Alberto Fernández usó la lapicera contra sí mismo y tiembla todo el Gabinete
La expulsión de Kulfas ahonda la debilidad de Fernández y pone un freno a la ilusión de un liderazgo propio; las dudas sobre el plan reeleccionista y el temor de Guzmán
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Al final la lapicera la usó contra sí mismo. Alberto Fernández ejecutó sin piedad a Matías Kulfas, el ministro que mejor representa su visión de la economía y que lo acompañaba desde los días en que ni soñaba convertirse en presidente. Fue un acto desesperado que se asemeja a una rendición y que resquebraja la fantasía de un liderazgo sin ataduras con Cristina Kirchner.
Un tuit indignado de la vicepresidenta alteró el mediodía de Fernández en Olivos en medio de una reunión con el nuevo jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Agustín Rossi, y la saliente Cristina Caamaño. La crisis aceleró de 0 a 100 en cuestión de segundos. La vicepresidenta sacó las garras para defender a funcionarios camporistas del área de Energía aludidos en una crítica difundida off the record con imprudencia amateur por el ministerio de Kulfas, en la que se leía entre líneas una sospecha de corrupción en la obra del gasoducto Néstor Kirchner.
El Alberto que se confesaba “harto” de Cristina y que se proponía gobernar “sin prestarle más atención” recapacitó. Llamó a Kulfas y le comunicó que tenía que irse. Después emitió un mensaje de solidaridad con su vice para completar un movimiento doloroso para quienes lo siguen en estas horas de impopularidad creciente: el sacrificio ritual del albertismo en el altar del kirchnerismo.
Muy injusto y, sobre todo, muy doloroso que este tipo de ataques lo ejecuten funcionarios del propio gobierno del Frente de Todos. Lo peor de todo: sin dar la cara, en off, mintiendo y utilizando periodistas. Con errores y aciertos, siempre hablé y actué de frente. Penoso. https://t.co/qS5Q9SX3sF
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) June 4, 2022
Kulfas resultó un sapo indigerible para Cristina desde el día en que Fernández lo nombró en el Gabinete. Nunca le perdonó haber escrito un libro en el que refuta de manera inclemente la gestión económica de su segundo gobierno, que para ella simboliza una era dorada. Lo tenía entre ceja y ceja como una influencia negativa para Alberto y como un fogonero principal del proyecto reeleccionista.
Su caída alarma ahora a Martín Guzmán, el otro responsable a ojos de Cristina del fiasco económico de la administración que surgió de su astucia electoral de 2019. La idea de que el ministro había sido “empoderado” quedó en cuestión después del alarde de debilidad presidencial de este sábado. “Cualquier brisa que sienta puede ser el hacha que se acerca. No solo él. La pregunta ahora es: ¿quién será el próximo?”, retrató un peronista que vive azorado la escalada de las tensiones. Para atenuar el ruido, el Gobierno difundió anoche una foto de Fernández en Olivos con el ministro de Economía y otros funcionarios de su confianza. Ya a última hora confirmó a Daniel Scioli como reemplazante de Kulfas. Quiso desactivar rápido rumores de una toma kirchnerista del área de Producción. Lo llamó de urgencia a la tarde y le pidió dejar la embajada de Brasil, donde se movía a distancia prudencial de Cristina y compañía.
Es relevante repasar la secuencia de los hechos. La rabieta de Cristina sucedió a la ceremonia en YPF que usó como plataforma para reafirmar el plan de demolición de la autoridad presidencial con el que pretende excusarse del desempeño económico del Gobierno y, en especial, de la crisis más aguda que vislumbra en el horizonte.
La frase “te pido que uses la lapicera” con que descolocó a Fernández en el aniversario del centenario de la petrolera quiso transmitir de forma terminante que no hay reconciliación posible en la cima del poder. El problema no es la lapicera: el libreto ya lo escribió ella, pero él no lo interpreta al gusto de la autora.
El reencuentro en Tecnópolis había sido una obra teatral en la que los actores principales escenificaron el drama del Frente de Todos. Cristina reclamó “identidad”. Alberto respondió “unidad”. No hay un puente que los comunique, a pesar del esfuerzo que hace el Presidente, a costa de jirones de su credibilidad, para sostener el sueño de que la coalición peronista tiene arreglo.
La ofensiva contra la Corte Suprema, la defensa pública de Cuba, Venezuela y Nicaragua, la acusación a la prensa de “intoxicar a los argentinos” y la campaña de denuncias contra Mauricio Macri trazaron el camino que explora Fernández para contener a una dirigencia que no solo huye de su lado, sino que le dedica insultos gratuitamente como quien zamarrea un punching ball.
