El cura que hace temblar a los políticos
Fernando Yáñez mantiene un hogar para chicos con problemas judiciales, una misión que lo enfrentó a gobernantes y a sus superiores
Monte Coman, Mendoza.– La iglesia estaba llena. Era la misa de las 11 y el cura volvía a dedicar su sermón a un político. "Russo debería saberlo. No hay fondos para que terminemos el albergue y él destina semejante dinero para hacer un estadio. El gobierno no prioriza la educación." A los feligreses no los sorprendió: al padre Fernando Yáñez nunca le importó pelearse con quien fuera, donde fuera, incluso desde el púlpito. Aquella vez, el destinatario de su queja era el entonces intendente peronista de San Rafael, Vicente Russo.
Peronistas, radicales, demócratas; intendentes, diputados, gobernadores, a todos les pidió ayuda hasta el hartazgo y con muchos se peleó fuerte. También se enfrentó con los gremios –cuando existían y eran poderosos en Monte Comán– y con el obispado. "Yo no soy un cura tercermundista, ni nada de eso, pero hay que admitir que la Iglesia se olvidó de los pobres", dice Yáñez, de sotana beige hasta el piso y sandalias franciscanas.
Lo que el padre no logra del Estado ni de la Iglesia lo hace por sus propios medios. Su familia tiene miles de hectáreas de campo y en las peores crisis Monte Comán sobrevivió, en gran medida, gracias a las vacas de los Yáñez. "Tiene mucho poder y le consiguió trabajo a la gente. Fue impecable, hasta que trajo a los chicos…", dice el kirchnerista Juan Carlos Sosa, delegado municipal del pueblo.
"Los chicos" son decenas de adolescentes con cuentas pendientes con la Justicia, que viven en el hogar que Yáñez abrió a siete cuadras del centro de Monte Comán, una aldea de 4000 habitantes que agoniza desde que dejó de pasar el tren y hoy tiene muchos más jubilados que trabajadores.
Unico en su tipo, el suyo es un hogar abierto, de libertad controlada, donde cría a 30 menores que le encomendó la Justicia. Algunos mataron, casi todos robaron, todos eran drogadictos cuando llegaron.
La decisión del cura de abrir un hogar así en un pueblo mínimo fue muy resistida por los vecinos. La comunidad se dividió en dos: los "propadre" y los "antipadre", pero ni siquiera a los incondicionales de Yáñez les gustó la idea de convivir con decenas de jóvenes con esos antecedentes, libres por ahí, tan cerca. Hasta hubo una marcha para que "los chicos del padre" –y de ser necesario el padre también– dejaran Monte Comán. "Todo el mundo piensa que a los chicos hay que ayudarlos, pero en el Sahara", dice Yáñez, que mira fijo con sus grandes ojos azules.
El hogar lo enfrentó también con la Iglesia, que había promovido el proyecto. Yáñez había conseguido los fondos y creado una fundación, pero cambió el obispo y el nuevo no lo apoyó. Una mañana, recibió la noticia: lo trasladaban a Malargüe. "Estaba muy deprimido. Sabía que iban a terminar cerrando el hogar y me quedé", dice. Por desobediencia, hoy está suspendido a la espera de que Roma decida su suerte. Tiene prohibido celebrar misas, pero lo hace igual, puertas adentro.
En simultáneo, se redujo el apoyo del gobernador, el kirchnerista Celso Jaque. En los últimos años, le bajaron en un 25% el cupo de chicos y le anunciaron que la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia le reducirá su presupuesto un 10%, cuenta Yáñez, que dice que hoy recibe 108.000 pesos por mes y el 70% lo destina al pago al personal. "Un chico sale 3200 pesos por mes acá y 12.000 en el penal."
En materia de aliados o enemigos políticos, el cura no diferencia partidos. "Hubo dos gobernadores que nunca me recibieron: Jaque y Roberto Iglesias [hoy candidato de nuevo por la UCR]". Cuesta creerlo con la tenacidad de este hombre, crítico de los políticos en general. Cuenta que antes de cada elección le prometen apoyo pero que después, "por celos o miedo", muchos desaparecen.
