El kirchnerismo y su ingreso en la etapa de “perro chico”
Todos los indicadores muestran que se aleja sin remedio de su etapa perro grande, capaz de marcar el ritmo de la vida argentina y arrinconar a sus enemigos reales y retóricos, para ingresar directo a su etapa como animal de menor tamaño, que apenas ladra y menos muerde
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Todo lo sólido del kirchnerismo se desvanece en el aire. La coalición gobernante enfrenta por estas horas y hacia los meses que faltan para la elección presidencial sus momentos de mayor zozobra. No parece haber vuelta atrás. Esa debilidad política creciente encuentra su medida en varios sistemas métricos. Por un lado, sus efectos en la esfera cotidiana, cada vez más graves: suba de precios, cortes de luz, narcotráfico, inseguridad en alza, rabia social, también por las nubes, y un reclamo que ronronea cada vez más fuerte y más públicamente desde la propia militancia, lo impensado. Por otro lado, un termómetro más sutil registra los temblores en la esfera política y en el capital social y conceptual con el que el kirchnerismo buscó, y logró, seducir, convencido, durante casi dos décadas.
El tipo de enemigos que decide enfrentar, menores; los países con los que se compara y elige como ejemplos, antes impensados; las utopías que propone, tardías; los precandidateables a presidentes, devaluados, y los malabarismos que hace en la gestión, estériles: todos los indicadores muestran que el kirchnerismo se aleja sin remedio de su etapa perro grande capaz de marcar el ritmo de la vida argentina y arrinconar a sus enemigos reales y retóricos para ingresar directo a su etapa de perro chico, que apenas ladra y menos muerde. Como en el meme que circula en las redes sociales, un perro grande versus el perro chico, un antes y después de un proceso que lleva de la fortaleza a la minusvalía ridiculizada. Todo se transforma.
Para referirse a sus años de perro grande, Cristina Kirchner apela a otro fraseo: “Hegemonía democrática”, dijo en su discurso en la Universidad de Río Negro, para caracterizar al gobierno kirchnerista de 2003 a 2015. Es decir, capacidad de una fuerza política de imponer su visión del mundo a través de la autoridad presidencial, la institucionalidad republicana, por ejemplo, con parte de la oposición votando la estatización de YPF, y el apoyo popular: kirchnerismo en formato perro grande.
El tema de la clase magistral en Río Negro fue “¿Hegemonía o consenso”. El problema del kirchnerismo es que se rompió la verticalidad, es decir, no hay conducción, por ende, no hay hegemonía. No hay que esperar a Navidad para el calor de la crisis: los idus de diciembre amenazan con convertirse en los idus de marzo, de abril, mayo, etc. La crisis ya llegó y el kirchnerismo perdió capacidad para alcanzar la hegemonía. La capacidad para consensos nunca la tuvo: no es parte de su ADN.
En este contexto, las guerras que se libran en el Frente de Todos son de perros chicos: de puertas para adentro y contra un antagonista que no está a la altura, el presidente Alberto Fernández. Ni el campo ni Magnetto y Clarín y los medios, ni los acreedores privados y ni siquiera el FMI dominan la escena de la construcción identitaria del kirchnerismo en sentido estricto. Máximo Kichner sí arremete contra el FMI pero su madre reconoce la necesidad de pagar la deuda. Al campo, el ministro Massa le da el dólar soja. Con Clarín, De Pedro se saca fotos. Los acreedores privados ya ni se acercan a la Argentina. Y el FMI le marca la cancha al gobierno y Massa hace malabares para cumplir. La Corte es el único bastión a conquistar pero es una cruzada sin futuro real.
La guerra que La Cámpora sí lleva adelante es contra el presidente Fernández: una demostración de pura debilidad. Tanta artillería gastada contra una figura de poder deshilachado también es una medida del poder perdido del atacante. Se pelean por un hueso.
