La clase política local se mira en los espejos de Bolsonaro y Lula; Cristina y Máximo Kirchner empiezan a ponerle límites a Massa y complican su estrategia con el Fondo; la controversia italiana de Angelici que lanza una sombra sobre las elecciones porteñas
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La geografía, igual que la Historia, nos condiciona, nos determina. Por eso es importante para la Argentina lo que sucede en Brasil. Estamos condenados a estar juntos. Obviamente, hay otras razones. Una de ellas es la dimensión que tiene Brasil en nuestra región, donde es el país más importante, más voluminoso y más decisivo. Si uno mira el mapa, salvo con Ecuador y con Chile, Brasil limita con todos los países de Sudamérica. Es decir, lo que pasa allí nos pasa a todos. Pero, además, hay otras dos razones por las cuales es relevante mirar lo que está sucediendo en la política brasileña con las elecciones.
La primera, y esto tiene que ver con el debate ideológico que se da en toda la región, es que son elecciones recepcionadas por la clase política argentina como si fueran propias. Hay una especie de juego de espejos, donde en muy buena medida el Gobierno, el Frente de Todos, se mira en la peripecia de Lula da Silva. Y no todos los sectores de la oposición, pero si algunos, -sobre todo en el PRO y los libertarios de Milei-, se miran en el espejo de Bolsonaro. ¿Por qué esto es importante? Porque se está procesando en Brasil una historia cuyo destino no conocemos, pero empezamos a ver en estas elecciones. Se está estabilizando un populismo de derecha encarnado en Bolsonaro, que tiene aires de familia con lo que ha venido pasando en Estados Unidos con Trump, con lo que viene sucediendo con muchas expresiones de esta nueva derecha que se define sobre todo por la exclusión de otros. En el centro de este problema está el inconveniente de la falta de trabajo y, en algunas sociedades, el de la inseguridad.
Todas estas son razones por las cuales las elecciones de Brasil tienen un mensaje para la dirigencia argentina. Aun cuando sabemos que trasladar esos mensajes conduce automáticamente a un error, sobre todo en un país como Brasil que tiene una historia muy distinta de los demás países de la región, hispanoamericanos. Lo primero que miramos en esta elección es una novedad brasileña. Es un país que tradicionalmente no ha sido, en términos políticos, de grandes oposiciones, de intransigencia. En Brasil, a nivel político, pero también social, queda mal pelearse. Es muy difícil encontrar brasileños que se peleen nítidamente con alguien. En la política ha pasado lo mismo a lo largo de muchísimas décadas. Ahora no. Ahora, si uno quiere, se parecen más a nosotros, una sociedad donde hay una gran polarización que está cifrada no tanto en algo positivo, en ir detrás de una agenda o un líder, sino más bien en ir en contra del otro, por la vía negativa.
Y sucede algo en Brasil con esta polarización que sucedió hasta hace poco en la Argentina y daría la impresión que estaría dejando de suceder. Los dos polos toman prácticamente todo. En la Argentina, kirchnerismo y antikirchnerismo ocupan cada vez menos espacio dentro de la totalidad de la política y empieza a haber drenajes, pérdidas de votos en las dos direcciones. En Brasil, en cambio, Lula da Silva y Bolsonaro concentraron en el 91% de los votos, con otra peculiaridad. Si uno mira los mapas de las elecciones presidenciales brasileñas de los últimos 20 años, desde hace más o menos una década empieza a suceder que el que gana no se impone en todos los estados, como pasaba antes. Hoy vemos un mapa de dos colores. Del centro al sudeste y sudoeste, el color de Bolsonaro, el azul. Y el colorado del PT en todo lo que es el gran nordeste brasileño, donde Lula sigue ejerciendo una especie de monopolio.
Otra novedad: Lula no hizo la elección que le prometían las encuestas. Hay un misterio en las encuestas brasileñas, pero Lula no ganó como anunciaban tantas investigaciones de opinión pública, en primera vuelta, con más del 50% de los votos. Sacó el 48% de los votos. Esto indica algo importante, que interpela a la Argentina y al kirchnerismo: cuidado con menospreciar el problema de la corrupción o de tratar de enmascararlo con un relato, que en el caso de Lula es muy similar al del kirchnerismo, el relato del lawfare. Solamente se pone el acento en las eventuales manipulaciones, reales, que puede tener el sistema judicial, y no en el problema de fondo, que son bolsones de corrupción nunca vistos. Ahí el tema de la dificultad que tiene la izquierda brasileña para obtener los niveles de adhesión que esperaba por un problema de imagen, de percepción de corrupción -muy alimentada por el Lava Jato y Petrobras- afectó especialmente a Lula.
