El declive de Cristina amenaza con alterar todo el sistema político
Tras la derrota en las PASO, la figura de la vicepresidenta profundizó el deterioro en su electorado núcleo; el peronismo tradicional busca un replanteo del FDT
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Discretos y silenciosos, un grupo de obispos pidieron reunirse con algunos intendentes del conurbano. Como hombres cercanos al Papa cultivan la habilidad de preguntar sin develar su propósito. Pero esta vez no fue así: plantearon de frente su preocupación por el escenario social hacia fin de año y consultaron sobre hipótesis institucionales preocupantes porque habían empezado a recibir pedidos de apoyo de sectores cercanos al Gobierno. Indagaron qué pasaría si Alberto Fernández no pudiera seguir gobernando. También qué haría Cristina Kirchner en ese caso y si habría riesgos de que el poder recayera en Sergio Massa, de quien desconfían.
Pocos días antes, el papa Francisco había hecho llegar al corazón del Gobierno una señal muy nítida. No solo hizo transmitir que no recibiría en Roma a Alberto Fernández, con quien ya no comparte la sintonía porteña de otros tiempos, sino que dejó traslucir un fuerte descontento con Cristina Kirchner. “Siente que él ayudó en el tema de la deuda con los holdouts y con el FMI y que ahora ella con sus tironeos pone en riesgo todo, incluso la integridad de un gobierno que él buscó acompañar”, reproduce un ministro que fue receptor del mensaje pontificio.
Dos semanas antes de las elecciones, en el Gobierno hay más preocupación por el escenario posterior que por el escrutinio del 14 de noviembre. Quizás porque la mayoría de las mediciones está marcando que las preferencias respecto de las PASO no han cambiado sustancialmente, aunque el oficialismo pueda recortar levemente su desventaja en la provincia de Buenos Aires.
En la Casa Rosada comparten la percepción generalizada de que la Argentina se aproxima indefectiblemente al punto de choque con la realidad más absoluta, que hoy el Gobierno intenta disimular para mantener viva su expectativa electoral. Sería el fin de la política de ficción que instaló en materia económica con medidas coyunturales (cepo cambiario, control de precios, subsidios crecientes a la energía), que dentro del propio oficialismo reconocen insostenible más allá de este mes. Al Gobierno se le está por terminar el tiempo para administrar el proceso de deterioro; después de las elecciones pasará a la fase en la que la dinámica la impondrán el mercado y la sociedad, y no le quedará más alternativa que correr detrás. Como dice un sofisticado economista que no rehúye del lenguaje barrial, “hay una sola duda: si es con piña o sin piña”. Desde hace muchos años, los gobiernos argentinos tienen una enorme incapacidad para anticiparse a los puntos de inflexión. Les pasó a Menem con la convertibilidad y a De la Rúa y a Macri con el crédito externo; le ocurrió a Kirchner con los superávits gemelos, y a Cristina con las reservas. Alberto se aferró a la la unidad del Frente de Todos como consigna excluyente, y no visualiza que ya dejó de ser un atributo y que hoy tiene paralizada su gestión.
Si la reacción oficial ante la derrota en las primarias fue la crisis de las renuncias y el recambio de gabinete, en esta ocasión esa receta luce agotada. Cambiar más ministros es una opción que maneja Fernández, pero sería apenas un indicador de movimientos más profundos que debería activar para evitar que la crisis escale. Por eso uno de los ministros cercanos al Presidente plantea sin ambigüedades: “Alberto debe recuperar la centralidad, aunque no veo señales. Si no se reacomoda el frente, no hay futuro. No se puede seguir gobernando con este esquema”.
La cuestión cambiaria es la que más urge no solo porque el dólar empuja hacia arriba desde hace semanas, sino porque cada vez hay más dudas sobre la capacidad del Banco Central de sostener la situación. “Entre 2011 y 2015 tenían reservas y los fondos de la Anses; con Macri, crédito externo; ahora llegó el momento de la verdad porque lo único que les quedaría es tocar los encajes en dólares, que sería el principio del fin”, contrasta uno de los principales especialistas en materia monetaria. Daniel Artana comparte que “el Gobierno no cuenta con margen para radicalizarse porque no tiene dólares, no se puede hacer populismo sin plata”, y recuerda que tras la derrota de 2013 Cristina adoptó un camino más ortodoxo, arregló con el Ciadi, acordó con Repsol y devaluó. “Ella siempre se jacta de que los Kirchner siempre pagaron todas las deudas. No la veo haciendo otra cosa ahora”, aporta un economista que recuperó la confianza de la vice.
