El Gobierno, una flecha sin blanco
Aparecen problemas con las intervenciones de Manzur e Insaurralde; Cristina Kirchner y el espejo del griego Tsipras; el oficialismo junta votos, pero no define un mensaje
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En 1969, un especialista en administración, que estudiaba las cuestiones de las jerarquías en las organizaciones -particularmente en las empresas- escribió un principio que llevó su nombre. Se trata del “principio de Peter”, del canadiense Laurence Peter, que señala que toda organización va promoviendo a sus miembros hasta un punto en el que encuentra su mayor grado de incompetencia.
En otras palabras, se lo eleva a una jerarquía para la cual ya resulta incompetente. Eso se escribió en el ‘69. En 1910, en un artículo periodístico, el genial José Ortega y Gasset, dijo: “Todos los empleados públicos deberían ser descendidos en un nivel, porque fueron designados y promovidos hasta resultar incompetentes”. Anticipó el “principio de Peter” 59 años. Algo de eso está pasando en la Argentina, o pasó, con la promoción de dos figuras, la de Alberto Fernández y Axel Kicillof.
Cristina Kirchner los fue promoviendo hasta encontrar el nivel donde ambos resultaron ser incompetentes. Nunca lo va a decir, pero seguro ella sabe que estamos frente a un error en la selección de personal en alguien que evidentemente tiene alguna dificultad para leer a los seres humanos, para entender al otro. Llama la atención porque en el caso de Kicillof fue su ministro de Economía, y estuvo con ella mucho tiempo. Y mucho más en el caso de Alberto Fernández, que fue jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y de ella durante cinco años. Claro, ella puede decir: “Es que no notábamos cómo era Fernández como jefe de Gabinete porque el verdadero jefe de Gabinete era Néstor”.
Hoy tenemos la rareza de dos poderes ejecutivos intervenidos. Los dos, Alberto Fernández y Axel Kicillof, reducidos a hacer tareas protocolares. En el caso del Presidente, en una campaña que llama a veces a comentarios jocosos. Estallan las redes sociales con bromas sobre el tipo de actividades que se ha fijado Alberto Fernández.
Los amigos de él pensaban, cuando recibió la intervención de Juan Manzur, rescatarlo, elevándolo. Como dijo -en un off the record, aunque era obvio que era él- Santiago Cafiero. Lo admitió cuando afirmó, en ese off: “Necesito conseguirle una foto con Biden”. Como si Biden fuera el ratón Mickey. Pero a diferencia o en sustitución de esa foto, que todavía no apareció [habrá que ver si aparece cuando ambos se reúnan en la cumbre del G-20 en Roma], le encontraron una entrevista con L-Gante, y eso es como una especie de exageración, de caricatura de la intrascendencia que hoy tiene Alberto Fernández dentro del Gobierno.
Hay, por parte de Kicillof, además, una intervención de muchos intendentes, que lo deja a él más excluido de lo que estaba antes en el poder de la provincia de Buenos Aires. Hay tres grupos en el gobierno nacional y tres grupos por lo menos en la gobernación bonaerense.
Los originarios del Presidente, los que lo rodean, gente del peronismo de la Capital Federal; los de Cristina, La Cámpora -que más allá de las diferencias que pueda tener es un instrumento que ella generó para intervenir en el proceso político-; y ahora, el peronismo territorial.
Peronismo territorial como el de Juan Manzur, que no sabemos hasta dónde representa o no algo más que a sí mismo, si es o no un canal de influencia en el gobierno nacional de una liga de gobernadores, o de un peronismo más tradicional que se expresa en los sindicatos; y los intendentes de la provincia de Buenos Aires, aliados a Máximo Kirchner pero que tienen sus propios intereses territoriales.
Alguien que entiende muchísimo de política, que es Enrique Nosiglia, solía decir, refiriéndose a otra escena, no a ésta: cuando hay un conflicto entre dos grupos se puede resolver; cuando hay un conflicto entre tres grupos ya no tiene solución, siempre hay uno que queda excluido. Ese tercero excluido es el que genera las crisis, eso es lo que vamos a ir mirando durante todos estos meses en el tiempo que queda para que terminen los dos mandatos, en esta nueva conformación que tienen los oficialismos en el gobierno nacional y el provincial.
