El kirchnerismo en el espejo de Putin
Rusia refleja el modo en que el kirchnerismo se autopercibe y pretende jugar el juego de la política
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Cuando el presidente Alberto Fernández se encontró con Vladimir Putin para abrirle las puertas de América Latina en un gesto de generosidad geopolítica tan innecesario como comprometedor, Putin ya era Putin. Todavía no se había dado el cambio de escala histórica que desde hace casi una semana implica la invasión rusa a Ucrania y que tomó por sorpresa al mundo. Sin embargo, en esos días de principios de febrero, hace muy poco, Putin ya era Putin. Ese es un dato político importante que alcanza con sus reflejos al kirchnerismo y permite visualizar las alianzas que prefiere y los valores de los gobiernos que siente más cercanos. El kirchnerismo se define también en el espejo de Putin. En su resistencia a condenar la invasión a Ucrania, a responsabilizar a Putin y a Rusia explícitamente se ven las identidades ideológicas y de modos políticos que condicionan al kirchnerismo.
Aún sin la escalada militar contra Ucrania que Putin inició once días después de aquel encuentro, aún si nunca se hubiera dado la tensión diplomática extrema que antecedió a la invasión, con un Putin amenazante como protagonista, Putin ya era Putin hacía mucho tiempo: antes de ser el hombre capaz de iniciar una guerra no provocada invadiendo a un Estado soberano europeo, o de crear una crisis humanitaria, amenazar con despliegue nuclear, encender la alarma con una retórica militarista y expansionista, Putin era capaz de reprimir sistemáticamente a la población, controlar con mano dura la opinión pública, meter presos a opositores, asesinarlos incluso, según se le imputa, desconocer la división de Poderes y construir un Estado fuerte en base a un sistema económico institucionalizado de corrupción estatal, el “capitalismo de amigos”. Lo analiza con precisión el economista sueco Anders Aslund, especialista en sistemas económicos centralizados en transición hacia economías de mercado, en su libro Russia´s crony capitalism, donde describe el pasaje de un “capitalismo de mercado a una cleptocracia”. Una articulación eficaz entre autocracia y plutocracia, que desconoce la división de poderes. Aslund fue asesor de Rusia y de Ucrania.
Lo escandaloso no es la cercanía del gobierno de los Fernández justo en un momento de extrema tensión diplomática global o justo cuando estalla una guerra. El dato político local es su acercamiento histórico a democracias de bajísima intensidad o directamente, autocracias electorales, desde Venezuela a Cuba o Rusia o China. El caso de Rusia es particularmente llamativo: su simpatía con Putin ni siquiera puede justificarse en términos de intereses comerciales a cuidar, dado el poco peso que tiene el intercambio con Rusia, ni tampoco por la expectativa de inversiones directas que se conversan mucho entre las dos naciones, pero que se concretan poco.
A pesar de eso, Rusia fue el socio privilegiado por el gobierno de los Fernández a la hora de adquirir la vacuna contra el coronavirus, un intercambio comercial que terminó privilegiando a Rusia y ahora deja a la intemperie a la Argentina, con un lote de millones de vacunas Sputnik que Rusia todavía no envía, y con una producción local de una vacuna que difícilmente, dado el contexto global, consiga la aprobación de la OMS. Un pasivo ruso que el gobierno kirchnerista no podrá levantar en el corto plazo. Todo saldo a favor de Rusia.
A pesar de todo, el acercamiento entre el kirchnerismo y Putin es tal que tuvieron que pasar cinco días de una guerra condenada ampliamente por las democracias del mundo y una serie de definiciones oficiales escurridizas, tibias y cuestionadas en el mundo diplomático internacional para que al final el gobierno kirchnerista a viva voz y en un foro global condenara el ataque militar ruso contra Ucrania. Ayer, en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el canciller Santiago Cafiero pronunció al fin la palabra más temida por el kirchnerismo: “invasión”. “La Argentina condena la invasión a Ucrania”, afirmó.
Putin lo hizo: su avanzada cada vez más crítica y arbitraria obligó a una reacción contundente y generalizada. El kirchnerismo no tuvo opción. Putin acaba de terminar con la neutralidad histórica, e incómoda, de países europeos como Suecia y Suiza. También terminó arrinconando a la Argentina kirchnerista y su neutralidad ante Rusia que la vicepresidenta esquivó mencionar en el hilo de Twitter en el que fijó, el domingo, su posición ante el conflicto bélico.
