El microcosmos donde La Cámpora y el peronismo definen su futuro
Es el pequeño municipio de Hurlingham, al oeste del conurbano; allí se enfrentan la agrupación de Máximo Kirchner y el intendente Zabaleta; el nacimiento del “axelismo”
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Un microcosmos de apenas 35 kilómetros cuadrados encierra en su interior una confrontación de consecuencias sísmicas para el peronismo. Se trata de la disputa oficialista en el municipio de Hurlingham, un distrito nacido de la imaginación duhaldista en la década del noventa que ahora amenaza con definir el futuro de La Cámpora y el PJ. La agrupación de Máximo Kirchner transformó al pequeño municipio del oeste en la pieza más preciada del conurbano, como si se tratara del Jerusalén que deben conquistar sus cruzados para confirmar que tienen vida propia después del gobierno de Alberto Fernández. Por el contrario, el intendente “Juanchi” Zabaleta, que busca su reelección, aspira a vencer en las primarias a su retador camporista, Damián Selci, como si de su victoria dependiese la posibilidad de imaginar un peronismo sin Cristina Kirchner.
“Mi pelea es la tuya”, le murmuró un sindicalista al intendente pocos días atrás, en una muestra del valor simbólico que alcanzó la conflagración en ciertas áreas del peronismo. La guerra civil de Hurlingham transcurre en la provincia donde el kirchnerismo, en términos generales, se juega su potencial electoral. Zabaleta ironiza sobre la Jabonería de Vieytes, el mítico espacio previo a la Revolución de Mayo donde los patriotas lanzaban sus proclamas incendiarias, pero nadie tomaba las armas. Se siente el único que va a la carga, de verdad, contra los realistas.
Y todo ocurre en un pequeño fragmento de suelo bonaerense que lleva el nombre de un club inglés y que tuvo su origen urbano en el siglo XIX, alrededor de un molino fundado por un genovés de nombre Nicolás Maquiavelo, un insólito homónimo del primer teórico del poder, aquel que escribió: “No se puede evitar una guerra, solo posponerla para la ventaja de otros”. Una profecía que atraviesa el tiempo.
En la campaña de Hurlingham, la confrontación escaló en los últimos días con un final impredecible. Hubo carteles arrancados y pintadas con aerosol con la leyenda “La Cámpora” sobre la cara de Selci, con la convicción de que el sello kirchnerista restaría votos al candidato. Una panadería que tenía un cartel del camporista en su azotea fue clausurada por la municipalidad. “Cartelería no autorizada”, le estampó el acta de clausura al desconcertado panadero. Y en la agrupación de Máximo Kirchner acusan a Zabaleta de haber comenzado a “pegar bajo el cinturón” con la difusión de la noticia de dos dirigentes de La Cámpora detenidos tras un accidente de tránsito que dejó un herido. La espiralización fue vertiginosa.
Selci proviene de las filas de Martín Rodríguez, el subdirector Ejecutivo del PAMI, que encabezó el Concejo Deliberante del municipio y saltó a la fama cuando fue descubierto junto a la titular del organismo, Luana Volnovich, en un bar del caribe mexicano. El desembarco camporista del miércoles pasado para inaugurar un hospital del PAMI para 30 mil personas detonó los márgenes de la campaña. Luego llegaron los “golpes debajo del cinturón”. “Dejaron un tipo tirado, no tienen que enojarse, sino hacerse cargo”, replican en la intendencia sobre el incidente automovilístico.
La presencia de Máximo Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro en el lanzamiento de Selci confirmó el valor simbólico de la contienda de Hurlingham para la agrupación kirchnerista. Ahora quieren involucrarlo a Sergio Massa, que el 11 de julio le regaló una foto conjunta al camporista, en desmedro del intendente. Zabaleta fue después en busca de su propia foto con el candidato en un acto en San Martín. Se selló un frágil empate. “Yo no cantaba contra Massa en los actos”, replica Zabaleta, en recuerdo de los encuentros de La Cámpora en que el actual candidato presidencial era blanco de la hinchada.
Massa, Zabaleta y Amado Boudou se conocen hace siglos. Los tres formaron parte del útero gestacional del Anses en el primer kirchnerismo. Ahora, el ministro acusa en privado al intendente de haber “abandonado a un amigo”, en referencia a Boudou, de quien fue su mano derecha en su paso por el Senado. El ministro de Economía se envalentona para oficiar de juez de la lealtad porque hace poco se reconcilió con Boudou y lo llevó como asesor. Eso fue tras los años de ostracismo que pagó Boudou por la condena por el caso Ciccone, cuando el último vicepresidente de Cristina Kirchner fue encontrado culpable de apropiarse de una imprenta de billetes. Antes, mucho antes, Zabaleta había sido el armador político de Boudou cuando se perfilaba como heredero directo de Cristina Kirchner. Las lealtades son cambiantes.
