El coronavirus y Cristina Kirchner vuelven a alterar al Gobierno
La variante Delta trastocó los planes electorales del oficialismo, mientras recrudecen las intrigas por los cargos y el rumbo de la gestión; la oposición, en busca de un acuerdo complejísimo
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El gobierno de Alberto Fernández vuelve a sacudirse ante dos factores disruptivos que lo acompañan como un karma: un virus que muta aceleradamente y una presión inalterable de Cristina Kirchner por marcar el rumbo de la administración.
El clamoroso volantazo que puso fin a la cruzada soberana contra la vacuna de Pfizer es un reflejo de la combinación de esas dos fuerzas que condicionan la conducta presidencial. El temor a otra explosión de contagios producto de la variante Delta del coronavirus trastocó las previsiones del oficialismo, confiado en que la tormenta de vacunas de junio alcanzaría para garantizar cierta normalidad -económica y social- a la hora de votar, en septiembre. Entorpece, además, la aparente paz interna que se impuso en el umbral de la campaña.
Cristina Kirchner reprime cada vez menos en sus reuniones con dirigentes las críticas a ministros e incluso al Presidente, según relatan diputados, senadores e intendentes que la frecuentan. En esas oficinas sugieren prestar atención a los recurrentes mensajes de la vicepresidenta sobre la “era feliz” que terminó en 2015. “No está hablando de nostalgia, sino anticipando el futuro por el que va a dar pelea”, traduce un interlocutor.
Hay ministros que tiemblan en sus poltronas. Es un tema cotidiano de conversación entre los funcionarios que no responden a “la jefa”. Escuchan rumores de una oxigenación del gabinete y no son capaces de desmentirlos. Las listas legislativas ofrecen la oportunidad de salidas elegantes. Salga quien salga, siempre pone Cristina.
Las usinas kirchneristas imaginan un destino de candidato para Felipe Solá. Suben a Santiago Cafiero –a quien Fernández no piensa ceder- y menean a albertistas de buena imagen que no tienen interés de dejar sus cargos, como Matías Lammens. Quienes proponen a Gabriel Katopodis como un posible candidato de síntesis en Buenos Aires también advierten que quedaría libre nada menos que el Ministerio de Obras Públicas.
La señal de río revuelto la leyó Hugo Moyano –cada vez más cerca de la vice que del Presidente que alguna vez lo llamó “ejemplar”- cuando destrató en público a Claudio Moroni (Trabajo) y Matías Kulfas por haber objetado los bloqueos de Camioneros.
La mira de la vicepresidenta se posa en la economía y en la gestión sanitaria. Ella no es ajena al vicio argentino por las encuestas y percibe el fuerte deterioro que causan a su proyecto los estragos de la pandemia.
A Martín Guzmán lo tiene en capilla. No cayó nada bien en su entorno que el ministro de Economía publicara las cartas que cruzó con el Club de París en la que habla de la “tasa de interés excesiva” pactada en 2014. Todo un dardo para quien negoció ese acuerdo, Axel Kicillof.
El jueves, con el actual gobernador delante, Cristina le marcó la cancha en la discusión pendiente con el Fondo Monetario Internacional. “Cuando el FMI hace acuerdos siempre quiere condicionar las políticas públicas de cada país”, dijo en Lomas de Zamora. Cualquier cesión tendrá que contar con su aprobación, pareció advertir. Se permitió incluso alguna chicana para entendidos cuando repitió varias veces que a ella no le gusta “sarasear”. Una palabra desafortunada que se le escapó a Guzmán el año pasado antes de una presentación en la Cámara de Diputados.
Cristina tampoco quería pasar por una sesión del Senado a la defensiva. Los sapos se tragan rápido. No sería descabellado oírla pronto celebrar la llegada de aviones de Pfizer, Moderna o Johnson & Johnson con el mismo fervor que el jueves defendió las clases presenciales rodeada de chicos en guardapolvo blanco
La vicepresidenta comunica con palabras y silencios. No pasaron inadvertidas las alusiones ácidas a Juan Manzur, el aliado de Fernández que soñaba con jubilarla, ni tampoco que haya ignorado al Presidente en 34 minutos de discurso.
Acaso de manera subconsciente expuso viejas facturas no cobradas. En aquel “2015 feliz” del que habla, Fernández pensaba que la gestión cristinista era “deplorable”. El cierre del discurso en Lomas dejó una velada alusión al Presidente. “Cuando empezó esto de la pandemia había algunos discursos, (que decían) que vamos a ser mejores, más justos... ¡No! Tengo la perspectiva de que cuando esta pandemia termine, los poderosos van a ser más poderosos y los débiles vamos a ser más débiles. Y los ricos van a ser más ricos y los pobres van a ser más pobres”. Pocos políticos han apelado más que Fernández a la retórica sobre un “mundo mejor” que sobrevendrá a la crisis del coronavirus. La visión menos optimista de Cristina sugiere el modelo de gestión que será necesario en el tiempo que seguirá a la pandemia... y a las elecciones. Moderados, abstenerse.
El caso Pfizer
“Alberto se cansó y resolvió ir por decreto”. Así explican en el Gobierno el vuelco en la discusión por la ley de vacunas que trabó a fines de 2020 un acuerdo con Pfizer para comprar 13 millones de dosis. También la estatización de la Hidrovía fue “una decisión del Presidente”.
