El éxtasis de la fiesta K, con Moreno como protagonista
Las perlitas de una ceremonia alejada del protocolo
Fue de los primeros en llegar y de los últimos en irse. Sonrió como pocas veces y estuvo entre los iniciadores más enérgicos de aplausos a las frases de Cristina Kirchner. Fue el destinatario del único anuncio de la Presidenta en su hora y diez de discurso ante la Asamblea Legislativa. Se anticipó a todo el resto cuando saltó de su silla para vivar a la jefa del Estado ante cada frase grandilocuente.
Guillermo Moreno, el flamante "supersecretario", que hasta hoy hizo de la política en las sombras su sello personal, fue uno de los protagonistas excluyentes de la ceremonia en el Congreso.
La reasunción de Cristina Kirchner fue una verdadera demostración de fuerza kirchnerista cruzada por la euforia y la sensación de estar a las puertas, ya con un pie adentro en realidad, de una etapa signada por la supremacía. Como un equipo que, no sólo juega de local, sino que sabe que tiene el campeonato ganado y al goleador en el equipo. Todo junto.
En el recinto, el éxtasis oficialista se sintió desde temprano. Todavía faltaba más de una hora para la llegada de la Presidenta y los palcos superiores estaban ya colmados por militantes de La Cámpora y de la Juventud Peronista que no tardaron en abrir el cancionero K para amenizar la espera. Las pantallas mostraban el lento avance del auto que trasladaba a la Presidenta por la Avenida de Mayo.
La atención se repartía entonces entre la melodía de los clásicos "soy soldado del pingüino" y "Cristina corazón" y los movimientos de Julio Cobos en sus últimos minutos como vicepresidente. Más de uno le gritó "traidor" y "andate" cuando, a las 11.20 dio inicio a la sesión. Tuvo un papel escueto, casi gris. En contra de lo que había trascendido en los últimos días, no les tomó juramento ni a Cristina Kirchner ni a Amado Boudou, que leyeron ellos mismos la fórmula (y a la que la Presidenta agregó la primera alusión a Néstor Kirchner). En cuanto terminó ese trámite y después de los últimos "chau Cobos", desapareció por atrás del estrado.
El juramento no fue el único momento en el que Cristina Kirchner se apartó del protocolo. Sorprendió también que finalmente fuera su hija Florencia la encargada de ponerle la banda presidencial y que no ingresara al recinto con los atributos de mando en su poder, como Carlos Menem había hecho en 1995.
Moreno ocupó uno de los tres palcos reservados para invitados especiales. En los otros dos se ubicaron Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini y el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, por un lado, y Omar Viviani, José Luis Lingieri y Juan Carlos Schmid, por el otro.
Esas tres fotos, y sobre todo el hueco que dejó la ausencia de Hugo Moyano, ofrecieron una síntesis ¿un adelanto? del lugar que podrían tener esos factores de poder en los próximos años: con Moreno en un lugar central y bien visible, y con Moyano entre distante y ausente.
¿El nuevo Moreno?
Cristina Kirchner tuvo que retomar su discurso después de varias interrupciones, aunque siempre gratas. "Te amo, potra", le grito desde lo alto Alex Freyre, integrante de la primera pareja de homosexuales que contrajo matrimonio y militante de la ley que lo consagró. Sonrió ante los "Fuerza Cristina" y "Gracias compañera" y no dejó pasar la oportunidad de chicanear a Cobos (ya bien lejos del Congreso) cuando, por error, la chicharra que anuncia el inicio de las sesiones empezó a sonar sorpresivamente. "¿Qué es esto Julián? Esto a Cobos no le pasaba", le dijo a Domínguez, el flamante presidente de la Cámara de Diputados sentado a su derecha.
Cuando terminó la ceremonia, los papelitos que volaron desde arriba más de 10 veces a lo largo del discurso tapizaban la alfombra roja del recinto, parte de las bancas y hasta el estrado de la presidencia. Para el último tramo del discurso, Cristina Kirchner siguió una lista de puntos escritos con marcador grueso de los que no quería olvidarse: pidió la sanción de la ley de tierras y de la reforma tributaria. Recordó a los desaparecidos y se despidió con la promesa de "no dejar de lado" sus "convicciones".
Los papelitos verdes y blancos cayeron por última vez sobre las cabezas de diputados, senadores, ministros y gobernadores que ya cantaban a los gritos la marcha peronista. Boudou, que no había dejado de sonreír en toda la ceremonia, dejó de lado la solemnidad y casi saltó sobre el estrado. Cristina Kirchner agitaba el bastón, entre sonriente y emocionada. Su madre, Ofelia Wilhemm, seguía con la cabeza cada uno de sus movimientos.
Moreno miraba desde arriba. Cantó la marcha hasta la última estrofa. Sonrió, siempre haciendo la V de la victoria hacia los militantes que lo saludaban desde lo alto. Cuando se fue, en el recinto sólo había papelitos. Y silencio.
Pero duro poco. Bajaba la escalera para salir a la calle cuando en uno de los descansos se cruzó con una columna de jóvenes. Fue como un encuentro de hinchadas amigas. "Atención, atención, Moreno te saludan los soldados de Perón", cantaron ellos. Moreno los sorprendió con una respuesta inmediata. "Che gorila, che gorila, no te lo decimos más, si se meten con Cristina, qué quilombo se va a armar", respondió agitando los brazos con la voz ajada por la afonía y la emoción. Antes de llegar a la vereda, repartió abrazos a sindicalistas y saludos a señoras sorprendidas por la cercanía. Se retiraba uno de los protagonistas ¿secundarios? de una jornada de fiesta.
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