El Estado como botín: un favor de Cristina a Milei
En momentos en que el libertario se pierde en el laberinto de una agenda importada que no resuena en la gente, la vicepresidenta lo devolvió a la contienda política
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Justo cuando la libertad no avanza tanto como Javier Milei imagina, Cristina Kirchner le hizo ayer un favor: lo devolvió al centro de la contienda política y lo convirtió en uno de los espejos de comparación, para después diferenciarse, en momentos en que el libertario se pierde en el laberinto de una agenda importada que no resuena en la gente y que borronea su histórico eje narrativo, el de Estado versus la libertad y el mercado. “Ahora apareció uno que dice que el mejor economista de la historia fue Cavallo”, dijo la vicepresidenta en alusión a Milei, aunque sin nombrarlo, en el discurso que dio en el plenario de la CTA. Cuando habló de desempleo, la vicepresidenta sintetizó la década de Menem y Cavallo en una frase: “Los piqueteros son hijos de las políticas liberales de los años ‘90″. El título con el que se anunció la presentación que hizo en Avellaneda bien podría haber llevado Milei a una de sus conferencias para llegar a conclusiones opuestas: “Estado, mercado y precios: producción, trabajo y política social en una Argentina bimonetaria”.
Aunque Cristina Kirchner habló de “Estado estúpido” para definir a la administración pública bajo la presidencia de Alberto Fernández y sus funcionarios que no funcionan, y no al Estado en general, y Milei suele hablar de Estado “enemigo” o “ladrón” y también destaca su ineficiencia, la vicepresidenta puso enorme distancia y subrayó el rol clave de un “Estado imprescindible”, ya no meramente necesario.
El Estado se ha instalado con contundencia como el botín discursivo de la política. Tiene sentido: a casi 40 años de la recuperación de la democracia y una serie de crisis cíclicas, es la eficiencia de la política y del Estado lo que está en juego. La vicepresidenta suma ahora un nuevo capítulo con la decisión cada vez más consolidada de dar una batalla pedagógica para refutar el sentido común neoliberal, en términos generales, y libertario en sentido más específico. “Ahora que los libertarios están de moda”, reconoció Fernández de Kirchner a la hora de cuestionar la relación entre el par conceptual oferta y demanda. El otro espejo en el que se miró la vicepresidenta fue el de Mauricio Macri. “Esta inflación es el producto del endeudamiento criminal del macrismo”, afirmó.
Cristina Kirchner hace cosas con palabras, una capacidad poco común en la dirigencia política actual. Juega fuerte en la gestión de gobierno, por ejemplo, cuando con sus cartas es capaz de condicionar a su presidente y forzarlo a tomar decisiones. O con sus discursos en efemérides, como el aniversario de YPF hace dos semanas, cuando logró la autoexpulsión de Matías Kulfas del gabinete. O marca sus diferencias con la oposición, como ayer por el Día de la Bandera, o en sus presentaciones pseudo académicas, como la del Chaco.
La misma Cristina Kirchner genera un universo de citas entre sus discursos como si fuera un corpus literario cerrado. Ayer se citó a sí misma con referencias al discurso de 20 de diciembre de 2020: ahí fue el tema de que “el crecimiento no se lo lleven tres o cuatro vivos”, de la necesidad de “alinear precios, salarios, jubilaciones, tarifas” y de “los funcionarios que no funcionan”. También citó su discurso del Chaco: ahí tocó el tema emisión, recordó. Perdida la capacidad de la palabra vicepresidencial de abroquelar y construir un relato, ahora usa la palabra para ejercer a pleno su poder de dividir, condicionar y obstruir. Refuta conceptos para refutar a la oposición política y sus verdades pero también, al presidente Fernández. El “Estado estúpido” que cuestionó es el que le impide avanzar, según su versión, con el impuesto a la plata “fugada” de los argentinos. También abordó otro flanco de la interna del Frente de Todos: el papel de los movimientos sociales. “El Estado nacional debe recuperar el control, la auditoría de las políticas sociales que no pueden seguir tercerizadas”, dijo.
