El fantasma del final abruma a los intendentes bonaerenses
Muchos ven diluirse la posibilidad de modificar la prohibición a una nueva reelección y evalúan alternativas; la relación con la Casa Rosada y con La Cámpora
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“Los muchachos están buscando una salida, pero no la ven. Y esa incertidumbre los expone, porque cuando estás nervioso los que tenés al lado se dan cuenta”. La frase de un experimentado mandamás del conurbano ilustra el inédito horizonte que cada día ven más cerca los intendentes bonaerenses que no podrán buscar la reelección en 2023. Dos años es una eternidad para la política local. Pero nunca estuvieron tan próximos.
Al recorrer el espinel de municipios, el clima se repite. También la secuencia: tras dejar en claro que la crisis y la pandemia son la prioridad, junto al desafío inmediato de las PASO, la “incertidumbre” por 2023 aparece en boca de los intendentes. “Todos se están preparando para ordenar la sucesión. El plan A sigue siendo habilitar la reelección, pero lo cierto hoy es que la ley que se iba a caer en diciembre, en marzo y en julio, sigue ahí”, agregan desde un municipio del oeste, en alusión a la norma votada en 2016 por Cambiemos y el massismo que puso fin a las reelecciones indefinidas. “Para el plan B ideas nunca faltan”, acotan, con picardía.
No pocos suman a la incertidumbre otra palabra: “desconfianza”. Son los que creen que La Cámpora avanzará irremediablemente sobre sus planes sucesorios. Apuntan con el dedo a Hurlingham y Almirante Brown, donde dos camporistas se sentarán en las sillas de Juan Zabaleta, nuevo ministro de Desarrollo Social, y de Mariano Cascallares, candidato a legislador provincial.
En ambos municipios gobernará un hombre que en última instancia responderá a Máximo y a Cristina Kirchner. Zabaleta nominó como primer concejal –quien hace las veces de vice en ausencia del intendente– a Damián Selci en 2019. Fue el precio a pagar por la intentona rebelde de 2017, junto a Florencio Randazzo. Cascallares ya tenía al camporista Juan Fabiani en “su equipo”, pero la relación está marcada por conflictos. De hecho, quienes hablan con Cascallares le escuchan prometer que, más allá de la tarea que le toque en la Legislatura, no se despegará del distrito. Un canto a la confianza.
Por eso, la llegada de un nuevo intendente al gabinete nacional de Alberto Fernández dio lugar a las congratulaciones de rigor y abrió otra ventanilla de gestión directa para los reclamos del AMBA: contar en la Casa Rosada con un interlocutor que comparte los mismos reflejos ayuda y mucho en medio de las urgencias. Pero que “el presidente de los 24 gobernadores” haya mutado en “el presidente de los intendentes bonaerenses” no se vivió como una reivindicación colectiva en el conurbano.
“Juanchi [por Zabaleta] y Kato [Gabriel Katopodis] llegaron por su relación con Alberto desde 2017. [Jorge] Ferraresi puede ser todo lo bueno que quieras pero llegó por Cristina. Y Alexis Guerrera y Mario [Meoni] llegaron por Massa. Nosotros no pusimos a ninguno”, sintetiza un jefe de comunal de la tercera sección. “Al día de hoy no me propusieron poner ni un director”, masculla otro.
De inmediato corrige: “Alberto es más abierto y valora al gestor, al que tiene territorio. Eso te da una perspectiva. Duhalde había hecho lo mismo. Cristina y Néstor siempre quisieron empleados, no dirigentes territoriales. Axel [Kicillof] es igual, no sumó a ninguno”.
El contraste entre los nombres sirve menos que una palabra clave de la frase: “perspectiva”. El último intendente bonaerense en llegar a la gobernación fue Eduardo Duhalde. Y lo logró en 1991, desde la vicepresidencia de la Nación. Más que esa parábola del lomense, importa la fecha: hace 30 años que un intendente no accede a la gobernación.
Sin posibilidades de escalar jerarquías, ese techo sobre los jefes comunales se compensa por otra vía: la reelección. Y la reelección indefinida lo compensa indefinidamente. Mejor ir desde el principio.
Un intendente opera en una suerte de presente absoluto, donde su gestión depende tanto de lo que proyecta y concreta con los recursos que tiene a mano como de su capacidad de reacción frente a lo que, inevitablemente y a cualquier hora, sucede: desde robos y tiroteos a piquetes, incendios o accidentes fatales, la lista es extensa. En el conurbano se vuelve infinita.
Sobrellevar exitosamente esa inmediatez absoluta –con las mejores artes, o con las otras– es lo que habilita la “perspectiva”: la reelección. En el caso bonaerense, donde los comicios locales van atados a los provinciales y nacionales, la pertenencia al bando ganador ayuda, pero no siempre alcanza para disimular gestiones fallidas.
De un modo u otro, la perspectiva de la reelección, de la continuidad del jefe, estabiliza el tablero político local, aplacando las ambiciones de los aliados. Muchas veces, a costa de anquilosar la gestión y los vicios.
Ese estatus quo es el que se desmorona con cada día que se acerca a 2023. Más de 90 intendentes del oficialismo y de la oposición no podrán aspirar a la reelección en los términos de la ley 14.836, de 2016. Algunos de esos intendentes llevan años preparando una sucesión ordenada con sus hijos, como Alejandro Granados (Ezeiza) y Alberto Descalzo (Ituzaingó), o ya la lograron, como los Mussi en Berazategui o los Andreotti en San Fernando. Otros lo consiguieron con aliados, como Katopodis en San Martín o Joaquín de la Torre en San Miguel. Esposas, hermanas y otros familiares vienen postulándose a primeros concejales en varios distritos más.
