El equilibrio indispensable que tanto cuesta lograr
Cómo hacer para evitar los extremos del fiscalismo puro y la escuela del sector del externismo que plantea el “problema de la falta de dólares”
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Más allá de las “tres etapas” o de las tres canillas “cerradas” a las que han hecho referencia las autoridades (entre idas y vueltas no quedó muy claro si al final va o no a salir agua), está claro que la actual coyuntura debe lidiar con consolidar la baja inflacionaria, dejar de vender dólares no propios y pagar deuda con reservas netas negativas. El éxito notable del Gobierno, cultural pero además concreto del cierre de la canilla 1, la verdadera, la fiscal, no ha sido efectivo hasta aquí para despegar al riesgo país de los 1500 puntos y reducir una brecha cambiaria que “molesta”. Todo esto, antes de la reciente caída de los mercados internacionales.
En este sentido, si bien es cierto que en lo fiscal la sostenibilidad a futuro de la mezcla “impuestazo-licuadora-motosierra-bicicleta” será por un tiempo motivo de seguimiento y duda, lo que está fuera de discusión es la voluntad política acerca de su continuidad. Caso contrario, sería barajar y empezar de nuevo.
Las dos preguntas que surgen de nuestro comentario anterior van más allá de lo coyuntural. Una, ¿El superávit fiscal y su réplica monetaria resuelven el problema de estabilidad y reactivación por si solas tal cual lo expresa lo que podemos denominar la “escuela fiscal?”
Y la segunda: ¿la alternativa de asegurar superávit comercial en dólares, es condición suficiente en términos de lo que habitualmente ha sido la “escuela sector-externista” para evitar un problema cambiario? Por supuesto son preguntas estrictamente concentradas para resolver la economía argentina, sabiendo que distintos actores históricos apelando a algunas de estas dos “escuelas”, han intentado poner en práctica sus recetas con los frustrantes resultados que están a la vista en tantos años (más allá de algún periodo excepcional).
El fiscalismo puro ha planteado históricamente, que con superávit fiscal el resto de la macroeconomía se “acomoda sola”. Este planteo, con mayor o menor nivel de disrupción, es el que está claramente en las ideas de las actuales autoridades. Por lo menos del Presidente ya que el ministro Luis Caputo proviene de la “escuela del endeudamiento”.
Los fiscalistas “relativizan” el equilibrio de las cuentas externas y los desbalances en dólares. Mejor dicho, automatizan el fenómeno de balanceo. El paso del tiempo lo hará. Dicho exageradamente, es que “van a sacar dólares del colchón para pagar impuestos”. Y al final el faltante se equilibra con eso.
Por su lado, la escuela del sector externismo puro plantea el problema del “faltante de dólares” y que eliminándolo el resto de la macro al final también “entiende” y se “acomoda o balancea”. Muy afianzado como concepto en la historia argentina (los 60, 70 y 80) y más recientemente adoptado como el “core” del problema en la administración saliente (aun apelando al control de cambios como parte del juego).
Esta visión entiende que evitando una crisis cambiaria, al final con los desequilibrios en pesos se convive. Hay rentabilidad empresaria, actividad y empleo. Se gana plata, se reinvierte y se evita un estallido con el dólar. Todo esto último se prioriza a tener inflación anual a un digito. Se sintetiza en: es preferible “algo” de inflación que la paz de los cementerios.
Entre estos dos modelos “exagerados” para que se entienda, aparece también como cuña la discusión de que “anclar” el dólar nominal es parte de la estabilización de la economía siempre referido al actual caso argentino con control de cambios. Está in pectore (y más que eso) en las dos escuelas. Obvio en la fiscalista al valor nominal “que sea”, algún día se liberará. Y en el sector externista, al “valor que genere superávit comercial”.
De la mezcolanza anterior con cambio fijo, se desprende el enfoque monetario del balance de pagos: “casi” una “tercer escuela”. Allí se expresa que los desequilibrios monetarios o excesos de gasto interno se corrigen automáticamente vía ajustes de la cuenta corriente (ajuste comercial) y/o la cuenta de capital (salida o fuga o formación de activos en el exterior).
