El gobernador del Palacio. Retrato político de Miguel Ángel Pichetto
El lunes próximo llegará a las librerías Los Secretos del Congreso, el libro de Gabriel Sued, periodista de LA NACION y acreditado en el Parlamento desde 2009. La obra, editada por Pengüin Random House, es una radiografía a fondo de un lugar inigualable del sistema político argentino. Aquí se reproduce completo uno de sus capítulos: El gobernador. Retrato político de Miguel Ángel Pichetto
Miguel Ángel Pichetto recorrió sin prisa el trayecto que va desde la sala de reuniones del bloque del PJ hasta su despacho, en el segundo piso del Palacio. Fernando, uno de sus asistentes, le había avisado que tenía una llamada de Mauricio Macri. El jefe de la bancada peronista, la más numerosa de la oposición en el Senado, no se sorprendió: la estaba esperando. Eran las 14:30 pasadas del 11 de junio de 2019. Mientras caminaba hacia su escritorio, con la vista fija en los pisos de madera, repasó mentalmente una frase de Jorge Luis Borges, que había recordado la noche anterior, después de los primeros sondeos del oficialismo, y que repetiría horas más tarde, en conferencia de prensa: "Ante la duda, primero el coraje". Sabía que después de atender el teléfono, no habría margen para el retroceso. A los 68 años, en el epílogo de su trayectoria política, estaba a punto de darle un vuelco dramático a su carrera, un desenlace estremecedor que cambiaría drásticamente su futuro y se proyectaría hacia atrás para resignificar todo su pasado, toda su vida. El diálogo fue breve y directo.
—Miguel, te llamo porque te quiero proponer que me acompañes como candidato a vicepresidente.
—Muchas gracias, presidente. Desde ya le digo que sí. Estoy dispuesto a acompañarlo. ¿Usted lo pensó bien? ¿Está completamente seguro?
—Sí, muy bien, muy seguro. Más tarde nos juntamos y charlamos.
El presidente hizo el anuncio a las 16:04. Su flamante compañero de fórmula enfrentó a la prensa una hora más tarde, en el Salón Eva Perón, del Senado. "No estoy emocionado. Las emociones no forman parte de mi temperamento", bromeó, con gesto serio, para alivianar el peso de lo que estaba sucediendo. Era imposible. Después de treinta y seis años de recorrido en el PJ y de un cuarto de siglo en el Congreso, donde obedeció e hizo obedecer sin reservas las órdenes de cuatro presidentes del peronismo, Pichetto, un emblema de la disciplina partidaria, se cambió de bando.
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Pichetto es el Senado y el Senado es Pichetto. Llegó a la cámara veinte días antes del estallido de la crisis de 2001, después de ocho años como diputado nacional, en los que se mantuvo leal a Carlos Menem. Asumió la jefatura de la bancada peronista en diciembre de 2002, durante el gobierno de Duhalde. Consolidó su poder con la llegada de Néstor Kirchner y, en la madrugada del 17 de julio de 2008, con Cristina Kirchner como presidenta, pronunció un discurso que quedó en la historia, en el cierre del debate por la resolución 125. Pese a que su sueño siempre fue irse del Congreso para gobernar Río Negro, su provincia adoptiva, se convirtió en el senador más influyente desde el regreso de la democracia y, por lejos, en el dirigente con más peso dentro del Palacio.
Fue Pichetto quien impuso y convirtió en tradición de la cámara la regla que prohíbe aplaudir en las sesiones y en las reuniones de comisión. "Eso de aplaudir y gritar, o de tirar papelitos, como hacen en la otra cámara, son estupideces emocionales que no van con la política", dice, en la sala de reuniones del bloque, la misma donde se plantó frente a los gobernadores. Es Pichetto quien no deja que se tome mate dentro del recinto y quien exige a los senadores que vistan de traje. "Lo del mate me parece grotesco. Yo tomo mate, pero no en el recinto. Hace a una estética y a formas que se conectan con la tradición. Todo se puede degradar: mañana pueden venir con pantalones cortos. Esto no es una sociedad de fomento o una comisión directiva de un club de barrio", argumenta, mientras se frota las manos y se le escapa una sonrisa, como si a través de esos pequeños gestos de provocación, saliera a la superficie uno de los costados más genuinos de su personalidad.
Pese a que su sueño siempre fue irse del Congreso para gobernar Río Negro, su provincia adoptiva, se convirtió en el senador más influyente desde el regreso de la democracia y, por lejos, en el dirigente con más peso dentro del Palacio
Otro Pichetto auténtico es el que se irrita cuando no se cumple con el reglamento o cuando se alteran los esquemas de una sesión. En agosto de 2016, se enfureció con Gabriela Michetti, cuando la vicepresidenta quiso intervenir en un debate, facultad reservada a los senadores. Le advirtió que si no se atenía a las normas, él y los integrantes de su bancada iban a empezar a actuar "como oposición", casi en una confesión de que hasta ese momento habían sido muy receptivos de las necesidades del gobierno. En abril de 2018 detuvo un debate a los gritos, molesto por la actividad de los fotógrafos. "¡Hace cinco horas que nos cruzan con fotos permanentes! ¡Foto, foto, foto! Que hagan la tarea previamente", se quejó, con gestos ampulosos. Michetti le aceptó la "sugerencia": los fotógrafos se tomaron un descanso.
La palabra de Pichetto siempre importa. El Senado es su territorio, la provincia que sí pudo gobernar. Desde 2007, controla la seguridad del edificio, por medio de su amigo Mario Daniele, exsenador por Tierra del Fuego y prosecretario administrativo del Senado. "En el debate por la 125 quisieron meter al Movimiento Evita en las galerías y yo lo impedí. También lo saqué a patadas a De Angeli [Alfredo, dirigente de la Federación Agraria]", se ufana el senador.
De muy buena relación con Di Próspero, jefe del mayor sindicato legislativo desde 2004, Pichetto maneja a casi todos los secretarios de comisión, cuenta una exsenadora del kirchnerismo con más de una década de experiencia en el Congreso: "Vos sabés si una comisión es importante cuando él no te la quiere entregar". Desde hace años, el senador tiene una silla fija en las comisiones bicamerales de Fiscalización de Organismos y Actividades de Inteligencia, y en la Mixta Revisora de Cuentas, el nexo con la AGN. Javier Fernández, representante del PJ en ese organismo desde 2001 y operador incombustible en los tribunales de Comodoro Py, es otro de los amigos del senador. "Acá en el Senado te tenés que llevar bien con Pichetto —coincide un legislador radical, bajando el tono de voz, como si temiera que las paredes pudieran oírlo—. Tiene amigos en Servicios Generales, en la Biblioteca y en Automotores, y en algunos despachos hay cuadros de él".
