El "no" de Alberto Fernández
Mario Brodersohn, exsecretario de Hacienda del gobierno de Alfonsín tenía en su despojado escritorio un cartel con la leyenda: "No hay mosca". El encargado de administrar los escasos recursos advertía a sus interlocutores que ante un Estado sobre demandado no había fondos suficientes para satisfacer a todos, y por las dudas se cubría diciendo que no había para nadie.
A días de asumir como presidente electo, Alberto Fernández debe estar indagando con qué recursos cuenta al inicio de su gestión y si los mismos son suficientes para cubrir las expectativas de su electorado. No sabemos cual será su plan económico ni quienes lo ejecutarán, con lo cual solo se puede conjeturar sobre el mismo.
¿Qué le va a exigir su frente electoral ante algunas promesas de campaña? Ante todo poner plata en el bolsillo de la gente. Más allá de la dificultad que significa desentrañar las expectativas que cada votante depositó sobre la mejora de sus ingresos, para que esta tenga impacto a corto plazo en el nivel de actividad, es necesario contar con una inyección de recursos adicionales del orden del 2% del PBI, alrededor de U$S 10.000 millones.
¿De donde podrían salir? Una renegociación de la deuda que permita un ahorro de egresos para honrarla liberaría fondos para este destino. Pero difícilmente se pueda concretar un acuerdo sin que antes exista un plan macroeconómico sustentable que sea creíble para los acreedores, si es que se pretende una restructuración amigable y en los tiempos que la demanda social exige. O se ralentiza la inyección de fondos o se buscan otras alternativas de financiamiento.
No hay reservas en el Banco Central. Echar mano a recursos de los jubilados mediante aportes de la Anses es pan para hoy y hambre para mañana, a menos que se piense en una reforma del sistema jubilatorio, que exigiría un gran consenso político y social. Tomar recursos de las cajas de las obras sociales significa tensar fuertemente el vínculo con los sindicatos. Emitir moneda con la escasa apetencia por la demanda actual de pesos es arriesgarse a un posible descontrol cambiario, y quizás bancario, llevando tal vez a una hiperinflación. Aumentar la presión fiscal sin calibrar con mucha cautela como puede ser incrementar las retenciones al agro, dada la elevada presión tributaria actual, puede llevar a una rebelión fiscal de consecuencias imprevisibles, como ya ocurre en varios países.
Un auxilio a las pymes para aumentar su nivel de actividad necesitaría reconstruir su capital de trabajo mediante licuación de pasivos, la baja de la tasa de interés, créditos subsidiados a tasas menores que la inflación, reducir la carga fiscal, moratorias, etc. La magnitud de los fondos necesarios para lograr algún impacto significativo a corto plazo puede acelerar la inflación o aumentar el déficit fiscal si no se cuenta con el aporte de mayores ingresos.
Respecto a la deuda, existe un consenso de que los actuales vencimientos no se pueden afrontar y mucho menos si se pretende encarar los desafíos antes descriptos. Cerrado los mercados financieros tanto en pesos como en dólares y tanto externos como el local, los únicos caminos posibles son un acuerdo amigable o un default. Este último traería nefastas consecuencias al imposibilitar el crédito exterior para encarar inversiones imprescindibles, forzándonos a vivir con lo nuestro y posiblemente a enfrentar una escasez de dólares que provocaría una mayor recesión, agravando la ya crítica situación actual. Por lo tanto, el camino a transitar es un acuerdo con los acreedores que no implique postergar las necesidades de los sectores más vulnerables.
Por otro lado, al listado explícito de promesas de campaña hay que agregar aquellas que probablemente provengan de sectores o individuos que a cambio de apoyos susurrados pretendan, en un toma y daca, recibir algún beneficio que desconocemos.
Hacer política es el arte de intentar plasmar utopías realizables. El político pronuncia mentiras piadosas que los electores consienten en un juego de seducción de limites borrosos. Al votar por un determinado candidato, el elector sabe que no todas las promesas de campaña serán cumplidas. Surge así un contrato implícito, no escrito, de alcance difuso, que si las partes consideran respetado en la medida de sus respectivas expectativas, se constituye el capital político inicial de su gestión de gobierno. No dilapidarlo va a depender en gran medida de cómo se instrumenten las medidas económicas para que simultáneamente sea sustentable y aceptable al menos para su electorado.
El tiempo de gobernar está signado por un torbellino de esperanzas y frustraciones, de posibilidades y limitaciones, que agranda el capital político original si se acierta en la gestión o lo diluye ante el desacierto. Ante este delicado cuadro de situación ¿a quién le dirá no Alberto Fernández? ¿A quién "te comprendo, pero no hay mosca"? En gran medida el éxito o fracaso de su gestión va a depender en como responda a estos interrogantes.
Licenciado en Economía y Filosofía de la University College de Londres
Pablo Madanes