Estos conflictos tienen síntomas, todos los días emiten significados. El último fue la visita de Cristina Kirchner a la Casa de Gobierno para el lanzamiento de un programa ligado al sector agropecuario, que mucha gente de la izquierda del kirchnerismo entendió como un desistimiento de una política agropecuaria más ligada a la agresión al campo.
Se habló mucho de que Cristina Kirchner se refugió -como ha hecho en otras oportunidades en la Casa Rosada-, en el despacho de “Wado” de Pedro que es, sin dudas, su hombre en el Gobierno. Menos se contó que prácticamente estuvo condenada a refugiarse en ese despacho porque, aparentemente, el Presidente no había llegado. Y esperó a que ella estuviera en la Casa de Gobierno para, ostensiblemente, no recibirla.
No se hablan, y en el medio de ambos, con bajísimo perfil, sin saber muy bien cómo ubicarse, sin saber muy bien cómo termina el partido, está Sergio Massa, dicen que mediando. Como una especie de cartero entre dos sujetos que no se comunican entre sí. Lo llaman ya “Il Postino”, como aquella película inspirada en Neruda.
Toda esta nueva estructura genera nuevas patologías. Por ejemplo, los intendentes que abandonaron sus lugares para ir a cumplir funciones en el Ejecutivo provincial dejan la espalda al descubierto y empieza a haber ruido en sus distritos. No hay que olvidarse de que a escala municipal, a escala provincial, a escala nacional, la Argentina es un país caudillesco. No es fácil sacar al caudillo y que se mantenga el orden.
Quiere decir que tienen que estar gobernando su ministerio, pero también tienen que gobernar en su ciudad. Eminentemente en este problema está Martín Insaurralde, el intendente de Lomas de Zamora, donde empieza a haber fragmentación en la política del municipio.
Todo esto se vuelve sinfónico, casi ridículo, en el caso de Manzur, que hoy presidió una reunión de gabinete tucumano en la Casa de Gobierno. Lo llamó a su enemigo, y provisorio sucesor, Osvaldo Jaldo -el vicegobernador de Tucumán-, quien vino con la excusa de hablar de políticas nacionales para la provincia, no solamente con los ministros sino con sus dos segundos, el presidente de la Legislatura y el vicepresidente. Esto hizo que quedara a cargo de la provincia Sandra Orquera, una legisladora de Fuerza Republicana que fue al despacho del gobernador y no tuvo mejor idea que invitar a su jefe político a sacarse una foto, Ricardo Bussi, repudiado obviamente por el gobernador, por el vicegobernador y por el peronismo de Tucumán.
Toda esta comedia de enredos tiene que ver con estos corrimientos y con el abandono que determinadas figuras tienen que hacer de sus gobiernos locales para ir a vestir santos al gobierno nacional o de la provincia de Buenos Aires.
La semana que viene, según comentan, está previsto que Manzur siga gobernando Tucumán desde la Casa Rosada en una reunión con intendentes de Tucumán. Habrá que ver si Jaldo consigue recuperar la casa de Gobierno.
Estos conflictos adquieren un carácter más estructural en la interna del peronismo, del kirchnerismo. Es difícil de definir, porque es difícil ubicar a determinados actores dentro del mapa oficialista, pero hay una disputa abierta que se va profundizando con los movimientos sociales.
Los movimientos sociales fueron adquiriendo, a lo largo de 20 años, una dimensión, una gravitación en la política, que ya alarma no a la derecha, sino a sectores progresistas que veían en ellos un mérito de capacidad de organización de la democracia argentina, y que ahora temen que esos movimientos sociales se coman a la política, se coman a los intendentes, se coman a La Cámpora, se coman al Gobierno.
Esta tensión apareció el mismo día que Cristina Kirchner dejó la Casa de Gobierno, y empezó a advertir que los movimientos sociales, especialmente el Evita, con el Chino Navarro y Emilio Pérsico, se iban convirtiendo en una suerte de kirchnerismo sin Kirchner. Algo así como el peronismo sin Perón de Vandor, en el sindicalismo. Con Perón exiliado. Con Cristina derrotada, empezaron a tener su propia estrategia y a dialogar con el gobierno de Macri. Obviamente, cómo no van a dialogar con el Gobierno si viven del Estado. Es imposible que un movimiento social que vive del presupuesto no dialogue con el Estado.
