El máximo dilema de La Cámpora
El portazo del jefe del bloque de diputados expuso un cambio de estrategia que se inició tras la derrota electoral: despegarse del Gobierno ante la convicción de que el proyecto fracasó
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Terminaba enero de 2021 y Alberto Fernández estaba sentado en el salón de la quinta de Olivos donde acostumbra a relajarse con sus funcionarios más cercanos. Era viernes por la tarde. Allí, distendido, desgranó su visión de los “chicos”, como suele referirse a los líderes de La Cámpora. “Son buenos muchachos. El otro día nos juntamos acá y les dije: ´No está bien la lógica de la épica todo el tiempo, de plantear batallas por las clases, por la Corte, por la deuda. No se puede estar todo el tiempo confrontando´. Lo entendieron. Yo con Máximo me llevo extremadamente bien”.
Un año después, en el mismo lugar, Alberto recibió el llamado del hijo de Cristina en el que le comunicaba que dejaría la jefatura del bloque de diputados. Originalmente Máximo había pensado ir en persona hasta Olivos y encarar al Presidente. Después decidió moderar su enojo y recurrir al teléfono. Allí se terminó de quebrar una relación que desde hace tiempo no sintonizaba con la idílica versión anterior. Habían pasado cosas. Una dura derrota electoral y un acuerdo con los enemigos del FMI.
Máximo nunca pudo asimilar el golpe de las legislativas, y mucho menos la decisión de festejarlo como un triunfo. Cargó con una gran parte del costo político de la peor elección del peronismo y quedó convencido de que fue el resultado de las restricciones económicas que silenciosamente inspiró Martín Guzmán. Ya en plena campaña La Cámpora había difundido en las redes un video en el que con ritmo de murga cantaban “Esa deuda que dejaron, no la vamos a pagar, con el hambre de la gente no se jode nunca más”. Entre los intérpretes aparecían Máximo y Cristina.
Allí se produjo el primer quiebre, expresado en la ya famosa escena de la columna camporista que no terminó de ingresar a la Plaza de Mayo el 17 de noviembre. “Nunca volvimos de la derrota”, se lamenta uno de ellos. En ese momento hubo una evaluación profunda dentro de la agrupación respecto de los perjuicios que acarreaba seguir tan identificados con un gobierno al que no sentían como propio, a pesar de que ocupan porciones importantes de poder. “En esa revisión se preguntaron: ¿cuál es el negocio de mantenerse al lado de Alberto Fernández? Solo perdían capital simbólico y un caudal de votos muy importante”, reflexiona un asesor de los buenos muchachos.
Comenzó entonces un lento proceso de diferenciación que consistió en un repliegue táctico para recuperar fuerzas, retomar las consignas originarias como herederos del nestorismo y esperar el momento para regresar, según algunos inspirados en el modelo del Hugo Moyano disidente de los 90 (de hecho su hijo Pablo hoy sigue el mismo camino y acaba de hacer una movilización contra su propio gobierno). En un momento Máximo se había propuesto abrir las tranqueras de La Cámpora para ganar volumen y seducir a otros sectores del peronismo, por eso avanzó sobre el PJ bonaerense. Pero la estrategia no funcionó. Quedó expuesto como nunca el dilema esencial de la agrupación: ¿ser pragmáticos para conquistar la cúspide del poder, con las incomodidades ideológicas que eso implica, o conservar la pureza conceptual a costa de un rol más testimonial? ¿Fusionarse en un panperonismo o mantener la identidad? Debates cruciales para un líder que se siente mucho más cómodo con el rol de opositor que con el traje de oficialista, excepto porque prefiere mantener el manejo de las principales cajas del Estado a volver a la aridez del desierto. De fondo talla la total convicción, que Máximo repitió varias veces en los últimos días, de que el invento del Frente de Todos falló y que lo que se avecina es un escenario de debacle. Ante este panorama, lo mejor es alejarse, conservar el capital acumulado, e intentar volver con un proyecto espiritualmente propio. En su carta, dejó en claro que Alberto no lo representa.
Confesiones de verano
Después de su renuncia, Máximo tuvo varias conversaciones en las que buscó transmitir las razones del portazo, asegurar que por ahora no romperá la coalición y desgranar sus demandas. Habló con los otros referentes de La Cámpora, ámbito donde por primera vez escuchó cuestionamientos directos por su accionar (y donde venían de una fuerte agitación interna por la isla de Luana). También cenó el martes en la casa de Sergio Massa con el anfitrión, Wado de Pedro y Cecilia Moreau en un clima intimista y habló largo con Gabriel Katopodis el jueves a la mañana. Se quejó amargamente de Guzmán por el modo en el que negoció. Según su entender, el ministro escondió todo el tiempo las barajas y disimuló lo que en realidad es un acuerdo stand by encubierto. “Nos empezamos a avivar en la reunión con los gobernadores de que era un plan de refinanciación de la deuda, no de reestructuración, en el marco de un nuevo stand by con condicionamientos y revisiones trimestrales. Para terminar haciendo eso, hubiésemos suspendido los pagos hace un año y nos ahorrábamos US$5000 millones. Ahora debimos cerrar en condiciones de total debilidad”, explica un legislador cercano.