Bolsonaro hizo una elección mejor de lo que se esperaba. Es más, obtuvo un caudal de votos muy superior a su trayectoria en las encuestas en los últimos dos o tres años. Nunca en esos dos o tres años había logrado perforar un techo del 40%, siempre estaba en la franja de los 30. Ahora sacó el 43% de los votos. No solo eso. Por la elección parlamentaria, tanto el Partido Liberal del que forma parte Bolsonaro como sus aliados -Unión Brasil, Partido Progresista y Republicanos- van a pasar a dominar no la mayoría, pero si una primera minoría muy amplia en el Congreso. Lula va a tener que pensar de nuevo su plan político porque va a aparecer un Congreso mucho más opositor y más de derecha, si es que gana la segunda vuelta, como se presume.
Estamos diciendo que hay un laboratorio brasileño en el cual se están procesando novedades que aparecen en otros lugares del mundo y hay una que, a lo mejor, obliga a ver un costado de la popularidad de Bolsonaro que no aparece en las encuestas porque, por muchísimos motivos razonables, a mucha gente le da vergüenza decir que lo vota. Ese factor reside en una comparación que ha hecho el investigador del CONICET Bernabé Malacalza y que mide la gravitación de Bolsonaro en las redes sociales en comparación con Lula, en una cultura que va a cada vez procesando más la política en estos medios.
En Facebook, 12 millones de seguidores son los que tiene Bolsonaro contra los 5 millones que tiene Lula. En Twitter, 9 millones de Bolsonaro contra 4 millones de Lula. En Instagram, hablamos de 21 millones contra 7 millones. En TikTok, 2 millones contra 1 millón. Bolsonaro les debe muchísimo a las redes sociales. Además, algunas de ellas parecieran tener una lógica interna favorable al tipo de discurso del Bolsonaro, que es un discurso muy simplificador, peyorativo y agresivo.
¿Qué nos está indicando este resultado electoral? Hay algunos mensajes cifrados para la Argentina y, sobre todo, para el kirchnerismo. Para que Bolsonaro haya alcanzado el 43% de los votos y tenga ese nivel de atractivo en las redes sociales, tiene que suceder algo que no está previsto en la cabeza de todo el mundo y es que la derecha empiece a expresar a los descontentos. Dicho de otra manera, que la izquierda pierda el monopolio de la insatisfacción, de la rebeldía. Esto está pasando en Brasil y probablemente también esté pasando en la Argentina, si uno mira. por ejemplo. el voto que obtuvo Javier Milei en zonas muy humildes de la Capital Federal, donde uno presume que hay gente que lo vota no tanto por su discurso ideológico sino porque está enojado. Esto genera mucha expectativa en los candidatos que están cultivando en la Argentina un discurso de orden, con Patricia Bullrich a la cabeza -a quien le está yendo muy bien en las encuestas- y otros que tocan músicas similares, como Miguel Pichetto. En el fondo de todo también está Macri, a quien lo debe estar interpelando mucho esta trayectoria de Bolsonaro en Brasil.
Obviamente, también lo interpela a Lula, que ha obrado una especie de milagro que no le sale a Cristina Kirchner: logró retener buena parte de su representación. Hizo una buena elección y sobre todo ratificó el monopolio que tenía en todo el nordeste, en las zonas pobres de Brasil. Pero al mismo tiempo tuvo la plasticidad de ir hacia el centro. Se alió como candidato a vicepresidente con Geraldo Alckmin, que fue gobernador del estado de San Pablo durante muchos años, un hombre que viene del partido de Fernando Henrique Cardoso, partido que en estas elecciones sucumbió. Lula intenta hablarle a la clase media y a los mercados con esa asociación. Y hace más. Antes de la elección, se junta con Henrique Meirelles, expresidente internacional del Banco de Boston, su presidente del Banco Central en la época en que él gobernaba y ministro de Hacienda de Michel Temer. El hombre que hizo las reformas de centroderecha, promercado, de la era Temer, antes de que llegara Bolsonaro al poder. Este giro probablemente lo tenga que profundizar buscando alianzas con candidatos de centroderecha y deberá dar vuelta una baraja muy importante si quiere ganar: quién va a ser ahora su ministro de Hacienda, y cuál va a ser su plan económico, cosa que viene tratando de ocultar insistentemente durante toda la campaña.
