El momento más tenso para el estabilizador precario
En el oficialismo admiten que el plan de Massa empezó a tener problemas severos a partir del repunte del dólar; el ministro, sin embargo, se muestra en modo seducción ante los empresarios y espía su futuro electoral; el caos peronista en la Provincia y la operación interna contra Berni
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Sergio Massa entró al salón del Hotel Alvear con ese halo de suficiencia que lo caracteriza. Era jueves al mediodía y más de 300 empresarios que integran el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp) esperaban escucharlo. Sin embargo, el ministro se tomó largos minutos para saludar uno por uno a todos los presentes, sonreírles y hacerles esas preguntas de cortesía que permiten exhibir empatía. Algo similar hizo al día siguiente, cuando recorrió la planta de Peugeot en El Palomar. Estrechó manos y abrazos hasta con el último de los operarios, preguntó con datos técnicos todos los detalles de la producción de autos y adelantó un anuncio para el sector que tenía previsto hacer días después: la baja de retenciones para la exportación incremental de vehículos y autopartes. Un empresario que lo vio en estas funciones concluyó sin dudar: “Está 100 por 100 en modo candidato”. Algunos todavía recordaban cuando en Bali, tras la indisposición del Presidente, se dispuso a reemplazarlo en la lectura del discurso ante el G-20, hasta que le avisaron que por protocolo le correspondía al canciller. Massa repite que no piensa en las elecciones de 2023 pero mandó a medir cómo había impactado la gestión en su imagen y se entusiasmó al ver una mínima reducción de la percepción negativa, el obstáculo principal para su inconfesable aspiración presidencial.
Pero esas postales del Massa encantador de audiencias contrastan con la mirada que tienen hacia el interior del oficialismo, donde admiten que el jefe de la Economía perdió brillo y sufrió en las últimas semanas una marcada erosión en su impronta dominante. El regreso de las tensiones con el dólar demostraron la fragilidad de la pax cambiaria y lo forzó a reponer una nueva cotización especial para el campo, menos de tres meses después de haber hecho la primera concesión. Está claro que a partir de ahora el agro no liquidará nunca más al valor oficial a la espera de que la excepción se convierta en norma. No es una buena señal: Massa hizo de la acumulación y el cuidado de las reservas el pilar de su política de estabilización, y por eso le dedicó muchas más energías, por ejemplo, que al combate contra la inflación. Esa estrategia está crujiendo. También empezaron a aparecer inconsistencias y arbitrariedades en el manejo de su ministerio, cada vez más enredado en un sistema de medidas artesanales que se transforma en un telar indescifrable. El horizonte de expectativas que generó su desembarco en Hacienda empezó a oscurecerse y regresaron las dudas.
En la Casa Rosada volvió la ansiedad por estas señales de turbulencia, lo cual derivó en el almuerzo que anteayer compartieron Alberto Fernández y Massa. “No se le están dando las cosas a Sergio, a pesar de que todo el tiempo instala la idea de que él es la gestión. Por eso sale a buscar el apoyo empresario”, comenta un funcionario que escucha los comentarios del Presidente. Massa presume del apoyo del círculo rojo y de “la embajada”. Es su ámbito natural, pero no le alcanza ante una realidad díscola.
Del lado del kirchnerismo se mantiene el apoyo que desciende verticalmente desde la cúspide de Cristina, pero no cesan las observaciones por la caída del poder adquisitivo. Es clave para ese vínculo que la inflación de noviembre muestre un descenso. En La Cámpora admiten que perdieron la batalla por la suma fija y que solo habrá un bono de fin de año, pero esperan algún tipo de compensación para atravesar un diciembre en paz. “Si vamos a poner tanta plata para el campo, también le tenemos que dar algo a los de abajo”, razonan. Cristina Kirchner elogia en público y en privado a Massa porque necesita que siga sosteniendo la gestión de un gobierno con el que es muy crítica. Además, como admitió crudamente frente a un interlocutor de confianza hace poco tiempo, no tiene idea de cómo enfrentar el desastre económico del país, y por eso oscila entre debates sobre el bimonetarismo, planteos de distribucionismo reparador y una incierta promesa de regreso al paraíso perdido en 2015. Aunque no hay que engañarse: quienes la conocen bien admiten que sus prevenciones con Massa no se evaporaron definitivamente.
