El menú envenenado que Cristina y Máximo Kirchner se resisten a probar
Alberto Fernández apela a una épica de la resignación para defender el acuerdo con el FMI; los mensajes cifrados de La Cámpora y la revuelta en la oposición
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Martín Guzmán obró un milagro con el pacto que firmó con el Fondo Monetario Internacional (FMI) después de dos años de negociaciones extenuantes: puso de acuerdo a Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Los dos piensan que la Argentina se ata a un programa económico desastroso para su futuro.
Ese consenso impensable se extiende a Javier Milei y Horacio Rodríguez Larreta; a La Cámpora y Elisa Carrió; al trotskismo y las diversas familias radicales. Es una forma retorcida de cumplir aquello que prometía Alberto Fernández en su primavera presidencial, cuando decía que venía a cerrar la grieta política.
El Presidente le ofrece a propios y extraños un menú envenenado: es esto o el default. Lo malo o lo peor. Es lógico que se enfrente a una feroz resistencia para superar el test del Congreso.
Para convencerlos de que muerdan el fruto amargo, Fernández se abraza a una llamativa épica de la resignación. En su boca, las virtudes de la hoja de ruta que propone seguir hasta el final del mandato consisten en que el FMI le permite seguir más o menos como hasta ahora. Sin reformas estructurales, con el ajuste gradualista del déficit que Guzmán empezó tiempo atrás, con lluvia de deuda indexada en pesos, con múltiples cepos y controles. El discurso oficial de defensa del acuerdo copia al de un enfermo que festeja quedarse en terapia intensiva.
Máximo Kirchner no cede. Sigue firme en la pataleta de rechazo que plasmó hace un mes en un comunicado. Supervisa en persona los tuits anti-FMI que La Cámpora envía a diario como misiles teledirigidos a la Casa Rosada. Y se tomó el trabajo de instalar una excusa adrede inverosímil (el inicio de clases de su hijo) para resaltar aún más su ausencia en la Asamblea Legislativa donde Fernández pidió apoyo al acuerdo.
— La Cámpora (@la_campora) March 4, 2022
“Es estratégico –dice un dirigente de La Cámpora que ha mantenido reuniones con empresarios y diplomáticos para explicar la postura de su jefe-. Máximo ve que con el acuerdo el sistema político se mueve hacia el centro. Nosotros ahí adentro nos diluimos en la intrascendencia, y la rebeldía queda para los extremos. No podemos rifar la identidad. El Fondo es ‘el’ enemigo”.
El razonamiento asume la idea de que con un programa de ajuste del gasto, tarifas descongeladas y alta inflación como el que se propone resulta casi imposible para el Frente de Todos ganar las elecciones presidenciales del año que viene. Si, como han dicho Cristina y Máximo, la austeridad que le atribuyen a Guzmán los hizo perder en el 21, ¿cómo podría revertirse el deterioro del salario real y el pesimismo social al cabo de dos años más en ese rumbo?
Los Kirchner no ofrecen una alternativa. Pero no quieren mancharse las manos con un plan que, a su juicio, se negoció sin picardía. El futuro consiste en hallar una vía de supervivencia política (aunque solo sea en un bastión, Buenos Aires).
A Guzmán no le reprochan los números finos. Ni siquiera que haya transigido en los aumentos de tarifas energéticas, que según los funcionarios cristinistas no iban a superar el 20% este año y finalmente superarán de largo el 80% en promedio. Con afectación incluso para quienes pagan la tarifa social. Lo imperdonable, según los accionistas mayoritarios del Frente de Todos, fue haberse atado “la soga al cuello” de las revisiones periódicas de los enviados de Washington.
Máximo y Cristina reclamaban firmar una reprogramación de los vencimientos de la deuda de 45.000 millones de dólares que tomó el gobierno de Macri. Patear todo para adelante. Guzmán, en cambio, consiguió una refinanciación. El FMI girará el dinero ante cada cuota que se debe saldar del préstamo anterior. Podrá negarse si se incumplen las metas.
“El FMI tiene el dedo en el gatillo. En 2018 para que gane Macri y no volvamos nosotros pusieron 45.000 palos verdes. Ahora es más fácil. El año que viene nos bochan una revisión y chau, nos mandan al default”, dice un camporista que repite conceptos del hijo de la vicepresidenta.