¿Cómo se compara esto con la Argentina? Aquí está el drama de Cristina Kirchner. La vicepresidenta intentó girar hacia el centro con Alberto Fernández, le salió mal por muchas razones y hoy está en una contradicción. Está identificada con un doble ajuste económico. El ajuste de una falta de programa, que lo hace el mercado a ciegas, y el ajuste que intenta tímida, torpemente, Sergio Massa. Por donde se mire la palabra ajuste -sea el que hace el mercado o el Gobierno-, Cristina Kirchner está identificada con el problema. Y al mismo tiempo se propone representar a los descontentos de ese mismo ajuste.
En esta instancia es donde empieza a haber insatisfacción dentro del kirchnerismo. Es el problema que le acaba de aparecer a Massa. En realidad, es el que recurrentemente, cualquiera sea su ministro de Economía, Guzmán o Massa, le aparece a Alberto Fernández en la relación con Cristina Kirchner, con La Cámpora y con Máximo Kirchner. ¿Por qué? Porque Cristina y Máximo Kirchner son conscientes de que han perdido votos a manos de la abstención. Han perdido los votos de pobres que no van a votar, que no encuentran ningún atractivo en el menú que se les ofrece. Han perdido votos a manos del trotskismo, cosa que Máximo Kirchner mira obsesivamente todo el tiempo, dentro y fuera de la Cámara de Diputados. Todo esto es lo que le hace ruido al kirchnerismo, por esta fuga de votos a la izquierda.
Pero también hay votos que se fugan hacia la derecha. Si vamos hasta el fondo del problema, exagerando mucho y tocando un tema delicado, si uno mira todo lo que supimos a partir del atentado contra Cristina Kirchner, a partir de ese episodio tan traumático, muchos empezamos a mirar manifestaciones de descontento ligadas a jóvenes que se identifican con la ultraderecha, en el borde del nazismo. Si uno mira sociológicamente, en nuestros casilleros mentales, esa sociología era la que representaba el kirchnerismo por lo menos hace 20 o 15 años. Ahora pareciera que no. Que hay en esa sociología movimientos o pulsiones inquietantes, desagradables, de odio a Cristina, de violencia.
Bueno, quiere decir que estamos viendo un país que se va modificando delante de nuestros ojos y que, en alguna medida, se puede mirar en el espejo de esa derecha que reclama para sí la reivindicación social, al modo Trump. También esto era algo difícil de entender para la sociedad americana: un republicano de derecha, empresario que habla en favor de proteger el salario y el trabajo, en términos populistas, de los obreros, que naturalmente estaban ligados al partido Demócrata.
¿Qué es lo que inquieta a Cristina y Máximo Kirchner? Este es un cuadro elaborado por uno de los mejores expertos en pobreza que tiene la argentina: Martín García Rosada. Va midiendo semestres y esta última medición es el nivel de pobreza entre abril y septiembre de este año.
Este es el pronóstico de lo que va a suceder en la medición de septiembre, un nivel del 40%. Es la curva de la pobreza, que está ligada, obviamente, a lo que está pasando con la inflación. Es lo que no puede pasar en un gobierno kirchnerista, y es lo que inquieta a Cristina Kirchner. Por eso saca la semana pasada un tuit, todo lo considerado que puede ser, observando este fenómeno, pero poniendo una gota de duda sobre el nivel de adhesión o de respaldo que ella tiene hacia la política que está llevando adelante Sergio Massa, con niveles de inflación muy altos, que no logra doblegar. “El Indec publica datos sobre el descenso de la pobreza del 37,3% al 36.5 en el primer semestre de 2022″, dice Cristina Kirchner. “Sin embargo en el mismo período, la indigencia aumentó del 8,2% al 8,8%. Esto evidencia el fuerte impacto del fuerte aumento de los alimentos”. Después le pide a Massa que intervenga en ese mercado.