En el verano de 2016, en medio de su pelea con el kirchnerismo por el control del bloque del PJ, Pichetto se jactó de su poder territorial. "Estoy acá desde hace mucho tiempo y me entero de quiénes entran y salen de la casa y sé que algunos exfuncionarios estuvieron recorriendo despachos", advirtió, en una reunión de bloque. Se refería al exsecretario de Legal y Técnica Carlos Zannini y al exdirector de inteligencia Oscar Parrilli, dos dirigentes de máxima confianza de Cristina, que habían hecho gestiones reservadas para que la bancada peronista dejara sin quórum la primera sesión convocada por Cambiemos desde la llegada de Macri a la Casa Rosada.
La palabra de Pichetto siempre importa. El Senado es su territorio, la provincia que sí pudo gobernar. Desde 2007, controla la seguridad del edificio, por medio de su amigo Mario Daniele, exsenador por Tierra del Fuego y prosecretario administrativo del Senado
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Cuando abrió los ojos, en una cama del Hospital Italiano, a Pichetto le dolía todo el cuerpo. Eran las 21:30 del 24 de diciembre de 1998. Dos días antes, el entonces vicepresidente del bloque de diputados del PJ había quedado al borde de la muerte, por un accidente en la ruta 3, a la altura de Mayor Buratovich, una localidad del sur de la provincia de Buenos Aires. El auto que manejaba, desde Río Negro, chocó de frente contra un tractor, que se cruzó de carril, después de esquivar una zanja. Viajaban con él su esposa y su hija, que también salvaron sus vidas de milagro. Los bomberos los rescataron entre los hierros retorcidos y los llevaron al hospital Pena, de Bahía Blanca. Al día siguiente, los trasladaron a Buenos Aires. Todavía medio dormido por efecto de los calmantes, Pichetto parpadeó varias veces cuando vio quién estaba sentado, en silencio, a un costado de la cama: el presidente Carlos Menem. Había llegado una hora antes, pero frenó a la enfermera cuando ella quiso despertar al paciente. Le pidió que lo dejara dormir.
—Presidente, ¿qué hace acá? Hoy es Navidad.
—Tranquilo, chango, ahora me voy a comer con Zulema.
Pichetto repite una y otra vez que "en política no existen las cuestiones personales". Pero jamás olvidó ese gesto. "Menem me enseñó que en nuestra tarea la afectividad es un valor importante", dice. Se habían conocido en 1987, cuando el futuro presidente era gobernador de La Rioja y, ya lanzado a la carrera hacia la Casa Rosada, visitó la Patagonia. Pichetto era intendente de Sierra Grande, una localidad minera de unos 16.000 habitantes, en el sudeste de Río Negro. Llegó ahí en 1977, con 27 años, para trabajar en la empresa minera Hierro Patagónico, después de recibirse de abogado, en La Plata. Nació en 1950, en Banfield, donde pasó su juventud. Se interesó en la política por primera vez en la adolescencia por una novia que militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores.
"Menem era un fenómeno popular impresionante", dice, mientras observa una foto de aquella época que los muestra juntos y que él exhibe con orgullo debajo de la tapa de vidrio de su escritorio. Menem está de remera y Pichetto, de camisa. En el mismo lugar hay una foto con Néstor Kirchner, durante una recorrida de campaña de 2005: "Kirchner era un tipo duro, discutía, era agresivo, te llamaba, se reconciliaba... Manejaba todas las artes de la política". En el despacho no hay imágenes de Cristina: "Teníamos un trato respetuoso. Pero ella es más emocional. A veces, no entendía por qué se enojaba. Es muy receptiva de su círculo, de Zannini y Parrilli, que me odiaban. Ellos son más ideológicos".
Pichetto fue el representante en el Senado de todos los gobiernos peronistas desde 2002 hasta 2015. Cuando Macri llegó a la presidencia, siguió siendo determinante para que se aprobaran las leyes que reclamaba la Casa Rosada. En Cambiemos reconocen su aporte sin reparos. "En Pichetto y Monzó [Emilio, el presidente de la Cámara de Diputados] se explican el 80% de las leyes que sacó el oficialismo en esos años. Se juntaban a comer todas las semanas", cuenta un diputado influyente del Pro. "Pichetto es de las personas más importantes para el gobierno en esta casa. Es lo más parecido a un estadista. Macri debería hacerle un homenaje", confirma un senador radical.
Los kirchneristas dicen con desprecio que es "un oficialista de todos los gobiernos" porque "le gusta estar cerca del poder". Después de su ruptura con Cristina, en el entorno de la expresidenta le descubrieron más defectos. "Es un liberal conservador. Cree que la política es una actividad de Palacio y que todo se maneja en el plano de la racionalidad. No comprende la dimensión de lo popular, por eso nunca pudo ser gobernador", dice un dirigente de La Cámpora. "Es un burócrata obsesivo, un amante de lo procedimental, capaz de hacer lo peor y lo mejor con tal de cumplir con las normas ISO 9001 de funcionamiento del Estado", ironiza un diputado.
En su entorno lo defienden a muerte: "Tiene una visión de Estado que trasciende el partido. Él nunca va a poner en riesgo a la Argentina", dice uno de sus colaboradores. "En los dos primeros años del gobierno de Macri logró cambios estructurales. Las provincias pasaron a estar mejor que la nación en lo fiscal", sostiene un exsenador. Pichetto da una justificación política: señala que Cambiemos estaba en minoría en las dos cámaras y que, por el tamaño del bloque del PJ en el Senado, un bloqueo sistemático de los proyectos del oficialismo no hubiese sido una resistencia testimonial, "como la que hizo el kirchnerismo", sino que hubiese derivado en una parálisis del Congreso y en una crisis institucional.
