El doble juego del kirchnerismo en busca de la “derrota digna”
Cristina y Máximo avalan el plan fiscal de Massa mientras ensayan un discurso combativo de cara a la campaña; la prioridad: sacar a Alberto de la carrera
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El ocaso prematuro del gobierno de Alberto Fernández enreda a su gabinete en un juego retorcido en el que gana quien consigue salir a tiempo. Como la casa de Gran Hermano, pero al revés.
El empeño puertas adentro del Presidente por retener a su lado a Juan Manzur, que le puso fecha a su regreso sin gloria a Tucumán, y a los ministros Gabriel Katopodis y Jorge Ferraresi refleja su ansiedad por evitar otro ejercicio tortuoso de recambio en un gobierno con escasos incentivos para convocar a primeras figuras.
La soledad que le devuelve el espejo lo mantiene oscilante en su patriada por lanzar el albertismo, antes de que devenga abstracto. Un día torea a Cristina Kirchner hablando ante empresarios de las coimas en la obra pública; otro ruega por la unidad y dice que en realidad se refería a Mauricio Macri. Pide que lo postulen a la reelección -Aníbal Fernández es el voluntario para instalar la idea en público-, pero abandona a su suerte a los que alguna vez lo impulsaron a romper con el kirchnerismo, como los Gordos de la CGT y el Movimiento Evita, ahora aliados en un sálvese quien pueda electoral.
“Los mismos que le llenaron la cabeza al Presidente contra Cristina y ahora quieren armar el post-albertismo”, chicaneó Andrés Larroque, vocero autorizado de los Kirchner en la batalla interna.
El kirchnerismo se espanta con el presente. Ve la actitud de Fernández tozuda y peligrosa para los intereses electorales de “el conjunto”. Que es como Cristina y Máximo Kirchner perciben sus necesidades personales. Madre e hijo perdieron la esperanza de un renacer económico que les devuelva la posibilidad de éxito en 2023. Pero maquinan que el Presidente puede ser un obstáculo para el objetivo posible de la “derrota digna”.
“Ella está dispuesta a romper el Frente de Todos si él no cede con el proyecto de reelección. Le alcanza con armar un frente nuevo en el que se reserve el derecho de admisión”, dice un funcionario bonaerense de diálogo habitual con los dos Kirchner.
Pocas cosas irritan tanto a la vicepresidenta como cuando voceros del Presidente reivindican que “sin lugar a dudas habrá PASO” el año que viene. No tanto por el instrumento en sí (en definitiva, un invento con copyright de los Kirchner) sino por el reto que implica a su conducción dentro del Frente de Todos. Es como un grito de independencia a destiempo de alguien que hizo gala durante tres años de su negativa a liderar.
Se intuye un sutil retorno a 2017, cuando el kirchnerismo armó una estructura propia –Unidad Ciudadana– ante la imposibilidad de sumar al resto del peronismo tradicional en Buenos Aires y otros distritos. En La Cámpora y alrededores rememoran esa movida como un hito que permitió estirar en el tiempo el dominio kirchnerista sobre el PJ, a pesar de que el macrismo ganó aquellas elecciones.
La enorme diferencia con aquel momento es que ahora Cristina, Máximo y sus seguidores están atados de pies y manos a la gestión del Gobierno. El vínculo más claro es la alianza táctica con Sergio Massa, el ministro de Economía que encara el ajuste de las cuentas públicas en medio de una cortina de clamores populistas provenientes de sus propios valedores.
Prevenir un desastre
Máximo Kirchner y “El Cuervo” Larroque dan por caído el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que el ministro se aplica en cumplir minuciosamente. Los diputados nacionales y populares prometen en voz baja que no entorpecerán el voto del presupuesto 2023, que incluye recortes importantes en partidas sociales. Los camporistas ni chistaron cuando la oposición propuso introducir la cláusula gatillo que obliga al Gobierno a ir al Congreso a discutir cómo se gastará lo que se recaude por encima de lo previsto, producto de la inflación. En la práctica sería la forma de blindar el recorte del gasto que Massa se comprometió a cumplir ante la jefa del FMI, Kristalina Georgieva.
