Un cadáver descuartizado y unas empanadas sospechosas: el caso de "El Griego", un crimen que conmocionó a La Plata
En una segunda entrega de Crónicas Policiales, recordamos un crimen ocurrido en La Plata en 1963
El 16 de enero de 1963 Juan Giorgia, vecino de la ciudad de La Plata, recibió la inesperada visita de un conocido. El hombre traía una valija y un colchón, que pretendía dejar en esa casa. Le dijo que la valija contenía los restos de Andrés Suculla, su cuñado, que se había suicidado y él quería incinerar sus restos. Asombrado y aterrorizado ante tal confesión, Giorgia se negó a ayudarlo en ese macabro plan. En cambio, lo denunció a la policía.
El extraño visitante quedó estampado en las páginas de la historia criminal argentina bajo el sobrenombre de "El Griego". Se trataba de Juan Harjalilch, un hombre que había llegado a la Argentina en 1948 . Huía, según contaba entre sus conocidos, de los comunistas, tras participar de la Segunda Guerra Mundial.
En 1950 Harjalilch se casó con Elefteria, una mujer huérfana que tenía dos hermanos. Uno de ellos era Andrés, quien vivía con la pareja y, al parecer, no se llevaba bien con su cuñado.
El Griego abrió un bar en la calle 1 Nº 710, a metros de la Estación de Trenes de La Plata. Lo llamó El Partenón. El negocio tenía mucho movimiento. El hombre tenía un carácter parco y frío y nadie imaginaba que se convertiría en uno de los personajes más trístemente célebres de la crónica policial.
Descuartizado
La versión de los hechos que Harjalich le contó a la policía era que su cuñado, de 32 años, se había suicidado de un disparo, y que él decidió deshacerse de los restos para evitar quedar envuelto en una investigación.
La policía nunca le creyó y las pruebas tampoco lo ayudaron. Si bien El Griego negó que el revolver 38 largo hallado en la escena fuera suyo, los investigadores rastrearon el sello de la policía bonaerense que tenía el arma y finalmente un efectivo reconoció habérsela vendido a Harjalich.
Además, el revólver apareció a más de un metro de distancia del costado izquierdo del cuerpo, y se estableció con una pericia caligráfica que la víctima empleaba sólo la mano derecha.
Según relatan los artículos periodísticos de la época, la policía se sorprendió de la frialdad con la que Harjalich contó, con lujo de detalle, cómo había descuartizado el cuerpo de su cuñado. También especificó que había arrojado parte del cuerpo en las bocas de la cloaca maestra del Río de la Plata. Allí fueron hallados un trozo de tibia y peroné y uno de los pies, como también un fragmento de huesos de la cabeza.
Nunca se halló la parte superior del cráneo, que hubiera sido clave para determinar si se trató de un suicidio o un asesinato.
"El individuo mantiene su negativa y no ha decaído en su arrogancia de hombre fríamente calculador, tal como se lo conocía en el barrio de la Calle 1 y Diagonal 80, donde atendía un comercio de alimentos de mucho movimiento", relataba una crónica policial de la época.
El Griego fue examinado por un psiquiatra, que estableció que se encontraba "en uso normal de sus facultades mentales".
En un zanjón del camino a Ensenada, fueron encontrados los maxilares inferior y superior del lado izquierdo, que sirvieron para identificar los restos de Suculla: su odontólogo lo reconoció.
El móvil del crimen nunca pudo ser determinado, aunque algunos creen que se trató de una cuestión económica: la víctima era propietaria de unas 10 fincas. Harjalich fue acusado y encerrado en la cárcel de Olmos, donde murió dos años después.
¿Empanadas de carne humana?
Como toda crónica policial, la historia del Griego dio lugar a especulaciones y mitos. El que más quedó en la memoria de los vecinos de La Plata es el supuesto destino de parte de los restos de su cuñado.
De la inspección de los restos, decía el parte policial, surgió "que el individuo realizó un prolijo trabajo, al punto que los huesos de la cabeza y la tibia derecha aparecen como si hubiesen sido objeto de un proceso de hervido".
Este detalle derivó en que muchos aseguraran que Harjalich usó la carne de su víctima para hacer empanadas, que vendió, a módico precio, en su propio local.
Si esto fue cierto, es un misterio que quedó sin revelar. Como también lo son las siguientes palabras que la víctima escribió en un cuaderno dos días antes de su muerte. "Temo que pierda la tranquilidad en mi casa. Mi cuñado, ese miserable inmundo, pretende hacer de las suyas. Cuando pienso que estuvo la felicidad en mis manos, me dan ganas de morir".
El misterioso caso del descuartizador de La Plata tuvo una enorme repercusión a nivel nacional y, por supuesto, también conmovió a los diarios locales. Una coincidencia quedó registrada en el diario platense El Argentino. El día que anunciaron el traslado del acusado a la cárcel de Olmos, el 29 de enero, la información coincidió con los avisos de la sección Guía de Profesionales. Allí, entre otros, un odontólogo promocionaba sus servicios en La Plata: era Ricardo Barreda.
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