Un importante exfuncionario que habló hace poco con Julie Kosack cuenta que la subdirectora del FMI para el Hemisferio Occidental fue muy taxativa en que el organismo no va a admitir una brecha cambiaria superior al 80%. “Mirá los programas del Fondo con otros países”, invitó a comparar la funcionaria, quien también se sumó al reclamo de que la Argentina presente un plan realista. Debe sospechar de los vicios de las administraciones argentinas para disimular sus desajustes. Como el que relataban hace días desde un ministerio importante en materia de ejecución de obras, que cuando fueron a plantear su preocupación por la baja asignación que consta en el presupuesto de Martín Guzmán para el próximo año, recibieron un mensaje apaciguador: “Ustedes no se preocupen, van a poder gastar porque la plata va a estar. Si ahí figuran 10, calculá que podrán gastar 50″. Un poco de sarasa tranquilizante.
La amenaza de emancipación
Es probable que después de las elecciones los movimientos no queden acotados al gobierno nacional, sino que haya un efecto en toda la estructura del Frente de Todos a partir del dato más importante que podría arrojar la elección: que Cristina deje de ser la figura excluyente del universo peronista por la pérdida de su caudal de votos. En las últimas mediciones emergió con claridad el costo que le significaron la derrota de septiembre y sus actitudes posteriores.
Según la consultora Fixer, entre los votantes del Frente de Todos solo el 47% tiene una imagen positiva de ella, contra un 37% de negativa. Pero si solo se toman en cuenta los adherentes blandos del oficialismo, la imagen positiva es del 20% y la negativa del 62%. Es decir, hay un angostamiento visible de su atractivo, con un agravante muy importante: entre los millennials y centennials la negativa asciende al 66%, y entre los sectores sin secundario completo al 61%. La histórica base de sustentación cristinista está diluida, y esto se percibe incluso en el conurbano fiel. Un intendente oficialista del Gran Buenos Aires, muy caminador de las calles, ilustra: “Cristina quedó muy golpeada porque la gente la ve ausente y la hace culpable de lo que pasa. A mí me dicen: ‘¿Por qué no está gobernando ella?’. En este momento tenés que estar muy presente porque la gente está muy sensible”. Shila Vilker, de la consultora Trespuntozero, completa el planteo: “La imagen de la vicepresidenta está en franco deterioro. Hoy ya no cuenta con un 35% de adhesiones firmes como hasta 2019; ese número hoy es más cercano al 25%. Pesa mucho su ausencia en situaciones críticas, esa sensación de que no es parte del Gobierno”.
En las últimas semanas se ha encerrado bastante y decidió no hablar, tal como recomendó el asesor Antoni Gutiérrez-Rubí. Pero aun así no deja de transmitir su profundo pesimismo sobre el resultado electoral. Se lo comentó Wado de Pedro a un gobernador del norte con el que se reunió recientemente, a quien también le planteó que están viendo cómo termina el resultado en la provincia y para el Senado para ver qué hace el kirchnerismo. Alberto (a quien también el catalán le sugirió dejar de dar entrevistas y hablar en actos a diario) es un poco más optimista, aunque solo por voluntarismo. Entre el Presidente y su vice solo rigen los códigos de las formalidades; la confianza está definitivamente quebrada. Lo admiten en la Casa Rosada.
El declive de Cristina arrastra también a su hijo Máximo y a Axel Kicillof, quienes tienen similares índices de aceptación. El líder de La Cámpora exhibió en los últimos días un repliegue sobre la militancia para consolidar el capital simbólico. Prueba de ello fueron los dos actos que organizó en una semana, en Lanús el sábado pasado y en Morón por el aniversario de la muerte de su padre. Percibe que su agrupación se diluye cuando solo se trata de gestionar y por eso busca recuperar la mística perdida con un discurso militante. Kicillof se transformó en un errante. Cristina lo degradó con planillas presupuestarias de la provincia que marcaban datos como que había un 30% de ejecución en obras para fin de septiembre y un 22% en los proyectos hídricos. Fue un golpe para su imagen de gestor eficaz. Por eso se fue el ministro de Infraestructura Agustín Simone, reemplazado por Leonardo Nardini.
