El miedo a la libertad
En varios países de América latina, la ausencia de partidos políticos de oposición ha creado un vacío que los gobiernos insisten en llenar con periodistas y medios de comunicación. Esa confusión de roles avivó la añeja obsesión de encasillarlos en la izquierda o la derecha, según el viento, sin reparar en que un gobierno sin periódicos, metáfora del afán totalitario, terminaría siendo pernicioso para cualquier sociedad.
Es un principio universal desde los tiempos de Thomas Jefferson: prefería periódicos sin un gobierno antes que un gobierno sin periódicos. No defendía los mentados "intereses mediáticos", sino un pilar de la democracia. Durante la dura campaña tras la cual ganó las elecciones, a comienzos del siglo XIX, los periódicos ventilaron sus enredos con una esclava mulata. Tuvo con ella un hijo que no reconoció. "Deploro el estado putrefacto al que han llegado nuestros periódicos", se despachó, irritado, pero no cambió de idea sobre la importancia de una prensa independiente.
Simón Bolívar, contemporáneo de Jefferson, definía a la opinión pública como "el objeto más sagrado" y a la imprenta como "la artillería del pensamiento". Renunció a los poderes ilimitados, reclamados ahora por Hugo Chávez. Exaltaba el "derecho de expresar" opiniones por ser "el primero y más estimable del hombre en sociedad; la misma ley jamás podrá prohibirlo". De eso parece discrepar el presidente de Venezuela, encandilado con un proyecto de ley especial contra "delitos mediáticos", en coincidencia con la clausura de 34 emisoras de radio, las amenazas contra otras 250 y los ataques contra la cadena de televisión Globovisión tras el cierre de Radio Caracas Televisión (RCTV).
No hay periodismo sin culpa ni gobierno sin tachas, pero nunca ha habido tanta rispidez entre ambos. La mayoría de los mandatarios latinoamericanos ha tenido algún entrevero con la prensa desde que Néstor Kirchner confiesa que se siente más cómodo con los fotógrafos "porque no preguntan", que con los periodistas, y su par de Uruguay, Tabaré Vázquez, más moderado, arremete contra "la escalada orquestada por la derecha y sus medios contra el gobierno".
Chávez es el pionero en la confrontación entre los gobiernos y la prensa. En Bolivia, un año después de su asunción, Evo Morales hizo una poco fina distinción entre los periodistas leales a su partido, el Movimiento al Socialismo, y los propietarios de los medios, "enemigos" que se prestan a "manipulaciones, provocaciones e intimidaciones".
Sin distinciones ideológicas, casi todos los presidentes viven obsesionados con la imagen de ellos que como espejos, a veces distorsionados, reflejan los medios. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, señaló "una gran dosis de mediocridad, corrupción e intereses creados'' en la prensa de su país; el de Nicaragua, Daniel Ortega, admitió que está "envuelto en una guerra mediática, de ideas", y siguen las firmas.
Algunos desentonan. Quizá porque, a diferencia de los otros, le perdieron el miedo a la libertad. "Defiendo la total e irrestricta libertad de prensa", dijo la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. No se quedó atrás su par de Uruguay, José Mujica: "La mejor ley de prensa es la que no existe", martilló. Ambos estuvieron en prisión y sufrieron tortura en los setenta por ser activistas de izquierda. No abrazaron ahora la "derecha reaccionaria" ni se vendieron al "imperialismo yanqui" y a los "intereses mediáticos" para convenir con total espontaneidad que "más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía". Lo dejó dicho Bolívar.
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