El momento expansivo de los privilegios kirchneristas
La pulseada política clave del presente no es la que enfrenta al oficialismo con la oposición externa, Juntos por el Cambio, sino con la voluntad expansiva, en varios sentidos, pero también en el del gasto público, de su vicepresidenta, la opositora interna del gobierno de Fernández
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Un nuevo dilema presiona al gobierno de Alberto Fernández. Si 2020 fue el turno de economía versus salud, en 2021 empieza a imponerse otra tensión: economía versus política. Es año electoral y la cuestión es cuánto condiciona el interés por el poder, su conservación, que se juega en el presente y el corto plazo, al interés general, que se define en los medianos y largos plazos, pero que se construye desde decisiones coyunturales. Es decir, cuán dispuesto está el Gobierno a sacrificar el futuro estructural de la Argentina para asegurar su presente, ganar las elecciones de medio término. En la práctica, la tensión se ejerce sobre el tema tarifas y el ministro de Economía, Martín Guzmán. La Argentina, otra vez en medio de una interna peronista. Expandir o contraer el gasto público es la cuestión.
Mientras la dicotomía economía versus salud fue un dilema autoinfligido por el oficialismo de Fernández, el dilema economía versus política le viene impuesto desde dentro de la coalición gobernante por Cristina Kirchner y su círculo, que tiene en la mira el tempo electoral y revisa sus municiones. La política organiza esa mirada de acuerdo con los principios que decantan después de tantos años de triunfos electorales y ejercicio del poder, casi 25 años si se suman los peronismos en versiones varias. La épica del triunfo y la hegemonía que modula al oficialismo desde que el kirchnerismo, y el peronismo, se volvió el partido del poder cuenta con sus aprendizajes.
El que manda hoy tiene que ver con el sincericidio de Cristina Fernández en su Sinceramente. El arma electoral de 2015 para que Daniel Scioli ganara, aunque no ganó, las presidenciales de entonces fue aumentar decididamente, con ganas y no por accidente o impericia, el déficit fiscal en un punto del PBI para apoyar a su candidato. Hoy no es tanto alentar el consumo, muy difícil en pandemia, pero al menos no aumentar las tarifas.
La pulseada política clave del presente no es la que enfrenta al oficialismo con la oposición externa, Juntos por el Cambio, sino con la voluntad expansiva, en varios sentidos, pero también en el del gasto público, de su vicepresidenta, la opositora interna del gobierno de Fernández. El problema hoy no es que no haya plan, sino que el que hay no se puede ejecutar: un plan puntual y acotado, las tarifas, pero plan al fin. El límite económico del Estado es el que determinan las internas del gobierno a cargo.
La política del gobierno de los Fernández pone en juego dos operaciones complementarias de la aritmética política, dividir y multiplicar, y en ambos casos, llevadas a la enésima potencia. La lógica de dividir viene demostrando su eficacia a la hora de ganar, pero no necesariamente, de reinar: la estrategia que sirve para ganar una elección no sirve para gobernar. Y las elecciones de medio término exponen esas contradicciones.
Ahora dividir no solo se da en el frente externo, oficialismo versus oposición. También se da en el interno, en el enfrentamiento entre los antidéficit y anticongelamiento de tarifas y los prodéficit y prosubsidios de tarifas. Una identidad que permite identificar dónde queda algo del albertismo, o quedaba hasta el viernes pasado, cuando llegaron las fotos.
Cuando sobran las palabras, los silencios hablan. Cuando se aceleran los rumores, las fotos a cielo abierto mandan mensajes. Una foto y un silencio acapararon la atención la semana pasada: la postal de Ensenada con el peronismo unido y el silencio estratégico de Cristina Kirchner, al que nos tiene desacostumbrados. El mensaje pareció ser la llegada de una tregua en la división celular de la coalición gobernante.
Pero la foto que vale no es solo la postal de Ensenada. La foto que importa es aquella donde se ve la plata: la imagen del presidente Fernández en reunión del Consejo del Hambre en el Museo del Bicentenario en la Casa Rosada, acompañado por su ministro de Economía, Martín Guzmán, y su ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo: economía y reducción del déficit se sacó una foto con desarrollo y expansión del gasto. Una política expansiva en gasto social, una ampliación de la Tarjeta Alimentar y un aumento del gasto social del 0,7% del PBI según señaló el Presidente, en medio de la discusión por las tarifas, que buscaba achicar el gasto público. Fernández habló de “inversión” y no de “gasto”: con esa sinonimia se echó a rodar el dado del momento expansivo de la política en año electoral. Política se impuso a economía.
