El Gobierno tropieza con sus propios bloopers
Acciones y escándalos imposibles de explicar, anuncios inesperados y promesas de proyectos polémicos o inverosímiles, forman parte del combo que enreda al espacio oficialista
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El comienzo de la campaña electoral exhibe, como pocas veces antes, un singular compendio de desaciertos públicos y enojos en reserva (o no tanto) que se acumulan en el espacio oficialista.
Acciones y escándalos imposibles de explicar, inesperados anuncios (como aumentos de impuestos), promesas de proyectos polémicos o inverosímiles, contradicciones reiteradas y revelaciones incómodas son algunos de los bloopers con los que el Gobierno tropieza y se enreda a cada paso, sin acertar a encontrarles alguna solución.
No son solo palabras. Son también hechos incontrastables. Como las injustificables reuniones sociales y festejos en Olivos durante la cuarentena, que las fotos van confirmando y agravando, sin que Fernández acierte a explicar o a disculparse, en lugar de complicarse (o enojarse) cada día un poco más. Mientras la indignación social aumenta ante cada revelación y cada excusa.
Hasta los defensores mediáticos más probados del albertismo puro ya no saben cómo justificarlo. Temen que lo que digan termine afectando aún más al espacio al que pertenecen y del Presidente que los representa.
El candidato porteño y espada dialéctica oficialista Leandro Santoro debió admitir su imposibilidad con resignación, después de eludir tres veces las precisas preguntas que le hizo sobre las visitas a la residencia presidencial el martes pasado Ernesto Tenembaum en Radio Con Vos. Recordó que nadie está obligado a declarar en su contra ni de sus intereses. Pareció cosa juzgada.
En tal contexto, las apariciones públicas en actos y medios de comunicación de los principales dirigentes, referentes y candidatos del Frente de Todos, desde que se oficializaron las listas, reafirman la sonora ausencia de una estrategia afiatada, una coordinación aceitada y un mensaje unificador y convincente.
Alberto Fernández, Cristina y Máximo Kirchner, Sergio Massa, Victoria Tolosa Paz o el mismo Santoro, solo por concentrarnos en las cabezas de espacios o de boletas, componen una exposición dinámica y a cielo abierto de descoordinación, de incapacidad para disimular diferencias internas y de dificultad para explicar errores. Tanto como imposibilitados de ofrecer un mismo futuro.
Para fortuna del oficialismo, la ciudadanía todavía sigue mostrando apatía y distancia frente a la política y la campaña electoral, aunque los expertos aconsejan no abusar. El electorado suele no estar desatento a los escándalos ni suficientemente anestesiado ante la desconsideración o el maltrato, como los está ante propuestas y promesas electorales. Si el producto no acompaña, el marketing poco puede hacer.
Así han empezado a cundir algunas alarmas en los comandos electorales frentetodistas. Funcionarios, comunicadores y candidatos oficialistas suelen alternar aclaraciones con justificaciones, que muchas veces concluyen en risas resignadas ante las manifestaciones que hacen ruido, desentonan o conspiran contra sus objetivos. Pero que, en definitiva, a nadie le extrañan ni sorprenden.
Contra lo que indican todos los manuales de comunicación político-electoral, el desorden va de arriba hacia abajo. Y no es ninguna novedad propia de los tiempos electorales.
La locuacidad albertista
A las diferencias de visiones, objetivos e intereses, difíciles de sintetizar, que habitan en la cima de la alianza oficialista se suma la locuacidad de Fernández y su inveterado desprecio por los consejos de los estrategas electorales y especialistas en discurso y comunicación política. La autoestima elevada no siempre es un activo, aunque haya sido la causa de otros éxitos.
Las maratones mediáticas del Presidente en las más disímiles plataformas se han constituido en una fuente inagotable de revelaciones, que exponen contradicciones, abren polémicas indeseadas y provocan conflictos involuntarios. Aunque su vicepresidenta ya le dijo que se expone mucho, como él mismo reveló, Fernández está decidido a insistir.
Su propensión natural a adecuarse (o agradar) a cada audiencia que enfrenta se potencia en campaña ante el carácter multitarget de la coalición oficialista. A todos sus potenciales destinatarios y adherentes pretende hablarles. Y a todos intenta conformar.
Así, según el escenario en el que se muestre, el medio al que vaya o la persona que lo entreviste, pasa sin escalas de capitalista convencido, de liberal de izquierda a revolucionario, de latinoamericanista ferviente a europeísta entusiasta, de defensor de la propiedad y la empresa privada a estatista.
También esa “cualidad” le permiten mutar de padre de la cuarentena más larga del mundo para cuidar a los argentinos a decir que está dispuesto a avanzar hacia la legalización de la marihuana porque “cada uno tiene derecho a hacer de su vida lo que quiera, también a dañarse”. Aunque después aclare que “el Estado tiene que advertirle que se está dañando y avanzar si es que ese daño pone en riesgo a otros”. Hay aclaraciones que oscurecen.