La disputa se enardeció, pero la escalada de la interna de Hurlingham puede ser todavía más corrosiva. En La Plata circula un documento que advierte sobre una supuesta irregularidad en la venta de tierras del municipio a la empresa Edenor. ¿Se transformarán estos papeles ardientes en parte de la campaña? Los dueños de Edenor son José Luis Manzano, Daniel Vila y Mauricio Filiberti, más conocido como “míster cloro”; tres de los empresarios más vinculados a Sergio Massa. Alguno incluso ofició de intermediario entre el ministro de Economía y los fondos buitres en los tiempos en que Massa bregaba por un acuerdo veloz por la deuda, antes de transformarse en orador combativo y pedir que “el Fondo se vaya de la Argentina”. En la empresa de energía aclararon que la compra las tierras al municipio se realizó en la gestión anterior, cuando estaba a cargo de Marcelo Mindlin. Hurlingham parece un territorio mágico donde el pasado y el presente se confunden.
En La Cámpora atribuyen el recalentamiento de la confrontación de Hurlingham a que “a Juanchi no le dan los números” y avecina una derrota. En la intendencia responden con encuestas de Analía del Franco e Isonomía que muestran una ventaja del intendente y desmienten un enfrentamiento con Massa. Como muestra de amor señalan que la lista de concejales la encabeza Fabrizio Acuña, del massismo de Hurlingham. ¿Massa factura en ambos bandos? Impensable.
El “axelismo”
El intendente tiene a su favor que el gobernador Axel Kicillof practica un arte que el kirchnerismo ya identifica con su nombre: “el axelismo”. La disciplina consiste en solo preocuparse por la espalda propia y evitar tomar partido en controversias ajenas. La muestra máxima de “axelismo” fue la definición traumática de la candidatura presidencial del oficialismo. La Cámpora pretendía que Kicillof fuera el candidato a presidente, pero el gobernador jugó a favor de Massa porque sentía que la carrera presidencial era una pelea perdida.
Eran los tiempos en que, con la mirada puesta en las encuestas, Massa le confesaba a “míster cloro” Filiberti: “Yo estoy más para vice de Kicillof”. Pero la realidad contradice los deseos. El axelismo triunfó y el gobernador se quedó en la provincia. La frustración de Máximo Kirchner con Axel alcanzó dimensiones inimaginables. En el kirchnerismo incluso decodifican de forma diferente el mensaje de Cristina Kirchner en el acto donde explicó la candidatura de Massa, cuando dijo que no iba a bajar o subir candidatos “con una 45″ en la cabeza. Todos lo relacionaron con Scioli, pero juran que se refería al gobernador.
La paradoja bonaerense es que Kicillof mide mejor en las encuestas que Massa. Y los intendentes refuerzan la anomalía: advierten a la fórmula presidencial que dependen de una tracción de votos “de abajo para arriba”: una declaración de amor que, de un instante para otro, puede transformarse en una amenaza. ¿Son capaces de entregar boletas cortas a los votantes? La mayoría lo descarta. Lo entrevén por ahora como una jugarreta solo aplicable a municipios chicos, con población escasa. Pero solo por ahora. Si en el camino final a la elección de octubre se encuentran a pocos puntos de lograr la elección, hasta sus madres deberían cuidarse de las transacciones. Hay que tener en cuenta que, por la ley vigente, a la mayoría la ley les permite solo una reelección más. Todo o nada, como diría Patricia Bullrich.
Como si la confusión temporal fuera poca en Hurlingham, a las filas del camporista Selci se sumó el proverbial Juan José Alvarez, el primer intendente que tuvo Hurlingham tras su creación. Álvarez renunció en 2001 para asumir como ministro de Seguridad del gobierno de Carlos Ruckauf. Bajo su gestión estallaron los saqueos que aceleraron la caída de Fernando de la Rúa y la crisis lo llevó a secretario de Seguridad Interior de la Nación durante el efímero gobierno de Adolfo Rodríguez Saa y luego siguió con Eduardo Duhalde como presidente, hasta que quedó involucrado en la Masacre de Avellaneda, donde fueron asesinados los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Álvarez volvería a la provincia de la mano de Felipe Solá, hasta que Néstor Kirchner forzó su renuncia con denuncias contra la policía bonaerense, que él conducía políticamente. Ahora ayuda al kirchnerismo a recuperar el primer sillón que ocupó contra Juanchi Zabaleta, un dirigente que nació en las filas duhaldistas. Los papeles se invierten. Las líneas de tiempo se confunden en los giros del peronismo. Y Hurlingham hace girar el ciclo mientras gesta el futuro en su laboratorio microscópico de las ciencias políticas.
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