La percepción de que el 14 de noviembre se puede confirmar la cuarta derrota del kirchnerismo en la provincia en los últimos ocho años mantiene alterados al resto de los actores del Frente de Todos. El más activo ha sido la CGT, donde visualizan la próxima unificación con el moyanismo como el inicio de un proceso de recuperación del espacio perdido. “En 2023 no nos va a pasar lo de 2019 y 2021, que no tuvimos ni representación en las listas. Vamos a salir marcar la cancha y tras las elecciones vamos a trabajar para que haya un equilibrio dentro de la mirada del Gobierno. Ya no puede primar solo el kirchnerismo”. Quien hace la advertencia es uno de los principales referentes de la conducción, que también admite una ríspida relación con Máximo Kirchner.
Los gobernadores peronistas, una legión de valientes prometedores, también agilizaron los contactos entre ellos, especialmente a partir de que Manzur desembarcó en el Gobierno. Hubo un punto de inflexión que fue la reunión a solas en La Rioja con Alberto tras las PASO. Allí se planteó con crudeza el arrastre negativo que les estaba generando el kirchnerismo en sus provincias. Hubo reproches porque la Casa Rosada siempre los convoca para compartir costos (fue notable el desgano con el que acompañaron el control de precios y el acto camporista de Morón). Los caudillos instaron al Presidente a asumir un mayor liderazgo para evitar un declive irreversible. Muchos de ellos habían perdido, otros apenas salvaron la ropa. Está muy activo el sanjuanino Sergio Uñac en esos contactos subterráneos, de los que también participa el santafesino Omar Perotti, y reapareció el líder reticente: Juan Schiaretti. El cordobés que hace dos años pudo haber cambiado el curso de la historia ahora está decidido a impulsar un peronismo federal sin el kirchnerismo. No le va a resultar fácil hacer la revolución sin que esté claro quién es el jefe. Los gobernadores arrastran un instinto de preservación territorial que conspira contra sus arriesgadas proyecciones nacionales.
La ilusión de un entendimiento entre gremios, gobernadores e intendentes para reconfigurar el FDT tiene dos problemas de base. Uno, que Alberto Fernández no da señales de querer protagonizar ese proceso. Dos, que el kirchnerismo no explicita cómo piensa continuar en el espacio. Es mucho más probable una atomización desordenada que una reestructuración orgánica.
El sistema, en crisis
El politólogo Pablo Touzón es más desafiante aún porque plantea que lo que cruje no es solo el Frente de Todos, sino la estructura de todo el sistema político que surgió después de la crisis de 2001. En primer lugar porque la dilución del poder de Cristina erosiona el esquema bicoalicionista, ya que como efecto espejo también diluye el atractivo de la oposición más férrea. Las dos principales fuerzas surgidas a principios del milenio pueden entrar en crisis tal como funcionaron hasta ahora. Pero en un segundo nivel más profundo, porque lo que está en discusión es el modelo de Estado dominante que surgió hace 20 años para hacer frente a la crisis. “El Estado como asignador de recursos, como único actor legitimado para actuar, como el que multiplica la asistencia social. Ese modelo de un Estado sobreexpandido está en crisis, especialmente después de la pandemia, que exigió todo del Estado”, explica Touzón.
Una encuesta que realizó con la consultora Escenarios revela lo que implica el Estado para la sociedad argentina. Un 66% rechaza que deba ser dueña de empresas e industrias y cerca del 55% está algo o totalmente en desacuerdo con que sea la principal responsable de crear empleos. En contraposición, el 60% dice que el Estado debe focalizarse en proveer servicios de calidad en salud, seguridad y educación. Pero en la pregunta clave, sobre si el Estado debería tener menor intervención en la economía, los resultados están divididos, con un 38% muy de acuerdo, un 32% muy en desacuerdo, y el resto en opciones intermedias.
El declive kirchnerista puede representar después del 14 de noviembre el inicio de un cambio sistémico.
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