Ahora bien, en ese diálogo se fueron separando cada vez más de Cristina y del kirchnerismo. Tanto que cometieron la deslealtad de partir el bloque oficialista cuando se estaba debatiendo el desafuero de Julio de Vido, algo que fue vivido en el kirchnerismo como una traición imperdonable. Aun cuando esos diputados no votaron no se sentaron en sus bancas ni votaron el desafuero.
Esa historia siguió y su última manifestación, la que terminó siendo el motivo de la guerra que hay hoy, se produjo en un incidente que no adquirió la dimensión pública que realmente tiene: fue el día que los funcionarios de Cristina Kirchner le presentaron la renuncia a Alberto Fernández. Ese día, los movimientos sociales, sobre todo el Evita, convocaron a una movilización en Plaza de Mayo, en contra del (sic) “golpe” que le estaba dando Cristina Kirchner a Alberto. Cuando se conoció la noticia, felizmente para el oficialismo, el Presidente pudo dar de baja esa manifestación. Para el común de la gente esa manifestación no se produjo, pero para Cristina y para La Cámpora sí. Este conflicto va a generar políticas. No me extrañaría que dentro de poco desde el oficialismo se promueva alguna ley que recupere, sanamente, para el Estado, el manejo de la política social y la asignación de los subsidios.
Y esto va a generar seguramente alguna irritación y reacción en los movimientos sociales que ya no se envuelven en la legitimidad del peronismo sino en la legitimidad de la Iglesia; se llaman “Los Cayetanos”, en homenaje a San Cayetano y en un homenaje subliminal al Papa. Vamos entonces a una crisis importante, una crisis que tiene que ver con la pregunta acerca de la representación de los pobres. Es una disputa por la representación de los más vulnerables. En un momento, el de la derrota electoral para el oficialismo, en el que aparece una descomposición en la relación entre los pobres y la dirigencia territorial del peronismo. Es una buena pregunta: ¿Qué está pasando en el mundo de los pobres con la política? Porque hubo lugares donde se concentra mucha pobreza y hubo muchísima abstención.
El Gobierno ha logrado constituir un comando de campaña que no había en las Primarias. Lo que había era un comando en manos de Cafiero, otro funcionario que alcanzó su nivel de incompetencia. No hubo prácticamente comando de campaña en el oficialismo. Siguieron un poco automáticamente el ritmo de la pandemia con pocas actividades y ahora vemos, como suele suceder, que la derrota los despertó.
Han constituido un comando donde está Manzur, donde está De Pedro, donde está Máximo Kirchner, está Massa, y lo invitan a veces a Kicillof, pero el que manda ahí es Insaurralde. La pregunta es cuánto se puede dar vuelta una elección con logística, aunque hay más que logística en determinados sectores del Gobierno, porque empiezan a resolver problemas, demandas sectoriales, como la del campo.
Ahora se abre una discusión, con una convocatoria de último momento -la oposición dice que fuera de término- para tratar una ley que abre varias batallas. Es una Ley de Etiquetado Frontal de alimentos, para ponerle un disco negro a los alimentos que tienen demasiados componentes malsanos. Se desata una interna entre regiones, ya que afecta sobre todo al norte azucarero, justo en el momento que tienen a un jefe de Gabinete de Tucumán. Veremos si pueden dar batalla o no porque para esto el Gobierno debe conseguir el quorum en la Cámara de Diputados y habrá que ver si Massa logra contener todos los intereses que hay en este conflicto.
El oficialismo intenta darse a sí mismo una agenda, y esto tiene que ver con alguna iniciativa que viene preparando hace unos meses sigilosamente, con todas las provincias, Wado de Pedro, para establecer un Plan Federal de Infraestructura.
Habrá que ver si llegan a tiempo o no durante la campaña como para darle un contenido a lo que parece ser el sistema nervioso periférico del peronismo: lo territorial, el reparto de cosas, el reparto de plata. Máximo Kirchner, Massa, De Pedro creen que pueden dar vuelta la elección en la provincia de Buenos Aires, sobre todo. La pregunta es si con gasto público se da vuelta una elección o no; si hay una relación perfecta entre el gasto público y la recuperación del Gobierno.
Y tenemos algunos indicios, pero es una pregunta muy difícil de contestar. Hoy tomamos como productor de Odisea a Alfonso Prat-Gay, que ha elaborado en su cuenta de Twitter varios gráficos.
