mauricio Macri y Alberto Fernández- tienen motivos para sentirse satisfechos: si ninguno ganó muchas voluntades para sus respectivas causas, tampoco parece que lo ocurrido les haya hecho perder votos.
Quienes no estaban de antemano determinados por uno u otro no han salido de la situación con más claridad que la que tenían al principio. Eso no debe extrañar: la inexistencia efectiva de un debate reduce el margen para el imprevisto, para la irrupción de la novedad, y disminuye el riesgo que asumen los participantes.
El objetivo de los candidatos no parece ser entonces persuadir a quienes no están ya convencidos, sino responder a las expectativas de los seguidores y, a la vez, incidir en los formadores de opinión que en las horas posteriores y a la mañana siguiente darán cuenta ante la parte principal de la opinión pública que no siguió el acontecimiento, creando un estado de opinión favorable a uno u otro.
Si no parece, entonces, que haya habido un claro ganador, sí parece haber habido varios derrotados, ya no entre los candidatos. Ante todo las mujeres: ver, en un mismo escenario, seis candidatos varones es una confirmación terrible del sesgo de género que tiene la política argentina.
En segundo lugar, la juventud: con excepción de Del Caño, todos los candidatos tienen más de 60 años (y, en algunos casos, bastante más). En un mundo en el que han aparecido los Macron, los Troudeau, los Pedro Sánchez, la homogénea composición de género y edad de los protagonistas de la campaña electoral es un poderoso indicador de la persistente disfuncionalidad de la sociedad argentina.
Seguramente es consecuencia de esa misma homogeneidad la tercera víctima del "debate": la imaginación. Ninguno de los candidatos expresó ni una sola propuesta disruptiva o, cuando menos, original. Cualquier conocedor de las tradiciones ideológicas en las que se inscriben los candidatos podría haber anticipado absolutamente todas las posiciones que éstos finalmente expresaron. Hombres de edad, por así decir, provecta, y fundamentalmente conservadores: la otra víctima del debate es entonces la voluntad reformista, la que debería prevalecer en una sociedad cuyas estructuras actuales, herencia de un pasado ya lejano, son el principal factor de dificultad para cualquier proyecto de desarrollo sostenible, a la vez, económica y socialmente- Y que sin embargo queda atrapada en discursos y actitudes tradicionales que no consiguen (o no pretenden) enunciar políticas alternativas, ni mucho menos producir imágenes originales y atractivas de un futuro que esté a la altura de las necesidades de la sociedad.
Macri y Fernández no competían solamente entre ellos: competían, también, con sus respectivos pasados que, en ambos casos, son fuente de desautorización. Macri no resultó capaz de explicar las razones del fracaso económico de su gobierno; Fernández puso en acto gestos que recordaron los rasgos autoritarios de los gobiernos que integró. Con ello, ninguno ganó nuevos adherentes; posiblemente, tampoco por ello perdió los que tenía.
Es ensayista y editor, y profesor en la Universidad de Buenos Aires
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