Los kirchneristas dicen con desprecio que es "un oficialista de todos los gobiernos" porque "le gusta estar cerca del poder"
Si el kirchnerismo siempre tuvo reservas con Pichetto, ¿por qué lo mantuvo como jefe de bloque del primero al último día? "Más que mi lealtad, valoraron mi eficacia", acierta él. Pichetto es, antes que nada, un profesional de la política. "Es el mejor jefe de bloque que pudimos tener. Conoce como nadie el funcionamiento del Congreso, el manejo de una bancada, las cuestiones reglamentarias", responde Alberto Fernández, jefe de Gabinete en los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner, y candidato presidencial en fórmula con la expresidenta. "Es un político poco común en la Argentina. Es muy responsable. Todo el tiempo hace lo que corresponde que haga", sostiene Juan Manuel Abal Medina, exsenador y exjefe de Gabinete de Cristina. "Es un senador romano. Tiene una cultura jurídica muy sólida. Nunca va sin prepararse a las sesiones", opina Juan Estrada, secretario parlamentario del Senado entre 2003 y 2015. "Es un negociador muy duro. Como estrategia arranca todas las conversaciones enojado. Pero tiene sentido común y es un caballero de códigos, algo que escasea en la política", lo elogia el exsenador radical Ernesto Sanz. "Trabaja sin descanso, de 9 a 22. Va a las reuniones de comisión y recibe a todo el mundo. Tiene una visión realista del poder: trata con el mundo real y no con el imaginario, que lleva a una división entre buenos y malos", dice Eric Calcagno, prosecretario parlamentario del Senado y uno de los hombres de confianza de Pichetto. "Reúne condiciones muy difíciles de encontrar. Vive para esto. Siempre está estudiando o atendiendo gente. Cumple los acuerdos, algo fundamental en política, y tiene mucha cintura política: cuando parece que nos vamos a estrellar, saca un conejo de la galera", cuenta Daniele, uno de los que tiene fotos de Pichetto colgadas en su despacho.
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El 30 de octubre de 2018, la sala de reuniones del bloque de senadores del PJ se convirtió en un campo de batalla. Con la mandíbula apretada, Pichetto se removía incómodo en la cabecera de una mesa larga y señorial. A sus costados, los gobernadores de Formosa, Gildo Insfrán, y de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, lo tenían arrinconado: le reprochaban haberlos entregado en las negociaciones con la Casa Rosada por el presupuesto 2019. El proyecto, que incluía recortes millonarios en los giros a las provincias, tenía media sanción de Diputados y en dos semanas iba a tratarse en el Senado. En el extremo opuesto de la mesa, otros cuatro gobernadores, dos vicegobernadores y tres senadores observaban en silencio cómo escalaba la discusión.
—¡Nos tenemos que poner más firmes! —subió el tono Insfrán, el más enojado, sentado justo a la izquierda de Pichetto.
—Nos están cagando, Miguel —se sumó Zamora, ubicado a la derecha.
Los gobernadores habían elegido a Pichetto como representante de sus intereses en el Congreso desde el inicio del gobierno de Macri. Los más lejanos a la Casa Rosada desembarcaron de urgencia en el Palacio para exigirle que, en esta oportunidad, pateara el tablero: querían que avanzara, en la misma sesión del presupuesto, con la derogación del decreto presidencial que había eliminado el fondo de la soja, una caja que repartía unos 100.000 millones de pesos al año entre las provincias y los municipios. Antes de la votación en Diputados, Pichetto había logrado algunas concesiones adicionales de la Casa Rosada, pero la supresión del fondo de la soja había quedado fuera de la negociación. El senador, más habituado al papel de oficialista que de opositor, pretendía cumplir los compromisos asumidos y no poner en riesgo la aprobación del presupuesto.
—No me pueden imponer algo que ustedes negociaron mal. Eso lo tendrían que haber planteado en Diputados, no ahora, que ya está todo cerrado —rompió el silencio Pichetto.
—Pero estás negociando cosas a nuestras espaldas. ¡Vos no podés hacer eso como jefe de bloque! —lo puso contra las cuerdas Insfrán.
—A ver si nos entendemos. ¡Yo no soy un empleado de ustedes! Negocio de la mejor forma que puedo. ¡Y me importa tres carajos el cargo! —estalló Pichetto.
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El senador escenificó su ruptura con Cristina, en pleno recinto, el 30 de marzo de 2016, durante el debate del acuerdo con los fondos buitre, un proyecto impulsado por la Casa Rosada y resistido por el kirchnerismo. Había conversado con la expresidenta por última vez el 26 de diciembre de 2015, dos semanas después de que ella abandonara la Casa Rosada. Cristina lo llamó para pedirle la designación de una senadora de La Cámpora en la presidencia de una comisión, cuentan en el segundo piso del Palacio. Él le respondió con evasivas. No volvieron a hablar a solas. Fue un capítulo dramático de una historia de lealtad y traición, el desenlace natural de una relación sostenida durante años por el poder y la conveniencia.
Pichetto no es Frank Underwood, el político impiadoso y estereotipado que interpretaba Kevin Spacey en House of Cards. "Miguel", a secas, como lo llaman los que trabajan con él, se parece más a un personaje de novela negra, esas que lee con voracidad
"Quiero ser honesto y decir lo que pienso. Miren, yo estuve en un proceso de lealtad indisoluble con mi gobierno hasta el último día, hasta el último minuto", se despachó el senador, en el cierre de la sesión, para justificar su respaldo a la ley que abrió la puerta al endeudamiento externo. Y continuó: "Pero cuando la presidenta se fue y nos despidió en Olivos, nos dijo que hay que tratar de ayudar al gobierno, no hay que bloquear. Ahora viene un debate mucho más horizontal y, bueno, yo he recuperado la capacidad de pensar y reflexionar y de decir lo que realmente pienso. Ya no estoy atado por las obligaciones que me determinaba ser gobierno y oficialismo".
La relación entre ellos había quedado herida de muerte en junio de 2015, cuando el senador perdió por segunda vez las elecciones para la gobernación de Río Negro. La campaña quedó envuelta en una protesta de productores de peras y manzanas, con cortes de ruta en la zona del Alto Valle en los cuarenta y cinco días previos a los comicios. Reclamaban respuestas para el sector, afectado por una crisis internacional, y pedían el desembolso de 190 millones de pesos correspondientes a un subsidio comprometido por el gobierno nacional. Cristina viajó a la provincia un mes antes de las elecciones y respaldó a Pichetto, en un acto en General Roca. "Habló de él como si hablara de Néstor", recuerda un dirigente de La Cámpora. Pero se negó a recibir a los productores. El senador les gestionó una reunión en la Casa Rosada, con el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. El dinero llegó, pero veinte días después de las elecciones, cuando Pichetto ya había caído derrotado frente al entonces mandatario Alberto Weretilneck. En público, el senador asumió la responsabilidad y despegó a Cristina del resultado. En la intimidad, se convenció de que ella no lo había ayudado y de que había sido víctima de una "conspiración" urdida por Parrilli, Zannini y Axel Kicillof, el ministro de Economía.
