El disimulado giro pragmático de Milei
Mientras en público agita mensajes de intransigencia, en las últimas semanas ordenó negociar con distintos actores para hacer avanzar su gestión; la marcha universitaria demostró disfuncionalidades operativas en el Gobierno, en medio de un clima de internas
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Anochecía en los pasillos del Gobierno al final de la semana y la sensación de agobio era muy palpable. La marcha universitaria había dejado una secuela importante en el capital simbólico de la administración de Javier Milei. No solo por su masividad, por su composición y por el reclamo que la convocó, sino porque por primera vez habían fallado las herramientas de detección temprana del humor social que tantos éxitos les deparó en campaña y en los primeros meses en el poder. “En los días previos los que manejan las redes nos decían que iba a haber 40.000 personas, que no había clima. Y se equivocaron. Por primera vez falló el instrumental. Y por primera vez Milei perdió una batalla por imponer el significante”, analiza un importante funcionario que vio de cerca todo el proceso.
En el entorno del Presidente, sin embargo, tienen una lectura distinta. Creen que hubo una mala comunicación de su parte, pero dicen que la movilización no representa más que un reclamo puntual que está en camino de resolverse. No ven un cambio de humor o una señal de advertencia de que la luna de miel con la opinión pública haya empezado a erosionarse. “Esa es una mirada típica del antiguo régimen”, remarcan. Y el propio Milei es mucho más reactivo: sigue creyendo que fue un show de la vieja política que se montó sobre una causa noble. El recurso discursivo del Presidente de apelar siempre a la lógica binaria del enfrentamiento con “la casta” queda desafiada cuando los procesos requieren algo más de sofisticación. Los actores y las dinámicas cambian, y lo que luce moderno y renovador en ciertas circunstancias puede resultar estático e insuficiente en otras.
Pero más allá del debate narrativo, la marcha universitaria marcó con nitidez una secuencia de deficiencias en la gestión del problema. El ahora crucificado subsecretario de Políticas Universitarias, Alejandro Álvarez, y el secretario de Educación, Carlos Torrendell, habían advertido hace un mes que el frente universitario se estaba complicando. Los salarios docentes estaban congelados y con un atraso, según el Gobierno de 30% respecto de la inflación (además de que los gremios docentes habían acordado con Sergio Massa 0% de aumento para enero, como tributo a su candidatura presidencial), y los fondos para gastos de funcionamiento y hospitales estaban trabados.
La discusión estaba estancada porque las gestiones de la ministra Sandra Pettovello eran insuficientes para sensibilizar a su inflexible colega de Economía, Luis Caputo, y lograr que liberara las partidas (ya lo había sufrido con la quita del Fonid). Según algunos actores al tanto de las tratativas, también influyó que la ministra no llegó a dimensionar el problema. Toto, como Milei, se siente más cómodo con las posturas de máxima (“no hay plata”), que con la delicada tarea de discriminar qué partidas se pueden recortar y cuáles no conviene ajustar.
Allí se trabaron los fondos para el funcionamiento universitario. Y el freno de los destinados a hospitales se lo atribuyen a Maximiliano Keczeli, el secretario de Coordinación Legal y Administrativa, que era la mano derecha de Pettovello y acaba de renunciar envuelto en un misterioso silencio. Cuando ya la marcha estaba convocada, cundió la desesperación, pero ya era tarde. Álvarez firmó tres cheques el 12 de abril por un total de $12.000 millones, pero otra vez la burocracia demoró su efectivización hasta el día previo a la movilización. “Pareció una provocación”, se quejó uno de los rectores.
La cuestión recién volvió a encaminarse cuando apareció en acción Santiago Caputo, quien hace tiempo dejó de ser un mero estratega comunicacional para transformarse en el “fixer” del Presidente cuando los problemas escalan (también se vio su influencia en el diálogo con la CGT). Fue él quien habló con tu tío Toto para que le habilitaran los fondos para las universidades, algo que no había podido conseguir Pettovello. Es decir que mientras Álvarez hablaba con los rectores (según ellos, con un trato demasiado tosco) había otra línea de negociación por arriba. Otro clásico de la gestión libertaria: habilitar varias vías al mismo tiempo, sin terminar de concentrar la resolución del conflicto. Pasó mucho en el Congreso.