Si el candidateable Fernández es débil, los otros nombres que podrían intervenir en un PASO para presidente tampoco alcanzan para convertirse ni en conductores de la hegemonía perdida ni en el norte de un consenso improbable. Massa se ve asediado por la inflación y Kicillof, por la inseguridad. Que desde la Casa Rosada y de forma inconsulta hayan decidido invadirle su provincia con la Gendarmería precisamente por el crecimiento del narco, del delito y el recalentamiento del caldo social es otra medida de las debilidades mutuas.
En el caso de Massa, su talento de hombre político al frente de la economía ya no le da resultado. El efecto del último esquema que le propuso a los bancos fue módico y se desvaneció rápido. Al volver de Panamá, se encontró con que la interna jaquea también su capital simbólico: lo acorralan los hombres del presidente, todos débiles. Y su capacidad de diálogo con el poder fáctico de los mercados y los bancos fue señalada como la vuelta del kirchnerismo a la política: antes que combatirlos, negociarles y acortar distancia. Pero tampoco fue suficiente: la realidad de la macro se impone sobre los trucos de la verba político económica y el capitalismo de amigos.
Que, finalmente, una figura como la de De Pedro, con alta tasa de desconocimiento entre los votantes, sea lo más parecido a una tabla de salvación en medio de la tormenta, un barrenador de telgopor, más bien, apunta en el mismo sentido: un kirchnerismo que se quedó sin recursos para pelear ni siquiera por su proyecto de poder.
En el caso de los carriles por donde circula la gestión, las dos estrategias centrales que ensaya el Poder Ejecutivo para enfrentar los problemas son indicadores de que cada vez quedan menos municiones políticas y económicas. Una es patear para adelante, es decir, fabricar lo único que está en sus manos: algo de tiempo, al menos para sobrevivir hasta el final del gobierno. Lo hizo Martín Guzmán; lo mostró el presidente Fernández en 2020 cuando estaban de moda las filminas y la Argentina había alcanzado el acuerdo con los bonistas privados: el Presidente sacó un papel con un gráfico y lo dobló estratégicamente para mostrar la mejora de los plazos en el corto plazo pero ocultó en la parte doblada la acumulación de vencimientos que se vendrían. Ahora lo hace Massa, pateando vencimientos de la deuda en pesos para 2024 y más allá.
La otra estrategia es patear afuera: cada vez que hay un problema, Fernández o Massa o Cristina Kirchner o el kirchnerismo en general sacan la pelota de la cancha de sus responsabilidades y llevan el tema ante los tribunales. Los cortes de luz, juicio a quien supuestamente prendió el pasto. Sospechas con la recompra de bonos y la supuesta circulación de inside information, denuncia ante la Comisión de Valores. Cortes nuevos de luz, denuncia e intervención de Edesur. Problemas económicos y advertencias del FMI, denuncia de la sequía antes que asunción de su propia responsabilidad, por ejemplo, al aumentar el déficit con la nueva moratoria jubilatoria.
La intendenta de Quilmes llevó el patear afuera al límite de sus posibilidades. “Nada es casualidad. Es golpista la acción de @OficialEdesur. Aún hay miles de familias afectadas y sufriendo por la falta de energía. Como sabemos, todo tiene que ver con todo. Ayer fueron cómplices civiles de la dictadura hoy son desestabilizadores de un gobierno democrático”, denunció en Twitter. Mendoza ilustró el tuit con fotos de la “presentación del libro sobre Néstor Kirchner” y otros actos kirchneristas, boicoteados, según su tuit, por los cortes, además de vecinos de Quilmes afectados. Para la intendenta, una teoría conspirativa es mejor explicación que el efecto colateral de una política energética que lleva años pisando tarifas.
Cristina Kirchner también muestra los embates de una hegemonía que se le escurrió entre los dedos. Con la fórmula presidencial mágica de 2019, estuvo segura de su astucia política. Todo lo que pasó después muestra que no la vio venir. Todavía no encuentra la salida. Hay, además, una cierta rigidez en su visión macroecómica que, después de tantos años de malos resultados, empieza a funcionar como empecinamiento.
