El clima de un esquema de gobierno que termina
Cristina no da señales de qué hará después del domingo 14 y ahonda las dudas del Presidente; crecen las presiones para una reconfiguración del modelo de gestión
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Llega exhausto. Alberto Fernández transita los últimos días de una campaña que se le hizo eterna con escasas esperanzas de dar un vuelco al resultado electoral y con la angustia de corroborar a diario el deterioro del instrumento político que lo llevó al poder. Es un maratonista que visualiza la meta, pero al que no lo espera el alivio de la llegada si no la incertidumbre de algo nuevo que empieza.
El Gobierno entero convive en el clima ficticio de un final que se acerca, como si las elecciones del domingo que viene no fueran solo la bisagra de un mandato de cuatro años. Entre los ministros, incluso los más relevantes, se habla del lunes 15 como un tiempo indescifrable, ajeno. Nadie puede saber a ciencia cierta si seguirá en su lugar ni afirmar quién tomará las decisiones en lo sucesivo.
Cristina Kirchner no da pistas de cómo reaccionará a otra derrota. Si provocará otro sismo en el Gabinete o si se hará a un lado, junto con al grupo que la sigue religiosamente, para despegarse de una administración que considera fallida. En esa jugada va la suerte de su proyecto político, pero también el destino inmediato de la Argentina.
Ella administra el misterio con una precisión que fue perdiendo en otras materias. La forma en que se reservó la noticia de su operación ginecológica retrata el estado paupérrimo de su vínculo con el Presidente, a quien le avisó la novedad la noche antes en un escueto llamado de teléfono, tal como confirmó la portavoz del Gobierno, Gabriela Cerruti.
Así como quiso manejar las noticias sobre su salud con partes que aprobó su equipo de confianza, sin pasar por el equipo de Comunicación de la Casa Rosada, limitó sus interacciones desde el Sanatorio Otamendi a su círculo familiar y a un puñado de dirigentes que viven en función de ella. El jefe de Gabinete, Juan Manzur, decidió el jueves cambiar la fecha del acto de cierre del Frente de Todos para dejar abierta la posibilidad de que la vicepresidenta participe. Pero no hay ninguna señal de que piense asistir.
Quiero agradecer a todo el cuerpo médico, enfermeras, enfermeros y a todo el personal auxiliar del sanatorio Otamendi, que nos atendieron con tanto profesionalismo y afecto. Muchas gracias!
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) November 6, 2021
El Presidente escucha a diario voces que le piden independizarse. O al menos que empiece a actuar y a hablar sin pensar qué haría Cristina si estuviera en su lugar. Gobernadores, intendentes, sindicalistas y funcionarios de la primera línea admiten que el daño económico reviste una gravedad tal que exige definir cuanto antes un plan y ejecutarlo.
Cada vez más peronistas tradicionales ven en la duda sistemática del Presidente un rasgo osificado. Su paradoja personal es un liderazgo definido por la dependencia de su mentora
“Yo también puedo acordar con el FMI en cinco minutos, pero nunca más podría mirarlos a los ojos”, dijo el viernes Fernández ante una asamblea sindical de los empleados estatales. Son frases que generan desconcierto hasta en quienes lo quieren bien. Lleva dos años negociando sin éxito y se acerca la barrera de un default, pero el Presidente no fue capaz todavía de poner en un papel qué sería aquello que le permitiría caminar con la cabeza en alto frente a sus simpatizantes.
Las horas de negociación invertidas en Europa la última semana apenas sirvieron para dejar el diálogo abierto. La mayor esperanza de Fernández se asemeja a patear la pelota para adelante: el sueño ya no de un acuerdo sino de alguna clase de tregua. Ni default (que le cortaría al país el acceso a otras líneas de crédito internacional) ni plan de pago (adosado inevitablemente a un ajuste). La fantasía de la postergación eterna.
Fue tan audaz instalar en público la idea de que exploraba un “waiver” para postergar los vencimientos que en Washington tronó el malestar y el ministro Martín Guzmán tuvo que salir a desmentir todo sin tiempo de consultar con el propio Presidente, que estaba en vuelo de Escocia a la Argentina.
Cada vez son menos los peronistas que mantienen la ilusión de que el juego de Alberto y Guzmán es hacer tiempo para que pase la elección y entonces sí “hacer lo que tienen que hacer”. Ven en la duda sistemática del Presidente un rasgo osificado. Su paradoja personal es un liderazgo definido por la dependencia de su mentora. Cristina ya trazó su veredicto sobre lo que debe ser un acuerdo con el Fondo: plazos de 20 años -no permitidos por las reglas vigentes- y eliminación de sobretasas. Todo sin condicionamientos fiscales. Y, de ser posible, acompañado de un mea culpa por haberle prestado a Mauricio Macri 44.000 millones de dólares.
Acuerdo o ruptura
Lo inviable de esas condiciones despierta un interrogante central de la política actual: ¿quiere la vicepresidenta un acuerdo o prepara el terreno para una ruptura? La posibilidad de una reprogramación de los vencimientos pesados que empiezan a caer en marzo requiere de mínima un plan de ordenamiento macroeconómico que iría atado a un ajuste del gasto.
“Ese rumbo es garantía segura de derrota en 2023″, se queja un kirchnerista de diálogo fluido con la vicepresidenta. Resulta evidente la impopularidad potencial de pactar con el FMI. Difícilmente se podría evitar en el corto plazo un régimen de inflación alta, suba de tarifas, devaluación más acelerada que la actual y licuación de jubilaciones y sueldos. El drama es que la opción de no pagar puede implicar lo mismo, pero aumentado y descontrolados. Una dirigente que vive del recuerdo de un pasado idealizado de prosperidad se enfrenta a la encrucijada de que su memoria termine asociada a una crisis incendiaria.
