El desafío de pagar costos sin caer en un default político
El Gobierno se encontró al final con la pared que fue levantando de tanto procrastinar; nadie quiere ponerle el pecho a ningún sacrificio: las calles ya lo dejaron en evidencia.
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El Gobierno se encontró al final con la pared que fue levantando y hacia la que se encaminó de tanto procrastinar, sin muchas opciones ahora para modificar el rumbo y evitar un choque. No, al menos, sin un alto costo tanto en lo político como en lo económico. Dos unidades inescindibles que tensan el asfixiante nudo de la realidad.
Las dos primeras semanas de una nueva ministra de Economía, que dio señales de racionalidad y tiene experiencia en situaciones críticas, fueron también las dos primeras, en dos años y medio de (des)gobierno de Alberto Fernández, en las que el trío fundador del Frente de Todos sostuvo una dinámica regular de reuniones y consultas. Esas deberían haber sido señales suficientes para frenar el proceso de descomposición en curso. Pero la salida de Martín Guzmán, a quien hoy todos los oficialistas sin distinción crucifican impiadosamente, no implicó llegar al fondo de nada.
No bastó la llegada de Silvina Batakis, con su experiencia en gestionar restricciones presupuestarias extremas, como lo hizo hace siete años en la provincia de Buenos Aires. Tampoco la inclusión de Cristina Kirchner en la toma de decisiones ni el aporte de técnicos que responden a Sergio Massa al nuevo equipo de Finanzas.
La fiebre económico-financiera y política solo subió en esta quincena al ritmo de una desconfianza recargada. Señales de la profundidad del problema. O, más aún, evidencias de la complejidad de las soluciones posibles, que inexorablemente tendrán efectos negativos no deseados, difíciles de asumir en medio del adelgazamiento político. Es el drama de tener que pagar costos sin tener capital político para afrontarlos y con inversores en fuga. Nadie quiere ponerle el pecho a ningún sacrificio. Las calles ya lo dejaron en evidencia.
Entre lo malo y lo pésimo
Los más reputados economistas se debaten hoy entre dos perspectivas: un horizonte muy malo y otro pésimo.
La buena noticia (si así se la puede calificar) es que la mayoría reconoce que al Gobierno aún le quedan herramientas para evitar el escenario de catástrofe.
La mala es que deberá elegir entre pagar un costo político inmediato o postergar ese impacto y asumir un camino abismal en lo económico-financiero. Recesión, superinflación o crisis de deuda, separadas o todas juntas, son los escenarios más probables que prevé un amplio coro de colegas de Batakis.
El problema más acuciante es que, como les dijo el viernes Sergio Massa a los suyos, “lo que no se quiso hacer cuando el Gobierno tenía el 80 por ciento de aprobación ahora tiene que hacerlo cuando tiene el mismo porcentaje, pero de desaprobación”. La inversión de las curvas dibuja un círculo envenenado para cualquier administración. Más para un gobierno de coalición inestable.
Nadie desconoce que cualquier medida que se adopte tendrá consecuencias negativas, de las que ya la realidad cotidiana ofrece muestras. Por un lado, se registra una caída de la confianza pública en el Gobierno que llega a niveles extremos.
La flamante edición del barómetro de la opinión pública, que Poliarquía distribuye entre sus clientes y realiza desde hace dos décadas, muestra que la confianza en el Gobierno está en niveles similares a los de los primeros meses de 2002, luego del estallido de la crisis de 2001. La diferencia crucial entre una y otra medición es que entonces se iniciaba un ciclo ascendente y ahora confirma una sostenida y pronunciada tendencia decreciente.
“El humor social, en el peor momento de los últimos 20 años. El gobierno nacional, con niveles de apoyo críticos”, se titula el informe, que ofrece un dato tanto o más relevante que esa ya de por sí muy alarmante síntesis. “Se produjo este mes una de las mayores caídas intermensuales de nuestra serie y gran parte de los indicadores registran valores que los ubican en su piso histórico”, afirma la consultora que dirigen Alejandro Catterberg y Eduardo Fidanza.
A eso se suma que la imagen positiva de Alberto Fernández cayó al 24% y que por primera vez desde que asumió el poder tiene una imagen positiva inferior a la de Cristina Kirchner.
Aunque él se resiste a terminar de entregarse, la dependencia del Presidente con su vicepresidenta ya tiene constatación estadística. “Cristina Kirchner y el kirchnerismo no salen indemnes. La vicepresidenta vuelve a tocar un pico máximo de imagen personal negativa”, añade el informe, que encandila desde la pantalla de los empresarios que lo consumen.
Dos náufragos abrazados
La imagen de dos náufragos que no se quieren, obligados a abrazarse para sobrevivir, con la que algunos oficialistas ilustran el nuevo vínculo en la cima de la colisión oficialista es una metáfora repleta de literalidad. Eso explica las incomodidades mutuas, el hermetismo con el que se busca revestir las reuniones del trío frentetodista y la imposibilidad de mostrar una imagen pública de unidad y coincidencias frente a las medidas por tomar. Aún aferrados a un madero, cada uno se guarda en sus bolsillos mojados alguna vitualla que no están dispuestos a compartir. “Nadie se salva solo” es una expresión de deseos dirigida siempre al otro.