La frase aloja un concepto central: los Kirchner tienen plena conciencia del caos económico que significaría una cesación de pagos con el FMI. Funcionarios que defienden la negociación de Guzmán los acusan de hipócritas. “No quieren una crisis que los lleve puestos, pero esperan que seamos otros los que nos embarremos”, critica un diputado que trabaja para que el proyecto pase este viernes la aprobación de la Cámara. El Senado es terreno aún más hostil.
En la línea de convencer a Máximo operan dirigentes de distinto origen. El sanjuanino José Luis Gioja, un peronista viejo que los Kirchner respetan, ofreció un eslogan para apoyar el acuerdo sin entregar las banderas: “Voy a votar a favor con la nariz tapada”. Carlos Heller, interlocutor habitual del jefe de La Cámpora, le copió ayer las palabras. ¿Podrán convencerlo de que no rompa la disciplina del bloque que decidió no presidir más?
Hasta ahora la expectativa optimista es que se abstenga. “No le va a regalar a la oposición el show de un discurso contra Alberto ni un voto negativo”, teoriza un peronista que lo conoce bien.
El gesto de Wado
En la Casa Rosada sugieren mirar los movimientos del ministro del Interior, Wado de Pedro, lugarteniente de Máximo y embajador de Cristina ante el Gobierno. Estuvo toda la semana en España, donde desplegó una agenda de contactos con funcionarios del gobierno socialista de Pedro Sánchez y empresarios. Desde allí, se encargó de distribuir una imagen viendo en un iPad la Asamblea Legislativa, sentado en un stand de Meta (ex Facebook) en el Congreso Mundial de Móviles de Barcelona. Después difundió declaraciones elogiosas a Fernández: “El Presidente marcó claramente los desafíos y el rumbo que tenemos por delante”.
Fuentes españolas retrataron que en sus reuniones oficiales y reservadas se presentó siempre como un enviado de Alberto y que describió el acuerdo con el FMI como solución obligada ante la deuda heredada. El sábado lo expresó a cara descubierta en una entrevista con El País, en el que dijo que el entendimiento “evita la catástrofe económica argentina”.
Fernández sumará a De Pedro a la comitiva que este mes viajará a Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, que coincidirá con el momento álgido del tratamiento del programa económico en el Congreso. ¿Será un juego de policía bueno/policía malo pactado con Máximo?
El dilema culposo de la oposición
Los opositores intentan descifrar los movimientos contradictorios de la coalición peronista. A medida que se acerca el debate aumenta entre ellos la convicción de que los Kirchner quieren tenderles una trampa. Algunos incluso incluyen a Fernández como cómplice del complot. “Nos tiran un programa horrible bajo amenaza de default. Pero ellos se quedan en la vereda de enfrente criticando. Cristina calla y va construyendo el caso, como diría un abogado. Cuando todo salga mal, porque va a salir mal, dirán que la culpa es de Alberto y de nosotros”, dice uno de los referentes centrales del Pro.
Juntos por el Cambio es un hervidero. La carencia de un liderazgo claro nunca fue tan evidente como ante este debate incómodo, en el que se les cruza una sensación de culpa por tratarse de la deuda que tomó el gobierno macrista.
Fernández, incapaz de despertar fervor con su proyecto, atiza esa interna para insuflar ánimo en la tropa propia. Lo hizo con su discurso ante la Asamblea, cargado de dardos a Macri. Celebró como un chico que los diputados del Pro se hubieran retirado del recinto, mientras los radicales y los de la Coalición Cívica se quedaban.
Ese episodio reveló la alarmante falta de coordinación en el principal frente opositor. A Larreta la movida lo sorprendió en el palco de autoridades. Se retiró sin que las cámaras lo percibieran. No tenía opción, pero fue crítico en la intimidad de la forma en que se resolvió y los efectos que tuvo. Esa misma noche, en la cumbre del Pro que se celebró en la casa donde vive Macri en Acassuso se debatió cómo pararse ante el acuerdo.
Larreta hizo énfasis en evitar a toda costa una situación de default, que tendría derivaciones inimaginables. “No hay ganadores posibles”, dijo. Patricia Bullrich matizó que Juntos por el Cambio no puede hacerse cargo de esa situación. “Si hay default tenemos que dejar claro que es por culpa de Máximo, Cristina y compañía; no de nosotros”.
