El espejo de la Justicia, Cristina y el momento narcisista de la política
El alegato del fiscal Luciani institucionalizó una versión de la vicepresidenta victimaria en una escala que obligó a un plan de acción: la líder del Frente de Todos entró en modo saturación
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Cristina Kirchner es un intangible. Como todo intangible, para existir necesita ser percibido. La cuestión es cómo y para qué: qué imagen construir y a qué sentidos apuntar. Después de más de dos años de estrategia milimétrica regulando el flujo de apariciones públicas en medio de un mar de silencios sonoros, desde el lunes de la semana pasada la vicepresidenta pasó al modo saturación. De la escasez de presencia a su inflación. Del uso del silencio por conveniencia personal al ruido político, también por conveniencia. El alegato del fiscal Diego Luciani institucionalizó y distribuyó por redes y televisión una versión de Cristina Kirchner victimaria en una escala que obligó a un plan de acción: todo empezó cuando la vicepresidenta rompió el silencio y la inmovilidad en su alegato blue hasta llegar, incluso al baile. A esa imagen, la vicepresidenta decidió responder con toda la munición a su alcance para instalar otra: la de víctima y mártir y la de su pueblo alerta y movilizado. El problema es que en lugar de reforzar la imagen pública de una mayoría en apoyo de su líder, el resultado es el opuesto: la consolidación de una minoría ensimismada y el fin de una hegemonía, el ocaso kirchnerismo como representación indiscutida del pueblo. Un intangible fallido, una tribu que baila cada vez más sola como bailó sola la vicepresidenta en el balcón del Palacio del Congreso, desde donde ejerce su poder blue, al ritmo de un narcisismo político confrontado por el espejo de la justicia.
La nueva Cristina de la hiperacción comunicativa superpone capas de sentido. Es Cristina Perón modelo 17 de octubre que debe ser rescatada de su torre de Barrio Norte. Es la Cristina crucificada en el altar de la justicia. Cristina Kirchner es, también, la vecina de Barrio Norte. “Yo también pago impuestos”, se quejó el sábado desde la puerta de su casa, cuando le reprochó a Horacio Rodríguez Larreta que no se acordó antes de su custodia, todos los años en que los manifestantes opositores peregrinaron a su esquina de Juncal y Uruguay para insultarla. La puja ideológica y el pase de factura política a nivel del ABL.
Cada gesto público en apoyo a la vicepresidenta termina resultando una confirmación del aislamiento del kirchnerismo y su líder y de la reducción de su perímetro de influencia. La portavoz del Gobierno, Gabriela Cerruti, anunció el apoyo internacional a Cristina Kirchner por parte de mujeres de distintos países: 250 mujeres de 17 países, anunció en Twitter. “Lideresas”, las definió Télam. Pero el efecto fue el opuesto y el apoyo se mostró limitado: el comunicado equivocó la estrategia y en lugar de publicar un listado continuo de nombres y apellidos, prefirió dividir a las lideresas por país de procedencia. Quedó claro que, de Chile, sólo consiguió tres apoyos. Desde Brasil, no llegaron a ser diez, incluida Dilma Rousseff, el único nombre de peso político significativo. De España, las lideresas apenas superaron la veintena. De Estados Unidos llegó un solo apoyo. Y cuando el gobierno argentino buscó el apoyo de presidentes de la región, sólo consiguió tres: Luis Arce, de Bolivia; Manuel López Obrador, de México y Gustavo Petro, de Colombia. Nicolás Maduro mostró su apoyo en carta aparte.
La insistencia en el error de acentuar el aislamiento y una curiosa vocación de minoría no se detuvo ahí y la vicepresidenta mostró foto en su despacho del Senado con el español Pablo Iglesias, que el año pasado dejó la política después de la derrota de Unidas Podemos en Madrid, en elecciones que lo tenían al frente de la candidaturas de izquierda. “Pablo Iglesias deja la política tras la derrota de la izquierda en Madrid”, titulaba El País en mayo de 2021. Todo refuerza el carácter de minoría del kirchnerismo.
El juicio oral y público por la Causa Vialidad logró unir al peronismo y al kirchnerismo. Un alineamiento que hacía tiempo que no se daba: lo salvó de la implosión. El problema es que ese alineamiento no concuerda con el alineamiento de la sociedad. Cualquier ampliación del zoom de la cámara muestra que las manifestaciones de Barrio Norte están hechas en buena parte de caciques kirchneristas y gente movilizada por el aparato que no llenarían ni la mitad de una plaza.