La misión central de Massa consiste en evitar un descalabro cambiario y en esa gesta módica pero vital tiene el apoyo de la vicepresidenta. Hay que juntar los dólares. Es en los hechos el último lazo que une a Alberto con Cristina.
Pero prevenir un accidente no alcanza para ganar elecciones. La erosión de los ingresos que implica un régimen inflacionario del 100% está descontrolando al peronismo. Los gremios y los movimientos sociales alertan que ya no pueden contener a sus bases. Intendentes y gobernadores reportan en la Casa Rosada y en las oficinas de Cristina Kirchner sus temores a un aumento significativo de la conflictividad social. Contienen la respiración con la suba de tarifas que, después de innumerables demoras, se cristalizará en los próximos días.
Son alarmas ineficaces. La parálisis de la gestión se agrava con el paso de los meses. Fernández nunca logró (ni quiso) romper la lógica de los vetos cruzados que empujan a la ineficiencia a la mayoría de sus funcionarios. Las nuevas ministras elegidas hace dos semanas aterrizaron como cascos blancos en medio de una guerra cruenta, relata un funcionario de la Casa Rosada. “Les está costando adaptarse a la lógica de funcionamiento”, añade. El colmo lo vive Victoria Tolosa Paz en Desarrollo Social, donde se topó con la resistencia del albertista Emilio Pérsico y de la camporista Laura Alonso. Fuego cruzado.
A la exmenemista Kelly Olmos le toca el desafío de contener a Pablo Moyano, que ya amenaza con paros y bloqueos si no le aprueban el 131% de aumento para los camioneros. El sindicalista llegó a decir en reuniones privadas que no va a frenar aunque tenga que “voltear a la ministra”.
Máximo Kirchner le dio un empujón cuando lo ubicó a su lado en el palco del 17 de octubre en la Plaza de Mayo. Es un pacto táctico que hace juego con las obsesiones electorales del hijo de la vicepresidenta. La militancia compra agitación, aunque sea contra su propio gobierno.
Devaluación
Aquel acto exhibió a un kirchnerismo devaluado, con Roberto Baradel, Moyano y Claudio Lozano como estrellas de primer plano, en una plaza desangelada, de movilización sin épica. Máximo se encargó de prender el detector de traidores para denunciar a Héctor Daer a raíz de los reclamos de la CGT por lugares en las listas legislativas del año que viene.
Los oradores que se turnaron frente a la Casa Rosada parecían ensayar para convertirse en opositores. Llovieron advertencias a Mauricio Macri por los proyectos que incluyó en su libro “¿Para qué?” que promueven un severo achicamiento del Estado. Como si dieran como un hecho inevitable el retorno del liberalismo al poder. “Es más seductor combatir al enemigo que a nosotros mismos”, ironiza un diputado peronista que mira con resignación el escenario interno.
Aunque pesimistas, Cristina y Máximo creen que sostener el discurso combativo los mantiene en la carrera para retener la mayor cuota de poder posible. “La gente pide más kirchnerismo, no más moderación”, aguijonea Larroque. Pero también resulta vital que la economía no termine de descarrilar. Ahí radica el doble juego que deben practicar hasta las elecciones.
De Massa celebran el bono para indigencia que anunció esta semana y callan sobre el uso intensivo del bisturí fiscal. “Agarró un fierro caliente. Tenemos que apoyarlo”, insisten, los mismos que le piden reforzar los controles de precios y avalar aumentos salariales de suma fija. Pacto de caballeros.
