El futuro del Gobierno, la decisión clave detrás del armado de las listas
En los últimos días recrudeció la disputa entre el kirchnerismo, que promueve una renovación del gabinete y el Presidente, que se resiste a los cambios; Cafiero, el caso testigo
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Una tensa y silenciosa pulseada atraviesa cada reunión de las principales figuras del oficialismo. Nadie lo plantea como una disputa frontal, pero todos saben de qué se trata lo importante. El armado de las listas del Frente de Todos, especialmente en la provincia de Buenos Aires, se ha transformado, en esencia, en un debate sobre el futuro del Gobierno, donde la discusión central gira en torno de la posible participación de los ministros como candidatos. Y este tironeo tiene un nombre simbólico: Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete.
El kirchnerismo puro impulsa cada vez con menos disimulo una mayor participación de los funcionarios en las listas, como una manera de forzar una renovación del equipo presidencial, cuya dinámica Cristina Kirchner critica hasta por deporte. Alberto Fernández, en cambio, no está convencido de desarmar su averiado dream team. Pero no hay buenas noticias para él desde el frente de batalla: podría estar perdiendo la contienda.
Cafiero admite en la intimidad que hay una posibilidad de que termine en la nómina de diputados por la provincia. “Voy a hacer lo que me diga Alberto. Si puedo ser de utilidad en las listas será un reconocimiento a la gestión que se hizo desde la Jefatura de Gabinete”, comentó esta semana, dando vuelta las razones del camporismo que impulsa su corrimiento. Hasta hace unas semanas, en la Casa Rosada había muchas más resistencias; hoy se busca evitar la idea de un cambio forzado e instalar la noción de un movimiento voluntario.
La conversión de Cafiero en candidato representaría la apertura del dique del gabinete, el armado más albertista que tenía la construcción del Frente de Todos. Detrás de él se irían otros ministros y se dispararía una reformulación con vistas a la segunda etapa de la gestión. El conflicto reside en que sería un replanteo impuesto desde el kirchnerismo y no un proceso natural liderado por el Presidente, quien hasta ahora se ha mostrado muy cauto a la hora de encarar reformas internas. Para muchos, se trata de un pronóstico de lo que podría ser el manejo de la gestión en los próximos dos años.
Un operador multipropósito del Gobierno sostiene que “el tema Cafiero, por lo que representa, claramente es el debate principal dentro del Gobierno hoy, porque sería un desencadenante que podría terminar con otros funcionarios afuera”. Alberto Fernández impulsa a Victoria Tolosa Paz en la provincia, pero su nombre se diluyó últimamente. También empuja a Cecilia Nicolini en la ciudad, pero ahora está en desventaja contra el aval camporista a Leandro Santoro. A un gobernador del norte y a un funcionario del sur que le pidieron apoyo recientemente para empujar candidaturas en sus provincias, el Presidente los mandó a hablar con Cristina. “No jodamos más, admitamos que somos kirchneristas y listo”, se sinceró uno de ellos, animador del grupo de albertistas desanimados.
Un estratega político que orbita cerca del oficialismo entiende que “si va alguien del gabinete a las listas, la elección tendrá un tono plebiscitario de gestión; y si ocurre lo contrario, será más una suerte de primera vuelta con proyección para 2023. El armado va a decir mucho del estado de la coalición y va a tener un impacto en el Gobierno”.
Los candidatos y la marca
La importancia de la confección de las listas hacia el interior del oficialismo contrasta con un principio compartido por funcionarios y operadores: la clave electoral va a estar en la marca FDT y los candidatos oficialistas no van a ser determinantes porque el peso mayor lo van a cargar Cristina, Axel Kicillof, Sergio Massa, Máximo Kirchner y Fernández. Pero el politólogo Mario Riorda le aporta música al camporismo al sostener que Cafiero mejora las chances del oficialismo respecto de otros postulantes y “angosta las chances de una tercera vía como la de Florencio Randazzo”, a quien considera un “candidato spoiler” porque el 80% de su voto es a expensas del FDT. Quizás así se entiendan los fluidos vasos comunicantes entre el exministro y Horacio Rodríguez Larreta.
