El impactante relato del piloto que hundió al Sheffield
Armando Mayora recuerda el ataque al buque inglés, un duro golpe para las fuerzas británicas durante el conflicto; cómo fue el vuelo que marcó un hito en Malvinas
Armando Mayora entró a la Marina incentivado por un compañero de colegio. Quiso estudiar Ingeniería, pero le dijeron que tenía capacidad para estar en un grupo de comando. Nunca había volado y no tenía idea de cómo hacerlo, pero se convirtió en aviador. Se especializó en combate aéreo y a fines de 1980, a los 26 años, fue enviado a Francia a buscar los modernos aviones Super Etendard. Meses más tarde, en plena guerra de Malvinas, junto con el capitán de navío Augusto Bedacarratz atacaron el buque inglés Sheffield con misiles Exocet. Fue un golpe mortal: el destructor se hundió poco después.
El ataque al Sheffield, una fragata tipo 42 que estaba a la vanguardia de la flota inglesa, supuso un duro revés para las fuerzas británicas durante el conflicto de 1982. Además, fue el primer barco que perdieron desde la Segunda Guerra Mundial. Mayora, sin embargo, recuerda que tuvo una sensación agridulce: el objetivo era pegarle al Invencible.
"Todo el mundo estaba feliz. Yo no, porque el objetivo era el portaaviones. La única manera de poder haber cambiado el curso de la guerra era hundirles un portaaviones. Eso fue lo que sentí: que podríamos haber generado un cambio. Hundir al Sheffield fue un tema que les pegó, pero que no fue crucial. Si hundíamos un portaaviones, la cosa hubiese sido diferente", sostiene.
A pesar de ese sentimiento, Mayora reconoce que la escuadrilla hizo su trabajo a la perfección. "El ataque del Sheffield fue el único que pudimos hacer como dice el libro. Salió perfecto", reconoce.
"Éramos diez pilotos seleccionados y teníamos los mejores aviones. Éramos los de mayor experiencia, los de mayor capacidad. Habíamos armado las cosas bien", agrega.
Admite que había preocupación. "Teníamos que enfrentarnos a la tercera potencia del mundo con el apoyo de la primera".
Para entrenarse específicamente para Malvinas, y como en la Argentina había dos destructores idénticos a los de la flota británica, usaron esos barcos como blancos. "Diseñamos nuestro perfil de vuelo y perfil de ataque en función de ellos. Me embarqué en el Hércules, con la gente de operaciones, para ver a cuánto se detectaban los buques, de qué manera", explica.
"El día que desembarqué del Hércules, el comandante me dijo: «Mucha suerte, no sé si nos volveremos a ver». Me sonó muy dramático, pero después llegué a la conclusión de que él era más consciente de lo que estaba por venir".
Su escuadrilla decidió armar cinco parejas, el más antiguo operaba con el más joven. "Volábamos siempre juntos, siempre. En la guerra moderna, no podés emitir: el que dice algo y larga energía al éter es el que termina siendo descubierto. Nosotros estábamos fijando las reglas de emisión en forma muy estricta".
Y agrega: "Desde el momento en que despegamos hasta que aterrizamos, nunca hablamos. Todo era por señas, y entre aviones separados por 1000 metros. Nos conocíamos tanto...".
El 1° de mayo de 1982, primer día de combate, se frustró una misión de ataque porque los aviones tuvieron problemas al cargar combustible en vuelo. "Tuvieron que cancelar y volver. El acuerdo era que pasabas a la cola. La siguiente pareja éramos Bedacarratz y yo", recuerda.
El 2 de mayo fue el ataque al crucero General Belgrano. "Fue un tema duro para nosotros: no sabíamos qué había pasado, era todo incertidumbre", añade. Al día siguiente, Bedacarratz y Mayora estuvieron en cabecera, a punto de despegar.
"Desde el momento en que te dicen que vas a atacar hasta que salís, pasan como tres horas, el prevuelo. Te tenés que vestir, armar el plan. Toda esa preparación lleva dos horas y pico. Lo hicimos el 3 de mayo y estábamos a punto de irnos, pero anularon la misión", recuerda.
El 4 de mayo amaneció nublado, lluvioso y con vientos muy fuertes. A las 7 de la mañana los sacaron de la cama porque había otro blanco.
Un explorador de la Marina -el Neptune- había salido más temprano, había estudiado el área y había capturado datos de emisiones británicas. "En función de toda esa información, se nos ordena atacar. Fuimos al reaprovisionador, iniciamos el ataque, el Neptune emitió la última posición que tenía del blanco, nos pasó los datos y los pusimos en nuestro navegador inercial", detalla el capitán de corbeta retirado.
Los aviones Super Etendard eran los únicos de la Argentina que tenían navegadores inerciales, imprescindibles para volar en el mar. "Veníamos volando muy, muy bajo, y muy, muy rápido. Era un día horrible, de chubascos, lluvias, de muy baja visibilidad, lo cual era perfecto para nosotros porque de esa manera podíamos entrar sin que nos detectaran", cuenta.
A las 11 de la mañana, el momento de lanzar los misiles fue traumático. "Nos metemos en un chubasco, no veo a Bedacarratz, y cuando salimos del chubasco veo fuego debajo de su avión. Él había dado la orden de lanzamiento y yo no la había escuchado. Lanzo yo. Cuando sos piloto, estás acostumbrado a que cuando apretás un botón de los cañones, es inmediato. Y con los Exocet no es así. Tarda tres segundos, una eternidad. Hasta que de pronto se desprende el misil, que pesa 650 kilos. El avión se desbalancea y ahí ya estábamos girando a muy baja altura y a todo lo que daba. Nos fuimos sin saber qué había pasado", relata.
Ante la consulta de LA NACIÓN sobre qué sintió cuando volvía a base, Mayora resalta que hasta ese momento estaba "re contra enchufado" y que lo que más le preocupaba era cumplir. "Es muy laborioso, no tenés tiempo para que se te vayan los pajaritos, para nada. Tenés que trabajar: el vuelo es muy arriesgado, el proceso de lanzamiento del Exocet es muy demandante, tenés que operar el radar del avión, tenés que hacer el reaprovisionamiento en vuelo. No tenés tiempo para ponerte a pensar", detalla.
Horas después, a las 5 de la tarde, mientras hacían el análisis y el informe del vuelo, el Ministerio de Defensa británico difundió que el buque Sheffield había sido atacado con Exocet y que estaba hundido.
La vida después de la guerra
Hablar de Malvinas también implica recordar a su mejor amigo de la Marina, quien murió en combate. Mayora no deja de pensar todo lo que vivió después de la guerra y que su compañero no pudo experimentar. "Marcelo no tuvo nada de nada, a los 28 años, se fue".
"Cuando te alejás del deber, de dar la vida por la Patria, después de 30 años, decís: «Tenías 28 años, Marcelo, se acabó tu vida y no viviste nada de lo que el resto hemos vivido». ¿Valió la pena?", reflexiona.
Mayora estuvo en la escuadrilla de Super Etendard hasta 1989. En 1990 terminó la Escuela de Guerra y dejó la Marina. Años después, junto a un compañero de Malvinas que había integrado el equipo de buzos que marcó el terreno para el desembarco de las fuerzas, fundó una compañía de desarrollo tecnológico . Hoy, su vida se divide entre el emprendimiento, su numerosa familia y sus amigos.
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