El tuit vicepresidencial borronea la definición de Cafiero. El gobierno de los Fernández no logra que esa condena tenga el peso que corresponde en este contexto. Por un lado, el Estado argentino, en la figura de su canciller, expresa una condena abierta. Pero por el otro lado, la vicepresidenta se expresa oficialmente en Twitter para confundir. Hay que googlear unas 15 veces y tener fuentes para consultar hasta que se logra reponer claridad al planteo de la vicepresidenta.
En ese mensaje hecho de referencias históricas, es significativo lo que menciona pero mucho más, lo que omite. La vicepresidenta alude explícitamente a la posición argentina del 15 de marzo de 2014 cuando, en el Consejo de Seguridad de la ONU, le tocó votar la aprobación o rechazo del referéndum de Crimea, que decidiría o no la separación de Ucrania y la anexión a Rusia. Argentina votó en contra, alineada con las potencias mundiales. El mensaje de la representante argentina, María Cristina Percevale, destacaron los principios clave de esa posición: soberanía, integridad territorial, rechazo al uso de la fuerza y el camino de la resolución diplomática. Una de las pocas políticas de Estado que sostiene Argentina y es la base de su reclamo en torno a Malvinas.
El tuit de Cristina Fernández también se refiere, siempre confusamente, a Malvinas y a ese principio rector y también al “doble estándar” de las potencias globales a la hora de apoyar o condenar la integralidad del territorio y su poder de veto en el Consejo de Seguridad. En su razonamiento, defendían el territorio Ucraniano pero no el argentino en el caso Malvinas. Ese “doble estándar” también fue denunciado por Fernández de Kirchner, entonces presidenta, días después de la condena en el Consejo de Seguridad. Uno de esos gestos de rebeldía diplomática que le gusta desplegar a Cristina Kirchner.
Hasta ahí, las dos referencias históricas de la vicepresidenta parecen condenar la invasión de Rusia por violación del principio de integridad territorial, en este caso de Ucrania. También parece subrayar ese principio como clave más allá de cualquier coyuntura y en consecuencia, su voto de rechazo.
Pero el problema del tuit de la vicepresidenta está en la omisión. En 2014, la posición argentina pasó del rechazo al referendum en Crimea a la abstención. El 27 de marzo de ese año, Argentina se abstuvo a la hora de defender la integridad territorial de Ucrania. ¿Qué pasó entre esas dos votaciones? Un llamado telefónico de Putin que la felicitó por su señalamiento del doble estándar de las potencias globales. El llamado se produjo tres días antes del cambio de voto en la Asamblea General. Martín Rodríguez Yebra contó con detalle este proceso de cambio de voto en una columna titulada “El mensaje de Cristina Kirchner: cómo apoyar a Putin sin decirlo”, que vale la pena leer.
La diferencia en el tono de los posicionamientos en torno a la guerra iniciada por Rusia ahora con las declaraciones de otros líderes de la región es abismal precisamente por la claridad de las declaraciones de sus pares. El ejemplo más indiscutible, el del presidente electo de Chile, Gabriel Boric, que sostuvo: “Desde América del Sur, vaya nuestro abrazo y solidaridad al pueblo ucraniano ante la inaceptable guerra de agresión de Putin”, sostuvo en Twitter.
La comodidad con la que el kirchnerismo se vincula con Putin, y la incomodidad a la hora de tomar distancia, es una muestra de modos compartidos de hacer política y de mirar al mundo. Por un lado, una triangulación permanente de la visión geopolítica que siempre pasa por Estados Unidos como el protagonista histórico del que hay que tomar distancia. Por otro lado, una suerte de reflejo deseado en la Rusia de Putin y el peso del Estado y del capitalismo de amigos. Desde los posicionamientos diplomáticos a los modos de ejercer el poder pasando por las vacunas y otras inversiones, Rusia es un espejo del modo en que el kirchnerismo se autopercibe y pretende jugar el juego de la política: con alineaciones cuestionables y con reglas políticas domésticas que horadan instituciones claves de las democracias liberales. El problema ahora es otro: que ese juego es cada vez más peligroso y con más consecuencias.
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