Federico Aurelio aporta un dato que podría entusiasmar al oficialismo: un 40% de los relevados por su consultora, si bien es crítica de la gestión, estaría dispuesta a acompañar al Gobierno “en un compás de espera, para ver si una vez superada la pandemia puede resolver los problemas económicos, de seguridad y educativos”. Sin embargo aclara que con los números que maneja hoy la diferencia a favor del oficialismo se reduce sustancialmente en la provincia respecto de 2019, lo cual impactará a nivel nacional y lo aleja de la ilusión de la mayoría propia en Diputados.
Un funcionario de raíz camporista le agrega una explicación a ese voto estoico que puede salvar al Gobierno de una derrota: “Cristina es la reserva espiritual y electoral del gobierno nacional y bonaerense. La gente sigue bancando el proyecto por ella, y por eso todavía aguanta”. Pesaría en esa lógica lo que Cristina expuso en su último acto en Lomas de Zamora: la saudade de los “tiempos de oro”, el eterno retorno a los tiempos felices del 2011 al 2015, aunque Alberto siempre resalte en el calendario el 2003-2007. La vicepresidenta se queja amargamente de que él nunca destaque nada de su gestión.
Sobre esta base frágil, el oficialismo empieza a articular su discurso de campaña, algo así como “hasta ahora hicimos lo que pudimos, pero la gestión de verdad va a comenzar cuando pase la pandemia”. Promete trucos de magia para ilusionistas. El más inmediato, el bono compensatorio para los jubilados, que se terminará de definir cuando esta semana se conozca el índice de inflación. En la Casa Rosada hay una expectativa excesiva con la posibilidad de evitar un impacto agresivo de la tercera ola. Se ilusiona con una primavera como la europea, sin haber resuelto aún el problema de las vacunas.
Esas indefiniciones quedaron expuestas esta semana cuando Máximo Kirchner criticó al Gobierno por el DNU que habilitó un acuerdo con los laboratorios norteamericanos. Nunca el Kirchner hijo había impactado tan cerca del Presidente. Para algunos, fue un mensaje a la tribuna camporista; para otros, un reflejo del fastidio que se expresa en charlas familiares sobre los modo de negociación de Alberto Fernández.
Máximo también expresó un malestar que compartieron otros integrantes de su bloque porque la semana anterior se habían pintado la cara contra el pedido opositor para sancionar una ley, ignorando que ya estaba resuelta la vía del decreto. “Puede ser que no todos estuvieran al tanto”, justificó un hombre del gabinete, quien admitió que se adoptó esa vía para evitar un estancamiento del proyecto. En el entorno del Presidente todavía no pueden entender por qué Diputados no aprobó la ley sobre las restricciones sanitarias. La consecuencia fue la convocatoria que empujó Massa para que Vilma Ibarra y Carla Vizzotti expusieran en la comisión de los DNU, un trámite que pocas veces se cumple. “Sergio estaba caliente porque pensaba tener más centralidad en el anuncio de las vacunas tras su viaje a Estados Unidos”, dijeron en los pasillos de la Casa Rosada. La brecha que se genera por momentos entre el Gobierno y el trío parlamentario Cristina-Máximo-Massa es preocupante.
La crisis permanente
El paradigma oficialista de que estamos en el camino de salida de la oscuridad, subestima la escenografía extremadamente frágil sobre la que se desarrollará la campaña este año. La Argentina ingresó en una nueva fase de su historia que es la de la crisis estructural, la crisis permanente. En décadas pasadas tenía violentas erupciones, como en 1989 o 2001. En cambio ahora se desliza inerte hacia un declive que la va transformando de a poco en un país distinto al que fue, en su matriz económica, en su fisonomía social, y hasta en su identidad como nación. El 9 de Julio fue un reflejo de esa desorientación, con un agregado de reclamos opositores inconexos y un Alberto Fernández que dedicó su discurso patriótico a gestos mínimos: hostigar a Mauricio Macri, rescatar al soldado Manzur del fuego amigo y recoger el guante que le había arrojado Máximo el día anterior. Todo envuelto por disturbios violentos, una práctica cada vez más peligrosa para los viajes del Presidente.
La ilusión del Gobierno de que pasada la pandemia podrá mostrar todo su potencial, no contempla el reverso de ese postulado: que también emergerán con mayor contundencia todas las demandas contenidas en estos dos años de sufrimiento. Por eso hubo tanta preocupación en la Casa Rosada con el último dato oficial que se conoció esta semana, que demostró que en mayo la industria y la construcción tuvieron una caída del 5 y del 3%, respectivamente, en comparación con el mes anterior. Otra vez el ancla maldita de las restricciones por la pandemia hundió el entusiasmo. “Estamos en el peor momento, pero tenemos que lograr que el mensaje de salida de la crisis sea nuestro”, reflexiona un comensal de la mesa de los lunes.