¿Qué hizo Prat-Gay para ver el comportamiento del gasto público? Primero tomó los pesos que se repartieron a lo largo de muchos años y les quitó la inflación, para que sean comparables, y tomó el promedio del gasto de cada mes en los últimos diez años. Y fue comparando los meses de este año contra ese promedio de los últimos diez años sin tener en cuenta la inflación, para que sea comparable uno y otro momento.
El resultado es que durante los primeros meses del año el promedio de gasto fue de $51 mil millones menos que el promedio de los últimos diez años en cada mes. Después se disparó el gasto y en los últimos meses, antes de las PASO, ese promedio fue de $26 mil millones más. En abril, esa desviación respecto del promedio llega a una reducción de $60.000 millones. A partir de ahí crece hasta llegar a $50.000 millones en las PASO. Quiere decir que hay un incremento del gasto de $110 mil millones entre abril y las PASO.
En los últimos meses, julio y agosto, Guzmán obedece su mandato político, destruye su presupuesto y expande el gasto. Qué efecto habrá tenido esto en la elección no lo sabemos, porque no hay una relación lineal. Si a este gasto lo superpongo con la foto de Fabiola en Olivos, muy probablemente no rinda lo que tenga que rendir: un gráfico de la consultora Seido consigna la confianza en el Gobierno. Entre las PASO y el 30 de septiembre se derrumbó. Pero venía cayendo, según esta consultora, a pesar del repunte en el gasto. Se puede gastar más y no necesariamente se recupera la imagen.
Se ve también en la imagen de los dirigentes. Lo primero que tenemos que mirar es que Alberto Fernández, Kicillof y Cristina vienen con una caída independiente al nivel de gasto al que sometió al fisco Guzmán. Es decir, vienen cayendo sistemáticamente desde hace bastante tiempo, y más significativamente desde febrero de 2021.
Con la caída pronunciada después de las PASO, uno tiende a pensar que se van a recuperar porque hay un impacto emocional de la derrota que distorsiona. Así como hay un impacto de la victoria que hace que las figuras de Juntos por el Cambio, todas, se recuperen. Uno que se recupera es Macri. Y esa recuperación de Macri, que es muy interesante, hay que mirarla contra otra curva, que es la del derrumbe de Alberto Fernández y Cristina. Es algo que venimos planteando en Odisea, que muchos malinterpretan, o no logran entender, y suponen que uno dice que Macri y Cristina son la misma cosa. De lo que estamos hablando es de que hay una polarización casi automática que es propia de la construcción del enemigo perfecto y sistemático. A medida que le va bien a Cristina, cae Macri, pero a medida que le va mal a Cristina y Alberto, sube Macri. ¿Es por su mérito? Puede ser. Pero en gran parte es por el automatismo de la polarización. Esto lo sostenía, durante el gobierno de Macri, Máximo Kirchner. Decía: se equivocan. Se equivocan porque la están poniendo a Cristina Kirchner como la contracara del Gobierno y el día que al Gobierno le vaya mal, no se dan cuenta de que ella tiene una base del 30 por ciento, llega al 45 muy fácilmente. Ahora está pasando lo mismo con Macri. De hecho hoy, Axel Kicillof, cuando le nombran los Pandora Papers al primero que nombra es a Mauricio Macri, porque aparece su hermano Mariano Macri. Se olvida de que lo más notorio de los hallazgos que publicaron en LA NACION Maia Jastreblansky y Hugo Alconada Mon es la reaparición de Daniel Muñoz con una fortuna incalculable, siendo el secretario de Néstor Kirchner.
Ahora Macri va a estar en el centro de la escena; una decisión verdaderamente torpe desde el punto de vista de la política y del contexto del juez Martín Bava, que lo cita a indagatoria y le prohíbe salir del país cuando él ya estaba afuera del país. Es como si el juez no leyera los diarios.
Lo cita por algo importante. Acá no hay que confundir la forma con el fondo: la AFI de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, espiaba ya no a Larreta; ya no a José Luis Vila, al que le pusieron una bomba; ya no a Graciela Camaño y Luis Barrionuevo: espiaba a las víctimas del hundimiento del ARA San Juan, que fue una noticia internacional; y admiten que los espiaban. Majdalani dice que sí, que los espiaban por razones de seguridad presidencial. Macri dio entrevistas y escribió un libro en los que hizo autocríticas, todas más o menos intrascendentes. De lo único que tendría que autocriticarse es de haber puesto a Arribas y Majdalani al frente de la AFI, que ahora constituyen parte de un sótano del que brotan cosas raras todo el tiempo. Ahora le toca a él, seguramente, porque alguno de los dos -Arribas o Majdalani- dijo que recibían órdenes de arriba. Esto, con independencia de la utilización política -subrayo-, de la manipulación que pueda haber de una citación muy inoportuna, y con una prohibición de salir del país en alguien que está fuera del país.
