El Gobierno avanza sobre una oposición golpeada
La secuencia lo explica todo. El Gobierno entrevió el acceso a un camino allanado y decidió acelerar a fondo. El avance sobre la oposición es ya un dato de la realidad que revela una estrategia multipropósito.
Las flamantes críticas del jefe de Gabinete y alter ego presidencial, Santiago Cafiero, a la gestión de Mauricio Macri solo fueron la puesta en acto de un plan más amplio. No hay casualidad.
Ahora que los tiempos más difíciles están inexorablemente más cerca de llegar, el principal colaborador de Alberto Fernández entendió la necesidad y halló la oportunidad para cumplir con tres objetivos: cohesionar el frente interno, reforzar el liderazgo de un presidente siempre obligado a compartir cartel y debilitar o dividir a la principal fuerza opositora. Un gobierno se construye y se define tanto por los apoyos con los que cuenta como por los adversarios que lo enfrentan. Cuanto más desdibujados o desacreditados estén sus oponentes, más poder tendrá. Eso es lo que se busca. Siempre. Y está en el adn del peronismo.
La administración de Fernández sabe que no tiene ni tendrá éxitos palpables para ofrecer en lo inmediato, más allá de algunos supuestos logros que busque exhibir.
En este contexto, algunas voces críticas ya han empezado a ganar volumen y a tener cierta audiencia fruto de los padeceres del momento, anímicos o económicos.
Ahí es donde hay que mirar para poder comprender algunas de las más recientes acciones del oficialismo que, cuando no se lo esperaba, vinieron a romper con el idílico consenso pandémico dominante hasta hace muy poco en el espacio público.
"Ahora lo que paga es estar en el centro, jugar a la moderación, hacer la gran Scioli de no pelearse con nadie. Pero eso muy pronto no va a alcanzar", admitió uno de los hombres a los que más escucha el Presidente para explicar el flamante paso de la armonía al conflicto con los opositores protagonizado por uno de los más puros albertistas.
En el horizonte que avizoran desde los principales despachos de la Casa Rosada sobran los nubarrones y escasea el sol. Veamos. La reestructuración de la deuda aún no está asegurada; de llegarse a un acuerdo se firmará más allá de la fecha tope fijada por la nueva postergación y, sobre todo, tendrá más concesiones a los acreedores de las que se prometieron al iniciarse las negociaciones. No importa cómo se venda.
También se da por hecho la profundización de la crisis económica, con las consecuentes quiebra de empresas y destrucción de empleos, producto de la pandemia que agravó la cuarentena dura, adoptada para tratar de evitar un colapso del sistema sanitario. Y ningún éxito puede esperarse de la lucha contra el Covid-19. Aunque proporcional y comparativamente las muertes puedan ser menos que las pronosticadas o las ocurridas en otros países. Toda deceso es una derrota.
En este contexto, cobran otra entidad y adquieren otro valor las recientes denuncias de jueces y agentes judiciales que acusan a exfuncionarios macristas de haberlos presionado para que investiguen o persigan a Cristina Kirchner y a exmiembros de su gobierno. También, el hallazgo en la AFI (y la posterior publicación) de una extensísima lista de periodistas, profesores universitarios y representantes de la sociedad civil que habrían sido espiados por el macrismo.
Son hechos cuya dimensión y gravedad todavía deben investigarse, pero que, a priori, logran impactar en la opinión pública y golpean duramente el capital simbólico de un espacio que había llegado al gobierno nacional en 2015 con la promesa de mejorar las instituciones y terminar con esas prácticas nefastas, atribuidas y vinculadas a las gestiones que lo precedieron. En todo caso, nada es mejor, todo es igual. La democracia sigue en deuda. Y Juntos por el Cambio, obligado a dar explicaciones convincentes o a entregar a los responsables.
Los graves abusos policiales registrados en las provincias de Tucumán y Chaco, gobernadas por socios y amigos del Presidente, como Juan Manzur y Jorge Capitanich, fueron desplazados a un tercer plano. Muy lejos de la extensa hegemonía noticiosa que ejerce el coronavirus.
Nada casual resulta, entonces, la elevación del perfil y del tono del jefe de Gabinete. Cafiero encontró un cuerpo blando donde golpear y herir. Hasta con un sable sin remaches. Para seguir con el gran Discépolo.
El desdoblamiento opositor entre colaboradores y críticos, que hasta aquí había resultado funcional tanto para el Gobierno como para la propia dirigencia de Juntos por el Cambio, encontró un límite. La agenda pública que logró instalar en apenas una semana el oficialismo terminó con la paz del Covid.
Con solo una respuesta en una entrevista, el jefe de Gabinete le sacó la presión que tenía el Presidente de los sectores más duros del kirchnerismo, no solo de "los kukas silvestres", como les gusta llamar en la Casa Rosada a los referentes inorgánicos del cristinismo más radicalizado.