El kirchnerismo se lleva bien con los enemigos: el enemigo común abroquela voluntades. Con Alberto Fernández, el virus llegó para unir a los argentinos. El lenguaje de la guerra y la concepción del virus como enemigo común facilitaron esa concepción. Ahí se fundó la tregua instrumental que suspendió las divisiones internas y las que enfrentan oficialismo y oposición. Frente al enemigo común, el virus, la sociedad se debía una tregua política. Eso se espera en tiempos de guerra. Ahora la división es la forma que eligió el oficialismo para hacer política en año electoral, dentro y fuera de la coalición gobernante.
Y del otro lado de la división, la multiplicación, en este caso, de la intensidad de los conflictos en una escalada de enfrentamientos con los que no gobierna, la oposición externa, o con el oficialismo que gobierna, pero mira de lejos, la vicepresidenta. Un “vamos por todos” ahora recargado por el nivel de su alcance, hacia fuera por el vértigo que adquirió la tensión con Horacio Rodríguez Larreta en CABA, y por el dramatismo de la puesta en escena de los conflictos: la reacción desencajada del Poder Ejecutivo ante un fallo de la Corte y, en un extremo, las palabras del intendente de Ensenada, Mario Secco, y su paráfrasis de las palabras de Galtieri, que convirtieron a los enemigos políticos en enemigos de guerra.
La escalada es el modo en que funciona el kirchnerismo. Un teorema de Baglini especial aplicado a su funcionamiento político. Cuanto más lejos del poder, más conciliador. Cuanto más cerca, cuando está en el centro del poder, vuelve al vamos por todo y cuando está lejos del poder, hace autocrítica. La humildad temporaria en la derrota en una fuerza política que respeta el poder de conseguir votos antes que los mecanismos complejos con que la democracia modula el juego de mayorías y minorías.
La escalada está en el tono, pero también en las esferas sobre las que se extiende esa intensidad. Ya no solo la esfera política, economía, y judicial; desde 2020, también la sanitaria, y este año, la esfera de la educación. Ante cada problema, una épica y su batalla.
Hay un legado de Juntos por el Cambio en su versión Cambiemos que moldea su relato más efectivo a la hora de consolidar y ampliar su base electoral: la épica del saneamiento de las cuentas públicas y la utopía del déficit cero como un capítulo de su narrativa de la sustentabilidad republicana, alejada del populismo gastador. El legado de Cambiemos es que el déficit cero es un derecho humano, aunque no lo pudo concretar, pero es su mayor épica; esa y el voto cemento.
En año electoral, esa discusión está en el centro de la escena otra vez, pero lo curioso es que no enfrenta esta vez al kirchnerismo con la oposición, sino al propio kirchnerismo. Hay consenso en parte del oficialismo, y Guzmán lo representa, en que un Estado con déficit estructural es un problema aunque la simplificación de “Juan José Biden” suene bien en la tribuna.
La cuestión es cómo se reinventa el peronismo, y el kirchnerismo, en momentos de restricción pandémica. Después del menemismo y el deseo de consumo global convertido en aspiración, llegó el estado de bienestar del kirchnerismo y el consumo convertido en derecho. Con la gente encerrada en sus hogares por mandato del Gobierno y una contracción económica por efecto del coronavirus y las cuarentenas, difícil salir a consumir en pandemia. Si no se puede alentar el consumo, por lo menos que se achique el gasto de los hogares, es decir, que sigan congeladas las tarifas.
La otra forma que adquiere la lógica de la escalada y el redoblar la apuesta que define al kirchnerismo se muestra con los beneficios a los poderes fácticos con los que hace alianzas el oficialismo, la de los sindicatos. Las miles de vacunas para el gremio de Hugo Moyano muestran que aun en pandemia, con los reclamos dramáticos de la gente, el pueblo que pretende cuidar el Estado presente kirchnerista, que espera angustiado la hora de ejercer el derecho a vacunarse, el Gobierno escala la multiplicación de favores a la elite peronista. El momento expansivo de los privilegios kirchneristas.
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