Efectivamente, el anuncio del entendimiento fue bajo una fuerte presión de un Fondo inflexible, y un Guzmán desesperado por encontrarle un sentido al pago de los US$731 millones que debía hacer el viernes pasado. En las horas decisivas hubo una gran soledad. Solo Alberto, Guzmán y Sergio Chodos, el representante ante el FMI, siguieron el desenlace final. El FDT allí dejó de funcionar. El Presidente ordenó avanzar, a pesar de las objeciones que venía planteando Cristina Kirchner, quien pedía extender un poco más las negociaciones para obtener algún beneficio adicional y no imaginaba que el anuncio sería inminente.
Cuando Alberto y la vicepresidenta volvieron a hablar tras el acuerdo, la tensión era perceptible. Él explicó que ya no había más alternativas y que el riesgo de un descalabro en los mercados podía ser fatal. No le quedó ninguna metáfora por utilizar, desde la espada de Damocles hasta la soga en el cuello y el borde del precipicio. Ella expresó su disidencia. Ya no tenía mucho ánimo para discutir. También sabía que no había mucha alternativa y contribuyó, al menos por ahora, con su silencio. Con la renuncia de Máximo envió una señal a su feligresía. Aunque dejó trascender su desacuerdo con su hijo, todos en el Gobierno creen que son parte de un mismo esquema y que no se opuso a que difundiera la carta.
En las reuniones que mantuvo esta semana, Máximo no solo dejó explicaciones; también fijó condiciones. No cree que su capítulo haya quedado clausurado. Habló de que es necesario replantear el proceso de toma de decisiones del FDT y que aguarda una reunión con Alberto Fernández a su regreso para que le dé una señal de que tomó nota de su postura. “Espera un gesto de escucha de parte del Presidente, quiere sentirse al tanto de las decisiones, recuperar la lógica original del espacio. Que Alberto no crea que está todo bien”, graficó uno de sus interlocutores. También quiere que Guzmán vaya al Congreso, como si fuera un vendedor de un tiempo compartido, a detallarles la letra chica del acuerdo. De todos modos, Máximo sigue sosteniendo que después de la firma con el FMI debería dejar su puesto. Curiosamente los ministros albertistas también cuestionan a Guzmán porque dicen que les miente y no juega en equipo. “Le pidieron negociar con el FMI, no pueden pretender que les cuente todo. ¿No lo trajeron de Columbia para esto? Hay una contradicción entre buscar evitar el default y no querer votar después el acuerdo”, defienden en los pasillos de Hacienda.
El líder de La Cámpora reclama más injerencia, pero no porque tenga expectativas de cambio, sino porque así puede marcar líneas más nítidas de diferenciación. Si bien prometió varias veces no militar la oposición al acuerdo en el Congreso y no avanzar en gestos rupturistas que arriesguen la unidad del FDT, en el Gobierno admiten que hay una fisura interna difícil de reparar y que es inevitable la divisoria de caminos de cara a las elecciones del 2023. “El objetivo es evitar una fractura abierta ahora y mantener la gobernabilidad. Mucho más no vamos a poder lograr”, reconocen en la Casa Rosada, pese a los gestos de contención que buscaron exhibir esta semana, como la reunión de Juan Zabaleta con Wado.
La fe de los albertistas
En el entorno del Presidente vuelven a ilusionarse con un Alberto empoderado. Son hombres de una fe inquebrantable en los milagros. “Volvió a mirar más a la opinión pública, no tanto al dogmatismo”, aducen. Quizás hayan visto la última encuesta de la consultora Fixer, que señala que el 64 % de los votantes del FDT dicen estar de acuerdo en un entendimiento con el FMI. Palmeados por gobernadores e intendentes, creen que tienen una nueva oportunidad de reperfilar la gestión porque el kirchnerismo cada vez infunde menos temor con sus reacciones. Igual, están a una carta de Cristina y un movimiento de mercado de volver a quedar contra las cuerdas (otra metáfora para Fernández).
Desde Economía planifican la riesgosa operación de hacer atravesar por el Congreso el acuerdo indeseado, que el FMI considera excesivamente laxo y que para el kirchnerismo es una claudicación. La estimación es que se trabajará en los detalles con el staff del Fondo dos o tres semanas más, que después Chodos lo defenderá ante el directorio del organismo y que aterrizará en el Congreso a fines de febrero o principios de marzo. A partir de entonces, habrá una carrera contrarreloj para sancionarlo antes del 22, cuando hay un vencimiento de US$2.800 millones. Pese al complejo escenario legislativo, en el Gobierno no piensan eludir la ratificación parlamentaria. “Sería la primera vez que un entendimiento por la deuda tendría ese trámite, y sería por una ley que nosotros impulsamos. Además, lograría la fortaleza política que nos están demandando”, esgrimen. Un subterfugio para aliviar críticas podría ser no enviar todo el acuerdo completo sino solo el esquema de financiación, pero eso agravaría los cuestionamientos propios y opositores por la falta de información. Todavía no se decidió por qué cámara ingresará. Es parte de la estrategia.
Cuando Alberto regrese de China y termine de interiorizarse del impacto del cambio climático en Barbados tendrá un desafío inmediato. En poco más de un mes deberá transformar el acuerdo con el FMI en un programa económico, viable para el directorio del organismo y la mayoría del Congreso, para los gremios, movimientos sociales y gobernadores. Recién después podrá mirar cómo transitar el último tramo de su mandato. Deberá evaluar con cuidado cuál será su nueva base de sustentación. Máximo y La Cámpora ya movieron las fichas.
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