El #metoo del kirchnerismo y las víctimas como divas del sufrimiento
Las revelaciones sobre Alberto Fernández desataron una sorprendente reacción de los seguidores de Cristina, que buscan instalarla a ella como víctima de la violencia del expresidente; las señas de un encubrimiento
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Esperábamos lo peor de Alberto, pero tal vez no tanto. Alberto es capaz de superar su propio catálogo de iniquidades a cada minuto que pasa. Las fotos de su ex Fabiola golpeada se completan con una serie de circunstancias agravantes: que el expresidente la habría golpeado durante su embarazo, que la habría encerrado y hostigado, y que, ahora nos enteramos, ella no sería la única víctima. El inventario de horrores de Alberto se expande sin control: en un giro dramático, digno de un #metoo arrasador, descubrimos que la mujer más poderosa de la Argentina -la misma que compartió fórmula presidencial con él-, habría sido víctima de la violencia del mandatario peronista: Cristina Kirchner. ¿O está la Señora utilizando la causa noble de la violencia de género, banalizándola y bastardeando de esa forma a las verdaderas víctimas de violencia de género, porque le conviene a su agenda personal?
Cuando se destapó el escándalo de abusos sexuales en torno al productor de Hollywood Harvey Weinstein, que dio inicio al #metoo en 2016, las primeras denuncias contra Weinstein fueron seguidas de un vendaval de denuncias de mujeres, actrices y desconocidas, que sentían que su palabra se liberaba, que ahora podían hablar. Harvey Weinstein era el epítome de un sistema perverso, el síntoma del machismo sádico, la opresión y el abuso; ya no habría secretos, ¡no nos callamos más! Ahora es Cristina, la diva máxima de la escena argentina, quien alza su voz. Se suman al coro del daño el obediente Wado de Pedro, quien, como si fuera una versión trans de la actriz Asia Argento, se anima a enlazar vocablos contra Alberto (dice haber sido testigo de “maltrato” de Alberto hacia Cristina). También se suma a la acusación la Gwyneth Paltrow quilmeña, Mayra Mendoza, que dice tener “evidencias” de la violencia de Alberto contra Cristina.
Lombrosiana, Mayra evoca el fenotipo masculino violento y baboso que identifica con las señas personales de Alberto: bastaba mirarlo, dice, para saber lo que era. Alberto podría ser un doble de cuerpo de Harvey Weinstein, y aunque Mayra lo militó mil veces, al fin lo ve por primera vez, y nos devela una verdad tan inesperada como delirante: que la víctima esencial es Cristina. La Cámpora emite un comunicado donde confirma, como un agente de prensa de la diva, el nuevo rol protagónico de Cristina para esta nueva película del peronismo: Cristina víctima de violencia de género. Adornarse con los laureles de la víctima es acceder a un pedestal mágico, a la carta blanca que otorga el sufrimiento que goza de mayor legitimidad social; por eso Cristina se acurruca entre las dañadas.
Al fin el #metoo encuentra su destino sudamericano: lo que está en cuestión ya no es Hollywood, sino es el star system del peronismo y su producción de ficciones. Alberto estuvo al comando de narrativas que venden virtud, pero al escarbar un poco se advierte que esa supuesta virtud está ahí para encubrir algún crimen: sexual, fiscal, económico o de la más variopinta gama penal. Un sistema en el cual la actriz más taquillera, Cristina Kirchner, arma un elenco electoral con el violento conocido que pasa por “presidente de las mujeres”. Un sistema peronista en el cual la revolución de las mujeres parece más bien la marca registrada de un feminismo prebendario cooptado por los círculos del poder. Un feminismo woke y sumiso que no está realmente al servicio de las mujeres ni de la defensa de sus derechos, sino que revela que su supuesta superioridad moral es en rigor la mejor coartada para esconder su verdadera pasión: la protección de los machos poderosos. El peronismo como un sistema de encubrimiento y delitos de su star system que publicita y utiliza a las capitanas morales del feminismo y de la ciencia.
Por fortuna, Horacio “el Can” Verbitsky, montonero insigne de las huestes de los vacunados VIP, nos informa que al peronismo jamás lo han afectado las denuncias de género: el mejor ejemplo de esto es que Perón mismo convivía con una amante de 14 años, Nelly Rivas, y que sin embargo continúa siendo el líder espiritual del movimiento. Ufano, Verbitsky admite la veracidad de uno de los tropos gorilas por excelencia, al que le da la razón. El temita del género no es lo nuestro, como quien dice que el “verdadero peronismo” nunca tuvo que ver con eso, que la pose “verde” es para la gilada. La admisión de que Perón, el dios creador del movimiento, era pedófilo es la clase de declaración que cualquiera hubiera eludido tomándose un cohete a la luna antes que decir eso, pero, en tiempos de #metoo peronista, #nonoscallamosmás, nos comunica el Can, el abuso es parte integral, histórica, del peronismo.
La normalización de la pedofilia del Líder Supremo es, sin embargo, nimia en relación a lo que sigue en su espectacular artículo “Ojo negro”. El cánido nos cuenta que extrae de un “chat con científicos” (actores esenciales del gobierno de Alberto) la opinión de Dora Barrancos, pope del feminismo local y directora del Conicet. Dora comenta: “No tenés que explicarme nada. Mi esposo atendió a Fabiola y yo conozco toda la verdad” (Alberto jamás agredió a nadie). Es decir que la feminista máxima de la Argentina toma como máxima autoridad a su propio marido, en lugar de una mujer posible víctima de violencia de género, a la que patologiza a partir de una información que le dio… su marido. Es difícil imaginar un párrafo más machirulo, pero la sintaxis de lo que sigue es tan enrevesada y mal escrita que parece una prueba caligráfica de un mensaje de puño y letra de Dora.
Durante toda la presidencia, Fabiola no dio ninguna señal de rebeldía ni descontento. El maquillaje y el barbijo pandémico la escudaron: actuó su papel de hada de la asistencia social, habló para las cámaras cuando se lo pidieron. Fue una esposa ejemplar del peronismo, como también lo fue el feminismo progre que veía en Alberto el aliade cuyas corbatas verdes cifraban su compromiso con la causa. También fueron esposas ejemplares Cristina, Mayra y Wado, que no tuvieron ningún problema en avalar el sistema (y continuar la película) con tal de mantener sus privilegios hasta el último instante en el poder.
Que Cristina se declare víctima de violencia de género de Alberto es una banalización absoluta de la violencia de género, una bastardización de la violencia real que sufren tantas mujeres, pero es la clase de operación retórica que parece normalizada por el tratamiento que el progresismo le ha dado a la cuestión de la mujer. Pero en esta nueva epopeya larguísima, en esta nueva “Hora de los Hornos”, los que están en el horno son Alberto y ese linaje de abusadores que comienza Perón, según las palabras del vacunado can Verbitsky, y que engrosan Pedro Brieger, Alperovich, Espinoza y tantos machos peronistas que mezclan peligrosamente el abuso a las mujeres con la connivencia, la complicidad y el silencio del feminismo cooptado. Basta pensar en los derechos humanos violados durante la pandemia y los abusos de poder de Alberto, para comprender que la mujer mancillada, golpeada y vapuleada, en tándem con la esposa, es la República Argentina.
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