El “hombre araña”: la red de contactos que tejió Ariel Lijo y que ahora le permitirían llegar a la Corte Suprema
Su agenda tiene los teléfonos de expresidentes, políticos de todos los partidos, empresarios, operadores, sindicalistas y jueces y fiscales en cada provincia, aunque muestra un flanco débil
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“El gordo no será el más preparado, ni el más sólido académicamente, pero es el ‘hombre araña’”, dice un fiscal federal que conoce a Ariel Lijo desde hace décadas y se explica sin esperar el pie: “Tiene mucha calle y nació para tejer redes”. Cinco minutos después, otro fiscal federal complementa la descripción, sin haber escuchado la frase de su colega: “Ariel tiene palabra y hace mucho que está tejiendo relaciones. Ahora las cosecha”. Del riñón de Cristina Fernández de Kirchner a Daniel “Tano” Angelici, y de la ex SIDE a la Corte Suprema, pasando por empresarios, sindicalistas, fútbol y “burros”, el teléfono de Lijo abarca todo el espectro.
Ahora, esas mismas relaciones que tejió durante décadas con el “establishment” -o la “casta” que denosta Javier Milei en sus discursos-, podrían traducirse en respaldos que le permitan llegar a la Corte Suprema de Justicia. Podrían ayudarlo a anudar el acuerdo del Senado, con votos que respondan a todo el espectro político. Tanto a los 33 peronistas que responden al kirchnerismo o a gobernadores, como radicales y libertarios.
Calle le sobra a Lijo. Nacido en Villa Dominico, es un producto arquetípico del Conurbano. Rápido, simpático, despierto, muchos remarcan su fanatismo por Boca Juniors. Integró la comisión de asesoramiento en seguridad deportiva del club, junto al entonces juez federal -y actual intendente del partido de General Pueyrredón- Guillermo Montenegro, los fiscales Raúl Plee, Carlos Stornelli y Gerardo Pollicita, y el abogado defensor de Cristina Kirchner, Carlos Beraldi, entre otros. La miniatura de una “Bombonera” reafirma, en su despacho, su pasión bostera.
Pocos saben, sin embargo, que en su despacho también cuelga un gorro de Arsenal, el club de su pago chico. Allí donde su hermano Alfredo, “Freddy”, sin el cual resulta imposible entenderlo, vendió empanadas para llegar a fin de mes e hizo changas en una furgoneta. Antes del despegue patrimonial de los dos: uno como juez federal y el otro como operador. Despegue que se tradujo en camionetas de lujo, el country Abril, un haras y varios departamentos en las zonas más exclusivas de Buenos Aires, al menos una cuenta bancaria en el exterior y mantener a varias ex.
Ariel Lijo entró como meritorio en la fiscalía de la Cámara del Crimen. Allí tejió su primer gran vínculo. Luisa Riva Aramayo lo amadrinó y le aportó la primera brújula para moverse por los vericuetos de los tribunales y los sótanos del poder. Y cuando la “Piru”, como la conocían todos, asumió como camarista federal y se erigió en la gran interlocutora del menemismo en el Poder Judicial, le pidió a Javier Fernández, legendario monje negro de los sótanos judiciales, que cobijara al hermano “Freddy” en la Auditoría General de la Nación (AGN).
La “Piru” fue para Ariel Lijo, sin embargo, el primer escalón. Se convirtió luego en la mano derecha del juez ascendido a camarista federal, Gabriel Cavallo, vínculo que le aportó más contactos y experiencia, además de que su primera esposa es Silvina Cavallo, que también trabajaba en Comodoro Py. Hoy, ella se desempeña como fiscal federal en Quilmes.
El salto exponencial ocurrió, sin embargo, en 2004, cuando asumió como juez federal tras terminar quinto en el concurso. Ya como magistrado, se colocó primero bajo el ala de la única jueza de primera instancia de Comodoro Py, María Servini –al punto de subrogarla cuando se tomaba vacaciones o licencia-, aunque luego abrevó en la experiencia de otro veterano, Rodolfo Canicoba Corral, gestor de la “Rodi Cup”. Es decir, un torneo de truco donde competían, por dinero, jueces, fiscales, operadores, lobistas y empresarios.
Como juez, Lijo se ganó fama de tiempista. Lo demostró en el “caso Siemens”, que sigue sin registrar condenas en la Argentina, a diferencia de Alemania y Estados Unidos, para beneplácito del fallecido Carlos Menem, Carlos Corach y Hugo Franco, entre otros. También manejó el reloj de la investigación sobre el financiamiento de la campaña electoral de 2007 que llevó a Cristina Fernández de Kirchner a la Presidencia. Y ahora juega con los ritmos en la “causa Correo”. La familia Macri, agradecida.
Su agenda de relaciones creció y creció. En un día cualquiera, podía llamarlo el jefe de Gabinete de los Kirchner, Alberto Fernández, para pedirle un favor, tanto como podía ser Enrique “Coti” Nosiglia por la UCR o Daniel “el Tano” Angelici por radicales o el PRO, o alguno de los muchos empresarios con que interactúa. Como los Werthein. O que le deben favores. Como los Brito. O periodistas y dueños de medios. O políticos y funcionarios, como Daniel Scioli y Julio de Vido y otros muchos que recurrieron a su hermano “Freddy”.