"Son goles que la tribuna propia festeja", se jactó un colaborador presidencial. Tiene razón: fue una forma eficiente de acallar la creciente acusación de tibio que surgía cada vez que Fernández elogiaba o se fotografiaba con dirigentes opositores, como el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, o el intendente de Vicente López, Jorge Macri, cuyo emblemático apellido es un poderoso alérgeno para el cristinismo militante.
Se trata no solo de concesiones al marketing interno, sino también de la búsqueda de construcción e instalación de figuras propias que ensaya el albertismo inexistente. ¿Antídotos mediáticos para el avance sin frenos de La Cámpora? Preguntas por ahora sin respuesta.
También Cafiero tuvo el evidente propósito de obligar a los cambiemitas a tener que optar por pegarse a Macri o dividirse.
No le faltó sentido de la oportunidad. La declinante figura del expresidente en la opinión pública acababa de sufrir el impacto de las denuncias de presión a la Justicia y de espionaje ilegal durante su gobierno.
Para rematarla, el jefe de Gabinete le endilgó al macrismo la acusación de ineficaz, al afirmar que "esta pandemia con Macri gobernando hubiera sido una catástrofe" y agregar que había dejado un país quebrado. En el oficialismo celebraron sin pudor la reacción de algunos de los principales dirigentes de Juntos por el Cambio en respaldo de la gestión y la figura del expresidente, de las cuales varios venían tomando una prudente pero sostenida distancia táctica.
"Macri es la mancha venenosa y ahora muchos macristas quieren despegarse para construir su propio espacio, poniéndose a nuestro lado en este momento, como si fueran acompañantes terapéuticos y después disputarnos el poder sin el lastre de cuando fueron gobierno", se sinceró uno de los principales colaboradores de Fernández respecto de los objetivos de la nueva estrategia. Las hegemonías se construyen de a poco.
Cafiero consiguió lo que se propuso. Macri volvió a encontrar a su vera a muchos que hace tiempo no tenía cerca. Y no por el coronavirus, sino por temor a otros contagios.
Al mismo tiempo, con sus inesperadas críticas incomodó (o desacomodó) a uno de los socios pandémicos del Gobierno, que en estos meses se erigió en la principal figura política después de Fernández.
Rodríguez Larreta optó por reafirmar su táctica de gambetear ese tipo de desafíos. Volvió a evitar confrontar con el jefe de Gabinete tanto como defender la gestión macrista. No es lo que les gusta a los macristas puros y a todo antikirchnerista visceral, que es el núcleo duro de la oposición. Fisuras que pueden ser grietas. A eso apuesta decididamente el oficialismo.
El Presidente, mientras tanto, pareció contradecir a su alter ego, al decir en su visita a la Patagonia que no todo empezó cuando él llegó, tras visitar una obra iniciada por la administración macrista. Apariencias.
Cafiero no es un librepensador. Solo se trata de no ceder más roles y de darle más volumen y protagonismo al jefe de Gabinete, como pretende Fernández, tal como lo describió en esta páginas ayer Gabriel Sued. El policía malo y el policía bueno pueden estar también en la Rosada, sin tener que recurrir a los servicios del Instituto Patria. Por ahora, es una forma de evitar más tercerizaciones y concentrar recursos de un poder siempre compartido. Ya se verá si alcanza para desarrollar algún emprendimiento más independiente de los tutelajes originarios.
El acelerado avance sobre la oposición pone en evidencia, además de la estrategia de construcción política oficialista, otra realidad inquietante del funcionamiento institucional en medio de la pandemia. La proverbial baja densidad de la cultura del diálogo y el consenso en nuestro sistema político encuentra anclaje en la escasa relevancia que el Congreso parece tener para el Gobierno.
Las pocas oportunidades en las que la oposición mostró alguna musculatura para oponerse a iniciativas oficialistas no parecieron afectar a la Casa Rosada ni preocuparla hacia el futuro, aunque tenga en carpeta proyectos que requieran de mayorías especiales.
El Covid-19 habilitó medidas de excepción, acrecentó necesidades de las provincias que tornan dóciles a sus representantes (incluso algunos opositores) y restó espacio para los matices. En los trazos gruesos siempre sobresalen los de quien ejerce el poder.
Esa realidad va pavimentando el camino para algunos de los proyectos más deseados por los cristinistas, como avanzar sobre la Justicia, incluida una reforma de la Corte Suprema, que es lo que de verdad preocupa a la jefa indiscutida del espacio.
Desafíos mayúsculos para una oposición que el Gobierno logró poner a la defensiva y que quedó obligada a repensarse. Y a la que sus adherentes le reclaman ser garante de que no haya impunidad para los delitos de corrupción cometidos durante la larga década kirchnerista. El costo de los errores de gestión suele tener pagos diferidos. El macrismo empieza a comprobarlo.
También será un desafío para el oficialismo. Los gobiernos hegemónicos de oposiciones débiles y fragmentadas tampoco pueden jactarse de haber sido mejores.
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