Ahora vamos a ir a otro tuit que explica el de la señora de Kirchner, hecho por alguien muy ligado a ella: Artemio López. Es la misma música, casi la misma letra. “Sabemos que la pobreza bajó porque se transformó en indigencia, que subió. Un sube baja producto combinado del descontrol en precios de alimentos y salarios de hambre”. Subrayo “salarios de hambre”. “Estamos mal. Ahora para discutir pobreza e indigencia hay que incluir el tema distributivo y ahí, estamos peor”. Esto lo está diciendo un sociólogo experto en opinión pública del corazón del kirchnerismo. No viene del trotskismo, tampoco viene de la oposición de Juntos por el Cambio. Muy probablemente el tuit de Cristina haya sido conversado con Artemio López. Él cuenta cómo se cruzan la indigencia y la pobreza. Los pobres se están transformando en indigentes, por eso baja el índice de pobreza, no porque están saliendo de la pobreza, sino que se están hundiendo más en ella. Son cosas que no habría que escuchar en un Gobierno que se presenta a sí mismo como la encarnación de la justicia social.
En este contexto hay que leer lo que dijo Máximo Kirchner la semana pasada. “Cuando los escucho decir ‘vamos a ser inflexibles con los pibes’ o acusar a los trabajadores y trabajadoras del neumático de ser intransigentes me preguntaba por qué nuestro país fue puesto de rodillas frente a las cerealeras. Hubo que generarles otro dólar para que liquiden lo que producen en nuestro suelo, y que es parte de la riqueza y los bienes naturales de nuestra Patria”.
Acá aparecen dos conceptos muy interesantes. El primero para Massa: te haces el gallito con los trabajadores neumáticos, pero pusiste el país de rodillas frente a las cerealeras. Y el segundo, muy revelador -y hay que agradecer la sinceridad de este mensaje-: “Otro dólar para que liquiden lo que producen en nuestro suelo, y que es parte de la riqueza y los bienes naturales de nuestra Patria”. En el fondo de esto, lo que se está sugiriendo es que no estamos hablando de propiedad privada. Deben liquidar porque es una riqueza nuestra, no de ellos, de los que invierten, producen etc. Hay un conflicto ideológico, pero está muy bien expresado respecto de la riqueza, la propiedad privada. Y sobre todo la riqueza y la propiedad privada del sector agropecuario. Que es algo que define al kirchnerismo probablemente esencialmente desde el año 2008, cuando se dio el conflicto por las retenciones móviles.
¿Qué estamos viendo? Que empiezan los límites a Massa, en alguna medida porque las prestaciones de su programa no son satisfactorias para aquellos que lo respaldan -o lo respaldaban-. Esto, en el fondo, satisface a Alberto Fernández que le diría a Massa -y se lo ha dicho a algunos amigos-: “Mira Sergio, no era conmigo, es con todos, cuando no les gusta algo te castigan en público”.
Pregunta: ¿A Massa lo están convirtiendo en Guzmán? No. No hay el mismo sentimiento de Cristina ni de Máximo Kirchner en relación con Massa que el que había en relación a Guzmán. Es más, si uno mira todo el hilo del tuit de Cristina, hasta lo elogia. “Ha trabajado muy bien, muy duro, pero falta control de precios, control a las grandes empresas de alimentos”. Porque lo que hay, según ella, es falta de control, no un problema inflacionario ligado a la estructura macroeconómica.
Esta discusión se va a proyectar sobre el Congreso porque vamos a un debate sobre el Presupuesto. De hecho, probablemente en algún momento de esta semana, se va a anunciar un nuevo IFE o algo parecido a ese ingreso familiar de emergencia, que se distribuyó durante la cuarentena. Una prestación nueva que supone gasto público. Habrá que ver como le explica esto Massa a las autoridades del Fondo. Va a ser para aquellos que se inscriban declarando que no reciben nada, absolutamente nada, del Estado. Es una respuesta a los que venía pidiendo Juan Grabois en las últimas semanas.
La discusión del Presupuesto va a ser muy interesante también porque va a tener una dimensión estética. Juntos por el Cambio dijo que va a aprobar el Presupuesto. Y uno se pregunta: ¿La Cámpora va a terminar votando con Juntos por el Cambio sin ninguna diferenciación? Problema para Massa. Es obvio que mucha gente de Juntos por el Cambio, aun los que no lo quieren, dicen: “Massa está haciendo, o hace la mímica de lo que habría que hacer”. Y descongela algunos tabúes, por ejemplo, hay que pagar la energía.