Cristina y Kicillof conocían la voltereta que se venía cuando se presentaron ante un grupo de alumnos en el conurbano. Por mucho que defiendan como un logro épico el pacto con Rusia por la Sputnik V tienen claro que la llegada de la variante Delta los expone a una situación crítica en el cortísimo plazo. El traspié con Pfizer se convirtió en una bandera de la oposición, que cobró un dramatismo extra con el reclamo de los padres de chicos en situación de riesgo que exigen acceder a la única vacuna probada en menores.
El decreto incorporó todos los cambios que pedía Pfizer y que Fernández llegó a alertar meses atrás que lo ponían en una “situación muy violenta”. Se optó por un corte de raíz, sin pasar por el Congreso, donde hubiera tenido votos de sobra para reformar la ley. “Iban a ser dos semanas de carnicería”, retrata un hombre del oficialismo. Cristina tampoco quería pasar por una sesión del Senado a la defensiva. Los sapos se tragan rápido. No sería descabellado oírla pronto celebrar la llegada de aviones de Pfizer, Moderna o Johnson & Johnson con el mismo fervor que el jueves defendió las clases presenciales rodeada de chicos en guardapolvo blanco.
El cambio se cocinó sin avisarle siquiera al presidente de la Comisión de Salud de Diputados, Pablo Yedlin, que seguía defendiendo la ley original como un soldado japonés perdido en el bosque. Otro trago amargo para su jefe político, Manzur.
La necesidad de ceder ante los laboratorios de Estados Unidos se hizo acuciante cuando los expertos que consulta el Gobierno advirtieron sobre la vulnerabilidad del país ante la variante Delta. El cepo a los vuelos fue una primera reacción impulsiva, pero a todas luces insuficiente.
La gran falla del plan de vacunación argentino es la carencia de segundas dosis, producto de la insuficiente provisión del componente 2 de la Sputnik V. Para estar protegido ante la nueva mutación se requiere un porcentaje alto de la población (cerca del 40%) con la pauta completa. De lo contrario, el riesgo de una tercera ola, más muertes y restricciones económicas asoma inevitable.
Larreta aún no consigue que Patricia Bullrich desista de su candidatura en la Ciudad. En el larretismo llueven elogios y promesas de que ella será “la gran armadora” del Pro a nivel nacional. La exministra demora la decisión que permitiría la lista de unidad porteña, pese a que siente que Macri la dejó sola
La Argentina tiene 38,5% de vacunados con una dosis y apenas el 9,5% con las dos. La brecha es amplísima en comparación con la mayoría de los países en los que avanza la inoculación. Gran Bretaña tiene 67% con una inyección y 49%, con dos. España (55% y 39%), Italia (57% y 31%), Chile (66% y 54%), Uruguay (66% y 49%) o Estados Unidos (55% y 47%) son otras naciones que siguieron el patrón recomendado por los laboratorios.
La táctica de darle “una dosis a todos y después ver” empieza a ser revisada. La ministra de Salud, Carla Vizzotti, terminó por aceptar la sugerencia que le venía haciendo su colega porteño, Fernán Quirós, para priorizar las segundas dosis, al menos con Sinopharm y AstraZeneca (cuyos dos componentes son iguales). Los ensayos para combinar fórmulas y solucionar las carencias del frasco 2 de la Sputnik V demorarán un mes. Una eternidad en medio de la carrera contra el tiempo entre inyectar segundas dosis y demorar la circulación comunitaria de la nueva variante.
El dilema opositor
El Frente de Todos prepara un discurso electoral más duro que en 2019, centrado en encontrar culpables para las promesas incumplidas. La oferta ya no es un nuevo paraíso sin grieta sino el regreso a la utopía interrumpida de 2015. Kicillof llevará la campaña bonaerense y Cristina lo apuntalará con apariciones periódicas. El Presidente tendrá una agenda más demandante en otros territorios.
Resta saber cómo se ordenará el tablero de Juntos por el Cambio, que con sus internas a cielo abierto le regaló días de respiro al kirchnerismo. La última semana se percibió la distensión pactada a solas entre Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta.
El expresidente se fue a España y lo presentó como el gesto de quien se pone por encima de las disputas menores. Larreta se propuso cumplir eso que algunos sostienen que le exigía Macri: “Horacio tiene que arreglar el quilombo que armó”.
Larreta celebró el gesto de Patricia Bullrich de bajar su candidatura en la Ciudad. Desde el larretismo llueven elogios y promesas de que ella será “la gran armadora” del Pro a nivel nacional. La exministra sintió que Macri la había dejado sola y, después de varios días de cavilaciones, comunicó su decisión, sin renunciar a la apuesta presidencial de 2023. María Eugenia Vidal, con el camino despejado, anunciará en los próximos días que competirá para ser diputada por la Capital.
En la provincia Larreta también quisiera una lista de unidad. Pero el lanzamiento de Facundo Manes por la UCR abre un camino casi seguro a las PASO. Diego Santilli se reserva la carta de negociar y por eso no blanquea en público sus intenciones. Ya tiene casi asegurado el apoyo de Elisa Carrió, pero falta convencer a Jorge Macri para unificar al Pro. De probarse imposible el acuerdo con los radicales, el desafío de Juntos por el Cambio pasa por pactar reglas de convivencia, sin golpes por abajo del cinturón.
Lo contrario espera el kirchnerismo. Se dispone a convertir la campaña de septiembre en un juicio a la gestión de Macri, que interpela de manera desigual a los diferentes candidatos que ofrece la oposición. El pasado, se sabe, es siempre un refugio confortable para un Gobierno que hizo un culto a la postergación mientras navega en este presente continuo de incertidumbre.
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