El golpe reabrió heridas del pasado. En 2007, había sido candidato a gobernador por primera vez, después de cuatro años de dar muestras de fidelidad al kirchnerismo. Pero, en medio del armado de la Concertación, una alianza del gobierno nacional con un sector de la UCR, Kirchner respaldó la reelección del gobernador Miguel Saiz, un "radical K", que le ganó a Pichetto por 7 puntos. En 2011, Cristina eligió como candidato al exdiputado Carlos Soria, en cumplimiento de una decisión que había tomado Kirchner días antes de su muerte, el 27 de octubre de 2010. El expresidente apoyó a la fórmula Soria-Weretilneck después de que el Senado aprobó la ley de glaciares, en un debate en el que Pichetto aprovechó la "libertad de acción" proclamada por la Casa Rosada y colaboró para que se sancionara una versión del proyecto, más restrictiva de la actividad minera, que, en el fondo, incomodaba al gobierno nacional. "Nunca me lo perdonaron", dice el senador. En enero de 2012, tras la trágica muerte de Soria, Cristina respaldó la continuidad de Weretilneck y no habilitó la opción de elecciones anticipadas, que le hubiera dado a Pichetto una oportunidad de oro. "La política no es para corazones solitarios o sentimentales de la ONG", declaró él meses después, para disimular rencores. En la intimidad, masticó bronca: "Me condenaron a ser senador perpetuo". El Palacio se había convertido en su laberinto.
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Pichetto no es Frank Underwood, el político impiadoso y estereotipado que interpretaba Kevin Spacey en House of Cards. "Miguel", a secas, como lo llaman los que trabajan con él, se parece más a un personaje de novela negra, esas que lee con voracidad. Siempre de traje oscuro, camisa con iniciales bordadas, corbata con traba y pañuelo al tono, es un aristócrata de arrabal. "Estamos irremediablemente perdidos", suele repetir, como latiguillo, para distender el clima entre sus colaboradores, cuando las cosas se complican. No porta armas, pero sabe disparar y, "por seguridad", tiene dos pistolas en su casa, una Magnum 357 y una 9 milímetros. Para alimentar ese perfil de hombre recio, cuenta que todos los días desayuna leyendo los diarios, con un café de un lado y un revólver del otro. Después de leer los diarios, decide si se toma el café o se pega un balazo. "Es una broma que responde a una visión de finitud de la vida, cosas que me agobian, sobre todo en la primera hora del día. Es una sensación de malestar existencial", relata.
En la biblioteca de Pichetto, que ocupa toda una pared de su casa de Vicente López, las obras del sueco Henning Mankell, el italiano Andrea Camilleri y el griego Petros Márkaris comparten cartel con las biografías históricas, su otra afición literaria. Es un apasionado de la Revolución francesa y tiene devoción por Napoleón, un espejo en el que le gusta mirarse: "Ni siquiera era francés. Llegó de Córcega, una pequeña isla, y después se convirtió en el dueño del mundo. Admiro su pragmatismo. Dejó a la mujer que amaba porque lo que importaba era Francia".
Desde que superó la barrera de los 60 años, se cuida en las comidas y va al gimnasio todas las semanas. Hace mucho que dejó de fumar. Prefiere no viajar en avión y no se toma más de cinco días de vacaciones por año. "La inactividad me perturba. Tengo miedo a los días vacíos, como los domingos a la tarde, que son una invitación al suicidio".
En las oficinas del jefe de bloque del PJ se respira mística y admiración. "Es muy leal y generoso, pero no acepta dobleces ni errores. Es prusiano", cuenta uno de sus colaboradores. "Tiene la virtud de haber sido un tipo de barrio. Se pone una coraza, pero sabe reírse de sí mismo y es más bueno que Lassie", dice otro y recuerda la vez que se puso como loco al ver que una empleada del Senado, con un embarazo avanzado, estaba trabajando como ascensorista: "Al instante llamó a Michetti y logró que la reubicaran en un puesto más tranquilo".
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En las horas posteriores al anuncio de su candidatura a la vicepresidencia, Pichetto quedó, como nunca antes, en el centro del universo político. "Estoy convencido de que no es bueno que vuelva el pasado. Este es un debate entre democracia y visiones autoritarias", declaró ante los periodistas, en el Salón Eva Perón, apuntando a Cristina Kirchner. La expresidenta había reconfigurado el tablero electoral tres semanas antes, al anunciar que Alberto Fernández encabezaría una fórmula presidencial en la que ella iría como vice. Después de la conferencia de prensa, Pichetto se reunió a solas con el presidente y habló con Lilita Carrió, que enseguida bendijo su incorporación al oficialismo. En los días siguientes visitó a la gobernadora María Eugenia Vidal y encabezó una cumbre de dirigentes peronistas ya integrados a Cambiemos.
Al ritmo de sus incontables apariciones públicas, las acciones y los bonos argentinos subieron, y el dólar bajó, lo que llevó a muchos analistas económicos a hablar del "efecto Pichetto". Cómodo en su nuevo papel, él dio rienda suelta a su faceta de polemista, desafió a Cristina a un debate público y se cobró viejas deudas con uno de sus enemigos internos en el kirchnerismo: "El peronismo de la provincia de Buenos Aires lleva a un hombre del PC como candidato. Estoy hablando de Axel Kicillof, que tiene sus orígenes en el Partido Comunista. Estas son las grandes distorsiones de Unidad Ciudadana". Los excompañeros de bloque de Pichetto también le pasaron factura. José Mayans, vicepresidente de la bancada, ligado a Insfrán, declaró que el flamante compañero de fórmula de Macri había "traicionado a todos sus compañeros" y advirtió que la traición llevaba años: "Pichetto ya trabajaba en dividir al bloque de senadores. Ahora nos damos cuenta de que trabajaba para el gobierno hace tiempo y estaba infiltrado".
