El destino de Patricia Bullrich, entre el “Bandido” y la motosierra
El desafío de la candidata es intentar atraer a dos grupos de votantes: de un lado, a quienes apostaron por Larreta en la interna y le son esquivos; del otro, a quienes no se acercaron a votar en las PASO o votaron en blanco
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Patricia Bullrich tiene una misión histórica para la oposición. Una que se autoimpuso: “Terminar con el kirchnerismo”. La otra se la trajo el destino: ganar no sólo para gobernar la Argentina sino para darle sobrevida a la coalición opositora. Para Juntos por el Cambio, este domingo, está todo en juego. Desde este fin de semana largo, cuando puso sobre la mesa el nombre de Horacio Rodríguez Larreta como su eventual jefe de Gabinete y el de Fernán Quirós como parte de su equipo en salud, Bullrich empezó una carrera contra reloj para cumplir con ese mandato no escrito.
La estrategia es intentar atraer a dos grupos de votantes. De un lado, a quienes apostaron por Larreta en la interna y le son esquivos. Del otro, a quienes no se acercaron a votar en las PASO o votaron en blanco. Diferenciarse tanto del extremismo por derecha de la motosierra marca Milei como de la hecatombe económica y del affaire de corrupción modelo “Bandido” que complica especialmente a Sergio Massa y al oficialismo kirchnerista: Bullrich quiere hablarle a los votantes que todavía no la votaron desde ese lugar.
Sumando a los consensualistas de Juntos por el Cambio, Bullrich busca aumentar su caudal electoral: volverse digerible para ese 30 por ciento de moderados que alguna vez, cuando dominó la polarización entre el kirchnerismo y la oposición de Cambiemos o de Juntos, fue clave para dirimir elecciones. El partido de los ausentes y los en blanco se llevó un porcentaje similar de votos que los tres principales candidatos si se consideran cuartos en competencia, y no tercios.
El riesgo de buscar en esa pecera es perderlo todo, inclusive, la propia imagen de líder dura que logró recuperar y reinstalar en el último debate. Es decir, desalentar a algún porcentaje de votantes que podría escaparse hacia Milei. Bullrich busca ahora reforzar su oferta de cambio, que le disputa Milei, con la oferta de gobernabilidad, que Milei no le puede disputar, a partir de los triunfos provinciales y ahora, reforzando su eventual equipo de gobierno. Le tiene que alcanzar al menos para dejar tercero a Massa pero también, para acortar la distancia con Milei y evitar que se corte solo y se quede con todo en la primera vuelta.
El nivel de incertidumbre crece en la escala Richter de la política como pocas veces se ha visto en un proceso electoral en los últimos cuarenta años. Se nota en la calle y en los intercambios del día a día: las transacciones de la vida cotidiana están en un limbo. ¿Qué hacer con los pesos que ingresan y se evaporan en el aire cada minuto que pasa?
Ahí surge una pregunta: ¿a quién beneficia y a quién perjudica la agudización de la crisis que la gente ahora percibe como imposibilidad de planear el futuro aunque sea el de cortísimo plazo, como el de comprarse un sillón? ¿Impactará finalmente en Massa a pesar de que las encuestas lo siguen dando como candidato para entrar al ballottage junto a Milei? ¿O le darán mejores chances a Bullrich, precisamente por ser la oposición a un gobierno que es dueño de la crisis, a pesar de que las encuestas la siguen relegando en el tercer puesto? Sobre Milei parece haber menos dudas: la sorpresa de su triunfo en las PASO lo muestra como seguro competidor en el ballottage, por lo menos. “En las PASO, el primer cisne negro sería que Milei saque el 25 por ciento”, planteó el encuestador y analista político Alejandro Catterberg veinte días antes de la votación de agosto. Milei obtuvo el 30 por ciento y ganó: un cisne recontra negro. El próximo domingo, el cisne negro sería que Milei perdiera el primer lugar en la elección. Parece improbable.
Si algún riesgo corre Milei, viene de la mano de la pérdida de credibilidad de una de sus consignas: su guerra contra la casta. La explicitación de su pacto con Barrionuevo manchó la pureza entre infantil y adolescente que caracterizaba a algunas de sus consignas cuando la elección todavía estaba lejos. Esa suerte de inocencia intransigente era oxígeno para votantes cansados de la política y de un Estado estorbo antes que “presente”. ¿Frenará en algo su crecimiento electoral?
En medio de esta tensa calma, el bullrichismo afronta los días que faltan para las elecciones despuntando cálculos. El tema es cuánto se van a repetir en esta elección 2023 una serie de regularidades del pasado que, de darse, beneficiarían a Juntos por el Cambio.
Primero, si el próximo domingo el resultado electoral va a confirmar la constante que se viene registrando en América Latina: que los oficialismos no triunfan. Es decir, si efectivamente se va a constatar la derrota del kirchnerismo en la figura de Massa. En ese caso, Massa debería quedar tercero. En cambio, en relación a ese patrón repetido en la región, si Massa deja tercera a Bullrich y pasa al ballottage sería otro de los cisnes negros del próximo domingo.
Ese punto interpela muy especialmente a Juntos por el Cambio: la Argentina vive una crisis económica estructural que ninguno de los países de su liga en la región está viviendo. Por eso la competitividad que muestra Massa a pesar de su responsabilidad en el rumbo crítico de la economía es un dato llamativo: subraya su voluntad de poder y su astucia política y expone la pérdida de rumbo de la oposición de Juntos, que dilapidó su triunfo histórico de 2021.
Segundo, un cálculo relacionado con esta última cuestión: cuán creíble es el agotamiento de las opciones de los populismos de izquierda. La elección en Ecuador, con la derrota del correísmo y los ideales de la Patria Grande, ilusionaron a figuras opositoras el fin de semana. Creen ver ahí un cambio de época, es decir, al “kirchnerismo terminado”, como insiste la candidata de Juntos.
Tercero, delante del futuro electoral de Bullrich están los ejemplos de elecciones pasadas: las PASO de 2015, y también la de 2019, a pesar de la derrota en primera vuelta ante el kirchnerismo. Ese espejo retrovisor también habilita cálculos. En ambos casos, Cambiemos salió segundo en las PASO, lejos, detrás del kirchnerismo. Pero en ambos casos se recuperó significativamente en la elección general. En 2019, logró recuperarse marcadamente, ocho puntos, aunque no le alcanzó para forzar el ballottage. En 2015 descontó seis de los ocho puntos que le había sacado el Frente para la Victoria con Scioli en las PASO, que creció menos de un punto. Finalmente, en la segunda vuelta, Cambiemos se encontró con el triunfo.
El bullrichismo se ilusiona con aquellas fotos: un perdedor de las PASO que se recupera en la primera vuelta con votantes que no lo habían elegido y, de haber una segunda vuelta, se asegura un triunfo.
Las semejanzas se terminan ahí. Son muchas las diferencias entre este escenario electoral y el de esos años. Dos, por lo menos. Por un lado, la polarización que reducía las opciones para los votantes ya en la primera vuelta. Ahora, en cambio, también está Milei: el voto se dispersa en tres destinos. Por otro lado, un liderazgo incuestionado representado por Macri que este año no logró dónde encarnarse tan claramente.
La tensa calma se agudiza hasta el próximo domingo. Sólo queda esperar.
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