El Gobierno consigue la unidad de los opositores
Casi al mismo tiempo en que en el Gobierno empezaban a ilusionarse con la división de la oposición, desde las propias filas oficialistas lograron el efecto contrario. El universo cambiemita ha vuelto a cohesionarse. A pesar de sus muchas diferencias. Como siempre, en la dosis está la cura o el veneno. El kirchnerismo suele entusiasmarse con los excesos.
La reacción de los opositores es una, pero el origen del ánimo reunificador es multicausal.
Una sucesión de hechos, manifestaciones y suspicacias, respectivamente producidos, emitidas y alimentadas tanto por Alberto Fernández como por las diferentes expresiones kirchneristas, convergieron para reunir las agrietadas piezas de Juntos por el Cambio (JxC). No es, muy probablemente, lo que el Presidente hubiera querido o le hubiera convenido para consolidar su liderazgo, sino lo que no pudo o no supo evitar. Él también debe velar por la unidad de su espacio. Y eso le impone límites.
La lista de las causas que impulsan la cohesión es extensa, pero podría resumirse en cuatro ejes: los virulentos ataques a las dos figuras más populares de JxC (Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal); los nuevos avances sobre la Justicia (incluido el anuncio presidencial de revisar el funcionamiento de la Corte Suprema); la recuperación de la centralidad de Cristina Kirchner, y las sombrías perspectivas económicas (al margen del resultado de la renegociación de la deuda). El horizonte para los opositores es tan inquietante que la alianza bien podría volver a cambiar de nombre y llamarse UPE (Unidos por el Espanto).
En menos de diez días, la división entre halcones y palomas se volvió borrosa en el mundo cambiemita. Un primer catalizador fue la diferenciación que Fernández ha hecho en varias de sus apariciones públicas entre los dirigentes "responsables" (o colaboracionistas), que desde sus funciones ejecutivas cooperan con su administración, y los "irresponsables" (o tirapiedras), que lo critican.
La caracterización califica y tiene consecuencias. Así, en el espacio opositor también se borronearon las diferenciaciones entre Fernández y Cristina. El Presidente logró que se convencieran de lo que pretendían los cristinistas: el albertismo no existe. Aunque en la Casa Rosada algunos no dejen de soñar con la construcción del poscristinismo.
Los primeros que comprendieron que la distancia que media entre la colaboración y la asimilación es demasiado estrecha (y riesgosa) fueron Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli, vicejefe de gobierno y principal escudero, invitados de honor a la residencia presidencial justo cuando arreciaban las críticas del kirchnerismo al jefe de gobierno porteño. Nada es gratis en política. Ambos lo saben en su condición de portadores sanos de peronismo.
"Mientras Alberto te abraza, Cristina y los pibes te pegan", descubrieron en el larretismo después de una semana en la que los intendentes bonaerenses kirchneristas salieron a dispararle con inusitada dureza por la flexibilización de la cuarentena en su distrito, con salidas recreativas, como causa de una eventual aceleración en la diseminación del virus en el Gran Buenos Aires.
Larreta y sus socios políticos entendieron esa ofensiva como un acto de autopreservación colectiva de los jefes comunales, en busca de un culpable para cuando llegue el pico de contagios a sus municipios, donde los servicios sanitarios no sobresalen por calidad ni por cantidad.
En el gobierno porteño son muchos los que piensan que la diferencia en el número de casos en el conurbano respecto de los de la ciudad de Buenos Aires tiene más que ver con la baja cantidad de testeos en las zonas más vulnerables de la provincia que con supuestos méritos en la gestión de la epidemia. El futuro dilucidará la cuestión, pero un buen o un mal relato puede ser decisivo en el reparto de responsabilidades y costos políticos.
La muerte por coronavirus de Ramona Medina, militante social de la villa 31, ocurrida ayer, no quedará, lamentablemente, liberada de la disputa política y de la nueva dinámica que esta ha adquirido en los últimos días, después de la inicial calma que impuso la pandemia.
Las críticas del kirchnerismo a la administración macrista de la ciudad comenzaron el mismo día en que se supo de su contagio y recrudecieron con la triste noticia del deceso. El macrismo cerró filas y replicó que ninguna gestión había hecho más en las villas porteñas que sus gobiernos y que el problema de la falta de agua que había denunciado Medina y supuestamente facilitado el contagio era responsabilidad mayoritaria de la empresa estatal AySA, que preside Malena Galmarini. La funcionaria es esposa de Sergio Massa, un viejo y constante amigo del gobernador porteño. Más complicaciones. El resto de los socios cambiemitas apoyan a Larreta, pero sus voces suelen ser poco audibles. Y no por el uso de barbijos anti-Covid-19. Será una prueba de fuego para la incipiente cohesión opositora.
El respaldo, en apariencia generoso, que Máximo Kirchner le dio a Larreta en la reanudación de las sesiones del Congreso por mantener la cuarentena, a pesar de las demandas para que la flexibilizara aún más, tuvo interpretaciones antagónicas entre oficialistas y opositores.
