La era de la aceleración: negociaciones y acuerdos secretos entre Cristina Kirchner, Sergio Massa y Alberto Fernández
El desembarco de Massa se explica por el temor instalado en la cúpula del oficialismo; las dificultades tras la asunción y los acuerdos reservados con la vicepresidenta
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Solo el pánico personal explica lo inexplicable. Cristina Kirchner generó una crisis política a comienzo de año cuando quebró la coalición oficialista en el Congreso en rechazo al acuerdo con el FMI. Seis meses después hizo una reivindicación del déficit fiscal en un acto en Avellaneda y erosionó a Martín Guzmán hasta lograr su renuncia. Ahora, Cristina Kirchner avala la llegada al Ministerio de Economía de Sergio Massa, uno de los principales negociadores con el FMI, que para evitar el descenso a los infiernos económicos propone eliminar el déficit público, mantener el acuerdo con el Fondo y aumentar las tarifas a través de una reducción de los subsidios. En apenas medio año, el kirchnerismo dibujó una curva que lo dejó en el lugar que repudiaba. Pero con novedades: desde entonces, la situación financiera se deterioró profundamente por la brecha que se abrió entre los valores del dólar y por la pérdida de reservas y un debilitamiento del Banco Central. Ese descalabro acechante despertó el temor en la cima del Frente de Todos, que aceleró la llegada de Massa y el intento por evitar la caída con medidas que el kirchnerismo abominaba. Un círculo perfecto, donde el espanto los llevó a salir corriendo con pisotones sobre el relato. Pero las dificultades para integrar el equipo económico y la tenacidad que muestra la crisis luego de los anuncios reproduce como un eco la pregunta: ¿la reacción llegó a tiempo o es demasiado tarde?
En la intimidad de su cubículo presidencial, Alberto Fernández sintió el jueves que tenía una pequeña reivindicación personal mientras repasaba los mensajes de Twitter. Fue cuando leyó a un usuario que había escrito: “Celebro que Massa quiera reducir el déficit, emitir poco y no subsidiar las tarifas, no como Batakis que quería reducir el déficit, emitir poco y no subsidiar las tarifas, y mucho menos como Guzmán, que quería reducir el déficit, emitir poco y no subsidiar las tarifas”. El mensaje se celebró a su alrededor como una muestra de resistencia, como la señal de que los disidentes finalmente tienen que aceptar el rumbo. También hubo exclamaciones cuando vieron el tuit del camporista Andrés “El Cuervo” Larroque, que expresaba: “Fuerza compañero Sergio Massa”, después de que el flamante ministro de Economía había anticipado un ajuste. “Este nos puteaba por el acuerdo con el Fondo”, subrayó un colaborador presidencial. Castigado por las lecturas que señalan su devaluación política, Alberto Fernández les responde a sus interlocutores con una conclusión: Cristina Kirchner y Sergio Massa ya no pueden desentenderse de la crisis. Están adentro. “Yo comparto la mirada económica de Sergio, que no es la misma mirada de Cristina”, repite Fernández por estos días. Y recuerda la historia electoral compartida con el ministro de Economía, cuando enfrentaron a la actual vicepresidenta. En la intimidad presidencial sienten también como un triunfo haber impedido en los últimos días de negociación que el chaqueño Jorge Capitanich desembarcara como jefe de Gabinete, como pretendía Cristina Kirchner, y que Massa resignara secretarios y se bloqueara su desembarco en el Ministerio de Turismo. También reivindican la resistencia al pedido para que rodaran más cabezas de albertistas, como pretendían en el Instituto Patria, con nombres y apellidos. Ahí no había diferencia de géneros.
El Presidente edifica su propia resiliencia en la intemperie. “En el mundo leen que la rama moderada del Frente de Todos ganó terreno en el Gobierno”, celebró Fernández tras recibir mensajes del exterior. Ante la crueldad de la crisis, los protagonistas se aferran a pequeñas caricias, a victorias secretas.
Las negociaciones de Cristina Kirchner, Fernández y Massa para incorporar al último al Gobierno habían comenzado hace meses e incluyeron conversaciones tanto en la Argentina como en el exterior. Algunas incluso se remontan al verano pasado. Nadie tuvo la gentileza de avisarle a Silvina Batakis que su nombramiento era solo una jugada para ganar tiempo hasta que se pusieran de acuerdo. En el camino, Fernández resignó su intención de nombrar a Massa jefe de Gabinete, como pretendía, para mover a Juan Manzur al ministerio de Interior y a Eduardo “Wado” de Pedro a Justicia.