Se abre otra cuestión que es la salarial. La Cámpora viene pidiendo desde hace tiempo una suma fija. Va a haber una para los trabajadores del Estado de 30.000 pesos. Herederos de Néstor Kirchner, es mejor dar una suma fija, que es igual para todos, y beneficia más a los que menos cobran. Achata la pirámide salarial. Y esos que menos cobran, piensan, son los nuestros. La paritaria beneficia a todos, y termina beneficiando más al de mejor salario, que vota a la oposición. Además, dando suma fija se demuestra que los beneficios los dan “papá y mamá”, no son el resultado de una conquista sindical, cosa que para Cristina Kirchner es el ABC de la política, una especie de bonapartismo, o de lo que Octavio Paz definía como el “ogro filantrópico”. El Estado y el líder dando, no el actor social conquistando. Esto es lo que molesta a los sindicatos, que piensan que, si en un momento de alta inflación en el que se callan la boca -si está inflación le estuviera ocurriendo a Macri, la CGT estaría movilizándose todos los días- además no los dejan negociar las paritarias ni decir al afiliado que la mejora la consiguieron ellos, ¿Cuál es su rol en la vida social? Esta es la discusión interna en el sindicalismo kirchnerista donde Pablo Moyano, alineado como pocos con el Gobierno, acaba de decir que va a pedir 100% de aumento salarial en las paritarias. Este es un tema importantísimo, que debería estar preocupando mucho a Massa.
Tenemos que mirar estos cuadros de Fernando Marull. ¿De qué nos está hablando acá? De los niveles de actividad económica. Cómo está la economía para pagar ese 100% que pide Moyano.
Industria: caída en julio de 1,2%. El nivel de actividad general: 0,4%. Recaudación ligada a la actividad: caída de 3,2% en agosto. Producción de autos: 7,2%. Los despachos de cemento cayeron 6,2%. Se recuperó 1,8% respecto de la caída de agosto. Esto que vamos a ver ahora son las expectativas. Tercer trimestre de 2022, caída del 4%. Cuarto trimestre, caída de 1%. ¿Qué estamos diciendo? Que, si miramos la economía en su conjunto estamos entrando en una recesión. ¿Cómo hace el dueño de una empresa, pongamos, una pyme, que ve que tiene menos clientes, menos mercado, y aun así debe aumentar drásticamente el salario de sus empleados? La salida normal de esto -no la que debe ser-, es la que tradicionalmente ocurre: le propone al empleado echarlo, o pagarle en negro. Y el empleado, de rodillas, le dice que le pague en negro, pero que no lo eche. Al mismo tiempo, con todo tipo de artimañas, ese empresario se empieza a financiar con el Estado, eludiendo el pago de impuestos. ¿Qué significa esto? Que esta idea de una paritaria que pide el 100% con una economía que se contrae, conduce a la larga a una mayor informalidad. Y el problema de la informalidad, es el que viene sufriendo la Argentina desde hace, por lo menos, 30 años. Eso es lo que ha ido cambiando el perfil socioeconómico del país y generando bolsones de pobreza, sobre todo en los grandes conurbanos. Allí es donde Cristina Kirchner ejerce la representación que le da poder dentro del peronismo.
Hay otro costado de la informalidad que se mira menos. Pero ese empresario que empieza a pagar en negro, que empieza a financiarse con lo que no le paga el Estado, no pone un dólar más ni un peso más en su propia empresa. Empieza a hacerse una caja para pagar los eventuales juicios que él mismo está generando. Es decir: en un país donde la informalidad crece como ha crecido en las últimas décadas en la Argentina, es imposible esperar grandes tasas de inversión, todos se vuelve informal, se va degradando, se transforma en algo así como un país dos estrellas. En esa dirección vamos con este tipo de razonamiento que adopta el Gobierno para pensar la economía.
Todo esto sucede en un momento donde a Massa, para decirlo simpáticamente, se le acabó el humo. El kirchnerismo empieza a ejercer sobre él un respaldo que no lo agrede, pero que es condicional. Va a tener que exhibir rendimientos que no puede mostrar, una baja de la inflación que va a ser muy difícil alcanzar. Si todo este gasto adicional va a ser financiado por el Estado, habrá más emisión y más inflación.
Además, se le acaba de caer el recorte de subsidios energéticos, que era la gran palanca fiscal que tenía para mostrar algún éxito frente al Fondo Monetario Internacional. ¿Por qué? Porque es impracticable el tipo de aumento de tarifas que se había imaginado.
