El extraño optimismo que pregona el Gobierno
A pesar de las evidencias y advertencias, desde el Presidente para abajo casi todos se ilusionan con algunas señales económicas y políticas en su arbolito navideño
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El clima navideño parece impregnar la Casa Rosada. Superado el impacto inicial del rechazo al presupuesto 2022 en la Cámara de Diputados, un aire de optimismo reina en el Gobierno.
A pesar de las evidencias, advertencias y opiniones mayoritarias en contrario que se manifiestan y se escuchan fuera del oficialismo, en los últimos días desde el Presidente para abajo casi todos se ilusionan con algunas señales económicas y políticas que ven en su arbolito navideño y les hacen soñar con un mejor año nuevo. Ayer lo ratificó el Presidente con aire triunfal ante los periodistas acreditados en Balcarce 50.
Ni siquiera aparece por estos días como un motivo de preocupación mayor la dilación del acuerdo con el FMI y la nueva dureza que se percibe en ese organismo respecto de la Argentina. La saben en el Gobierno porque se lo transmitieron algunos de los enviados que estuvieron en Washington hace dos semanas. También saben que en nada ayudó, sino todo lo contrario, el traspié con el cálculo de recursos y gastos en el Congreso. Igualmente, los optimistas no se rinden y suben la apuesta con reproches y desafíos públicos. Desde el Presidente para abajo.
El fracaso rayano con el amateurismo que protagonizó la oposición cambiemita en el tratamiento de reforma del impuesto a los bienes personales el martes pasado fue el catalizador de un incipiente cambio de humor.
La revancha parlamentaria que logró el oficialismo en solo 72 horas vino a sostener lo que ya estaba generando el rebote de la actividad económica, superior al que la mayoría pronosticaba, incluido el Ministerio de Economía. La cultura de los micromomentos todo lo puede.
Lo que para casi todos los economistas independientes y de la oposición es un veranito de consumo y de aumento de la actividad, poco sostenible en el tiempo en esos niveles, para las alas política y económica del oficialismo se trata de un preanuncio de tiempos aún mejores. La discusión de si estamos ante un rebote, una recuperación o un crecimiento tiene más actualidad que nunca. Una nueva polarización.
De todas maneras, el Gobierno encuentra, aun fuera de su micromundo, motivos para sostener su relato entusiasta: nadie pronostica una debacle, salvo “accidentes” no previstos por ahora, tanto externos como internos. Eso sí, los pronósticos de los analistas no oficialistas tampoco auguran ningún boom. Apenas un módico crecimiento por arrastre. Lo que en lenguaje técnico llaman estanflación controlada (estancamiento e inflación sin desbordes) y en lenguaje vulgar denominan la continuidad de la larga agonía.
El festival de pesos que circulan y nadie quiere ahorrar, el negocio de algunos sectores que importan productos al dólar oficial y venden en pesos a valores equivalentes al dólar paralelo (como los textiles) o la importación anticipada de bienes (a los que el Gobierno se los permite) explican buena parte de los números que el Gobierno expone para jactarse de que la actividad supera niveles prepandémicos. También hay sectores competitivos como el complejo agroindustrial, de la energía o de los servicios exportables que apalancan el optimismo.
A algunos de ellos pretendió usar de anzuelo hace una semana el Gobierno para convencer a fondos de inversión que tienen atrapados sus dólares en la Argentina de que las cosas están mejor de lo que parece o de lo que les dicen los analistas a los que consultan. La jugada no salió bien. El fracaso del presupuesto obligó a desistir del encuentro. Contingencias.
Todas las estimaciones, además, están condicionadas por la incertidumbre que generan las dilatadas conversaciones con el FMI. Si bien hasta los sectores más radicales del oficialismo, compuesto por el cristicamporismo, repiten a quien se lo pregunte que se llegará a un acuerdo, nadie terminará de creer hasta que no se firme. La idea de que se puede llegar a un arreglo sin costos inmediatos tiene consecuencias.
Por un lado, la promoción de esa ausencia de efectos negativos de un acuerdo con el FMI implica que en el oficialismo anida la intención de incumplir demasiado pronto las exigencias que surjan de ese entendimiento, sobre todo en lo que atañe a niveles de déficit fiscal, brecha cambiaria, inflación y retraso tarifario. Un cuarteto de urgencias a las que se suma la incertidumbre sobre cómo se financiará el déficit, agravada, en lugar de ser despejada, por el fallido presupuesto que la oposición rechazó en el Congreso. Nada que favorezca las conversaciones ni las inversiones. En Washington lo saben y toman recaudos, tanto los funcionarios de carrera como en el directorio. Nadie quiere pagar nuevos costos propios por culpas de la Argentina. Sobran los antecedentes.