Dirigentes de La Cámpora hablan sin ruborizarse de un “problema de gobernabilidad” si la derrota electoral se profundiza, como si ya no quedaran fusibles
Néstor Kirchner solía decir que había que acelerar hasta llegar a la pared y solo entonces apretar el freno. ¿Seguirá su esposa el consejo? ¿Será su situación de salud la oportunidad perfecta para tomar distancia y “dejar hacer” lo que ella jamás aprobaría? El ritmo acelerado que la vicepresidenta le impuso a la estrategia de defensa en las causas judiciales que le involucran es una señal de que percibe en el horizonte cercano una merma de su poder.
No se puede perder más tiempo, insiste una fuente del equipo económico: “No hay futuro posible sin acuerdo. Hay que cerrar con el Fondo antes de fin de año. En términos de expectativas es autodestructivo perpetuar la indefinición”.
Temores del peronismo clásico
La dinámica imprevisible desvela a los gobernadores peronistas que ven cómo la precariedad económica les hace perder votos a raudales en sus territorios. Hablan entre ellos del gobierno nacional como de una criatura extraña, a la que no logran descifrar. En general conservadores, ven necesario un sinceramiento económico, pero desconfían de Fernández como un líder capaz de llevarlo adelante. La expectativa que les había generado que uno de los propios, Manzur, asumiera la Jefatura de Gabinete terminó en frustración. “Juan hace lo que puede, pero no manda él. Hay una dinámica que lo excede. Cristina da órdenes y tiene soldados como (Roberto) Feletti que vuelcan el escenario económico sin coordinar con nadie”, señala un gobernador peronista del norte.
Manzur, que había entrado a la Casa Rosada con ímpetu presidencial, tampoco sabe si dentro de una semana seguirá en su puesto o volverá a Tucumán, donde sigue siendo gobernador en uso de licencia. Su misión casi obsesiva por estas horas consiste en coordinar la respuesta del aparato peronista en todo el país. Habrá cumplido si en estos dos meses como ministro consigue reducir la ventaja nacional de Juntos por el Cambio.
Las conversaciones al nivel de los referentes provinciales del peronismo son incesantes con la mira puesta en el “dilema del lunes 15″. Están dispuestos a involucrarse siempre que puedan inclinar la balanza hacia el orden. ¿Se animarán esta vez a plantarse ante Cristina Kirchner, que siempre supo congelarlos de miedo? Miran con atención lo que pase en la provincia de Buenos Aires, bastión del poder vicepresidencial y de La Cámpora. Si pierde otra vez, creen, su voz tendrá un peso menor en la toma de decisiones. Pero nadie se ofrece como ejército sin un general que los convoque.
El kirchnerismo profundiza la campaña casa por casa, con un despliegue del aparato sin timidez en busca de remontar los 4 puntos que Juntos por el Cambio le sacó de diferencia en las PASO. Pero no se engañan. El descontento de septiembre sobrevive. Máximo Kirchner y su aliado Martín Insaurralde intuyen problemas y por eso postergaron hasta marzo las elecciones sin competencias en las que el hijo de la vicepresidenta había a ser designado jefe del PJ bonaerense. Todo está sujeto con pinzas.
“Quedarse quietos no es opción”, dice otro referente del peronismo tradicional. Las elecciones marcarán, sostiene, el final de una forma de gobernar basada en la ambigüedad. La escalada del dólar blue y la olla a presión de los precios no ofrece margen para más postergaciones.
El equipo económico contiene la respiración. Guzmán confía en que es el hombre que el FMI considera su interlocutor, pero hay quienes le recomiendan no confiarse. Matías Kulfas, destratado por cualquiera que se precie de ser kirchnerista, apuró en Glasgow el anuncio de una megainversión todavía incierta en energía renovable para mostrarse activo en previsión de la ofensiva que se le viene encima de repetirse la derrota en las PASO.
Los dirigentes del oficialismo disfrutan de hablar mal de sus compañeros con pasión olímpica. Hay una necesidad de hacer catarsis, de buscar culpables en los propios por una realidad que no se asume: la frustración que el experimento del peronismo unido causó en millones de argentinos que le confiaron el mando dos años atrás.
Dirigentes de La Cámpora hablan sin ruborizarse de un “problema de gobernabilidad” si la derrota electoral se profundiza, como si ya no quedaran fusibles. En otras mesas de poder se preguntan con liviandad: ¿aguantará Alberto otra embestida de Cristina, como la carta que dinamitó el gobierno en septiembre? Los sindicalistas de la CGT, envueltos en las miserias de su interna particular, debaten si realmente el Presidente tiene coraje para resistir un nuevo intento de rebelión interna.
Es un clima similar a un fin de época, aunque quedan dos años de mandato. Si hay un punto de coincidencia en las distintas tribus del Frente de Todos es que después del 14 se necesita un gobierno con capacidad ejecutiva y fortaleza para negociar con un Congreso en el que no tendrá mayoría. El diagnóstico es bastante extendido sobre el fracaso del dispositivo de gestión basado en el loteo de ministerios y la multiplicidad de funcionarios sin poder real. Vuelven a sobrevolar las versiones del ingreso de Sergio Massa y Máximo Kirchner. ¿Será cierto que Daniel Scioli podría retornar de Brasil?
Habladurías sobran hasta devaluarse. La incógnita real es si el frágil vínculo entre Alberto y Cristina permitirá tender la mesa para una discusión racional sobre el futuro de un gobierno al que se le acumulan las urgencias económicas que barrió debajo de la alfombra durante los meses interminables de la campaña electoral.
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