Volvamos a la relación entre gasto y mejora del Gobierno. En los gráficos se ve que hay más gasto y menos imagen. ¿Hay entonces algún predictor que pueda indicar hasta dónde la política se ve impactada por la economía?
Prat-Gay muestra, en otro gráfico, que es imposible ganar elecciones si hay cepo cambiario. Compara los porcentajes obtenidos por los oficialismos con el nivel de brecha cambiaria, es decir, con la brecha que hay entre el dólar oficial y el contado con liquidación, no el blue.
42 por ciento saca Macri en el ‘17 sin cepo, por lo tanto sin brecha; en 2019 ya el propio Macri empieza a perder con el cepo que instala al final de su gobierno. El cepo de Kicillof, de 2013 a 2015, provoca una brecha de 50 por ciento y, como resultado, el oficialismo saca 38 por ciento de votos. Con la brecha del 60 por ciento, se obtiene un 34 por ciento de votos. En las PASO del 12 de septiembre, con una brecha de 80 por ciento, que hoy está agigantada, el oficialismo obtiene un 32 por ciento. ¿Qué quiere decir? Que el dólar se vuelve un indicador políticamente importantísimo, simbólicamente, y además porque una economía que tiene estos niveles de intervención y de brecha es una economía que está funcionando muy mal.
La economía no está funcionando. Y Prat-Gay podría preguntarse si el cepo es una metáfora de otras cosas. ¿Es el cepo a la carne? ¿Es el cepo a los que no pueden volver del país por las interrupciones en la aeronavegación? ¿Es el cepo al que estuvimos sometidos por una cuarentena interminable? ¿Qué está diciendo el cepo respecto de la sociedad argentina y que malestar está manifestando este dato técnico que le permite a Prat- Gay relacionar niveles de éxito electoral con niveles de brecha cambiaria?
¿El Gobierno entiende este problema? Algunos sí, otros no. Hay uno que sí.
Martín Guzmán explica en un viejo video que en su momento publicó el economista Esteban Domeq, lo que está haciendo él, con una calificación muy negativa. Lo explica de manera tal que nos da a entender que él está al frente de un disparate en materia macroeconómica. Que cuando el dólar está quieto y atrasado por efecto de la inflación se genera una expectativa devaluatoria que hace que aumenten las importaciones, con lo que se empiezan a ir los dólares; la gente compra dólares, porque ve que en algún momento se va a disparar, y qué hacés, dice Guzmán. Un disparate: empezás a corregirlo con cada vez más controles. Es maravilloso cómo Guzmán nos puede explicar lo mal que está actuando Guzmán en este momento. Habría gente dentro del Gobierno que entiende que vamos hacia un trauma. Hay otra gente del oficialismo que también lo ve. En Infobae hubo una nota de Alejandro Vanoli hoy, que fue presidente del Banco Central kirchnerista, donde explica qué cosas debería hacer el Gobierno ya, para evitar un trauma cambiario del que habla abiertamente. Vanoli está diciendo: cuidado, vamos a chocar si no se hacen determinadas cosas, que él sugiere.
¿El Gobierno quiere un acuerdo con el Fondo? El propio Guzmán está interesado, insiste con el acuerdo con el Fondo. Va a viajar dentro de 10 días a Washington y va a encontrar un clima pesado, porque a Kristalina Georgieva se la está investigando. Se produjo un informe del estudio jurídico WilmerHale, que estudia todas las manipulaciones que pueden haber realizado Georgieva para beneficiar a China en el programa Doing Business, que ahora se suspendió, cuando ella estaba en el Banco Mundial. Está en la picota Georgieva. Tanto que el Tesoro de Estados Unidos ya empieza a hablar de los problemas del Fondo. The Economist pidió la renuncia a Georgieva. Si se debilita la directora gerente va a adquirir más volumen el número dos de la secretaria del Tesoro de Estados Unidos Janet Yellen, David Lipton. Fue el que negoció el préstamo que le dieron a Macri, casi el coautor con Dujovne del programa que tuvo la Argentina. Lipton está ofendidísimo con el gobierno argentino porque lo han imputado por malversar la política del Fondo para beneficiar al gobierno de Macri. El Gobierno puede estar yendo, involuntariamente, a una negociación con un Fondo más duro. El que lo ve claramente es Jospeh Stiglitz, el maestro de Guzmán, que acaba de escribir que hay un golpe en el Fondo contra Georgieva, porque es progresista. A este Fondo va a negociar la Argentina, a esa reunión va Guzmán.