Para los cambiemitas, no fue más que otro sibilino intento de fragmentación de la oposición, antes que un genuino apoyo. En la Casa Rosada lo resaltaron como una manifestación de la era de convivencia instalada por Fernández. Que la expresión del líder de La Cámpora haya sido casi una réplica de la que el jefe del bloque oficialista de senadores, José Mayans, había hecho poco antes frente a la presidenta de la Cámara alta, Cristina Kirchner, parece resolver el dilema.
Los antecedentes también suelen servir para esclarecer acertijos. Cristina Kirchner había abierto las compuertas para sus fieles con un velado cuestionamiento a Larreta. Fernández ya había indultado a los intendentes por las muchas falencias del conurbano concentrando las críticas en Vidal y su administración. El Presidente no ignora que la ahora silenciosa, pero muy activa socia política de Larreta gobernó la provincia solo cuatro años, contra los 29 que lleva haciéndolo el peronismo, desde 1983. En política la historia siempre se escribe en tiempo presente.
La preservación del dirigente opositor mejor valorado por la ciudadanía se impuso, entonces, como un mandato dentro del espacio cambiemita, aunque el propio interesado suela preferir la devaluación de su rol político para realzar su papel de gestor. La táctica defensiva que encierra esa actitud tiene límites. Su gestión no está exenta de dificultades, de acciones cuestionables ni de zonas oscuras por donde puedan entrarle críticas.
Un espacio sin liderazgo
Por eso, empezó a escuchar a quienes le aconsejan empezar a ocupar el lugar que su espacio y su electorado le asignan o esperan que llene. En los últimos 15 días comenzó a ejercitarse. La ausencia de liderazgo es uno de los puntos más débiles de la coalición opositora, tras el rotundo fracaso de la gestión de Mauricio Macri, que lo obliga a un prudente mutismo público.
El silencio del expresidente es valorado puertas adentro de JxC, especialmente por los que aspiran a encarnar el posmacrismo. Ellos han adoptado y adaptado una máxima peronista para planificar su futuro: "Con Mauricio no se puede, pero sin Mauricio no alcanza".
La ausencia de liderazgos indiscutidos también es un déficit del otro gran socio de la alianza antikirchnerista, el radicalismo. No es que le falten dirigentes en lugares relevantes, tanto legislativos como ejecutivos. De hecho, cuenta con tres gobernadores. Pero casi todos (especialmente los últimos) tienen más necesidades, de toda índole, que activos para plantarse en alguna cima. Un motivo más para apostar a la cohesión y taparse los oídos ante los cantos de sirena albertistas.
Cuando emergen las dudas, aparece el recuerdo vivo de algunos radicales que en 2007 impulsaron la transversalidad ideada por Néstor Kirchner y un tal Alberto Fernández. Es el caso del titular de la UCR, Alfredo Cornejo. Todavía hay memoria muscular de aquella traumática experiencia. No quieren tener que volver a sentarse en el mismo lugar.
Los avances sobre la Justicia, iniciados por el cristinismo más rancio, también resultaron otro aglutinador de los opositores, que se solidificó cuando el propio Fernández no los desautorizó, los avaló o los llevó aún más lejos. El anuncio de que había puesto bajo la lupa ya no solo a los jueces federales sino a la propia Corte Suprema de Justicia consagró los temores. La sombra de Cristina Kirchner empezó a corporizarse hasta recuperar la centralidad. Nada mejor como aglutinador de rechazos.
Una de las pocas coincidencias absolutas entre los votantes cambiemitas es la declamación sin fisuras del rechazo a cualquier intento de impunidad del kirchnerismo. Lo incluyen bajo el acápite de uno de sus mandatos fundacionales: la defensa de las instituciones de la República. Las creencias compartidas son esenciales para la unidad colectiva. Macristas, radicales y lilistas están convencidos de su coincidencia en este punto. Cada acción del kirchnerismo para terminar con los procesos judiciales en su contra les reafirma su sentido de pertenencia y les da una oportunidad, dicen, para retener a aquel 40 por ciento de ciudadanos que los votó hace siete meses, aunque parezca que fue hace un siglo.
Si el presente les ha dado motivos a los opositores para diluir diferencias internas, el futuro les aporta incentivos para tratar de mantener la unidad. La economía pospandemia solo ofrece horizontes oscuros, aún sin entrar en disquisiciones sobre el resultado de la negociación de la deuda que se develará en cinco días.
Una coincidencia atraviesa a políticos y economistas cambiemitas: todos están convencidos de que ante las dificultades por venir Fernández se recostará todavía más en el sector que lidera Cristina Kirchner. Y recuerdan que su referente económico es Axel Kicillof. Su electorado está en las antípodas.
Algunos proyectos tributarios nunca desautorizados del todo por el Presidente y una recurrente ambigüedad que emana de la Casa Rosada alimentan las presunciones (o los prejuicios).
La cohesión del antikirchnerismo es consecuencia de fuerzas aparentemente contradictorias. A pesar suyo, el Gobierno fortalece la unidad opositora. La realidad es a veces un deseo imperfectamente concretado.
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