Afuera, mientras tanto, la crisis se muestra impávida ante la coreografía que desplegó Massa y la euforia renovadora que se celebró en el Museo del Bicentenario. El Banco Central intentó febrilmente frenar la demanda de dólares tras los anuncios, pero perdió 700 millones de dólares en una semana. Las compras no se detienen. En las conversaciones previas a su desembarco, Massa se asomó a dos alternativas: una era la devaluación; la otra, un ajuste nominal del gasto público. Eligió el segundo camino. Para llevarlo adelante, Massa le ofreció la vicejefatura de Economía a Gabriel Rubinstein, un promotor de la eliminación del déficit, que expresó públicamente que Cristina Kirchner “no entiende” la situación, respaldó la idea de José Luis Espert de cerrar Aerolíneas Argentinas y retuiteó un mensaje que se preguntaba si el dinero negro de La Rosadita también era “renta inesperada”. Ahora, a Rubinstein le pidieron que esperara al martes para conocer el desenlace.
Antes, Massa enfrentó otras negativas a sumarse al equipo económico. No alcanzaron las horas de conversación con Marina Dal Poggetto, la referente de la consultora EcoGo, para integrarla al Gobierno. Tampoco el asado que improvisó en su casa de Tigre, en mayo, cuando veía llegar su momento. Allí estuvieron, entre otros comensales, Martín Redrado y Miguel Peirano. Ninguno formó finalmente parte del equipo. Uno de los dos comentó a un colaborador que le impresionó la falta de un plan.
El nuevo ministro de Economía cuenta para su provecho una inconmensurable confianza en sus propias capacidades. Incluso para revertir aquello que parece inexorable. En la justicia federal atribuyen a Massa gestiones detrás del sobreseimiento de Cristina Kirchner en la causa por las operatorias de venta de dólar futuro entre agosto y noviembre de 2015. A la vicepresidenta se la escuchó expresar a puertas cerradas un elogio sobre la palabra cumplida por Massa. El testigo de aquella afirmación fue incapaz de confirmar si el halago de Cristina Kirchner tenía relación directa con las turbaciones judiciales. Pero Massa tejió la reconstrucción del vínculo con la vicepresidenta a través de promesas cumplidas en secreto. Se trata, curiosamente, de una virtud que otros desconocen en el nuevo ministro.
Es significativo cómo el dólar, futuro y presente, regresa como un talismán inasible. La denuncia que terminó en el sobreseimiento de Cristina Kirchner se había presentado precisamente por los manejos desventajosos que hacía el Banco Central durante el segundo mandato de la actual vicepresidenta para frenar la suba de la divisa en un año electoral. En aquel entonces se perdieron millones de reservas por vender futuros del dólar a un precio demasiado barato. La brecha entre el oficial y los financieros era en 2015 del 45%. Ahora la brecha asciende al 120%. Y Massa ensaya incentivos para adelantar la liquidación de exportaciones y cicatrizar la hemorragia de las reservas.
El ministro de Economía desplegó llamados y negociaciones en busca de dólares. Una línea de contactos llegó al fondo de Franklin Templeton, que administra Michael Hasenstab, quien, a pesar de las reminiscencias escandinavas de su apellido, nació en Olympia, Washington. No son gestiones fáciles. Templeton perdió millones en la Argentina con un bono con tasa fija que le armó Luis Caputo en el gobierno de Mauricio Macri. El jueves, los dólares financieros escalaron sin pausa y en el mundo de las finanzas entrevieron la mano de Templeton desprendiéndose de deuda argentina. En efecto, no se trata solo de conseguir dólares de los exportadores, sino de frenar la estampida y la compra de divisas. De lo contrario, la puerta giratoria de la crisis argentina puede cosechar por un lado y desangrarse por el otro. Eso lo motiva precisamente la brecha cambiaria. Por eso, a Massa le acercaron la idea de la devaluación. Por ahora la rechaza.
Al ministro no le falta audacia, ya sea en el plano económico o judicial. Pero hay tareas complejas. Es difícil, por ejemplo, que su ascendencia se proyecte en el devenir del juicio oral por la corrupción en la obra pública de Santa Cruz. No son los mismos interlocutores que en la causa por el dólar futuro y el peso de la acusación es brutalmente diferente. La venta dispendiosa de dólares a futuro era una política económica ruinosa. Pero entregar obras públicas a un testaferro para luego recuperar el dinero negro a través de contratos en los hoteles familiares es un delito. Cristina Kirchner aceptó el desembarco de Massa con la condición de estabilizar la economía y evitar el colapso. En el kirchnerismo existen quienes creen que su permanencia también debe tener un correlato judicial que favorezca a la vicepresidenta. El mensaje de “fuerza compañero” del Cuervo Larroque puede tener múltiples interpretaciones. Pero hasta la audacia inexpugnable de Massa se empequeñece ante tamaño desafío.
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