El kirchnerismo, cómplice de la sublevación mapuche
La acción de estos grupos y la inacción del Gobierno hacen que el problema se agrande cada vez más, y se agrave su solución
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Hoy asistimos, entre la impavidez, la anomia y el asombro de muchos, a cómo, en plena democracia, un grupo de delincuentes terroristas roba, incendia, ocupa propiedades, niega al Estado nacional, cobra peajes, golpea a propietarios. La pregunta que nos debemos hacer es: ¿cuándo comenzarán a matar a todos aquellos que señalen como sus enemigos?
Estos sublevados facciosos se arrogan la representación de pueblos originarios.
Los supuestos mapuches de hoy dicen ser los herederos de un grupo de tribus indígenas que invadió y asoló nuestro territorio y que exterminó a los tehuelches, que eran nuestros verdaderos pueblos originarios. Desde el siglo XIX, las tribus mapuches estaban al servicio de políticas de expansión territorial y ejercieron una brutal violencia contra colonos y fuerzas militares. El crimen, el robo y mil tropelías más eran su conducta, transformando el “maloneo” en un hecho heroico y épico, cuando en realidad lo que se intentaba era erosionar nuestra naciente economía y poner en duda nuestros derechos soberanos sobre territorios despoblados, pero que pertenecían a nuestro acervo como Nación.
Hoy la “revolución mapuche” cuenta con el apoyo del kirchnerismo, de resabios de Montoneros, la izquierda “boba”, algunos sectores de la Iglesia, sectores políticos marxistas y, como siempre ocurre, el de un conjunto de almas bellas y culposas, tanto del ámbito nacional como internacional.
¿Por qué la izquierda enarbola hoy la bandera indigenista? La respuesta es muy simple, porque ataca frontalmente la propiedad privada, enemiga esencial del comunismo, deslegitima la ley y el Estado desde su origen, proclamándolo usurpador y ladrón. En definitiva, lo que se busca es la disolución del poder nacional.
Estos mapuches, que fueron originalmente funcionales a ciertas políticas chilenas, se han convertido en el principal problema que enfrenta nuestro Estado hermano.
En la Araucanía chilena se conformó la CAM (Coordinadora Arauco Malleco) y en nuestro país, la RAM (Resistencia Ancestral Mapuche), ambas organizaciones son embriones de políticas foquistas inspiradas en la visión guevarista de Abimael Guzmán con Sendero Luminoso, la continuación del proyecto del ERP en Tucumán y Montoneros, que buscaba crear otro Estado dentro de nuestra Nación.
Estos grupos, autorreferenciados como mapuches y que asumen la representación de todas las comunidades indígenas, tuvieron, aparte del apoyo teórico mencionado, el entrenamiento militar e ideológico de grupos de las FARC, Sendero Luminoso y de desencantados setentistas (Montoneros y ERP-ianos) que vieron en esta especie de “neoindigenismo” una forma de tomar revancha de las frustraciones políticas sufridas en el pasado.
Uno de los líderes indígenas, Jones Huala, que cumple prisión en Chile por incendios a propiedades y otros actos terroristas, habló de una revolución armada para recuperar “tierras ancestrales”, construir el socialismo basado en las tradiciones mapuches y en una teología indígena todavía no sistematizada, pero adecuada para generar un pastiche ideológico, que si no conllevara graves desafíos a la soberanía y a las autoridades del Estado argentino, resultaría interesante de estudiar como ejemplo cabal del desvarío humano.
La acción de estos grupos y la inacción del Gobierno hacen que el problema se agrande cada vez más, y se agrave su solución, que debe ser drástica y terminante, procediendo a la recuperación del orden, del territorio ocupado y la vigencia de la ley. Todo ello por parte de las fuerzas de seguridad, con pleno aval del Poder Judicial.
No debemos dejar espacio a aquellos que usan la violencia terrorista para imponer sus objetivos en donde el robo es moneda corriente, el ataque, la destrucción y el incendio de la propiedad privada es la metodología, la agresión a los símbolos patrios se considera un acto heroico y se desconoce a las autoridades legítimamente constituidas. Se podría agregar también un largo etcétera.
¿Cómo es posible escuchar y poner en práctica un discurso en el que se anuncia que se deben acumular fuerzas, aumentar la experiencia combatiente, crear un ejército de liberación mapuche, buscar la creación de una entidad política independiente y que no se haga nada?
Puede deberse a dos cosas, la primera es que no se tenga dimensión de la gravedad del problema, o la segunda, la más grave, que en nombre de una ficticia tolerancia se esté cobijando un foco de violencia que igual que en los años 60/70 sabemos cómo comenzó y también cómo terminó.
La disyuntiva es muy simple, o enfrentamos esta nueva forma de terrorismo, o terminaremos esclavos de los violentos, o algo peor, causaremos una tragedia mayúscula. Algo nos debe enseñar nuestra historia reciente.
El autor es exsenador y auditor general de la Nación
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