En la primera conferencia de prensa, Pichetto contó que después de aceptar la propuesta de Macri se había comunicado con Sergio Massa y con los gobernadores de Córdoba, Juan Schiaretti, y de Salta, Juan Manuel Urtubey, sus exsocios en Alternativa Federal, el espacio que habían construido como una tercera vía frente a la polarización entre el gobierno y el kirchnerismo. Llamó también a dos expresidentes, Menem y a Duhalde, y a dos de sus amigos radicales, los exsenadores Ernesto Sanz y Gerardo Morales. Este último, que acababa de ser reelegido como gobernador de Jujuy y reclamaba a la Casa Rosada una apertura mayor hacia el peronismo no kirchnerista, se había encargado de una gestión clave. El día anterior había llamado a Pichetto y le había preguntado si aceptaría un ofrecimiento de Macri para acompañarlo en la fórmula. El presidente no podía sufrir otro desprecio: Urtubey y Sanz ya le habían dicho que no. El nombre del jefe del Bloque Justicialista circulaba en los pasillos de la Casa Rosada hacía diez días. El presidente quedó deslumbrado con la visita que Pichetto hizo a Wall Street, a fines de abril. Cara a cara con los representantes de los principales fondos de inversión y directivos de bancos internacionales, el senador llevó tranquilidad y aseguró que la Argentina cumpliría "con sus obligaciones de deuda".
La propuesta de Macri le llegó a Pichetto en el momento justo. Después del acuerdo de Massa con el kirchnerismo, Alternativa Federal iba camino a la desintegración. Cuando faltaban cinco meses para el final de su tercer mandato consecutivo en el Senado, la carrera del jefe del Bloque Justicialista se acercaba al ocaso. "Pichetto está terminado", declaró Alberto Fernández, días antes del anuncio de Macri. El ofrecimiento del presidente cambió todo. "Es una reivindicación de la trayectoria de Miguel. Él siempre había querido ser parte de una campaña presidencial", analizó uno de sus colaboradores. Es cierto, en 2015 había mandado a pintar paredones de Río Negro para fogonear la fórmula Scioli-Pichetto. Cuatro años más tarde, el senador logró en el macrismo lo que no había conseguido en el kirchnerismo.
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Después de asumir como diputado nacional, en 1993, Pichetto escaló rápido. Tenía seis años de experiencia como legislador provincial, una formación jurídica sólida y, como si fuera poco, juraba lealtad a Menem, que entonces atravesaba su mejor momento. En 1995 asumió como presidente de la Comisión de Justicia y en 1998 como miembro del Consejo de la Magistratura, cargo que mantuvo hasta 2006 y que le permitió multiplicar sus contactos en el mundo judicial. En 1997 había asumido como vicepresidente del bloque del PJ, encabezado por Jorge Matzkin. De él aprendió una lección que aplicaría durante toda su carrera en el Congreso: "Me enseñó cómo se sacan las leyes: los discursos son de la oposición y las leyes, del oficialismo".
Se mantuvo leal a Menem hasta el final de su mandato y en abril de 2001 fue uno de los organizadores de un acto que reunió, en el Salón Azul del Senado, a diputados, senadores y gobernadores peronistas, en defensa del expresidente, después de que el fiscal Carlos Stornelli pidió su declaración como sospechoso en la causa por el contrabando de armas. A partir de 2013, cuando Menem fue condenado por ese caso, Pichetto fue determinante para impedir su arresto. Logró imponer entre los senadores de la mayoría peronista la "doctrina Menem", una posición que establece que solo se debe aprobar un desafuero ante una condena firme.
Con el mismo argumento, Pichetto se opuso a que arrestaran a la expresidenta en diciembre de 2017, cuando el juez Claudio Bonadio pidió su desafuero en la causa por el pacto con Irán. Había obedecido las órdenes de Cristina hasta el último día de su gobierno: por pedido de ella faltó a la asunción de Macri, en medio de la disputa por la ceremonia de traspaso de mando. Pero cuando la expresidenta volvió al Senado, Pichetto la obligó a armar su propio bloque. Lejos de mostrarse agradecida por el rechazo al pedido de desafuero, la flamante senadora dejó trascender que detrás de la decisión del magistrado estaba el propio Pichetto. En el entorno de Cristina afirmaron que la quería arrinconar para que no le disputara poder en la cámara, y recordaron que el senador y el juez eran amigos desde 2005, cuando Pichetto elaboró el dictamen que le salvó el pellejo en el Consejo de la Magistratura, en un expediente por mal desempeño en la causa por irregularidades en la investigación del atentado contra la AMIA. El senador reconoce el vínculo con Bonadio, pero advierte que, como hacía siempre, en 2005 cumplió órdenes de la Casa Rosada, al igual que otros dos consejeros del kirchnerismo, Diana Conti y Carlos Kunkel.
La discusión por la ofensiva judicial contra la expresidenta tuvo una réplica en agosto de 2018, cuando el Senado aprobó, con el voto de la bancada de Pichetto, un pedido de Bonadio para allanar los domicilios de Cristina. "Quédese tranquila, que seguramente usted va a poder ser candidata en 2019, no se haga problema", le dedicó el senador a la expresidenta, sentada unas bancas más arriba. Pichetto aprovechó además para tomarse una pequeña revancha: "Nosotros no vamos a hacer lo que hicieron con De Vido sus diputados", le dijo, en referencia a la ausencia del kirchnerismo en la sesión de octubre de 2016, en la que se aprobó el desafuero del exministro de Planificación Federal. Pichetto fue uno de los primeros en visitarlo en la cárcel.
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El periodista de la revista Noticias Rodis Recalt le preguntó a Pichetto, en una de las decenas de entrevistas que dio en los días posteriores al anuncio de su candidatura a la vicepresidencia:
—¿Esto es una traición?
—La traición no es un concepto depreciado y degradante para mí. Yo no tengo la mirada muy primaria y elemental sobre ese concepto. La traición siempre es un punto de fractura con el pasado.
No fue una respuesta improvisada. El senador había estado releyendo Elogio de la traición, de los franceses Denis Jeambar e Yves Roucaute. Es un ensayo de filosofía política, publicado en 1990, que hace una topología de la traición y reivindica "traiciones" de figuras de la historia contemporánea, como François Mitterrand, Mijaíl Gorbachov y Felipe González. En el preámbulo los autores afirman que "no traicionar es perecer: es desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia. La traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos republicanos. El método democrático adoptado por las repúblicas exige la adaptación constante de la política a la voluntad del pueblo, a las fuerzas subterráneas o expresas de la sociedad".