El dólar soja también se terminó. Vamos a volver a Marull. Estas son las perspectivas que ve para las reservas del Banco Central.
Sin considerar que puedan entrar Derechos Especiales de Giro del Fondo Monetario Internacional o algún préstamo especial, que es el que fue a negociar Massa con Claver-Carone, que acaba de ser expulsado del Banco Interamericano de Desarrollo. Si vamos a la dinámica propia de la economía argentina lo que vemos es esto: en septiembre, 8200 millones de dólares de exportaciones del agro, en octubre 1500, noviembre 1800, etc. El resto de las exportaciones, alrededor de 4000. Importaciones de energía empiezan a llevarse 200 millones de dólares por mes. El resto de las importaciones 5000, 5100 millones de dólares. En turismo se van 1200 millones de dólares, otros 1300, y otros 1300 más. Síntesis: si vamos al stock de reservas netas de enero ya estamos de nuevo 500 millones de dólares negativos. Entonces esto aumenta la recesión. ¿Por qué? Porque no hay dólares para importar insumos, bienes de capital, etc. Es el cuadro de un gobierno que obviamente se resiste a devaluar porque, en la media en la que van acercando las elecciones, esa medida es cada vez menos aconsejable desde el punto de vista político. Y se vuelve más traumática, sobre todo si estamos hablando del precio de los alimentos, que es de lo que habla Cristina en su tuit. Es decir: Massa está en una encerrona, que lo va a obligar a negociar muy bien con el Fondo en diciembre porque no está garantizado que la revisión de diciembre se aprueba. Es verdad que el Fondo tiene un enorme problema con la Argentina, porque le debemos mucho. Pero Estados Unidos, Japón y Alemania, los países que deciden sobre la Argentina en esa mesa, quieren ver qué pasa en diciembre.
Esto le implica al gobierno y sobre todo a Massa, un mayor ajuste, en este caso ideológico. Tiene que ver con la política exterior, y es traumático también para la representación que ejerce el kirchnerismo en sectores que siguen a Cristina por razones conceptuales. ¿A qué me estoy refiriendo? Massa controla un instrumento clave de este gobierno. El Enacom, es decir, el ente que controla las telecomunicaciones. El que está al frente es un hombre de Massa llamado Claudio Ambrosini, que a acaba de venir de una cumbre de la Unión Internacional de Telecomunicaciones de la ONU. Allí se eligió a la nueva presidenta, Doreen Bogdan. A quien Ambrosini felicita en un tuit.
Es la representante de Estados Unidos, que viene a reemplazar a un chino. ¿Qué se discute allí? Algo crucial: la tecnología 5G. En rigor, se debate a qué bloque cada país le entrega sus telecomunicaciones y, sobre todo, las de Defensa. A China o a Occidente. Las telecomunicaciones de los ejércitos, de los barcos, de los satélites, de las computadoras que guían misiles, esto es parte de un gran conflicto que se proyecta sobre el Gobierno y que Massa identifica: se lo han dicho 20 veces en sus relaciones con el Departamento de Estado y con la Casa Blanca. “En esto tienen que jugar como aliados nuestros”. Mientras tanto, cuando fue a China, Alberto Fernández rindió pleitesía a la empresa china de telecomunicaciones, Huawei. Hay, entonces, un conflicto que zanjó Massa. Se alineó en un tema estratégico con Estados Unidos.
Hay otra encrucijada. Esta semana, presumiblemente el jueves, en el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra, se votan tres temas súper sensibles. Primero, ¿va a seguir habiendo un grupo de relevamiento de crímenes referido a Venezuela, enviado por ese Comité? La vez que se lo envió, ese grupo enumeró 45 funcionarios chavistas que deben ser investigados por crímenes de lesa humanidad. Segunda pregunta ¿Qué se hará con el informe de Michelle Bachelet sobre violaciones a los derechos humanos en China? ¿Cómo va a votar la Argentina? Tercero, hay que armar una oficina de Naciones Unidas para que investigue la violación de derechos humanos de los rusos, no en Ucrania sino dentro de Rusia. ¿Cómo va a votar el gobierno argentino ahí? Es significativo porque preside el Comité a través del embajador Federico Villegas. Es un problema para Massa, porque lo que no tiene de fiscalidad y números, lo tiene que poner de política.