Es amigo de Julio Cobos, que convivió con él en el liceo militar. "Siempre me apoyó, por eso, algunos dicen que soy radical, pero yo creo que los radicales son unos tibios", afirma. A diferencia de sus colegas Francisco Nazar, de Formosa, y Joaquín Piña, de Misiones, Yáñez cree que un cura no debe militar en política: "El derecho canónico no me lo permite. Lo que tengo que hacer es ayudar a los leprosos de nuestra sociedad, que son estos chicos".
El hogar son tres casas y una vieja fábrica abandonada que el cura compró con fondos de una fundación holandesa y refaccionó con los chicos. Es un gigantesco edificio donde hoy funcionan talleres de metalmecánica, una escuela de cocina y una fábrica de miel. Al lado, dos arcos delimitan una cancha de futbol polvorienta. Atrás, están las vías del tren, que parten al pueblo por la mitad.
El proyecto nació en el albergue de la parroquia, donde vivían chicos del campo que iban a estudiar a Monte Comán. A una jueza se le ocurrió que Yáñez podía recibir allí a un joven que no quería mandar al penal de menores. El cura dijo que sí y los pedidos se multiplicaron. Ya pasaron diez años.
En el hogar todos tienen que estudiar y trabajar si quieren quedarse. No drogarse y no robar. A cada chico le corresponde una beca del Estado de $ 240 para comprar ropa, pero Yáñez decidió que cada uno cobraría según sus horas de trabajo y estudio. El no tiene voto de pobreza, pero vive como los chicos, en una casita que es sólo para él. "Terminantemente prohibida la entrada de los jóvenes", dice en la puerta. Yáñez explica que lo único que le falta es una denuncia de pedofilia.
Ahora busca montar una fábrica con micromáquinas en el hogar. Su teléfono suena todo el tiempo. Es un celular que era azul pero se volvió gris de lo gastado, de donde cuelga un muñequito con luces de colores. "Me lo regaló el más chiquito que tenemos, de 12 años", explica Yáñez. Cuenta que era un nene que robaba y se drogaba desde los 8 y que antes de llegar acá, este año, tuvo una sobredosis de cocaína. Ahora está en la escuela.
"Acá nos ayudamos entre todos, a ver si podemos salir adelante. Es como una casa", cuenta Mario, de 15, detenido por varios robos. La misma edad tiene Matías, que vivía en la calle y ahora dice que cuando sea grande va a tener un taller de soldadura. A ellos los cuidan jóvenes que son, casi todos, salidos del hogar. "Eramos tremendos. Al padre le hacíamos lo que queríamos", dice Pablo Carretero, que llegó con 15 años y hoy tiene 24, está casado y es padre de un hijo. Yáñez aprendió a controlarlos, pero a muchos vecinos sigue sin gustarles la idea del albergue. "Hizo muchísimo por el pueblo, pero traer a esos chicos, que después se quedan acá, estuvo mal –dice Fernando Pérez, responsable del surtidor de gasoil en la estación de Monte Comán–. Genera contagio. El que es drogado, 99% seguro que sus hijos son drogados."
Varios políticos que han lidiado con él dicen que Yáñez es terco y muy difícil. Ahora está contento. Le prometieron ayuda del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación para su proyecto de industrializar el hogar. Para él es clave: sabe que sin una salida laboral, la reincidencia es casi inevitable.
"Yo estoy con los políticos que ayuden a ayudar a la gente, pero no me vendo. Lo que veo lo digo", advierte. En su casa, al lado de la foto de Juan Pablo II, hay una placa: "Pueblo y gobierno de San Rafael a Fernando Yáñez por compartir la alegría de dar a quienes más lo necesitan". La firma Russo, el intendente al que había criticado sin piedad por el estadio de San Martín de Monte Comán. Yáñez la exhibe como otra prueba de que todo puede cambiar.
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