También Fernández puede afirmar en una campaña que él es “lo mismo que Cristina” para admitir en la siguiente (hace dos días): “Gran parte de mi enojo [con la vicepresidenta] lo sostengo porque había cosas que políticamente no me gustaban”. Hay un presidente para cada público, aunque los públicos se mezclen, se confundan y se desconcierten.
La ambivalencia o la ambigüedad pueden resultar funcionales para la contención de adherentes heterogéneos. Pero tienen también contraindicaciones y efectos adversos.
Los ruidos internos que atraviesan en estos días al oficialismo llevan a que muchos se pregunten quiénes son todos en el Frente de Todos. O, peor aún, a que la consolidación de un creciente sentimiento de no pertenencia y exclusión haga dudar seriamente de la dedicación y compromiso que algunos podrían poner para lograr el éxito electoral.
Aliados enojados
Es ese el caso de los principales dirigentes de la CGT y de otros gremialistas, como Hugo Moyano, que han hecho profesión de fe albertista en los últimos dos años y terminaron desplazados de las listas de precandidatos, que para peor afrenta sí integran rivales internos por imposición de Cristina Kirchner. Combustible premium para el malestar y la distancia afectiva.
Si los veteranos dirigentes sindicales ya habían interpretado como una amenaza el proyecto de reforma del sistema de salud que instaló hace unos meses la vicepresidenta, el cierre de listas y el destrato que después les dispensaron algunos de los principales precandidatos frentetodistas, que hasta evitaron una foto con ellos por considerarlos “piantavotos”, activó el encono y las prevenciones.
La inesperada renuncia de Facundo Moyano a su banca de diputados presentada ayer y su salida del frentetodismo agregan nubes a un tormentoso horizonte, que la liberación de las paritarias no alcanzó a despejar. No es aconsejable que la paz social no esté garantizada en tiempos electorales.
En este escenario, se torna hacer más que verosímil la versión de que en la CGT varios desean que el Gobierno “se pegue un palo” (sic) en las elecciones noviembre. Exageraciones que muchos repiten. Aunque la posibilidad de que un triunfo le otorgue al oficialismo mayoría y quorum en ambas cámaras del Congreso es un temor concreto comprobable, que anida en espacios no solo reservados a las fuerzas opositores.
Los proyectos de ley que el cristicamporismo podría impulsar para diversas áreas con una composición parlamentaria ampliada provocan escalofríos en algunos aliados del Presidente. Son los intereses contrapuestos que la campaña y las perspectivas de futuro exacerban.
Es mucho lo que queda por hacer en los dos próximos años, como admite la publicidad electoral de la Presidencia. Así que no será tan sencillo que se cumpla el deseo expresado por Fernández de que sean más apacibles, después del bienio más difícil de su vida, según acaba de afirmar públicamente.
La oposición ayuda
Para consolarse, el oficialismo cuenta que sus principales rivales no le han ido en zaga en este arranque ripioso de la temporada electoral. No se refieren solo a los estrepitosos conflictos con los que arrancó la disputa interna de Juntos, centrada en los cruces entre Facundo Manes y el macrismo, aunque no fueron excluyentes ni únicos.
La falta de un discurso homogéneo y la construcción de una narrativa colectiva en cada espacio no logran ser disimulados por los cuidados spots publicitarios ni por los intentos cotidianos de ordenamiento que cada día emprenden y bajan los jefes de campaña y sus asesores. La suma de solistas no forma un coro, por más voluntad que se ponga.
Así, a nadie extraña que en Pro el grito de guerra de muchos candidatos bonaerenses sea por estos días “volvé Marcos Peña, te perdonamos”. Es mucho más que un postrero y unánime homenaje a su performance como exitoso estratega electoral, que incluye hasta a quienes le cuestionan su desempeño como jefe de Gabinete en el gobierno de Mauricio Macri.
Los más experimentados extrañan la ingente provisión de datos para sostener los mensajes y los ejes discursivos que recibían del equipo peñista como insumos casi cotidianos de las campañas macristas. Esperan que la curva de aprendizaje del equipo de reemplazo se atenúe y se acelere su graduación. En las cercanías de Horacio Rodríguez Larreta ya tomaron nota de las carencias y las demandas.
En beneficio de los excambiemitas ahora “juntistas” cabe decir que, a diferencia del oficialismo, desde la cima del espacio bajan la decisión y la voluntad de ordenar la campaña, atemperar los ruidos, evitar los choques y encauzar tantas diferencias. También en su favor cuenta que sus pifias no impactan sobre la gestión. Los bloopers del Gobierno y sus candidatos, en cambio, pueden afectar bastante más que su derrotero electoral.
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