El mensaje que esconde El Plumerillo
La emancipación de Chile y Perú de la corona de España fue la iniciativa más relevante y exitosa que se pensó y ejecutó desde la Argentina. Cuando se la exalta, se celebran el cruce de los Andes, las victorias de Chacabuco y Maipú o la expedición a Lima. Es más difícil que alguien se emocione con las rutinarias tareas que se llevaron a cabo, durante más de un año, en los galpones de El Plumerillo.
Esa indiferencia quedó registrada en un detalle: el campamento se convirtió en un baldío, hasta que, en 1899, un grupo de mendocinos levantó allí una pirámide con los escudos argentino, chileno y peruano. Sin embargo, la clave de la hazaña de José de San Martín fue El Plumerillo. En ese paraje rural construyó cuarteles, fabricó cañones, confeccionó uniformes, elaboró la pólvora, entrenó soldados. Allí se organizó la logística y se preparó toda la maniobra militar. Sin esa etapa, todo lo demás hubiera sido un desastre.
En semanas en las que se vuelven a utilizar, con demasiadas licencias poéticas, metáforas castrenses para explicar la lucha contra el coronavirus, conviene recordar esa fase gris de la gesta libertadora. La de la programación. No solo porque hace notar las enormes imprevisiones de los gobiernos frente al coronavirus. También porque ayuda a comprender que hoy la sociedad y, sobre todo, la administración deberían estar preparándose para una tarea muy exigente: la salida de la dolorosísima recesión que van a dejar la cuarentena y el distanciamiento social.
La mayoría de los líderes políticos fueron sorprendidos por la epidemia. Es habitual poner el foco en las extraviadas profecías de Ginés González García. Pero ningún otro sanitarista, de ninguna jurisdicción, se atrevió a discutirle. Y, mucho menos, se adelantó a comprar los reactivos indispensables para realizar los tests que permitieran no transitar a ciegas en medio de la peste. Hay ejemplos peores. En Estados Unidos, Donald Trump anuló las partidas previstas por Barack Obama para combatir olas de contagios. Los republicanos, en general, prefieren limitar las amenazas a la seguridad nacional al terrorismo y el narcotráfico. Trump eliminó también la oficina creada por Obama para atender pandemias y exoneró a su titular, Timothy Ziemer.
La superación del naufragio económico va a requerir la capacidad de anticipación que no apareció en el terreno sanitario. Hace falta definir cuál será la estrategia para salir de la recesión Y, sobre todo, cómo se va a reconstruir el entramado empresarial. Es decir, cómo se salvarán del hundimiento las organizaciones que a lo largo de los años han acumulado capital, tecnología y conocimiento y han desarrollado mercados para generar empleo y producir riqueza. Ese es el motor de cualquier reactivación. Alrededor de este desafío debería montarse un "Plumerillo".
Alberto Fernández y su entorno van en la dirección contraria. Su último reflejo pavloviano frente al drama económico es la creación de un impuesto a la riqueza. El rasgo sobresaliente de la iniciativa, ideada por Máximo Kirchner y elaborada por Carlos Heller, es que está cerrada a cualquier debate. Sencillo: la denominación "impuesto patriótico" amenaza con una condena moral a todo aquel que plantee alguna duda. A pesar de ese cerrojo, el proyecto es discutible.
Una primera curiosidad es que se creará un impuesto que ya existe. Es el impuesto a los bienes personales, cuyas alícuotas el actual oficialismo aumentó. Se trata de un tributo que existe en muy pocos países. La razón es que, si se observa bien, grava dos veces lo mismo: el contribuyente ya aportó otro impuesto cuando generó los recursos para adquirir los bienes por los que está, de nuevo, pagando. Estos gravámenes suelen ser importados de países desarrollados, donde las fortunas son incalculables y donde existen muchos subterfugios para evadir. En Estados Unidos, por ejemplo, la relación entre el salario de un alto ejecutivo y el de un trabajador es de 221 a 1. En una gran corporación argentina, es de 50 a 1.
En el contexto de la actual ecuación económica, el nuevo impuesto es, además, muy elevado. Hoy por un ahorro se puede obtener una remuneración cercana a 0. Por lo tanto, una exacción de, por ejemplo, 2% anual, equivale al rendimiento de varios años. Además, a muchos de los que tendrán que pagar este tributo el Estado ya los castigó de otra manera, al declarar la cesación de pago de sus títulos. Hay otra circunstancia especial: el recurso de irse del país por exceso de presión impositiva, tan común en otras sociedades, hoy está vedado. Nadie puede viajar para fijar su domicilio fiscal en el exterior. El coronavirus es un aliado de la AFIP. Esta claustrofobia tributaria, lejos de afligir al joven Kirchner, tal vez le dibuje una sonrisa. Un último detalle: el Gobierno debería pensar si con esta medida no inquieta al sistema financiero. Los bancos atesoran depósitos en moneda extranjera por 18.000 millones de dólares. Son reservas del Banco Central. No vaya a ser que a alguien se le ocurra irse del sistema por miedo a la voracidad del Estado.