El último informe de la consultora Scentia arroja datos demoledores sobre la mutación de la Argentina de los últimos años. Cuando mide la conformación de la pirámide social por niveles de ingresos, el escalón más bajo compuesto por quienes ganan hasta $40.000 mensuales pasó entre 2018 y este año del 64% al 79%; mientras quienes estaban en el segmento siguiente, con ingresos de entre $40.000 y $72.000 se angostó del 27% al 17%. Un descenso catastrófico en apenas tres años. Cuando mide niveles de consumo por volumen muestra que desde 2016 todos los años fueron de retroceso y que en lo que va de 2021, comparado con 2020, cae 8,4 %. Las primeras marcas, que antes justificaban el 70% de las ventas, ahora representan el 60%, y los productos de precios cuidados ya explican el 9% de las compras. Señales de una sociedad muy necesitada.
“Se ha producido un cambio estructural negativo en la economía argentina, que ya funciona con un 40% de pobreza, con un mercado de ingresos medios y bajos, y que ha cambiado los modos de consumo y de hacer negocios. Este año se va a recuperar un poco la industria, y el año próximo probablemente los servicios. Pero así volveremos a las medianas tasas de crecimiento inercial, que ya no alcanzan para una recuperación que modifique el cuadro general de situación”. El exministro de Industria Dante Sica, titular de Abeceb, pone el acento en el punto más crítico: puede haber rebote por reactivación, pero no hay elementos para alumbrar una recuperación económica sostenida.
El ala más social del oficialismo está desconcertada por este panorama. Los movimientos oficialistas advierten que ya están en el límite de su capacidad de contención y organización y le señalan al Gobierno que si no hay una recuperación fuerte en el corto plazo, hay riesgos de fisuras. Se le están rebelando las bases, donde empiezan a mirar con simpatías a las agrupaciones más combativas, como el Polo Obrero, que cada vez exhiben mayor capacidad de movilización. Por eso Juan Grabois volvió a hablar de la vieja idea de promover un ingreso universal que reemplace a los planes sociales, una propuesta que seduciría a Cristina pero que tiene muchas resistencias internas y un costo de $750.000 millones al año.
Desde afuera también empiezan a abonar la oscura hipótesis de que la crisis estructural del país corre el riesgo de transformarse en irreversible. “El 100% de los inversores ven que la Argentina estará fuera del radar por dos años. Varios incluso creen que la situación no tiene marcha atrás y que es un caso perdido”. Este ánimo también afecta las eventuales consecuencias de un acuerdo con el FMI. “No cambiaría las expectativas porque, o es tan rígido que el país no lo podría cumplir, o es tan laxo que no sería creíble”, agrega la fuente. En el FDT el pacto con el Fondo es tremendamente divisivo. En La Cámpora insisten en que un acuerdo a 10 años es incompatible con la posibilidad de recuperación del país. “Cristina está muy disgustada por cómo se está llevando esa negociación”, admite un dirigente que la frecuenta. Allí se piensa en el futuro del proyecto y en la posibilidad de encontrarse con esa deuda dentro de una década. Mientras tanto, Guzmán hacía sus piruetas en su demorado encuentro con Janet Yellen, la secretaria del Tesoro norteamericano, como si en Washington desconocieran los crucigramas kirchneristas.
El futuro imperfecto del país también sobrevoló esta semana el lanzamiento del Consejo Multisectorial de la Juventud, la nueva obsesión del Gobierno, en el que Cafiero recibió a representantes de la CGT, la CTA y la UIA, pero donde no había nadie del tercer sector ni de los centros de estudiantes. Demasiado clásico para ser progresistas. Pero lo que más llamó la atención fue el mensaje de la directora del Instituto Nacional de Juventudes, Macarena Sánchez, una jugadora de fútbol de San Lorenzo, que apenas habló un par de minutos. Los más militantes terminaron preocupados por la expresividad lacónica de su representante ante el Gobierno. “Es que los de La Cámpora ya se están poniendo grandes, y los que tienen 30 años se acostumbraron a militar desde el poder”, refunfuñó uno de ellos. Quizás una premonición, o tal vez un preámbulo.
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