El escultor de la Fragata que conocerá a Cristina
Carlos García González tiene 86 años; hace 50 fue el encargado de diseñar el mascarón de proa del buque; la Presidenta pidió reunirse con él
Carlos García González creó el mascarón de proa de
cuando tenía 36 años. Aunque nació en Vigo y se reconoce orgullosamente como un "autentico gallego", se instaló en Mar del Plata en 1964.
Fue convocado para asistir al acto de hoy por el regreso del buque naval a la Argentina, y la presidenta Cristina Kirchner pidió conocerlo. "¿Cómo que voy a conocer a la Presidenta?", exclama.
Recibe a LA NACION con una simpatía descomunal y muchas ganas de contar historias de vida. En su casa ubicada muy cerca de Playa Chica, en el centro marplatense, su actual esposa, Nely, lo ayuda a sentarse en el living comedor de su casa y colabora contando lo que él no recuerda -hace 12 años sufrió un ACV-.
"¡Que Ghana retuvo a la Fragata Libertad más de 70 días!", pregunta de un grito. "Cómo puede ser, secuestraron a mi mascarón (entre risas), ¡qué abuso de confianza!"
"¡Que Ghana retuvo a la Fragata Libertad más de 70 días!", pregunta de un grito. "Cómo puede ser, secuestraron a mi mascarón (entre risas), ¡qué abuso de confianza!", exclama con un tono de picardía mientras se rasca la barba pensando.
Este artista es el creador del mascarón de proa de la Fragata insignia de la Argentina que hoy regresará a tierra argentina y será recibido por la Presidenta de la Nación en la Base Naval de Mar del Plata. Su obra es una figura decorativa tallada en madera de cedro que representa la imagen de la República Argentina a través de una mujer que mira hacia el horizonte custodiando la proa durante su derrotero por los mares del mundo.
"¡Se dice madera naval!", le corrige a su esposa mientras ella muestra a LA NACION las fotos de su marido cuando realizó el trabajo. "¡Ay, esta secretaria!", bromea Carlos. Su trabajo empezó en 1963, cuando la Fragata Libertad comenzó sus viajes como buque escuela de la Armada Argentina.
"La Marina me pidió el trabajo, porque el anterior mascarón era de bronce [actualmente se encuentra en el Museo de Tigre] y se producían problemas de electricidad porque no es el material adecuado -cuenta Carlos-. Realicé tres modelos en yeso y de esos tres salió una sumatoria que fue el definitivo".
El tronco de cedro paraguayo tenía un diámetro de un metro y seis de largo. A Carlos le llevó un año tallarlo como quería y decidió agregarle un detalle de amor: García Gonzalez se inspiró en su anterior esposa, que falleció mientras realizaba el trabajo. En su honor el escultor grabó en una de las volutas del mascarón la dedicatoria: "A Nike", cómo apodaban a Úrsula.
"La escultura es el arte más antiguo del mundo, existe desde la época de los cavernícolas a los que el invierno tenía encerrados", comenta Carlos. "Es el oficio más antiguo del mundo", repite, y Nely aprovecha para contar que cuando él era chico era muy inquieto, entonces su madre lo llevó a un profesor de escultura. "Me llevó a un profesor de los buenos -la interrumpe- de los antiguos".
Cuando Carlos era joven se vino a vivir a la Argentina porque su padre era funcionario del Banco de Londres y lo trasladaron a Buenos Aires. A los 21 años ganó el primer premio Único a extranjeros del Salón Nacional, en 1968, y con ese dinero viajó a París a continuar con sus estudios de escultura. Después, estudió un año de piedra en Inglaterra.
LA NACION pregunta por un busto que se exhibe en un lugar privilegiado del living comedor de la casa, que parece una galería de arte por la cantidad de objetos exhibidos. Nely responde que se trata de un busto de Jorge Luis Borges.
"¡Uy, Borges! El representante de la inteligencia argentina", reflexiona Carlos cuando escucha su nombre. El escritor posó durante casi todo un día para que él realizara la escultura. "Tengo un muy buen recuerdo de él", cuenta mientras mira un cuadro que está colgado justo arriba del hogar de leñas: es un retrato de cuando era joven, pintado por el mismísimo José María Vidal-Quadras, un pintor catalán que retrató varias personalidades de la aristocracia del siglo XX.
El trabajo del mascarón lo realizó en los talleres de Puerto Nuevo, en el mismo lugar donde que desembarcó como inmigrante en 1943, y comenzó a colocarlo en el proa de la Fragata Libertad. Allí mismo terminó su obra.
"Es una lástima que ya no se construyan barcos de vela"
"Es una lástima que ya no se construyan barcos de vela", reflexiona mientras despide a LA NACION en el frente de su casa construida de piedras y madera, que tendrá por lo menos unos cuarenta años de antigüedad y se conserva a la perfección.
"Yo ya estoy caminando los últimos pasos", asegura a sus 86 años. "Capaz que me voy al cielo o si no al infierno, que sería mejor porque voy a estar más calentito", bromea a las ocho de la noche e informa que se va a dormir hasta mañana.
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