El cuarto kirchnerismo y los riesgos políticos de la épica sin gestión
Cuando el presidente Alberto Fernández prometió más de cuatro millones de vacunas al candidato de Rafael Correa, derrotado en las elecciones presidenciales de Ecuador este domingo, ya les había prometido a los argentinos la llegada de 20 millones de vacunas. Era mediados de enero. Ninguna de las dos cosas se cumplió y ambas instalan un gran tema en el escenario político: la logística en general y las vacunas en particular, el prosaísmo del transporte y la distribución de bienes alrededor del globo, como el gran ordenador de la política nacional y regional en épocas de pandemia.
En ese punto, el cuarto kirchnerismo enfrenta una dificultad que puede impactar en sus posibilidades electorales: la logística de la pandemia ofrece mayor resistencia a cualquier apropiación discursiva. Se diferencia en eso, y es un problema para el Gobierno, del relato sobre el pasado, reversionado por una nostalgia militante que añora lo que no fue y encuentra cierto refugio en el capricho subjetivo de la memoria histórica, o construido sobre el presente de los derechos humanos llevados al terreno de la lucha feminista, en el que la complejidad de su reivindicación y reparación dispersa responsabilidades y opaca las del Estado y el Gobierno que lo administra.
Los datos puros y duros de las vacunas –cuántas, cuándo y a quiénes– son el límite infranqueable al uso político del relato en torno a la logística. El año pasado fue el turno de la compra, el acopio y la distribución de tests, camas, intensivistas y respiradores. Ahora, de las vacunas. El problema para la tentación del relato es que son mucho más trazables.
Veinte millones de vacunas prometidas en diciembre, que nunca llegaron; dos millones que llegarían por estos días, pero todavía no llegan: el tiempo deconstruye las promesas falsas del relato político cuando se aplica a la logística de la salud. El control de los flujos de recursos sanitarios es el nuevo campo de batalla político difícil de perforar por una fuerza política como el kirchnerismo, ágil en el uso de los recursos discursivos.
La gestión de la pandemia y su centralidad logística parece beneficiar a la fuerza que concibe la política como una ingeniería de administración de bienes, servicios y datos antes que de relatos bien urdidos: es decir, el larretismo. Cuando la retórica es esquiva, el relato de la gestión es lo que prima.
Populismo sin logística
Hay dos aspectos de lo sucedido en Ecuador que trazan un puente invisible hasta el escenario político local. Por un lado, se instala una pregunta: qué le pasa a un oficialismo en época de pandemia cuando la gestión de la crisis se le va de las manos. Por el otro, cómo el relato político se queda con patas cortas, como les pasa a las mentiras, en el contexto de una pandemia que exhibe datos incuestionables cada día.
Un triunfo electoral está hecho en parte de un candidato que hace algo bien, pero, sobre todo, de otros que hacen las cosas mal. Por ejemplo, de las torpezas de un presidente en ejercicio o de un candidato competidor y sus errores. Argentina 2019 es un buen ejemplo de lo primero: las debilidades del oficialismo macrista fueron más determinantes para el triunfo alberkirchnerista que las promesas a futuro, incomprobables en aquel presente, de una oposición dueña de una pesada herencia: el pasado político propio solo se minimiza con un presente cuestionable ajeno. Macri y su crisis económica le convinieron al kirchnerismo.
El resultado de las elecciones presidenciales en Ecuador es otro ejemplo y una alerta, además, para el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. No tanto en el sentido de un cambio de época que fluctúa, ahora dejándose llevar por supuestos vientos que arrinconan a los populismos en América Latina: demasiado pronto para saber si la derrota del correísmo es un llamado de atención para las pretensiones de los Fernández.
Los coletazos más significativos de esa elección para el presente local son, por un lado, la pérdida estrepitosa de capital político del presidente en ejercicio de Ecuador, Lenín Moreno, el que administró la pandemia hasta ahora. Resuena todavía la tragedia de Guayaquil y los cadáveres apilados a cielo abierto el año pasado. Moreno se irá del gobierno con la peor imagen entre 13 presidentes de la región: 84% negativa, según el Ranking de Imagen Presidencial de América Latina de enero 2021, producido por la Fundación Directorio Legislativo.
La conexión entre esa crisis sanitaria y esa imagen negativa resuena en Casa Rosada. La imagen de Alberto Fernández es cada vez más baja. Según una encuesta de Giacobbe&Asociados divulgada la semana pasada, Fernández tiene una imagen negativa de 58% y una positiva de 29%. El oficialismo padece las consecuencias de los problemas de la logística sanitaria: la imagen negativa de Kicillof llega al 59% y la de la vicepresidenta, al 63,2%.