En su momento de mayor desprestigio ante la sociedad, según coinciden encuestas variadas, optó por convocar desde el discurso de sus rivales internos. Lo que hizo Cristina el viernes en el mensaje con el que lo destrató fue repudiar eso que a su lado llaman “kirchnerismo herbívoro”: retórica sin vocación de enfrentar al poder económico y de promover transformaciones en favor de sus votantes. Una suerte de “impotencia con épica”.
Fernández dudó en asistir al acto de YPF cuando le confirmaron que iría Cristina y que pensaba hablar. Papel protagónico para su rival interna y organización a cargo de La Cámpora..., ¿qué podía salir mal? “Solo faltaba un cartel que dijera: ‘Esto es una trampa’”, sintetizó un hombre del Presidente la noche del viernes, sin intuir todo lo malo que estaba por venir. Desde la Casa Rosada exigían “garantías de neutralidad”. Se las dieron: sería una ceremonia institucional, con discursos centrados en el pasado, presente y futuro de YPF.
Creer o reventar. Pero a juicio de Fernández, él no podía faltar en semejante rito institucional y regalarle a Cristina la comodidad de una fiesta militante. Eligió creer.
Oda a sí misma
Cuando le cedieron el micrófono, Cristina hizo lo que más disfruta: celebrarse a sí misma. Presentó sus años en el poder como una era de conquistas sociales y la antepuso a las penurias de hoy. Se vendió como la líder que desendeudó a la Argentina, ante la mirada de quien firmó un nuevo préstamo de US$45.000 millones con el FMI. Reprendió a Fernández y a Guzmán, por “sentarse como amigos” con Paolo Rocca, de Techint, ganadora de la licitación para proveer los caños del gasoducto. Cuestionó la salida de dólares y descalificó la flexibilización del cepo para quienes inviertan en Vaca Muerta.
Dejó fluir con falso disimulo rencores del pasado. Como cuando rememoró la estatización del control del YPF que ella dispuso hace 10 años y mostró las tapas de los diarios de entonces: “Vos te debés acordar, Alberto: Clarín decía: ‘Empieza la fase expropiatoria del kirchnerismo’”. El lunes 16 de abril de 2012 -cuando se anunció la estatización- Fernández dio una entrevista en el canal TN, del Grupo Clarín, en la que criticó en duros términos la medida. Al día siguiente el diario kirchnerista Tiempo Argentino publicó en tapa que Alberto Fernández cobraba como lobbista de la española Repsol, un titular que se usó como insumo de informes difamatorios en 6,7,8 y otros espacios de la comunicación facciosa. Seguro que se acuerda.
El clímax fue la frase de la lapicera que Fernández escuchó impávido como un blanco que mira el dardo volar hacia él. La mayor parte del auditorio aplaudió. Otros se miraron con desasosiego. En la sala convivían funcionarios como las familias de un matrimonio divorciado en malos términos que se juntan para el cumpleaños del nene.
Fernández tenía escrito un discurso alusivo al aniversario y tuvo que improvisar una respuesta. Lo más filoso que se animó a decir fue aquello de que “no todo pasado fue mejor” (se escudó en una canción de Spinetta de 1973) y que para cuidar el futuro hay que sostener la unidad del oficialismo. Es un karma. A cada acto de impotencia suyo, el kirchnerismo tiene un mito que anteponer sin necesidad de considerar las diferencias de contexto.
Se fue con un sabor amargo, sin ganas de forzar un diálogo a solas con su vice. La sensación de vacío flotaba en buena parte de los asistentes, que ven el horizonte de meses y meses de discusiones estériles. Sergio Massa dejó vacía su silla de la primera fila. Prefirió quedarse en un acto en Moreno. Suele calificar de “tóxica” la novela de la interna.
Kulfas era de los más enojados por el discurso de la vicepresidenta. Se sintió aludido por la acusación de que se le permitía a Techint importar chapa que fabrica en Brasil para usarla en las obras del gasoducto. Hizo declaraciones hostiles al retirarse de Tecnópolis. Y desde su ministerio se difundió una refutación de la tesis de Cristina, que señalaba a funcionarios de La Cámpora como responsables del problema que ella denunció. “Los que están usando incorrectamente la lapicera son los funcionarios de Cristina”, decía el mensaje sin firma. Sugería que la licitación de las cañerías había sido amañada.
La vicepresidente explotó y ordenó el contraataque. Primero fue un comunicado de Energía Argentina (ex Enarsa), que conduce Agustín Gerez. Sobre eso se montó ella para denunciar “un ataque” ejecutado por “funcionarios del propio gobierno del Frente de Todos”. Quedó expuesta como nunca antes la interna feroz por el gasoducto, que en la semana ya había provocado la renuncia de Antonio Pronsato.