Pareciera que el esquema macro actual es fiscalismo con “casi” ancla nominal del dólar (obvio con control de cambios cercano al formato de la administración anterior). Por supuesto, hay que tener mucho cuidado porque el ajuste fiscal severo sin recupero de confianza (baja de riesgo país/ingreso de capitales) no es tan automático y puede pagar un altísimo costo adicional en materia de actividad y empleo.
De nuevo, para el caso de la “escuela argentina”, eliminar el déficit fiscal de manera sostenible y creíble en el tiempo sería un paso enorme. Ni que discutir que es un punto de partida ineludible para un programa que intente estabilizar y reactivar. Pero probablemente no sea suficiente. Entonces hay que prestarle atención deliberada y simultáneamente sin ninguna displicencia a la cuestión externa.
Desde ya que en el otro caso, convertirse en un eventual “tigre exportador” (camino al cual no vamos en el corto plazo por lo menos) habría que prestarle igual enorme atención a la cuestión fiscal monetaria.
La Argentina ha gozado de enormes superávits comerciales y aún con control de cambios ha habido salida de capitales que se lo han devorado. O sea, el superávit de comercio a secas no asegura ni la constitución de reservas ni el pago de la deuda si convive con desbalances domésticos y sin acceso a los mercados voluntarios de deuda por riesgo país.
La historia ha mostrado que aún con control de cambios y dólar alto empobrecedor de salarios, también se choca. La displicencia al ajuste interno so pretexto de superávit de comercio y dólar alto también ha fracasado.
Los antecedentes históricos del país y la falta de confianza juegan un rol preponderante que atentan contra la “automaticidad endógena” de ambas escuela y modelos y no pueden ser sustituidas y sostenidas por amenazas o recesiones deflacionarias.
Por eso la “salida argentina” requiere “escuela propia”, sin atarse a ningún modelo en particular, o mejor dicho tomando lo que sirva de cada uno de ellos, desideologizando, sin dogmatismos y con integralidad.
En el intríngulis de los pesos, habrá que ir chequeando el gasto público total incluido el provincial, el “aguante” del nivel necesario de gasto público licuado, el monto de los subsidios económicos y sociales. Por supuesto, en la integralidad con el sector externo, la mejora en competitividad que genere una menor carga impositiva. Esta transición al equilibrio o superávit fiscal sostenible “arrastra” per se un tipo de cambio “X” y determinados precios relativos.
En el intríngulis de los dólares, el dato clave son claramente las exportaciones. Clavadas y anestesiadas a merced de los precios internacionales y del clima. Esto condiciona decisivamente el volumen total de comercio y la capacidad de importar y el nivel de actividad. Esto vale aun con equilibrio interno. Desde ya, con desequilibrio interno (y en la bimonetariedad argentina con el dólar como activo de ahorro) no hay ningún cepo posible que evite el choque.
Obvio que los precios externos, el clima, la competitividad y el mismísimo tipo de cambio real juegan un rol decisivo. Por eso, aquí habrá que evitar encapricharse en el camino de ida sin reservas y con necesidad de honrar deudas, evitar a futuro problemas con el valor del dólar y tener absoluta claridad de cómo se definirá la normalización cambiaria distinguiendo entre control de cambios o cepo, régimen cambiario a establecer y el valor del dólar nominal. Son tres conceptos importantes y diferentes para tener en cuenta al momento de la normalización.
En síntesis, el superávit fiscal vale oro. Pero por sí solo no nos saca. El mercado de cambios puede ser superavitario. Pero el combo nivel de reservas, normalización del cepo-régimen cambiario-precio del dólar, pago de la deuda, riesgo país, generan un enorme desafío. Por lo tanto, no prestar atención integral y simultáneamente a los dos problemas puede obstaculizar la pretendida automaticidad del ajuste en ambos sentidos, sus timings y dinámicas ya sea porque no alcancen los ajustes o porque se logren a costa de la paz de los cementerios.
La administración deberá en consecuencia iniciar el proceso de recuperación de credibilidad y confianza que hasta aquí evidentemente le cuesta lograr.