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Pichetto es uno de los mejores oradores del Congreso. Expone sin leer una palabra, invoca antecedentes históricos y ejemplos internacionales, argumenta con contundencia y audacia, recurre al humor y al dramatismo, maneja la escena como pocos. Pero en ocasiones se equivoca, se enamora de su perfil provocador, muestra su cara más reaccionaria. En septiembre de 2010, en medio de un debate sobre la inseguridad, motivado por el asalto que sufrió a la salida de un banco Carolina Píparo, una mujer embarazada de ocho meses, debió rectificarse después de decir que el hombre que estaba en la fila, detrás de la víctima, "tenía una cara de delincuente terrible". En febrero de 2013, mientras se discutía el memorándum entre la Argentina e Irán, tuvo que pedir disculpas públicas a la comunidad judía, por afirmar que en el atentado contra la AMIA habían muerto "argentinos de religión judía y argentinos argentinos". En noviembre de 2016, recibió denuncias de discriminación de parte de diplomáticos de Perú y de Bolivia. Había dicho en una entrevista de televisión: "El problema es que siempre funcionamos como ajuste social de Bolivia y ajuste delictivo de Perú. Perú resolvió su problema de seguridad y transfirió todo el esquema narcotraficante: las principales villas de la Argentina están tomadas por peruanos. La Argentina incorpora toda esta resaca". A fines de 2018, después de lanzar su precandidatura presidencial por Alternativa Federal, levantó la bandera del endurecimiento de la política migratoria: "Ahora hay nuevas figuras de delitos: hay delincuentes de Albania y Europa del Este vinculados al narcotráfico", señaló en una entrevista, y agregó: "En la década de los 90 entraron los chinos y ahora los senegaleses. ¿Dónde están? Yo no los veo en obras en construcción. Los veo vendiendo cosas truchas. Es maravilloso".
El senador pronunció dos de sus mejores discursos en los debates por el matrimonio igualitario, en 2010, y por la legalización del aborto, en 2018. Como lo había hecho Néstor Kirchner en Diputados, Pichetto trabajó hasta el último minuto para reunir la mayoría que requería el proyecto que habilitó el casamiento entre personas del mismo género. En el cierre de la discusión en el recinto, invocó los postulados de libertad e igualdad de la Revolución francesa, sostuvo que el Estado tiene la obligación de "garantizar el derecho a la felicidad", calificó de "nazi" la cláusula de objeción de conciencia que reclamaban quienes se oponían a la ley y acusó a sectores de la Iglesia católica, ferviente detractora del proyecto, de practicar "un oscurantismo medieval".
Con esas palabras pisoteó las dudas que sobre él habían sembrado, en el inicio del debate, algunos de los promotores de la reforma, incluido Kirchner. Inquieto por la suerte del proyecto, en las semanas previas a la sesión en el Senado, el expresidente mandó al Cuervo Larroque, jefe de La Cámpora, a tantear la posición de Pichetto, en general identificado con posturas conservadoras. Apenas Larroque le sacó el tema, el senador entendió todo: quién lo había mandado y cuál era el objetivo de la visita. Entonces fue al grano, con la brutalidad que solo se desnuda en las bromas que se hacen entre cuatro paredes: "Decile al horrible que se quede tranquilo: si hay algo de lo que estoy más lejos que de los putos es de los curas".
Más de ocho años después, Pichetto se avergüenza de aquella frase. "Soy un producto del conurbano, de la Argentina blanca, de la proyección de los hijos de los trabajadores rumbo a la universidad. Me manejé siempre con los códigos de la calle. Crecimos con esa visión de la heteronormatividad, de rechazo a los diferentes, nos peleábamos con los ‘negros’. Yo también evolucioné, fui creciendo. El reclamo por los derechos de los homosexuales es un fenómeno de este siglo. El discurso de Pepito Cibrián [durante el debate en comisión en el Senado] me hizo aprender mucho".
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Cristina y Pichetto se conocieron en diciembre de 1997, cuando ella asumió como diputada nacional por Santa Cruz. En 2001, Cristina convenció a Kirchner para que apoyara a Pichetto en la campaña para ser senador por Río Negro. Dos años después, cuando él ya ejercía como jefe de bloque del Senado, bajo las órdenes de Duhalde, respaldó sin dobleces la postulación presidencial del gobernador de Santa Cruz, el candidato del gobierno, en contra de Menem, su exjefe. Cuando Kirchner llegó a la Casa Rosada no dudó en ratificarlo en su cargo.
El senador tuvo que acomodarse a una nueva realidad, ser jefe de bloque de un gobierno que impulsaba muchos proyectos que él no compartía. No solo tenía que votarlos: debía disciplinar a una bancada en la que se libraban las últimas batallas por el liderazgo en el peronismo. Usó esa debilidad como fortaleza. Mostró cintura política y apeló a una fibra sensible del PJ: la disciplina partidaria. "Ustedes saben que yo soy de derecha", dijo en una reunión de bloque, en agosto de 2003, para risa de muchos de sus compañeros, antes de reclamar el respaldo a la nulidad de las leyes de obediencia debida y de punto final, un proyecto que él había cuestionado en el pasado. Argumentó que era una iniciativa pedida por el Poder Ejecutivo y que no tendría efectos jurídicos. En octubre de ese año reunió la mayoría para aprobar la designación de Eugenio Raúl Zaffaroni como juez de la Corte Suprema. "¿No me podés mandar a alguien normal?", se quejó, un poco en serio y un poco en broma, con Alberto Fernández, después de cruzarse al magistrado, de musculosa y sandalias, en la confitería La Biela, de Recoleta. En septiembre de 2005 juntó los dos tercios requeridos para destituir a Antonio Boggiano, otro de sus amigos en la justicia y uno de los integrantes de la mayoría menemista del máximo tribunal. A mitad de ese año, cuando Duhalde le declaró la guerra a Kirchner, Pichetto no dudó en qué vereda pararse. Mandó a callar a Daniel Scioli, cuando el entonces vicepresidente propuso una "campaña sin agravios", y después del triunfo de Cristina sobre Hilda Chiche Duhalde, en la provincia de Buenos Aires, reclamó la renuncia del jefe de bloque oficialista en Diputados, José María Díaz Bancalari, un peronista que había jugado con Duhalde.