Cristina también cuestionó toda la mirada económica liberal que se deriva de su concepción del Estado. Rechazó la explicación unicausal del déficit fiscal como la madre de la inflación y repuso la relación entre inflación y múltiples causas, desde la oferta, demanda y capacidad ociosa hasta la evasión que obliga a un endeudamiento en dólares que no se tiene y una economía bimonetaria. Un sentido común opositor al que ahora Milei lleva al extremo con su aporte anarcocapitalista a la noción de Estado y de las bondades de la libertad. Ayer, el discurso de la vicepresidenta le dio oxígeno a Milei justo cuando más lo necesita.
Del conurbano bonaerense a Colombia, la ola libertaria llega débil a las costas donde mandan las urnas. Colombia terminó votando al exguerrillero Gustavo Petro y el candidato de la derecha conservadora, Rodolfo Hernández, que Milei apoyó explícitamente en su gira sudamericana, finalmente perdió en el ballottage. “Si el vehículo es Hernández, que sea Hernández”, había dicho Milei en una conferencia en Barranquilla. No fue.
La derrota de José Antonio Kast en Chile; las encuestas, en Brasil, que dan a Jair Bolsonaro, otro aliado ideológico de Milei, abajo, lejos, de Lula y de sus chances de ganar, y ahora, Colombia. La América libertaria con la que sueña Milei y los Bolsonaro es una entelequia casi tan endeble como la Patria Grande del kirchnerismo y el populismo latinoamericano, en este último caso, porque aunque Boric y Petro nacieron de una izquierda más extrema, ambos debieron aliarse con la moderación para ganar las elecciones.
Esa plasticidad es la que más le cuesta, precisamente, a Milei que ha quedado atrapado en su extremo sin matices. Paradójicamente, el Milei anticasta política está consolidando su propia burbuja de aislamiento y su propia coreografía de casta en el terreno de su agenda y de sus alianzas políticas tanto provinciales como internacionales. En la agenda política, Milei fue efectivo para volverse sinónimo de Estado chico y mercado grande y la libertad llevada al límite de lo concebible hasta el momento. Ahí encontró la resonancia que necesitaba para hacerse un lugar en los votantes porteños el año pasado. El problema en ese eje es doble: por un lado, porque es más apropiable por otra fuerza política como Juntos por el Cambio, que además tiene la estructura territorial de una coalición de partidos sólidos y que, en definitiva, fue la coalición que empezó a plantear la necesidad de un Estado más racional con su llamado a la utopía del déficit fiscal cero durante la gestión presidencial de Macri. Y por el otro, si Milei quiere sumar votos, tiene que diversificar su agenda porque la del Estado más eficiente y un mercado privado más desregulado se está volviendo naturaleza en buena parte de los votantes. Es una agenda que es de todos y por eso es de nadie.
Y ahí Milei encuentra otra limitación: la importación descontextualizada de una agenda extranjera cuando traslada sin traducir debates de la derecha en Estados Unidos como si “liberal” pronunciado en inglés significa lo mismo que “liberal” en castellano. Ese temario presenta dos dificultades: no encuentra resonancia en Argentina y si hay una identificación, es reaccionaria, no liberal. La extrapolación de la lógica del mercado a temas sociales como la donación de órganos o la importación acrítica de la libertad de portación de armas lo convierte en un candidato extraterrestre: el desapego de casta elevado a la enésima potencia.
La declaración de su admiración por Margaret Thatcher lo pone otra vez en aprietos innecesarios en parte de su electorado, de corte nacionalista. Y pierde la oportunidad de reinstalar el núcleo duro de su agenda central, macroeconómica. Los libertarios argentinos, también los liberales, tienen admiración por Thatcher por sus ideas económicas, sintetizadas a la perfección en una intervención de la exprimera ministra británica que ya es un clásico. Se dio en el Parlamento británico, cuando la oposición le reprochó once años de crecimiento fuerte de la brecha entre el 10% más rico y el 10% más pobre y el crecimiento de la pobreza. “Los socialistas prefieren que los pobres sean más pobres con tal de que los ricos sean menos ricos y disminuir la desigualdad”, definió Thatcher.
En este escenario, el balance de fuerzas está cambiando. Antes era Macri el que parecía necesitar a Milei. Ahora es a Milei al que le convendría un acercamiento a Macri. Falta más de un año para las próximas elecciones. Decidir alineaciones en este presente es riesgoso para cualquier futuro. Las regularidades establecidas desde hace décadas de democracia vienen siendo vencidas. Eso de que el peronismo garantiza la gobernabilidad, por ejemplo.
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