“Freddy” se convirtió en una máquina de facturar y de exhibirse -en sus viajes y en selfies con fajos de billetes de dólares. Es un flanco débil y una tormenta recurrente que en un momento amenazó con derribarlos. Ocurrió cuando su ex, Carla Lago, lo acusó de llevarle dinero en efectivo a su hermano y a otros “personajes de la Justicia” y de ocultarle fortunas a la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), como una cuenta bancaria con US$ 1,7 millón en Suiza a través de una sociedad comercial montada en Nueva Zelanda.
“Freddy” había dejado para entonces de vender empanadas en Villa Dominico. Había comprado el 20% de las acciones de Caledonia Seguros, compañía que adquirió 20 autos de lujos; entre ellos, un Mercedes Benz E350, blanco, que usó su hermano Ariel con una cédula azul emitida a su favor. También, un piso en Las Cañitas y el haras “La Generación” para caballos de carrera, y un balneario en Necochea que, al decir de su ex, comparte o compartía con Eduardo Freiler, quien terminó destituido por enriquecimiento ilícito.
La acusación sobre los hermanos Lijo derivó en una denuncia de “Lilita” Carrió ante el Consejo de la Magistratura. Pero terminó en la nada, gracias a los llamados del “Tano” Angelici, que lo citó en el hotel Faena para ajustar detalles, como también quedó en la nada otra denuncia por sus vínculos con la familia Corach, más allá de los dimes y diretes que generó que Lijo hubiera designado como empleada en su Juzgado a la hija del consejero que estaba a cargo de investigarlo, Alberto Lugones.
En los tribunales de Comodoro Py, cabe aclarar, el Juzgado federal de Lijo es señalado como el “Juzgado de los hijos de”. Además de la hija de Lugones, allí también trabajan el hijo del otrora director de Análisis de la Secretaría de Inteligencia (ex SIDE) durante una década, Alberto Mazzino, un hijo del ex futbolista y director técnico Jorge Burruchaga, surgido de Arsenal, y varios descendientes de jueces, como un nieto de María Servini, que ahora trabaja para el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona. Amigos y favores.
“Freddy”, en tanto, no sólo aportó dinero a la ecuación fraternal. También sumó más contactos. Entre ellos, algunos en el mundo del espionaje, en tiempos de Francisco “Paco” Larcher y Antonio “Jaime” Stiuso, o José María “el Vasco” Olazagasti, Y ahora puja con Guillermo Scarcella por tejer el vínculo más fluido con Karina Milei.
Arquero en el fútbol y mentiroso en el truco, “El Gordo”, como lo apodan, extendió todavía más sus redes. Tejió un lazo férreo con el entonces presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, con gobernadores de todos los espacios políticos –cuyos senadores deberán aprobar su pliego para la Corte- y con decenas de magistrados de todo el país, resultando un jugador decisivo para la constitución de la Asociación de Jueces Federales (Ajufe), con la sagacidad de no presidirla.
Lijo se movió con ductilidad durante años. Acompañó, por ejemplo, a Lorenzetti en sus viajes a varias provincias para presentar su libro “El enemigo ambiental”. En varios de esos periplos, el ministro de la Corte lo sentó con gobernadores, con quienes intercambió ideas, teléfonos y, más relevante, impresiones. Se mostró entrador, fiable. Lo sabe Gildo Insfrán, gobernador de Formosa desde 1995, que estaba contra las cuerdas en el “caso Ciccone”, hasta que Lijo remitió ese tramo de la investigación a la provincia.
Los vínculos de Lijo con la Corte Suprema le permitieron, por ejemplo, impulsar la designación de uno de sus secretarios, Juan Tomás Rodríguez Ponte, al frente de la Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejos y Crimen Organizado (Dajudeco), que depende de la Corte, mientras que su segunda mujer, Magalí Mazzuca, también recaló dentro de la órbita del máximo tribunal, como secretaria letrada de la Secretaría Penal.
Su actual pareja, en tanto, también acumula experiencia en el sector público. Genoveva Ferrero ocupó la vicepresidencia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad, donde abrió otra línea con el “Tano” Angelici y con el peronista Juan Manuel Olmos, el otro gran articulador del entramado judicial porteño. Y luego asumió como número dos del Ministerio de Seguridad porteño durante la gestión de Horacio Rodríguez Larreta.
Esas y otras redes, sin embargo, no le permitieron jamás levantar el pulgar abajo de “Lilita” Carrió. Lo tiene entre ceja y ceja desde hace años, lo denunció ante el Consejo de la Magistratura y también ante la Justicia por presunto enriquecimiento ilícito. ¿Quién lo defendió en ese expediente? Cúneo Libarona, y la pesquisa también se cerró. Pero Carrió lo mantiene en la mira. No influyó que el Papa Francisco lo haya recibido en Roma, en 2014, junto a su hermano “Freddy”, quien reconoció que ingresó al blanqueo que impulsó Macri como Presidente. Y volvió a recibirlo en 2016, junto a otros magistrados, a los que convocó a debatir en la Academia Pontificia de Ciencias Sociales sobre la criminalidad organizada. También los urgió a perseguir, “intensamente”, el lavado de activos.
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