Esas lealtades cambiantes, esas contradicciones, eran para Pichetto una muestra absoluta de coherencia: "Esto a veces parece incomprensible para otros partidos, ubicados en la izquierda, que cuestionan nuestra disciplina partidaria. Pero creo que ese es nuestro gran mérito para poder gobernar este país. De la Rúa comenzó a debilitarse primero en el Congreso, por el nivel de cuestionamiento que tenían sus políticas. El peronismo es otra cosa: es un partido que se cohesiona detrás del presidente y del gobierno", declaró en 2004.
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La discusión por la resolución 125, que aumentaba las retenciones a las exportaciones de granos, colocó a Pichetto en el centro de la escena y le reservó un lugar de privilegio en la historia mítica del kirchnerismo. El proyecto llegó al Senado el 6 de julio de 2008, después de cuatro meses de un conflicto que convulsionó al país y lo dejó al borde de un quiebre institucional. El senador hizo todo lo posible para evitar una caída. Antes de la sesión, convocada para el 16 de julio, fue a hablar con Alberto Fernández, jefe de Gabinete, y con Zannini, secretario de Legal y Técnica, para que el gobierno moderara la iniciativa, en un intento por salir de la encerrona política en la que estaban. Recibió la orden de que la ley debía salir sin cambios. La noche de la sesión, al ver que la votación se encaminaba hacia un empate y que el vicepresidente Julio Cobos podía votar en contra, llamó por teléfono a Cristina.
—Estamos empatados. Si tengo margen, puedo hacer una mejora —le propuso.
—Alberto [Fernández] está hablando con Julio [Cobos]. Va a desempatar bien —respondió ella.
Pasadas las 22, Pablo Verani, un senador radical, le contó que, en caso de empate, Cobos iba a pedir un cuarto intermedio, para evitar hacerse cargo de la definición. Pichetto llamó a Sanz, jefe de bloque de la UCR. Como hacía cada vez que el dirigente radical lo visitaba en su despacho, Pichetto subió el volumen del televisor, temeroso de que lo estuvieran espiando, lo invitó a hablar en un rincón e hizo catarsis contra el gobierno. "Una cuestión de intereses la terminaron convirtiendo en una disputa política, de lucha por el poder", se lamentó. Acordaron que no iban a aceptar el cuarto intermedio que quería Cobos. A las 23 volvió a llamar a Cristina y le advirtió que el vicepresidente se había encerrado en su despacho, con su familia. "Si me das autorización, hago una negociación razonable", insistió, inquieto por las manifestaciones que rodeaban el Palacio. "Alberto va a ir a hablar con Julio", respondió ella. A las 00:30 Cristina le avisó que se iba a dormir y le dio la última instrucción de la noche: "Hacé votar y que cada uno se haga responsable".
Cuando le tocó clausurar el debate, minutos antes de las 4 de la madrugada, Pichetto no ahorró dramatismo: "Yo no quiero agitar fantasmas. No quiero venir con las historias del golpismo en la Argentina, pero indudablemente en la noche de hoy también, y en la Argentina en que estamos viviendo, hay algunos escenarios altamente complejos, y la oposición sabe de qué hablo. Sabe lo que significa que esta noche el gobierno no salga ratificado. Lo sabe muy bien. Son conscientes". Para terminar: "Y los compañeros que han ejercido el poder en las provincias lo saben mucho más. Son muy conscientes de lo que esto significa. Son muy conscientes de que van a dejar herido al gobierno nacional, con todo lo que esto implica, a seis meses de haber asumido". En el cierre de su intervención, seguida por televisión por miles de personas en todo el país, Pichetto advirtió que era "inconcebible" que el vicepresidente votara en contra del Poder Ejecutivo y, con una mirada de acero, se dirigió directamente a Cobos: "Usted tiene hoy una gran responsabilidad institucional, histórica. Esperemos que la ejerza con todo su criterio, prudencia y con toda la decisión que usted tiene que tener como hombre de Estado".
Después de la primera votación, que arrojó un empate en 36, Cobos pidió, imploró, un cuarto intermedio para buscar un acuerdo, antes de hacer una segunda votación, como indica el reglamento. Eran las 4:15. Pichetto lo puso contra las cuerdas, con una frase que en el Congreso muchos recuerdan tanto como la del "voto no positivo". "Señor presidente —lo apuró el senador, ahora con mirada asesina—, Jesús dijo a los discípulos: ‘Lo que haya que hacer hagámoslo rápido’".
Fue la primera votación importante que perdió Pichetto. Al otro día, Néstor Kirchner lo llamó para insultarlo. Lo responsabilizaba de haber perdido votos determinantes días antes de la sesión. El senador se tomó una revancha anhelada: le recordó que muchos de los que habían votado en contra, incluido Cobos, habían llegado al Senado en las listas de la Concertación, el experimento que le había impedido a él ganar la gobernación de Río Negro el año anterior. La sesión fue una bisagra en la carrera de Pichetto. Su figura trascendió los muros del Palacio y los simpatizantes del gobierno lo abrazaron finalmente como a uno de los suyos. "En los viajes que hicimos por el interior los meses siguientes, todos le hablaban del discurso, le pedían fotos, fue impresionante", recuerda un colaborador.
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Pichetto sacó de la galera su buena relación con Menem a comienzos de 2010, cuando el kirchnerismo había perdido la mayoría en el Senado y quedó arrinconado frente al Grupo A, un conglomerado que aglutinó a todos los bloques de la oposición. El 24 de febrero de ese año, la ausencia del senador por La Rioja frustró un intento opositor por quedarse con la presidencia de la mayoría de las comisiones. Ese día Pichetto ensayó una jugada maestra. Se había comprometido a dar quórum, a cambio de que la oposición ratificara a José Pampuro como presidente provisional del Senado, segundo en la línea de sucesión presidencial. Justo después de esa votación, al ver que la oposición no tenía mayoría propia, hizo una seña rápida a los senadores de su bancada, que, en segundos, abandonaron el recinto y dejaron la sesión sin quórum. "¡Menem lo hizo! Ese es el título. Eso tienen que poner", repetía, exultante, el senador tucumano Sergio Mansilla y dibujaba en el aire un titular imaginario. Mientras el radical Gerardo Morales y el resto de los referentes de la oposición despotricaban contra la actitud del oficialismo, Pichetto cruzó la puerta del recinto en dirección a su despacho, con una sonrisa de labios apretados, como quien acaba de hacer una travesura. "Chau, muchachos", dijo, al mejor estilo Ramón Díaz, al pasar frente a un grupo de periodistas.
