El Gobierno se ilusiona con el principio del fin de las malas noticias
El triunfo de Omar Perotti en Santa Fe no solo puso en pausa y opacó por un rato, al menos, el efecto Pichetto. Como el apagón que sufrió todo el país en la misma jornada. También devolvió al espacio del lugar común lo que parecían algunas verdades reveladas del proceso electoral 2019. Como que los oficialismos están destinados al triunfo o que los resultados solo son fruto del localismo dominante.
La victoria en la tercera provincia del país de un peronismo unido tiene varios elementos para ser tenidos en cuenta más allá de las fronteras provinciales, de cara a la finalización de la etapa preelectoral y al ingreso en el período de definiciones en las urnas. Buen comienzo para una semana decisiva que concluirá el sábado a medianoche con el cierre de listas y en la que todavía podrán darse algunas sorpresas.
No le resta impacto a la elección santafesina que el resultado haya sido previsto con notable precisión por el gobierno nacional y por casi todo el espectro político, salvo por los socialistas santafesinos.
Ayer se constató, en primer lugar, que no necesariamente a los oficialismos se les facilitan las victorias por el solo hecho de serlo, como se explicaban y se justificaban los resultados de las 13 anteriores elecciones provinciales. Anteayer, a Antonio Bonfatti se le sumó la caída en Tierra del Fuego de Rosana Bertone, que vio frustrado su intento de reelección. Para revisar hipótesis.
Sí parece cierto que las particularidades locales están definiendo los triunfos. Pero lo es tanto como que la realidad nacional reinante desde hace un año explica las recurrentes derrotas o pérdidas de adhesiones respecto de los dos comicios anteriores (2015 y 2017) que han sufrido los candidatos de Cambiemos. Incluidos los que se impusieron en la provincia que gobiernan, como Jujuy.
Ayer, el intendente de Santa Fe, José del Corral, vio frustrada rotundamente su pretensión de llegar a la gobernación y, además, no logró asegurar la sucesión en su ciudad. Es la tercera capital que pierde el oficialismo.
En la Casa Rosada confían en que se esté a las puertas de un cambio de tendencia y que estas hayan sido las últimas malas noticias. Los invitan a soñar la lenta y tímida, pero sostenida, reducción de los índices inflacionarios, junto con la estabilidad del dólar, más el cierre de paritarias que traerán nuevos sueldos, sumado a las decenas de miles de millones de pesos puestos para incentivar el consumo vía créditos de la Anses y el plan Ahora 12. Nada que no se haya visto y, sobre todo, probado antes.
La mejora de la imagen de Macri en dos de los sondeos en los que confía y suele consumir el Gobierno, junto con la mejora en las expectativas económicas, cierra el combo con el que se alienta a la tropa propia. No importa que en el último rubro, como en la paz cambiaria, también estén influyendo las proyecciones del votante kirchnerista, que se ilusiona con un cambio de gobierno. Fruto paradojal de la política de moderación que hasta los menos tolerantes simulan.
Lo ocurrido en Santa Fe deja también otros elementos para computar y para no perder de vista ante la aceleración del proceso nacional.
El agotamiento de un ciclo de 12 años de gobierno socialista sin renovación, igual al que registró el kirchnerismo en 2015, es una razón que explica el hartazgo y el consecuente rechazo del electorado. También pueden equipararse ambos procesos en la falta de respuesta a padeceres cotidianos de la población o la sensación de negación de esos problemas por parte del oficialismo de turno. La inseguridad y el narcotráfico son dramas demasiado elocuentes en este caso, como la corrupción o el estancamiento y deterioro de la economía en el ciclo de los Kirchner.
El macrismo se ilusiona con que los votantes no tengan solo memoria de corto plazo y que la campaña les permita a los ciudadanos recuperar aquellas vivencias y sensaciones que los motivaron a cerrar aquel ciclo, aun de los que fueron parte del 54% de los votos que fueron para Cristina y Amado Boudou en 2011.
Están convencidos en el oficialismo de que Alberto Fernández no mejorará las percepciones de quienes todavía tienen cuentas pendientes con la expresidenta. Además, destacan la precariedad de su equipo de campaña en contraste con su expertise, tecnología y recursos. Los massistas, que en los últimos días compartieron algunos encuentros con el círculo más cercano de colaboradores del exjefe de Gabinete, avalan estas presunciones. En la Casa Rosada encuentran otras razones para justificar una mirada optimista pese a las malas performances de sus candidatos en Santa Fe y Tierra del Fuego.
El resultado de la provincia litoraleña vuelve a adelgazar la opción del medio que encarna Roberto Lavagna, cuyo principal sostén territorial es (o era) el socialismo santafesino. Todos los estudios de opinión pública coinciden en que donde más chances tiene de pescar votantes el exministro de Economía es en la pecera de Cambiemos, si apareciera como una opción con capacidad real de superar la grieta. El debilitamiento de las redes de Consenso Federal puede ayudar al fortalecimiento del oficialismo nacional.
Pero también hay un matiz a tener en cuenta. La visita de Lavagna ayer a Salta, cuando todavía no se había hecho lo autopsia de lo sucedido en Santa Fe, ya no deja lugar a dudas de que su compañero de fórmula será Juan Manuel Urtubey, el gobernador peronista más parecido al macrismo que se pueda encontrar en las góndolas electorales. Disputarán un mercado demasiado parecido de electores sin lazos indestructibles con ningún candidato, pero que, mayoritariamente, no quieren jugar a perdedor y menos a manos del kirchnerismo. Miguel Ángel Pichetto, como compañero de fórmula de Macri, oficiará de anzuelo para muchos de quienes votaron anteayer por Perotti.
Este domingo se desvanecieron los cuestionamientos que habían hecho en los últimos días los socialistas, en busca de ocupar ese lugar y de licuar una figura de tintes conservadores que espanta a muchos y muchas de sus militantes y electores. No sería un buen motivo para augurar el mejor resultado en las PASO. Por eso, en la Casa Rosada pronostican y se ilusionan con un acelerado declive en la elección general de ese espacio que, con la partida definitiva de Massa hacia el universo kirchnerista, tendería a complicar principalmente a Cambiemos.
El festejo del kirchnerperonismo también deberá matizarse. La unidad de ambas alas en Santa Fe no es extrapolable a la confluencia que se inició con la unción de Alberto Fernández como candidato presidencial de Cristina Kirchner y la suma, aún llena de tropiezos y circunvalaciones, de Massa. Muchos votantes del peronismo santafesino han sido consistentemente refractarios al kirchnerismo en los últimos cuatro años.
El caso de Tierra del Fuego también es singular. Bertone hizo punta entre sus colegas provinciales para aparecer en una foto con Alberto Fernández y Cristina Kirchner, y recibió el apoyo explícito del exjefe de Gabinete. ¿Será la primera derrota electoral que se le deberá computar al postulante vicario? Seguramente la maquillará con el apoyo manifiesto que ha hecho a su candidatura el triunfante Gustavo Melella, pero los magullones al final siempre suelen emerger.
El adelantamiento de las elecciones en las dos terceras partes del territorio nacional deja, finalmente, otra conclusión. Las dos principales fuerzas que se disputarán con verdaderas chances la presidencia en octubre no se han sacado ventaja. Vendrían a confirmarse así las previsiones que dicen que la campaña electoral tendrá un impacto sobre los electores como pocas veces antes. Cualquier paso en falso puede ser crucial. Apasionante. Sobre todo si fuera un espectáculo ajeno.
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