Pero la vicepresidenta ha decidido pasar a la fase encantadora. Busca mostrarse dialoguista e interesada por interactuar. Una Cristina modelo 2017. Intenta ponerse al frente de la reconstrucción de un peronismo bonaerense astillado, para desde allí consolidar la centralidad de las decisiones para el año electoral. Lo hizo en la cena que compartió con la dirigencia de la provincia, tras el acto en La Plata. Escuchó y departió en modo amigable. Cuando Mario Secco, el intendente de Ensenada, le dedicó una alabanza que generó pudor entre sus colegas para decirle que tenía que ser candidata, ella fingió un “ni lo digan”. No quería que se instalara allí esa idea. Pero antes de esa exhibición de empatía Cristina había dejado ver su verdadero pensamiento en una charla previa reducida a un puñado de dirigentes, entre ellos Máximo Kirchner, Wado de Pedro, Mayra Mendoza, Gustavo Menéndez y Federico Achaval. Allí aniquiló a Alberto Fernández, dijo lo que pensaba sobre la gestión y trazó un panorama electoral sombrío. Piensa que si no hay señales de recuperación del poder adquisitivo, el peronismo se encamina a la peor derrota de su historia.
Los intendentes están muy inquietos porque ven en sus territorios que no tienen respuestas ante la interpelación diaria. “A mí todos me hablan de los precios y de la inseguridad. La gente quiere que le resuelvan problemas. Ni mencionan a Cristina ni a Alberto. Está cansada de la política”, resume un alcalde que ausculta todas las semanas la temperatura social. Los intendentes se sienten impotentes porque les reclaman cuestiones de macroeconomía. La seducción del cordón cuneta, la obra más barata y promovida por los dirigentes en el conurbano, ya no tiene el mismo efecto. Por eso varios de ellos ahora destinan fondos a instalar mercados populares de productos básicos o a gestionar changas. Tratan de paliar con la micro los problemas estructurales.
Territorio comanche
Junto con el clima económico, la inseguridad se transformó en un dilema para las aspiraciones de los dueños del territorio. Es un problema grave: el kirchnerismo siempre sufrió síntomas paralizantes en este tema, porque osciló entre la tentación del garantismo progresista, cercano a su doctrina pero ineficaz en el terreno; y las penurias de un manodurismo que no sienten, pero que les reclama parte de la sociedad. Algo así como Sabina Frederic versus Sergio Berni.
Precisamente el ministro de Seguridad bonaerense fue el epicentro del movimiento sísmico más fuerte de una semana en la que pareció que dejaba su cargo. No solo hubo un pedido masivo de los intendentes para que renunciara, sino que se difundieron datos de su patrimonio que lo comprometían. En la Provincia todos lo interpretaron como una operación liderada por Martín Insaurralde, rival interno de Axel Kicillof. Insaurralde tiene un viejo encono con Berni. Algunos lo atribuyen a disputas por la vigilancia de La Salada, localizada en Lomas de Zamora; otros, al manejo de cajas sensibles, incluidas las del negocio del juego. Los intendentes interpretaron que era el momento de acelerar la embestida porque saben que la relación de Cristina con Berni se enfrió mucho. Pero Kicillof se opuso férreamente al cambio. Lo abruma el temor a un desbande de la inseguridad, y mucho más a un descontrol en la Policía Bonaerense (aunque a Berni también se le sublevaron). Le ocurre lo mismo que con la pandemia: lo que desconoce lo paraliza y lo busca tercerizar. Para Kicillof, Berni es un pararrayos frente a la inseguridad. No la soluciona, pero la administra.
También es la última muralla frente a la voracidad de Máximo Kirchner e Insaurralde, que ya le limpiaron parte del gabinete. Si se va Berni, Kicillof queda desguarnecido, como le pasó a Alberto cuando renunció Martín Guzmán. Son los ministros fetiche. Kicillof está alerta todo el tiempo de que no lo corran de la competencia para renovar en la provincia. Teme un pedido de inmolación presidencial. Por eso silenciosamente volvió a recorrer la provincia con su estilo minimalista. Es como la campaña del Clío de 2019, pero sin el Clío. Hace visitas relámpago, se mete en las casas para hacer un mano a mano con los vecinos; sin prensa y sin fotos. También mandó a hacer pintadas con el lema “Axel gobernador”. En tensión con La Cámpora, distanciado de los intendentes, sin olor bonaerense, de estilo académico, Kicillof es definitivamente un órgano extraño en el cuerpo descompuesto de la Provincia. Debajo de él, las tensiones se agravan, como quedó claro esta semana con el enfrentamiento que hubo en La Matanza entre el Movimiento Evita y seguidores del intendente Fernando Espinoza. Ocurrió justo después de que el líder de esa agrupación, Emilio Pérsico, se reuniera con Cristina para sellar una tregua. El territorio se prepara para una campaña terrible. Son todas expresiones del caos bonaerense que Cristina busca aglutinar.