Es éticamente reprochable hablar en off en desmedro de otro. Así siempre lo he expresado públicamente.
— Alberto Fernández (@alferdez) June 4, 2022
No avalo esos procederes y comparto el malestar expresado por @CFKArgentina
El debate que debamos dar, démoslo con responsabilidad.
Al Presidente le llegó el mensaje de que la reacción iba a ser fulminante si él no actuaba sobre Kulfas, relata una fuente que habló con Fernández en el transcurso de la tarde. Sobrevolaba el recuerdo de las renuncias masivas posteriores a la derrota de las PASO. Acorralado, optó por la supervivencia y entregó a su amigo. Se justificó ante los propios: “Hay un límite. No podemos instalar alegremente una sospecha de corrupción”.
Pronóstico sombrío
Un aire de desazón se está instalando en el peronismo mientras el Gobierno se desangra. Así se expresó en la reunión que los gobernadores de 11 provincias sostuvieron en el CFI el viernes. Los caciques temen una crisis de reservas que acelere la espiral inflacionaria y “se lleve todo puesto”.
Es la generación de dirigentes que fracasó en la construcción de un perfil de futuro para el peronismo y que vive en la resignación de ser conducidos por Cristina. Ella supo crear un espacio con símbolos e ideario propios, capaz de sostener en el tiempo una base electoral expectante. Alberto vendía en 2019 la esperanza de reconfigurar un peronismo que impulsaría una agenda de transformación acorde al siglo XXI. Algo que no estaba en el contrato con su mentora. El incumplimiento de esa promesa lo lleva ahora, en la debilidad, a apoyarse otra vez en aquello que sigue en pie: el kirchnerismo y su núcleo fiel de votantes, que ronda el 25%.
Cristina lo desenmascaró en Tecnópolis con su discurso porque percibe la trampa. Nada es más valioso para ella que cuidar esa minoría permanente que puede garantizarle centralidad política más allá de 2023. Se dispone a armar una oferta electoral que excluye a quienes han fallado, a su juicio, en cuidar el valor del salario y reducir la pobreza. A Alberto lo quiere fuera de la contienda y quizás esté hoy más cerca de lograrlo.
Dos de los gobernadores que estuvieron en el CFI comentaron que ella les había dicho que ve un grave problema de escasez de dólares de acá a dos meses si el Gobierno no da un giro drástico en su política de gestión de las reservas. “No es una cuestión personal con Guzmán, Kulfas o (Miguel) Pesce. Estoy advirtiendo que la van a chocar”, la citó uno de esos jefes provinciales.
En busca de oxígeno, Fernández abrazó el proyecto de creación de una Corte de 25 miembros, pese a que durante años sostuvo que el tribunal de cinco era un formato adecuado. Incluso la comisión de reforma judicial que formó en 2020 había descartado recomendar una ampliación. No tiene los votos ni de cerca, pero encontró allí un lugar desde donde mostrar esa unidad que tanto ansía.
La sucesión de acciones inconducentes había empezado con la novela de las retenciones, que Fernández jura querer aumentar pero que no lo hace por falta de votos en el Congreso. Y tuvo otro punto alto con la amenaza de boicotear la Cumbre de las Américas que se celebra en Los Ángeles la semana que viene, en solidaridad con los dictadores Nicolás Maduro, Manuel Díaz-Canel y Daniel Ortega. Al final una llamada de Joe Biden destrabó su asistencia y hasta se ganó una visita a la Casa Blanca para julio.
Fernández goza con la deferencia del presidente de Estados Unidos. Podrá tener su mano a mano en la Casa Blanca, algo que consiguieron todos los presidentes elegidos por el voto popular desde el regreso de la democracia salvo una: Cristina Kirchner. Más alimento para el prejuicio del “tipo que no da las peleas”.
Ella buscó sin éxito durante casi ocho años que la recibiera Barack Obama, pero ahora esa decepción forma parte del cuento nostálgico de la era dorada a la que reclama volver. El pasado es arcilla para su prosa. Lo demostró una vez más con la descripción de su “gesta” en YPF, una empresa cuyo valor ha caído en picada de 2012 y que todavía puede traerle un dolor de cabeza multimillonario a la Argentina en el juicio que se celebra en Nueva York por la expropiación.
El aniversario bien valía una fiesta a todo trapo en el país del gasoil blue. Adentro del auditorio se cocinaba la próxima crisis del Gobierno. Afuera, miles de adolescentes se agolpaban para escuchar el show de Tini Stoessel y otros artistas de moda. Gratis, todo a costa de la YPF que reconquistó el Estado, enfocada desde ya en su cruzada por la soberanía energética.
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