El resto del Gobierno, ¿quiere un acuerdo con el Fondo? El kirchnerismo, Cristina Kirchner, La Cámpora, ¿quieren? Sí. Siguen insistiendo en que la Argentina no tiene destino sin un acuerdo con el Fondo. Cuando hablan de acordar con el Fondo, ¿saben de qué están hablando? Por qué me hago la pregunta. Porque hoy, de nuevo, Máximo Kirchner habló de que no puede haber aumento de tarifas, y sugiere que no puede haber un aumento de tarifas segmentado. Por qué es importante, porque casi el único rubro de gasto que se puede ajustar frente a un eventual acuerdo con el Fondo pasa por los subsidios a la energía.
Al revés, desde La Cámpora, piensan en otro plan energético, y están fantaseando con traer inversiones chinas a cambio de obtener 30 mil millones de dólares; es la segunda vez que el kirchnerismo fantasea con un salvataje chino, con un cheque chino. Con Néstor Kirchner ya sucedió. No aparece en ningún país semejante desembolso, más allá de las cuestiones geopolíticas en esta apuesta de China.
¿Quieren el acuerdo con el Fondo, quieren un ajuste? Es una gran pregunta para Cristina Kirchner. Una Cristina Kirchner que se puede ver en el espejo de alguien que simpatizaba mucho con ella y con Kicillof en 2015. Alexis Tsipras, el primer ministro en el momento de la gran crisis griega, negociaba con la Unión Europea, negociaba con el Fondo. Le pidieron un ajuste, lo sometió a un plebiscito y él, a pesar de que la gente dijo que no, dijo sí. Implementó un programa más duro que el que se había plebiscitado, perdió las elecciones y le terminó dando el gobierno a la derecha. ¿Puede el titular de un movimiento izquierdista, populista, ponerse al frente de un ajuste ortodoxo? Esta es la pregunta de fondo que se debe estar haciendo Cristina Kirchner.
El problema de ella es que ya no está sola como referente del peronismo. Está Manzur, y apareció la CGT. La CGT va a hacer el 11 de noviembre una movilización en nombre de la producción, el trabajo y el desarrollo. En el Gobierno le piden que no la haga. Pero la hará igual, con una consigna que supone más inversión privada. No extrañaría que después de las elecciones los sindicatos se junten nuevamente con los empresarios para tratar de sugerirle a Alberto Fernández una hoja de ruta distinta a la de una ruptura de un acuerdo con el Fondo. Mañana mismo va a haber una reunión en la CAC, va a estar Alberto Fernández al final. Pero lo importante es la primera mesa, ahí van a estar Manzur, Larreta y Gerardo Martínez, figura clave de la CGT, que va a hablar de la necesidad de una concertación política. Significa más que un acuerdo con el Fondo, significa una concertación con el Fondo.
¿Cristina se va a someter a ese ajuste? ¿Máximo Kirchner lo va a asimilar? Y si no lo hace, ¿qué destino tiene Unidad Ciudadana, el partido de Cristina, que forma parte del Frente de Todos? Son problemas e interrogantes que aparecen por encima de la campaña, que aparecen después de la elección, que aparecen a pesar del proselitismo y de la logística del voto. En el Malba hay una gran muestra sobre Rafael Barradas, magnífico pintor uruguayo. Julio María Sanguinetti dio una conferencia extraordinaria sobre Barradas en el Malba, que está en Youtube, y hubo una muy buena nota que publicó María Paula Zacharías en LA NACION. En ambos casos recuerdan, para explicar por qué la muestra se llama “El hombre flecha”, una carta que le escribe Barradas a Joaquín Torres García. Le habla de Figari, otro gran uruguayo, rioplatense. Le dice que Figari era un hombre flecha, era una flecha que tenía blanco. De la flecha lo más importante es el blanco. Sin el blanco, la flecha no es flecha. Estamos frente a un Gobierno en campaña que no puede decirnos hacia adónde vamos. Estamos ante una flecha sin blanco.
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