La coincidencia sin matices es que el acuerdo da vía libre a construir una bomba de relojería para el próximo gobierno, sin solucionar siquiera los problemas de corto plazo. La mayor preocupación tiene que ver con la bola de nieve de la deuda en pesos, cuyo aumento parece inevitable al analizar la lógica del programa. El FMI pactó unas metas de déficit no muy estrictas en 2022 y 2023, acompañadas por un límite a la emisión monetaria. Endeudarse en el mercado local con instrumentos de corto plazo e indexados a tasas altas es la herramienta que Guzmán y el Banco Central tienen a mano para financiar el rojo fiscal.
Bajar la inflación y desmontar los cepos parece ciencia ficción en ese esquema. El ritmo del ajuste se acelera en los años posteriores al fin del mandato de Fernández, al tiempo que se elimina en 2024 la emisión como instrumento para cubrir el déficit.
Si -como celebra el Presidente- no se encara ninguna reforma estructural que corrija los desequilibrios crónicos de la economía argentina, solo queda apostar por un milagro. “Es un puente para llegar al 23. Pero para llegar peor”, sintetiza un economista opositor.
La discusión es política, no técnica, con la mira puesta en las elecciones. Los “halcones” del Pro reclamaban votar en contra; otros creen que se puede facilitar la aprobación en general con una abstención y rechazar después el artículo que incluye el programa económico. Los radicales también están divididos. Gerardo Morales promueve facilitar la aprobación, mientras que en Evolución -Martín Lousteau, Rodrigo de Loredo- insisten en que el proyecto tal como está “es invotable”. Carrió pugna por encontrar una forma de “salva a Fernández del golpe que le prepara Cristina”.
La hostilidad del Gobierno lleva la discusión a una dinámica imprevisible. “Quizás arreglamos una postura, pero se va todo el diablo en la sesión cuando empiecen a repartir culpas y a insultarnos. No hay que descartar que votemos todos divididos”, se resigna un diputado de la cúpula del Pro. Hay que prestar atención al juego de un Macri reempoderado: sus seguidores sienten la presión por defender el plan de 2018 que llevó a su administración a pedir asistencia al FMI.
Estados Unidos y la guerra
Fernández no afloja la presión. Puso en el mensaje del proyecto una evaluación lapidaria sobre la gestión de Macri y alienta a que el discurso de defensa del acuerdo que tanto sufrimiento le costó sea un juicio a su antecesor.
La obsesión por rivalizar con Macri hizo que bramara de furia con la visita que le hizo al expresidente el nuevo embajador de Estados Unidos, Marc Stanley. En el Gobierno lo toman como una represalia por el imprudente viaje de Fernández a la Rusia de Putin, que incluyó una oda antiamericana en los salones del Kremlin donde ya se proyectaba la inhumana invasión a Ucrania.
Hasta en el kirchnerismo duro evalúan como un “dramático error de cálculo” aquella jugada de Fernández. La guerra que no esperaba lo obligó a girar y alinearse, en cuotas, con las condenas occidentales a Moscú. Era condición sine qua non para que el directorio del FMI aceptara tratar el caso argentino.
El drama bélico forzó cambios de última hora en el acuerdo, ante la disrupción económica mundial. En el Gobierno hay alarma por la suba de los combustibles, que solo en parte será compensada por los mayores ingresos por la venta de alimentos. Las fantasías de subir retenciones vuelven a la vida, aunque el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, se encargó de anunciar que “el Presidente no tiene previsto” hacerlo. ¿Piensa lo mismo el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, que responde solo a Cristina?
La inflación prevista en el acuerdo está entre el 32% y el 48% para este año. Un mínimo desliz y ya empatará o superará al 50,9% de 2021. El tipo de cambio debiera subir a ese ritmo o más. La prioridad del FMI es que la Argentina refuerce sus reservas. Lógico: el acreedor quiere cobrar. Fernández y Guzmán no convencen ni a los propios de que podrán mantener el crecimiento y alentar la inversión.
La urgencia pasa por evitar el “daño inconmensurable” que significaría incurrir en atrasos con el Fondo, como dicen los fundamentos del proyecto de ley. El presente apremia como para imaginar el futuro. Mucho menos para preocuparse por la herencia, como hacen los opositores que imaginan sucederlo. Unos construyen la “bomba de tiempo”, otros piensan cómo desactivarla.
Es el ciclo interminable de la política argentina, en un vértigo permanente que impide pararse a pensar si no será que la bomba ya explotó hace rato y lo que sufrimos son los efectos de una persistente onda expansiva.
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