Pero además, Santiago Caputo intercambió varias veces con su viejo amigo Emiliano Yacobitti, a quien conoció cuando militaba en La Cantera de Ciencias Sociales. Asumiendo que la marcha ya era inevitable, en esas conversaciones el asesor presidencial le habló de las gestiones por los fondos ante su tío pero a cambio pidió no escalar la protesta universitaria después de la movilización y el apoyo de la UCR para la ley de Bases. Una negociación clásica con el mismo diputado radical al que Milei había denostado públicamente. Una cosa es la fogosa retórica presidencial y otra es la resolución de conflictos. A veces un poco de rosca es inevitable.
Más allá de los detalles, toda la secuencia expuso una disfuncionalidad que se replica en muchas áreas del Gobierno y que habilita a constantes rumores de internas en la cúpula del poder. La intervención de Santiago Caputo en el tema universitario fue a instancias de Álvarez, con quien tiene buen vínculo. Este by pass a Pettovello no fue inocuo y la ministra lo hizo saber. Capital Humano agrupa muchas áreas conflictivas y por momentos luce inmanejable. Pettovello también tiene otro frente abierto con Nicolás Posse por supuestas injerencias en la gestión. La relación entre el jefe de Gabinete y Milei tuvo un cimbronazo con el episodio de la suba del sueldo del Presidente, pero no está claro si se recompuso totalmente después. Y Karina mantiene alejada a la vicepresidenta Victoria Villarruel del área de decisiones porque le desconfía, un sentimiento que cada vez más imita su hermano. Son todas pequeñeces propias del ejercicio del poder, pero en ocasiones atentan contra la resolución de conflictos. Por eso el propio Milei bajó en los últimos días la indicación de frenar las internas y rumores para volver a la senda que, entiende, siempre caracterizó a su fuerza política. Claro, el asunto es que él también es parte del problema porque muchas veces los temas escalan porque el propio Presidente se mantiene prescindente.
El cambio más trascendente
Y en este sentido es muy claro cómo en las últimas semanas el Gobierno pasó de los planteos maximalistas de los primeros meses a otra fase de transición hacia un pragmatismo explícito, cargado de diálogos, negociaciones y concesiones. Se trata del cambio más significativo que ha realizado Milei en sus cuatro meses de gestión. El Presidente entendió que su gestión nunca tendría sustentabilidad si insistía con la estrategia inicial, y discretamente giró. Aunque después siempre busca disimularlo con frases combativas para alimentar a su electorado y seguir mostrándose como un outsider que pelea contra la casta. Su gobierno ya opera en los hechos con otra lógica.
La homologación de la paritaria de Camioneros que terminó en los números reclamados por Hugo Moyano pero disimulados con aportes no remunerativos para que no se note que Luis Caputo había flexibilizado su techo del 9% para las paritarias. La decisión de presentar un amparo contra los aumentos de las prepagas y denunciarlas por cartelización, a pesar de que implica una reversión de la doctrina liberal extrema que propone Milei. La negociación que se va a encarar esta semana con las universidades para ver cómo recomponer partidas, después de haberles pisado los pagos. También el hecho de no haber forzado la aplicación del protocolo antipiquetes durante la marcha del martes, inviable por la magnitud de la convocatoria. Y fundamentalmente la disposición a introducir cambios en la ley Bases y en el plan fiscal, con tal de darle sanción a esos proyectos. “La orden que bajaron de la Casa Rosada es aprobar la ley, como sea”, admitió uno de los negociadores. Aceptaron cambios de todo tipo con tal de avanzar.