El feudo
El feudo de Buenos Aires (y en especial los principales distritos del conurbano) sigue acaparando la atención kirchnerista. Lo ven ganable, aunque los márgenes se achican. Axel Kicillof y Máximo Kirchner analizaron esta semana en La Plata con los caciques del GBA números de encuestas recientes en los que se refleja un deterioro muy notable del humor social y un malestar marcado contra el Gobierno. Sin embargo, el gobernador mantiene números competitivos para una contienda sin ballottage que se gana por un solo voto de diferencia.
Son debates en los que sobrevuela una incógnita: ¿en qué momento se puede acelerar el reparto de fondos sin temor a un terremoto económico? “Hay que acertar el timing de un nuevo plan platita”, traduce un baqueano del peronismo bonaerense.
En esa cumbre reapareció la discusión sobre eliminar o no las PASO. Al kirchnerismo lo tienta la idea de que en la provincia todo se resuelva en un día, sin el margen que las primarias dan para recalcular el voto opositor. Pero varios intendentes alertaron sobre el riesgo de que, privados de un canal de competencia interna, los movimientos sociales presenten listas independientes, dividan el voto y precipiten la derrota a manos opositoras de municipios que hoy controla el peronismo.
Acordaron esperar a que se apruebe el presupuesto antes de insistir con el tema, así no dinamitan el virtual acuerdo por las cuentas públicas con Juntos por el Cambio (que necesita las PASO para mantener bajo control su propia guerra interna). Es como si el ajuste, al fin y al cabo, fuera sagrado. La vieja lección de Néstor: miren lo que hago y no lo que digo.
Alberto Fernández está explotando esa trampa en la que se retuerce el kirchnerismo. Él no quiere que se eliminen las elecciones primarias porque deduce que implicaría entregarles el manejo de toda la estrategia del oficialismo a la vicepresidenta y los suyos. Siente que, a último momento, él podrá representar al peronismo que nunca se sintió cómodo a las órdenes de Cristina. Como en 2019, pero en serio.
Su drama es que los amigos posibles ya no le confían. Son tiempos de cuidar lo propio. Como hizo Juan Zabaleta al dejar el Ministerio de Desarrollo Social para volver a la intendencia de Hurlingham, copada por La Cámpora en su ausencia. Algo parecido desvela a Manzur, después del desencanto de sus sueños presidenciales. Quiere volver a Tucumán -de la que es gobernador en uso de licencia- para ser candidato a vicegobernador. Alberto le ofrece que haga campaña, tomándose un respiro como jefe de Gabinete, y que después regrese al Gobierno, en un desconcertante enredo de licencias.
A Fernández lo aqueja una crisis de recursos humanos. “Contratar” ministros se hace cada vez más difícil. Los postulantes exigen garantías políticas que el Presidente ya no puede dar. En el último recambio presumió de que había elegido a Tolosa Paz, Kelly Olmos y Ayelén Mazzina sin consultar a Cristina. Ella, en rigor de verdad, no hizo el menor intento de meterse en el casting.
El mensaje indignó al kirchnerismo, igual que aquella alusión a las coimas en la obra pública que hizo en el Coloquio de IDEA. Pero “la Jefa” ordenó silencio. Prefiere el ninguneo porque le han demostrado con números que la pelea interminable termina por agrietar su imagen pública entre potenciales votantes peronistas.
Ella se fastidia cada vez que Fernández se convierte en eje del debate nacional por razones inconvenientes, en general frívolas. La última fue su inesperada cruzada contra un personaje del Gran Hermano que tiene por nombre una letra del alfabeto griego. “¡No me van a callar!”, desafió el viernes, como si tuviera enfrente a un imperio y no a un señor de ignota trayectoria que busca fama en un reality show.
El afán de Cristina es que el Presidente que inventó en 2019 no la arrastre al desastre político en 2023. Decodifica el plan de reelección que expresan los íntimos de Alberto como un gesto de antikirchnerismo explícito. Lo tiene nominado, pero él, en su palmaria fragilidad, todavía no le hace el gusto de abandonar el juego.
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