El 14 de abril de 2010, el jefe de bloque del PJ volvió a recurrir a Menem. Por pedido de Pichetto, el expresidente se abstuvo en la votación del pliego de Mercedes Marcó del Pont para presidir el Banco Central, lo que permitió su designación. Fue, para Pichetto, un momento grato en una sesión que terminó con una derrota. El kirchnerismo llevaba semanas bloqueando el quórum, para evitar que la oposición aprobara un proyecto que repartía entre las provincias los fondos del impuesto al cheque. Ese día, Cobos logró abrir el debate gracias a la presencia sorpresiva de Adriana Bortolozzi, una senadora por Formosa que integraba la bancada oficialista. "Estoy sola y tengo miedo", dijo al tomar la palabra. Pichetto no se quedó de brazos cruzados. Enseguida habló con Daniele, que, a la vista de todos, se paró al lado de la banca de Bortolozzi. "¿Qué hacés?", le dijo, inclinado para hablarle al oído. "Estoy dando quórum, como deberían hacer todos", respondió ella. "Te tenés que ir, dice Miguel que te levantes, que quiere hablar con vos", insistió Daniele. "Decile que me venga a sacar él", lo espantó ella.
La senadora se quedó sentada y, después de que se aprobara el pliego de Marcó Del Pont, la oposición sancionó la reforma del impuesto al cheque resistida por la Casa Rosada. Recuperado de la derrota, Pichetto se encargó de que los gestos de Menem fueran bien recompensados. En junio de ese mismo año, Nicolás de Vedia, subjefe de despacho del senador riojano, asumió al frente de la Dirección de Comisiones del Senado. La designación fue celebrada con un asado en la sede de la APL, del que participaron el dueño de casa, Di Próspero, De Vedia y el jefe de bloque de senadores del PJ.
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Pichetto no es respetado en el Congreso solo por su poder. También por su espíritu de cuerpo. "Es el secretario general del sindicato de la política, al que todos adherimos", lo define un senador radical. "Defiende lo que tenga que defender, aunque sea políticamente incorrecto", argumenta un exsenador peronista. "Es uno de los principales exponentes de los códigos de la política, casi como si los hubiera escrito él", dice un expresidente de la cámara. A finales de 2016, Pichetto respaldó en público, como ya había hecho en otras oportunidades, un incremento del 41% en los ingresos de los legisladores, dispuesto de manera conjunta por Emilio Monzó, presidente de Diputados, y Gabriela Michetti, presidenta del Senado. Ante la ola de críticas, Monzó dio marcha atrás. Michetti mantuvo el aumento, con el apoyo firme del jefe del bloque del PJ. Pichetto asume sin problemas el papel de representante gremial. "Hay una tendencia cultural a que los legisladores estén mal pagos, al compás de un periodismo con mirada destructiva. Yo funciono sin hipocresía y muchos no se atreven", argumenta. Eso sí, le revienta que los senadores abusen de los viajes al exterior. Se pone de muy mal humor cuando alguno falta a una sesión o a una reunión de comisión importante por estar fuera del país.
Otro gesto muy valorado por oficialistas y opositores en el Congreso, casi una gesta épica para los habitantes del Palacio, tuvo lugar en febrero de 2012. Tres meses después de la reelección de Cristina, el senador encabezó una rebelión para defender el territorio, frente al avance del vicepresidente Amado Boudou. Como flamante presidente del Senado, Boudou pretendía remover a Daniele para designar en la prosecretaría administrativa a Sabino Vaca Narvaja, cercano a La Cámpora. En una batalla interna por el poder en el Senado, Pichetto reunió al bloque, se alió con Aníbal Fernández, recién llegado a la cámara, y consiguió los votos necesarios para sostener a su hombre de confianza. "En política no hay nada personal", repite Pichetto. "Los enojos duran 24 horas", agrega. Pero los cuatro años que debió convivir con Boudou fueron "una tortura psicológica", cuenta uno de sus amigos radicales.
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En mayo de 2019, en las puertas de una nueva campaña electoral, el senador discutió en público con Agustín Rossi, jefe de la bancada kirchnerista en Diputados, por su posición sobre el gobierno de Nicolás Maduro, en Venezuela, al que Pichetto había calificado como una "dictadura". Rossi lo cruzó por Twitter: "Juntos esperábamos para pasar frente al féretro. Como todos, estabas emocionado, quizás con los ojos humedecidos. Era en Caracas, 5 de marzo de 2013, exequias de Hugo Chávez. La conversión exige testimonios, pero... ¿tanto te piden, querido Miguel?". Pichetto respondió en una entrevista en TN: "Yo no lloré, no lloré ni en el velorio de mi viejo, tengo treinta años de terapia por eso y no lo pude resolver".
Unos meses antes, en octubre de 2018, había ventilado una vez más sus diferencias con Cristina, en plena sesión, como si no pudieran soportar la presencia del otro. Se debatía un proyecto de consenso que dejaba sin efecto un aumento adicional de la tarifa del gas, que el gobierno de Macri había habilitado para compensar a las empresas distribuidoras por la devaluación. Una discusión menor, sobre la redacción de un artículo, dio paso a un entredicho electrizante, cargado de ironía y resentimiento.
—Nosotros vamos a votar este dictamen. Y, además, en la política lo que importa es el mensaje. La señora expresidenta debería saberlo. Hay un mensaje del Senado muy claro: lo deja sin efecto. Este es el contenido que vamos a votar. Es un mensaje político vigoroso, muy claro —dijo Pichetto.
—Sí, muy vigoroso —se burló ella, fuera de micrófono.
—Le pido que me respete, porque yo la escucho siempre con atención. Así que pido que se me respete.
—Perdón, perdón, perdón. Si quiere, me arrodillo —subió la apuesta Cristina.
—No, no se arrodille. Quédese tranquila.
—Siga hablando, senador.
—Usted nunca se arrodilló.
—Y nunca me arrodillaré.
—No. Claro… Su orgullo es infinito.
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En la entrevista de Noticias, Recalt le preguntó a Pichetto:
—¿Cómo se ve haciendo campaña con globos, al estilo Jaime Durán Barba [asesor estrella del gobierno]?
—Soy un tipo que no es una oda a la alegría. Y me molesta mucho el hiperoptimismo. Tengo más bien un planteo realista. No me gusta bailar porque los hombres duros no bailan, pero, bueno, me voy a adaptar todo lo que pueda.
—¿Bailaría si se lo piden?
—He bailado en otros momentos más difíciles.
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