En Río Negro, hizo cherry picking y sacó del arcón un ejemplo de casi 16.000 kilómetros de distancia para seguir defendiendo que el déficit fiscal puede ser una buena idea en ciertos momentos: Malasia y su déficit fiscal mayor que la Argentina, del 5,3%, pero que igual le permite hacer inversiones millonarias en el sector del petróleo en la Argentina. La vicepresidenta se salteó la lectura de los diarios malayos. “Malasya can no longer continue with high budget deficit”, tituló el Channel News Asia, citando al primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim. Fue el 8 de febrero de este año.
Relativizar el tema del déficit fiscal no es nuevo en el repertorio de Cristina Kirchner. En su lectura, el financiamiento del déficit no entra. Y sí entran su justificación, como ya lo hizo en julio del año pasado en su discurso de Ensenada, el día que renunicó Guzmán: en aquel momento tomó como ejemplo a la Unión Europea y la fijación de un techo para el déficit en el 3% para justificar el déficit argentino. En realidad, la vicepresidenta no consideró que la Unión Europea se refiere al déficit total. Argentina en 2021, tenía 4,58% de déficit total. Su insistencia es quizás una pérdida de pragmatismo y flexibilidad que empieza a pesarle.
En el discurso de Río Negro, Chile, siempre denostado por el kirchnerismo, se volvió para Cristina Kirchner un punto de comparación por su balance fiscal. Y no sólo eso: la promesa futura del litio también llevó a Chile y a Perú al discurso vicepresidencial. Para Cristina Kirchner, las exportaciones mineras de esos dos países son un ejemplo para la Argentina. Chile, “ese país angosto, con respeto”, dijo la expresidenta para pasar a elogiar su performance minera, después de haber elogiado también su balance fiscal. Y destacó a Perú por lo mismo, luego de haberlo elogiado por la fortaleza de su Banco Central. El gran problema es que CFK no ve la conexión entre esa potencia exportadora de esos dos países vecinos y las políticas de orden macroeconómico que llevaron adelante.
Chile se cuela en el destino de la vicepresidenta en la figura del futuro reemplazante de Ilan Goldfajn en el FMI, Rodrigo Valdés, exministro de Economía de Michelle Bachelet. El tema del déficit es clave en ese contexto. No está claro si Valdés resultará una complicación para el gobierno o aportará una mayor comprensión sobre el proceso argentino. Lo que está claro es que se trata de un progresista defensor de la estabilidad macro y el balance fiscal. “Chile transita un sendero angosto entre un neoliberalismo antiguo y una izquierdización que no ha funcionado en Latinoamérica”, dijo Valdés, en 2021, entrevistado por La Repregunta. Fue crítico de la descapitalización de las AFP chilenas durante la pandemia aunque plantea la necesidad de ajustes en el sistema de pensiones chileno. Es autor de un paper clave sobre la evolución del salario en Chile que dejó claro que lo que desde la Argentina se consideró una economía “neoliberal” en realidad produjo una mejora social demostrable no a partir de la redistribución sino a partir del crecimiento. En Shifting winds in Latin American, 2018, Valdés mostró que las políticas macroeconómicas de Chile entre 1990 y 2015, el ingreso per cápita del 10% más rico de los chilenos creció un 208%. La mejora del ingreso per capita del 10% más pobre fue del 439%, nada menos: el 41% fue por redistribución y el 280%, por crecimiento.
Chile, además, relativiza la pertinencia de un manotazo de ahogado que ensayó hace poco otro kirchnerista, Gabriel Katopodis, que imagina para el futuro de una Argentina en modo litio la creación de un “fondo soberano” anticíclico para estabilizar la macro y responder a períodos de crisis. Lo que hizo Chile en 2006 con la creación de dos fondos soberanos, la Argentina kirchnerista se lo propone recién ahora, 17 años después de estar en el poder y luego de haber atravesado año gloriosos en el precio de los commodities. Justo cuando está a punto de ser pasado, el kirchnerismo juega a construir futuro. Ya es tarde.
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