La logística de las vacunas llegó hasta la escena electoral ecuatoriana cuando el candidato de Correa, Andrés Arauz, anunció que el presidente argentino colaboraría en la gestión de más de cuatro millones dosis. La promesa no le alcanzó: en la práctica, los incumplimientos de Fernández para con la Argentina le quitaron cualquier efecto político. La identificación con Correa y el discurso del lawfare no compensó esa promesa incumplible y al contrario, sumó a su derrota.
Chile es ejemplo de lo contrario. La gestión de Sebastián Piñera puede lucirse con la campaña de vacunación en términos logísticos. Su ministro de Salud cuenta con una de las imágenes positivas más altas, aunque no necesariamente el presidente chileno.
La logística del Estado
Estrellas de la economía de hoy como Amazon o Mercado Libre son empresas de logística impecables a nivel global. El emporio logístico de Marcos Galperin invertirá nada menos que 100 millones de dólares en mejoras de la cadena de distribución en Chile entre este año y el que viene. Tal es la centralidad de esa dimensión en la vida de las naciones. También la renovada expansión de China y su diplomacia soft, tanto en vacunas como en general, centrada en su capacidad logística, de producción y distribución global.
El carguero atascado en el canal de Suez, que entorpecía el flujo del comercio mundial, es otro ejemplo de lo sensible que resulta el tráfico global de productos y servicios. Quien logra manejar los hilos de la logística alrededor del planeta construye un imperio comercial y también nacional. También en una crisis sanitaria.
El gran diferencial de Joe Biden desde que asumió la presidencia estadounidense es la capacidad demostrada por su gobierno para llevar adelante una campaña de vacunación. El músculo logístico de ese país capitalista cuya existencia diaria se basa en el comercio, es decir, en el tráfico de mercancías y servicios que deben llegar en tiempo y forma de un lugar al otro del territorio nacional y del planeta, volvió a mostrar toda su fortaleza: así como fue un desastre en la etapa de prevención y contención, en 2020, es ahora un ejemplo en la etapa de la vacunación. Gestión política traducida en millones de dosis aplicadas cada día.
Ese músculo está anquilosado en la Argentina. La dificultad para adquirir las vacunas sufre el cuestionamiento por las sospechas de una negociación sesgada geopolíticamente y poco transparente frente a Pfizer. Y su traslado, distribución y aplicación presentan también flancos muy débiles. Por empezar, el empecinamiento en recurrir a Aerolíneas Argentinas, que encarece el traslado: la épica imponiéndose a la racionalidad de la logística.
Otro desafío a la razón logística son las suspensiones de la vacunación durante los días de lluvia. Es el caso aun en municipios bonaerenses obligados por la gestión Kicillof a volver a la fase 3. Sucedió en Trenque Lauquen, por ejemplo, que atraviesa un pico de contagios. Por lluvia, el jueves pasado se suspendió la vacunación en el único centro habilitado de la localidad. Los adultos mayores que asisten a ese centro no tienen donde guarecerse del frío o la lluvia mientras esperan.
Otro aspecto de la logística de las vacunas interpela a todos los distritos. ¿Por qué se frena la campaña de vacunación los fines de semana? ¿Por qué se demora la aplicación de las vacunas que ya están en la Argentina? De siete millones de vacunas llegadas al país, todavía faltan aplicarse más de dos millones, el 35%.
La eficiencia en la gestión de procesos versus el vacío de los relatos es, en cambio, una oportunidad política para el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta. Hasta el momento, la Ciudad lleva la delantera con el mayor porcentaje de adultos mayores vacunados del país. La mayor imagen positiva de Larreta, con un 36.9% según Giacobbe, y la menor imagen negativa, de 27,3%, tiene que ver con eso. Otra vez, la logística de la vacuna ordenando la política.
Mientras tanto, la Argentina ingresa a una zona delicada de la pandemia y el oficialismo insiste en la lógica de la prohibición: esa insistencia es una medida de su falta de capacidad para la logística de las vacunas.
Prohibir queda entonces como la única política de Estado, incumplible sin poder de policía y cuando la población ya no confía en la autoridad. Lo único cumplible es el cierre de lo que puede cerrarse: la administración pública con el teletrabajo o las escuelas. Al oficialismo le resulta más fácil cerrar que abrir y administrar esa logística. Ya lo admitió Kicillof en diciembre: la logística de regreso a la presencialidad escolar sería “un despelote”.
Cualquier proceso logístico tiene dos amenazas: la falta de conocimiento de quien debe gestionarlo y los riesgos de corrupción. El kirchnerismo enfrenta un gran desafío en ambos campos.
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