La prueba más evidente fue el desgajamiento que sufrió la llamada reforma laboral. El secretario de Trabajo, Julio Cordero, agotó su teléfono hablando con los líderes gremiales con un mensaje: “Díganme qué quieren y yo le doy forma para poder avanzar”. Así logró sortear los diferentes intereses de los líderes sindicales y llegar a la sesión de mañana con un texto que todavía no es definitivo pero que ya no genera rechazo en la CGT. Incluso buscó neutralizar el planteo de los radicales que buscaron reincorporar la cuota sindical. Nada que complique el frágil equilibrio. Lejos quedó la época en la que el Gobierno hacia gala de su inflexibilidad y a su desinterés hacia cualquier negociación. Los magros resultados marcaron el fin de esa etapa de shock frontal. Allí anda Guillermo Francos, el primero que entendió que había que negociar con gobernadores y legisladores para poder sortear la prueba del Congreso, y que hoy se siente reivindicado en su vocación dialoguista. En el entorno más cercano del Presidente admiten que hay una postura más pragmática de su parte, pero la atribuyen también a que el resto de los actores “también están más permeables a ser constructivos”.
La curva de aprendizaje le llevó al Gobierno cuatro meses para volver al punto de partida con unas leyes que son incluso menos ambiciosas que las que fracasaron en la sesión de febrero. Y si bien Milei volvió a decir esta semana “tiren la ley Bases, tiren todo que vamos a lograr todo esto a pesar de la política”, en la Casa Rosada reconocen que necesitan aprobarla para dar una señal de gobernabilidad y de que el programa económico no se agota en la reducción del déficit fiscal. Es fundamental para evolucionar en el mensaje de recuperación económica, un tópico que no emerge con tanta claridad en el discurso presidencial como el objetivo de reducir la inflación. En el Gobierno están confiados en lograr la aprobación de las leyes en Diputados, pero no así en el Senado. “Estamos mejor que la otra vez, pero no hay certezas”, admiten. Se vienen días de incertidumbre.
Pero detrás de la eventual sanción de las leyes, ya emerge un nuevo panorama en el Congreso. Incluso los bloques más dialoguistas están hablando de que después de sancionar estos proyectos, van a pasar a otra fase menos cooperativa. No tienen margen ahora para endurecerse porque la sociedad los condenaría por obstruir al Gobierno, pero ya se preparan para el día después. “Milei estresó todo el sistema político, nos trató de ratas, nos sometió al escarnio de las redes. Todos estamos queriendo dar una señal de acompañamiento para cumplir y no tener más compromisos con este Gobierno”, reconoce un avezado legislador radical. Este escenario implica que ahora el Congreso tomará la iniciativa y someterá a la Casa Rosada a debatir temas incómodos. Desde la actualización de haberes jubilatorios, hasta el financiamiento de las universidades, la oposición ya prepara un set de contraofensiva que pondrá a prueba los recursos políticos del oficialismo.
Esta estrategia se apoya en la asunción, prematura, de que al Gobierno le empezaron a entrar algunos tiros, y que en ese sentido la marcha universitaria fue un punto de inflexión. Así se entienden las reapariciones públicas de Cristina Kirchner y de Sergio Massa. Parece una lectura algo simplista, que alienta especialmente al peronismo, que entiende que un fracaso de los libertarios puede derivar en su redención. Con el espejo retrovisor de 2001, aparece el espejismo del peronismo salvador, pasando por alto lo que Milei representa en términos históricos un cambio de época. Hay una ilusión de que pueden volver al poder sin hacer autocrítica y sin renovar su propuesta partidaria. El que mejor parece entender esta necesidad de replanteo es Axel Kicillof, quien desde que el año pasado habló de la necesidad de componer “nuevas canciones” hace un equilibrio para descamporizar la provincia de Buenos Aires, pero sin dejar de contar con el apoyo de Cristina Kirchner. Está claro que el gobernador está abocado como nunca antes a la política y que está en la búsqueda de un camino propio, aunque su discurso económico denota el desgaste de los años.
Así como Milei es forzado muchas veces a pasar de la motosierra al bisturí, también el peronismo debería entender que el reduccionismo del eterno retorno por el péndulo natural de la historia argentina puede ser un mecanismo que ya no funcione del mismo modo.