En 2019, en pos de recuperar el poder, la lucidez táctica llevó a CFK a darse cuenta de que su figura y todo lo que acarrea como intangible no era suficiente para ganar una elección: es más, era en buena parte un obstáculo. Planteaba un buen piso pero frenaba el techo. Ahí sí entonces, llegó un indulto: Cristina Fernández le perdonó al presidente Alberto Fernández una década de críticas y cuestionamientos por corrupción e, incluso, en el caso Nisman. Alberto Fernández cultivó el género crítica en la más corrosiva de sus versiones: la crítica del insider que rompe y se va y cuenta o deja entrever parte de lo que sabe. La legitimidad de su palabra como opositor venía de haber sido oficialista. De haber sido jefe de Gabinete.
Ese pragmatismo político de Cristina Kirchner, capaz de entender el momento y hacer lo necesario para controlarlo, está desaparecido. Las lecciones que dejaron las elecciones de noviembre de 2021 están borradas del cálculo presente. Con la peor imagen negativa y con una derrota electoral a cuestas, el kirchnerismo se alinea detrás de un espejismo: el poder de su hegemonía.
La posibilidad de eliminar las PASO también puede integrarse en esta suma de errores, aunque abre lecturas diversas. En algunas interpretaciones, es un gesto de astucia política kirchnerista quitarle a la oposición la herramienta de administración de la puja de sus diferencias y sus liderazgos. Dejarla a la deriva. Pero hay otra manera de verlo: como un paso más hacia la encerrona del kirchnerismo en su propia burbuja, cada vez más chiquita. Otro kilómetro a recorrer hacia la consolidación de su desconexión con la gente. La falta de renovación de los liderazgos es un problema estructural del perokirchnerismo. El toqueteo de la macro política que excluye la competencia política, con gobernadores e intendentes que se eternizan y con una familia política que no admite alternativas está en el origen de ese problema. El kirchnerismo que creó las PASO nunca eligió un candidato presidencial a través de ese mecanismo: el dedo de Néstor y Cristina Kirchner relegaron esa herramienta. Eliminar las PASO es un problema para la oposición pero, también, es una trampa para el gobierno que obstaculiza el ingreso de aire fresco.
De la calle a las vallas, en ese recorrido se manifiesta también una construcción de sentido que empieza a jaquear la supremacía moral del progresismo kirchnerista. La competencia entre la legitimidad de la calle y las vallas en pie de igualdad habla de un clima de época. “Si creen que al peronismo lo van a detener con vallas no entienden nada. No entienden la capacidad del pueblo peronista de dar pelea”, dijo la senadora Juliana Di Tullio, cercanísima a Cristina Kirchner. Del lado de la oposición, Elisa Carrió apoyó la decisión de Larreta de hacer algo con esas calles estrechas de Barrio Norte, en nombre de los ancianos del lugar.
El enfrentamiento de dos sistemas de valores, el kirchnerista y el de “la derecha” que por primera vez enuncia y ejecuta unos de sus principios ordenadores sin temor a la cancelación: la idea del orden y su defensa como pieza clave de la democracia.
En esta particular ocupación de la calle de Barrio Norte, el kirchnerismo tiene un problema. Más que manifestación popular parece flashmob kirchnerista en el marco de una hegemonía que se achica. Un “querida, encogí al kirchnerismo” al que se lo compensa con saturar las redes y escalar la jerarquía de las presencias: más diputados, senadores y ministros kirchneristas por metro cuadrado que en cualquier otra manifestación peronista.
Si la legitimidad cuestionada por la justicia se busca reponer en la calle, aunque el perokirchnerismo la llenara, quizás tampoco alcance. Ahí está la lección de Chile. Las manifestaciones masivas de 2019 que ocuparon las calles espontáneamente corren el riesgo de perder toda potencia de cambio en el plebiscito del 4 de septiembre. El “Rechazo” a la nueva Constitución chilena le viene ganando al “Apruebo” en las encuestas.
La presión de la minoría en la calle no alcanza necesariamente para conseguir el objetivo propuesto. Si la calle del Ni Una Menos y del apoyo a la legislación en favor del aborto tuvo un resultado positivo, fue porque estuvo acompañada al mismo tiempo de la transversalidad política construida en las instituciones. En el Congreso, oficialistas y opositores se unieron. De ahí, el resultado.
La calle peronizada como lugar donde el pueblo dirime la puja con el poder real queda en esta versión de la Batalla de Recoleta reducida a una flashmob demasiado organizada, chiquita y minoritaria. El pueblo está en otra cosa, pasándola mal en sus barriadas, lejos de Barrio Norte.
El año que viene las elecciones dejarán desnudo al poder de la calle. Le marcarán el límite. Ese conteo voto a voto quizás pulverice el intangible de una Cristina nacional, popular y amada. Esa idea de la “Cristina madre” con la que la vicepresidenta cerró su discurso del sábado.
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