Sin embargo, un anexo del decreto reglamentario 265/19, firmado por María Eugenia Vidal tres años después de la ley 14.836, abrió otra ventana para los intendentes: si dejan el cargo antes de cumplir la mitad del mandato, podrán volver a candidatearse en 2023. Así, el intendente “X”, que por la ley no podía ser electo en tres comicios consecutivos, ahora puede hacerlo. El decreto no aclara que “X” deba siquiera renunciar para transmutar en “Z”: con tomarse licencia basta, afirman los jefes comunales. Ya lo mandaron a estudiar.
Así las cosas, la lista de 90 jefes comunales sin reelección se acorta: los intendentes que hoy ocupan un cargo en el gobierno nacional podrán aspirar a la reelección si se mantienen fuera del municipio durante al menos dos años y un día. Ni siquiera deben ser continuos. Lo mismo podrán hacer los 10 intendentes que este año se candidatearon a la Legislatura, si dejan el municipio antes del 10 de diciembre. Y todos aquellos que antes de esa fecha accedan a otro cargo público o, por qué no, en el sector privado.
“El decreto para especificar qué debe considerarse un mandato fue un pedido que nos hizo la Junta Electoral”, afirman en el equipo de Vidal. “Fue una condición que pusieron los intendentes para votar la ley”, difiere otra fuente aún más próxima a la exgobernadora. “Los intendentes pretendían que con renunciar en cualquier momento alcanzara para habilitarles la reelección. No lo permitimos y nos pareció prudente que sea al menos dos años”, agregaron. Ningún intendente se hizo cargo de ese reclamo.
Hay otra alternativa, prometida cien veces por los intendentes pero sin un valiente aún que la concrete: cuestionar judicialmente la ley votada en 2016, con la premisa de que tuvo impacto retroactivo porque consideró como primer mandato al entonces vigente, iniciado en 2015, bajo el imperio de otra ley. Para un grupo de intendentes peronistas y de la oposición correspondería que se tome como primer mandato el iniciado bajo la nueva ley, en 2019. Pero la Corte bonaerense ya hizo saber a través de intermediarios que no se prestará a esta aventura. Para colmo de males, anteayer la CIDH dictó un fallo advirtiendo que las reelecciones (presidenciales) indefinidas no son un derecho humano autónomo.
Por eso es que los intendentes admiten que la meta de máxima sigue siendo que la ley 14.836 sea modificada en la Legislatura bonaerense. Y que esa fue la condición que pusieron para entregarle a Máximo Kirchner el PJ. “Hay un compromiso de todos los actores, incluidos viarios intendentes de Cambiemos, de modificar esa ley”, afirma uno de los jefes comunales que renunciará este año para repetir en 2023. “Lo ideal sería hacerlo rápido, en diciembre, en medio de las fiestas”, se entusiasma otro. Un tercero desconfía: “¿Dónde está escrito ese acuerdo con Máximo? Si apenas lo elegimos presidente del partido, desde La Cámpora nos avisaron que ‘no era el momento político’ para cambiar la ley”.
Es en ese punto donde la incertidumbre da lugar a las desconfianzas. Una de las mejores herramientas que tiene La Cámpora para escalar posiciones en los municipios es el fin de las reelecciones indefinidas. Además, Sergio Massa, impulsor de la ley 14.836, ya mandó a decir que no respaldará cambios en la norma. Su cercanía actual con Máximo Kirchner solo multiplica sospechas entre los jefes comunales. Axel Kicillof también hizo saber que no participará en esa pelea.
Dos intendentes que no van a renunciar le anticiparon a la nación que, en 2023, se postularán como primeros candidatos a concejal, para apuntalar a sus delfines. Un cacique histórico de la segunda sección electoral, que puja desde hace años contra un ministro, avisó a sus pares que tiene listo un partido por si “el nuevo PJ” lo intenta dejar sin lista en 2023.
“Nosotros somos aliados circunstanciales de Máximo, no formamos parte de su proyecto político”, advierte un cacique del norte del conurbano, que espera lo peor. “Si la situación no mejora nos van a necesitar en 2023, porque hoy los intendentes miden entre 10 y 20 puntos más que Alberto y Axel. Si no, Máximo irá por todo”, señalan otro jefe comunal, al sur del Riachuelo. Mucho más optimista se mostró un intendente que admitió tener nula relación con el hijo de la vicepresidenta: “Máximo es más pragmático de lo que creen: va a hacer lo necesario para ganar en Nación y Provincia”.
A esa expectativa se abrazan hoy los que no quieren dejar el poder. Los mismos que hasta el año pasado creían suficiente la promesa que Alberto Fernández les hizo dos veces, de apoyarlos en el momento en que decidan salir a cuestionar la ley. La primera, en un almuerzo en Lomas de Zamora. La segunda, en una sobremesa en Avellaneda. “De esas dos reuniones salimos convencidos que la ley se caía en diciembre o en marzo o en julio”, rememoró un protagonista de ambos encuentros, para rematar: “La ley sigue ahí, pero aquel era otro Alberto, no este que, cada vez que habla, pierde autoridad”. La frase, encerrada en una sonrisa nerviosa, fue pronunciada el miércoles. Todavía no había estallado la foto de la fiesta en Olivos ni el Presidente había responsabilizado a su mujer.ß
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