Mientras tanto Ambrosini no solo vota afuera, sino que hace campaña acá. Reparte tablets en el conurbano. Estuvo hace pocas horas en Tigre, sin el intendente Julio Zamora, pero sí con Malena Galmarini. Para irritación de Kicillof, a quien no invitan a esas recorridas. Muy probablemente, Kicillof ya sea el candidato de Cristina para la provincia de Buenos Aires. Es una novedad de primera magnitud para un grupo político como el kirchnerismo, que decretó que la Nación se pierde, y por lo tanto se repliega sobre Kicillof y sobre lo que él representa: la política económica de Cristina, no de Massa.
Mientras tanto seguimos en la lógica de la polarización con un antikirchnerismo que le permite a la oposición organizarse y tener cierta unidad. La polarización intransigente, la antinomia automática, no solamente organiza al propio grupo, sino que presta un servicio extraordinario a la tranquilidad de conciencia. Impide que uno se haga preguntas sobre los propios defectos. Todo es odiar al otro. La pregunta sobre la propia limitación, sobre las propias miserias, está prohibida. Todo se justifica en la lucha contra el otro. No vaya a ser que yo descubra que tengo algo del otro.
Es lo que torpemente planteó anoche Facundo Manes con Luis Majul, cuando dijo que tiene que haber un examen de conciencia dentro de Juntos por el Cambio -y ahí se prendió un cable de 500 kilowatts- por el problema del espionaje clandestino que, debe decirse, ocurrió durante el gobierno de Macri, pero no empezó con Macri. El gobierno de Macri no rompió una continuidad con gobiernos anteriores que se remonta, inclusive, al gobierno de la Alianza, con un presidente radical. Estamos tocando un tema central de la democracia que es la calidad los servicios de inteligencia, sobre todo porque se vincula a la Justicia por la oscura presión que han ejercido sobre ella.
Estos problemas de calidad institucional son cruciales para Juntos por el Cambio porque allí levantan esa bandera. Y es tan simple como observar este ejemplo. Hubo elecciones en Italia en las que se presenta una lista de italianos del exterior, apadrinada por Daniel Angelici, una figura central de Juntos por el Cambio a quien Macri le ha confiado históricamente las relaciones con la Justicia. Como todos sabemos se dedica al juego, tiene bingos, viene de esa industria. En la lista de argentinos italianos que aspiraban a pertenecer al Congreso italiano, iba como postulado a primer candidato Eugenio Sangregorio, también binguero. Pero un argentino italiano, de apellido Borghese y originario de Córdoba, descubrió que había una cantidad de boletas provenientes de la Argentina que tenían un problema de ortografía. En vez de decir “deputati”, como se dice en italiano el plural de diputados, decía “Elezione della Camera dei Diputati”.
Comete un error Angelici por no pagar un traductor. Por ahorrar. Y le descubren que, por una falta de ortografía, estas boletas son fraudulentas. Es decir, fuimos a exportar el fraude a Italia, donde de fraudes y mafias también saben. ¿Qué es lo grave de todo esto? El problema es que el señor Angelici, que viene de hacer fraude en las elecciones italianas, es el principal garante del nuevo juez electoral que pone Rodríguez Larreta en la Capital Federal para decidir las elecciones porteñas. Primer juez electoral que va a tener la Justicia porteña porque, hasta este momento, las elecciones se dirimían en el Tribunal Superior de la Ciudad. Ahora va a haber un juez electoral, que es el juez Roberto Requejo, avalado por Angelici, que viene de hacer fraude, pero va a ser ahora el garante de la transparencia, de la pureza del sufragio.
Obviamente detrás de esto están Larreta y Macri. Suponemos que están todos los líderes de Juntos por el Cambio. Nadie ha discutido esto. En la interna de Juntos por el Cambio, donde se enfrentan Jorge Macri -que empieza a tener problemas que también tendría que resolver Requejo por no contar con domicilio en la Ciudad- y Martín Lousteau, ninguno de los dos se queja tampoco. Los dos son amigos del binguero. Ambos están conformes con el juez puesto por el señor Angelici, que dice “diputati” y deja los dedos pegados en el fraude. Todo esto, muy probablemente, no se pueda discutir porque estamos mirando desde el otro lado. Obviamente, el kirchnerismo tiene muchísimos peores antecedentes en materia institucional que Juntos por el Cambio. Pero da la causalidad de que Juntos por el Cambio pelea el voto en función de una modernización que, en algún momento, tendrá que discutirse. Sobre todo, a nivel inteligencia y Justicia.
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