Por otro lado, aquella negación de consecuencias permite procrastinar la discusión puertas adentro del oficialismo sobre los detalles de un acuerdo por la deuda impagable, de la cual vencen en marzo próximo casi 20.000 millones de dólares.
Por eso, el ministro de Economía se ha convertido en el guardián (cada vez más inexpugnable) de los secretos de la negociación con el FMI. Martín Guzmán transita con denuedo de la Casa Rosada al Instituto Patria llevando retazos que pone a consideración del Presidente y la vicepresidenta para tratar de armar una pieza completa que mostrar. Hasta ahora son bocetos. En lo general tiene apoyo, pero sabe que en los detalles estarán dios, el diablo, Cristina Kirchner y La Cámpora. Cualquiera puede complicarlo y él es un simple mortal. Aunque le sobre autoestima.
La prolongación de ese calvario en la que se ha convertido la negociación con el FMI empieza a inquietar a muchos empresarios, incluidos varios a los que les va muy bien y a quienes el Gobierno le gusta poner de anzuelos para convencer a inversores agnósticos y pesimistas.
La posibilidad de acercarse a un default los devela más allá del efecto que pueda tener sobre el sector público. Muchos de ellos deben importar insumos para producir bienes en el país y cuentan para ello con financiación corriente externa que un desacuerdo cancelaría. Si a la falta de inversión se le suma el cierre del crédito privado para producir, el impacto sobre la economía real sería más que rápido y palpable.
A eso se suma una amenaza más cercana, dada la carencia de reservas líquidas. No son pocos los analistas que temer una fuerte tensión cambiaria durante el próximo trimestre. Enero, febrero y marzo son meses que se caracterizan históricamente por una sequía en el ingreso de dólares.
La sangría de reservas de los dos últimos meses puso los números del verde en rojo. La pregunta que se hacen en los mercados es hasta cuándo podrá aguantar el Banco Central colgado del travesaño. Eso explica la unanimidad de voces a favor de un acuerdo con el FMI; aún dentro del oficialismo. Aunque sus acciones los contradigan. La disociación entra las palabras y los hechos y entre la realidad y los deseos es uno de los factores que más inquietan en el mundo económico y llevan a mirar con desconfianza el optimismo que anida en el Gobierno. Y eso sin hablar del festival de nuevos impuestos nacionales y provinciales que se preanuncia.
La precariedad de la situación lleva a algunos analistas a preguntarse si en el Gobierno hay falta de realismo, inconsciencia o exceso de voluntarismo. No hay seguro de riesgo ante cualquier evento externo que modifique el panorama. Todo es ceteris paribus. Si nada cambia, a lo mejor no nos va tan mal y hasta nos puede ir bien, sería la traducción.
Lo mismo pensaba Mauricio Macri a principios de 2018 después de que el oficialismo ganara las elecciones de medio término. Dos meses después cambiaron las condiciones financieras internacionales y llegó una sequía que redujo la cosecha y el ingreso de divisas del agro en caso un 50 por ciento. Cóctel explosivo. Nada permite pronosticar esas catástrofes, pero a la historia no se la puede recortar y tomar con beneficio de inventario.
El contexto actual expone la necesidad de que se produzca en los próximos meses un concierto virtuoso de circunstancias favorables y una sincronización casi perfecta entre necesidades y soluciones para que los esperanzados le ganen la partida a los realistas. Con los estándares y los antecedentes de la Argentina, no es poco lo que necesitan los optimistas.
La política también juega
De todas maneras, si en la edición de los números económicos en el Gobierno encuentran algún motivo para la ilusión, la política acaba de darle al oficialismo un tanque de oxígeno justo cuando se encontraba en la profundidad del mar después del fracaso del presupuesto.
No fue únicamente el fracaso en la votación por Bienes Personales lo que le dio algo más que una victoria política de impacto simbólico. También le permitió hacerse de más recursos para sostener el gasto que el oficialismo se niega ya no a reducir sino a revisar en profundidad.
Las dos agitadas sesiones de Diputados con su nueva conformación mostraron las complejidades y diferencias que existen dentro del espacio opositor.
Tanto cuando la bancada opositora mayoritaria ganó como cuando perdió emergió la diversidad de concepciones, intereses, proyectos y falta de liderazgo que existe. El Gobierno se ilusiona con ese panorama.
Todavía el oficialismo no sabe si esas divergencias sumadas a sus esfuerzos le alcanzarán para modificar la relación de fuerzas con una fragmentación o fractura con la que sueña. Por lo pronto, ya trabaja sobre las fisuras y encuentra interlocutores interesados en escuchar. La Argentina es un país con demasiadas necesidades. En todos los ámbitos.
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