Las pocas versiones que se filtran de las reuniones tripartitas rescatan la importancia de reunirse después de tanto tiempo, pero “el sabor del encuentro” sigue dejando sabores amargos, escasos resultados positivos y ninguna expresión de apoyo público a Batakis y a sus anuncios fiscalistas.
Por eso, también se esperan más medidas y no se descartan nuevos cambios en la geografía del Gobierno en las próximas semanas. Eso también se lo dijo Sergio Massa a los dirigentes del Frente Renovador, en la reunión en San Fernando.
“Se vienen semanas y meses claves. Hay una crisis política junto a crisis económica financiera, que es realimentada por la crisis política (…) Pero si el Gobierno se derrumba va a ser difícil mantener los territorios. Por eso son días para jugar en silencio y sumar. Para abrazar y no para empujar a nadie del oficialismo”, dijo Massa a los suyos. Dramatismo.
Internas en la Casa Rosada
Esa fragilidad, tensión y desconfianza subsistente en la cima de la alianza oficialista se reproducen en el equipo de gobierno. Como si algo faltara. El reacomodamiento que provocaron las últimas situaciones críticas parece haber desatado nuevas internas. En la Jefatura de Gabinete de Ministros (JGM) ven una mano negra del albertismo supérstite en la difusión de datos de gestión poco favorables para Juan Manzur, como reflejó ayer LA NACION. En el equipo del tucumano argumentan que la responsabilidad de buena parte de la parálisis de la gestión hay que ponerla más arriba en la escala jerárquica.
La inestabilidad interna que se registra serían remezones del sismo del fin de semana del 2 y 3 de este mes, cuando la salida de Guzmán no produjo el ingreso de Massa al gabinete.
“Sergio quiere tener el control de Economía, pero, como Alberto se niega a dárselo, lo único que le quedaría es darle la JGM. Y para eso se está pavimentando el camino”, elucubran en las cercanías de Manzur. Una mirada parcial, pero verosímil. En el entorno presidencial dicen que aquel domingo dramático que siguió a la renuncia de Guzmán el tigrense quería tanto el control de Economía como la Jefatura de Gabinete. Nada que le gustara a Fernández, quien se encontró con la ayuda de Cristina Kirchner, cuando ella “se negó a pagarle el almuerzo al caníbal”. Viñetas del poder.
El escenario político complica aún más a la economía. Si bien bajo la superficie algunos especialistas en finanzas ven ciertas señales positivas con la llegada de Batakis, como que los bancos han vuelto a tomar depósitos o la capacidad de la ministra para estrangular la pérdida de recursos del Tesoro, al mismo tiempo advierten sobre la “escapada inflacionaria” y la recesión que las medidas generarían. “Vamos hacia una estanflación acelerada”, dice una calificada fuente económica y financiera.
En la calle ya se advierte ese fenómeno. Primero, los precios volaron y después desaparecieron del radar. Comprar bienes de capital es una misión casi imposible no por falta de demanda, sino por ausencia de referencias que restringen a cero la oferta. Nadie quiere pesos ni desprenderse de activos. Batakis frena pagos y giros de partidas, como ya había empezado a hacer su predecesor, al mismo tiempo que profundiza el freno de la economía. Es el camino que se bifurca entre lo malo y lo pésimo.
“Para evitar una crisis de deuda-financiera tienen que caer en una recesión fuerte. Pero eso va a generar una crisis social y política. Y si quieren evitar la crisis social y política van a tener una crisis de deuda-financiera”, así define la trampa en la que está atrapado el Gobierno un economista que en algún momento el Presidente tuvo entre los candidatos a suceder a Guzmán.
La brecha cambiaria entre el dólar oficial y los muchos alternativos es el otro indicador que toca los niveles de alarma. “Si se sigue al ritmo de la última semana, eso te lleva a un gap de 200 por ciento en breve. Y eso es insostenible”, sostiene un economista, que no se incluye en el Club de los Devaluadores en el que el cristicamporismo ampliado pone a los que alertan sobre la crítica situación.
“El mercado cree que van a devaluar en agosto y por eso sigue la presión”, agrega una colega, que aun así deja abierta la puerta para una estabilización de las variables y que confía en las cualidades de la ministra para lograr postergar el colapso. “En definitiva, lo que se discute es si esto le explota a este gobierno o al próximo”, concluye.
Esa fuente, al igual que la mayoría de los economistas, todo lo subordina a una sola variable: la política. Y en ese plano nadie encuentra indicios suficientes para aportar todo a una salida virtuosa. Nadie quiere pagar costos. Mucho menos cuando el capital político es demasiado escaso.
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