Si se la toma como una propuesta aislada, la del impuesto a la riqueza puede ser motivo de polémica. Si se la enhebra con otras decisiones y conceptos, refuerza una tendencia problemática. El Presidente trató de miserables a los empresarios. Da la impresión de que se regodea con la idea, tan discutible, de que "un bichito" está destrozando al capitalismo. Desatiende en sus conferencias de prensa, donde no hay economistas, las penurias materiales, que conspiran para que el distanciamiento social se vuelva insostenible. Las medidas para aliviar a las empresas que no tienen ingresos, como los créditos a tasa subsidiada, todavía no se han ejecutado. Siempre que sean alguna solución: la mayor parte de los pequeños o medianos empresarios inactivos están pensando más en la convocatoria de acreedores que en endeudarse para pagar sueldos. Los que lo hagan, además, deberán despojarse del secreto fiscal. No sus empresas. Ellos, como personas físicas. Además, las compañías fueron obligadas a pagar los sueldos, por igual, de los que trabajan y de los que se abstienen de hacerlo por temor al contagio. Un desatino que el ministro Claudio Moroni intenta corregir. Las resoluciones oficiales no pueden ser evaluadas fuera del contexto de emergencia en que se adoptan. Sin embargo, el Gobierno se abstiene de proponer una estrategia de salida para la parálisis productiva. El perfume discursivo que emana de la Casa Rosada indica que para el Presidente los empresarios son parte del problema. Es lo contrario de lo que está planteando la izquierda más inteligente en otras sociedades. En los Estados Unidos, por ejemplo, el desafío del ala socialista del Partido Demócrata, identificada con Bernie Sanders, es llevar adelante un plan de salvataje de las compañías que no sea aprovechado por los accionistas o gerentes con recompra de acciones o distribución de dividendos. A nadie se le ocurre allí que se recuperará bienestar sin salvar a las empresas.
El espejo de China
Es curioso que esto no esté del todo claro para un grupo político que, como el oficial, se mira en el espejo de China. Lo que viene sucediendo en ese país desde hace cuarenta años es una experiencia impresionante de creación de grandes corporaciones, capaces de competir con las multinacionales occidentales, con inyección de recursos del Estado. Salvo que lo que agrade del modelo chino sea su dimensión dictatorial. Por suerte, algunos simpatizantes del oficialismo no dogmatizan esa fascinación: ayer, Horacio Verbitsky consignó que China demoró en alertar, con la complicidad de la OMS, sobre la expansión del Covid-19. A pesar de una alerta temprana de Taiwán. El escándalo llevó a Trump a retirar financiamiento de ese organismo. Quizá se explique así la necesidad china de ofrecer ayuda humanitaria con envíos que llegan, en el caso de la Argentina, con la leyenda "los hermanos sean unidos".
Con independencia de las referencias internacionales, es notoria la demora del oficialismo para ofrecer una hoja de ruta ante el derrumbe de la vida material. Por momentos, da la impresión de que el Presidente tiene invertida la flecha del proceso. Días atrás confesó que se sentía "como Néstor en el año 2003". En aquel momento, Kirchner tenía el derrumbe del año 2001 a sus espaldas. Alberto Fernández tiene un 2001 por delante. Va hacia la quiebra de empresas; la ruptura de contratos; el atraso cambiario que asfixia al sector agropecuario; una caída de producción petrolera que obligará a importaciones por miles de millones de dólares el año que viene; tal vez las cuasimonedas. En las próximas horas, como adelantó LA NACION el lunes pasado, es muy probable que el país vuelva a caer en default. Casi todos los factores de esta dinámica se deben al coma inducido (Krugman) por el que el país optó ante la pandemia. Agravado por las comorbilidades propias: una recesión preexistente y altísima inflación.
La incógnita frente a este paisaje es si en el corazón del gabinete tienen una imagen de la Argentina que hay que construir una vez que la peste haya cedido. El Gobierno cuenta con dos ventajas inestimables. Una es el impresionante fortalecimiento del liderazgo presidencial. Hay que remontarse, ahora sí, al Kirchner de 2004 para encontrar semejantes porcentajes de adhesión. La otra es una plasticidad política sin antecedentes para imaginar reformas de largo plazo. Es paradójico, pero el virus dotó a Fernández de una de esas catástrofes que la Argentina necesita para aceptar grandes reformulaciones. Más allá de los impuestos de emergencia, él podría emprender un rediseño tributario que discuta impuestos malsanos, como las retenciones, Ingresos Brutos, débitos bancarios, etc. La reforma laboral se está haciendo sola, por impulso de empresarios y sindicalistas que temen terminar de caer en el abismo. El Estado tendrá más derecho a proponerles cambios productivos, porque en la etapa que viene habrá más protección. Algunos ministros se animan a confesar que están gestionando la crisis, sin mayor inconveniente, con la mitad del personal de su cartera. Las cuasimonedas, con su reaparición imaginaria, además de dejar pesos disponibles para comprar dólares, ocasionarían un perjuicio adicional: bloquearían una discusión inevitable sobre los gastos provinciales. Hay distritos donde el salario estatal supera al privado en 30%. Y no son distritos ricos. Entre las ventajas para abrir esta agenda, está que el Fondo Monetario es más propenso a financiar una salida. Como venían reclamando algunos economistas –Alfonso Prat-Gay fue de los primeros, en Financial Times–, Kristalina Georgieva anunció ayer que en las próximas horas pedirá a los gobernadores del FMI un respaldo para lanzar un paquete de ayuda internacional excepcional, por el monto y por el modo de otorgamiento.
Georgieva citó a T.S. Eliot: "April is the cruelest month". Abril es el mes más cruel. No se sabe hasta cuándo habrá de extenderse la crueldad. Por eso Fernández debe montar su Plumerillo.
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