Los gobernadores del interior, cuando ven este escenario, huyen. Apenas pisan Buenos Aires para ver si pueden colectar algo de plata y regresan a sus provincias. Evitan las reuniones con el Presidente y no quieren oír hablar de Cristina. La disputa nacional les resta apoyo en sus territorios. Ya hicieron saber por distintas vías que no participarán en la definición presidencial. Solo buscan que no los perjudiquen. Esta situación profundiza la fractura operativa y discursiva del peronismo, entre un sector kirchnerizado con base en el conurbano, de perfil progresista y liderazgo concentrado en Cristina; y otro disperso por el interior, de carácter más conservador y sin un proyecto nacional. La fragmentación es una tendencia que siempre se potencia en el movimiento justicialista cuando el futuro del poder se oscurece.
El único factor que unifica a un grupo de gobernadores es el intento por derribar las PASO. Esta semana la conversación volvió a instalarse con una variante: la de eliminar el carácter obligatorio de las primarias, ya sea para que no participen fuerzas que solo tienen un candidato, como para que la concurrencia a las urnas no sea compulsiva. Con estas modificaciones las PASO perderían el carácter de primera vuelta con el que operaron hasta ahora. El asunto fue parte del intercambio entre algunos mandatarios norteños en la reunión de Corrientes. Incluso fue parte de la conversación que tuvieron Cristina Kirchner y el diputado Leandro Santoro unos días antes del acto de La Plata. Previamente algunos se habían contactado con Emilio Monzó, quien había presentado en marzo una iniciativa en ese sentido. En el Congreso apenas se escuchó el ruido de este debate. En el Ministerio del Interior directamente dicen que no tienen el tema en evaluación. La única modificación que podría tener un consenso amplio es el acortamiento del plazo entre las primarias y la elección general. Es el síndrome de 2019, cuando la partida quedó resuelta en agosto y los cuatro meses que pasaron hasta que asumió Alberto Fernández fueron un tembladeral.
Los vahídos de Bali
En los pasillos de la Casa Rosada todavía retumban los ecos de la descompensación de Alberto Fernández en Bali, porque ahora todos admiten que el episodio fue mucho más grave de lo que pareció en ese momento. El Presidente venía sufriendo los efectos de una úlcera hace bastante tiempo pero no quería someterse a un tratamiento específico (según un amigo suyo, lo resolvía con Uvasal). En Indonesia, después de desmayarse dos veces, una frente a Pedro Sánchez y otra en el ascensor, fue trasladado de urgencia al Sanglah General Hospital, donde le hicieron una endoscopía. El establecimiento tenía una infraestructura apenas módica y el estudio no sirvió de mucho.
Alberto Fernández discutió con el médico porque quería mantener las bilaterales con Xi Jinping y Kristalina Georgieva. Se evaluó un regreso anticipado, pero el avión no estaba en condiciones de partir inmediatamente. Apareció aquí otro factor: el chárter de Aerolíneas no tiene conectividad, por lo cual en el vuelo de regreso hubo 16 horas en las que nadie supo cómo estaba el Presidente. Este episodio terminó de acelerar la compra de un avión que reemplace al Tango 01. Ya de regreso en Buenos Aires, la tensión entre lo posible y lo deseable volvió a plantearse. En la Casa Rosada admiten que estaba previsto que el miércoles viajara a Corrientes y que por recomendación médica se decidió que no lo haga. El consejo es que reduzca los vuelos y modere su rutina diaria. Alberto odia esos condicionamientos. Recibió a Héctor Daer, volvió a un acto público en Pilar y ayer se reunió con Massa para demostrar cercanía en medio de las tensiones cambiarias.
Así está el Gobierno hoy. A cargo de un Presidente que quedó bajo la mira de los médicos y emite señales de ocaso; una vicepresidenta que busca protagonizar una reconstrucción desde la provincia para apartarse de su propia creación y un ministro de Economía que espía su futuro detrás de las pizarras del dólar. Escaso para una sociedad que se siente abandonada a su suerte y apenas confía en el milagro del Mundial.
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