El caos del kirchnerismo huérfano
Mientras las divisiones asoman en el ala dura del oficialismo, Máximo buscó unificar a la tropa para bajar a Fernández del sueño reeleccionista; alarma por la inflación, el dólar y una recesión; ¿será candidata Cristina?
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Cristina Kirchner se ha convertido para sus fieles en una profetisa hermética. Garante política de un programa de ajuste que desprecia. Líder peronista que se niega a ser candidata sin ofrecer opciones. Oradora nostálgica y pesimista que alienta un gran acuerdo nacional como solución a los males argentinos, como quien propone el cruce de los Andes a un banco de peces.
La incomodidad de la jefa se enmascara apenas en la frágil coartada de la proscripción. Es un refugio seguro para su legado que le da sentido épico a la condena por corrupción cuyos fundamentos acaban de difundirse y al mismo tiempo le evita el trago amargo de poner a prueba el mito del invicto electoral. Ese módico consuelo personal está provocando la implosión del sistema kirchnerista, que había sobrevivido como un bloque monolítico a la paulatina descomposición interna del Frente de Todos.
Por primera vez La Cámpora deja que se vean las divisiones de criterio y celos personales entre sus comisarios. El Instituto Patria se despega de “los pibes”, Axel Kicillof construye un salvavidas a medida, mientras los intendentes del conurbano escuchan ofertas, obsesionados con retener sus señoríos. Reina un desconcierto que ya no se supera cuando la Jefa decide pronunciarse.
Cristina se alarmó esta semana por el revuelo que generó en campo propio la visita del ministro camporista Wado de Pedro a la feria Expoagro y sobre todo por sus fotos amistosas con Jorge Rendo, directivo del Grupo Clarín a quien el kirchnerismo acusa de hacer lobby judicial para perjudicar a la vicepresidenta. Intervino en persona para moderar las críticas públicas y hasta decidió darle un nada sutil respaldo a su discípulo en el discurso que dio el viernes en la Universidad Nacional de Río Negro. Dijo que había sido De Pedro quien mejor la defendió ante la ratificación de la condena, cuando escribió que “el Código Penal ha reemplazado el Código Electoral”.
No fue casual la alusión a esa frase que adorna el relato de la proscripción cuando a De Pedro un sector de La Cámpora, liderado por Andrés Larroque, lo señala por sus aparentes intenciones de suplantar a Cristina en lugar de “luchar” para que ella “vuelva” a competir.
El cortocircuito ahonda la perplejidad del ala dura del kirchnerismo, al que primero le exigieron tolerar con silencio militante el plan negociado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para no entorpecer la misión estabilizadora de Sergio Massa y ahora se le pide que naturalice la camaradería con aquellos a los que acusan insistentemente de promover un “Estado mafioso”.
Máximo Kirchner se involucró en la organización del congreso “Luche y vuelve” que ideó Larroque para instalar el clamor por una candidatura de Cristina. Buscó que la puesta en escena de Avellaneda no resultara una exhibición de la crisis del kirchnerismo y disimulara la indigencia en que los dejó la autoexclusión electoral de su madre. Tejió la unidad con el ataque a la Justicia y al periodismo, la utopía de nacionalizar la banca y el comercio exterior y el pedido final, explícito y fulminante, de que Alberto Fernández abandone su candidatura a la reelección.
Era inevitable. El Presidente, en la imprudencia de sus chats a deshoras, había irritado como pocas veces antes a Cristina y su entorno con la frase –luego negada– que publicó el portal El Destape acerca de su intención de ser candidato en las PASO para “poner fin a 20 años de kirchnerismo”.
El miedo al destino infausto que pronostica Fernández es palpable. Los fieles de Cristina sufren la orfandad electoral, carentes de herramientas de negociación para asustar siquiera a un dirigente con índices de popularidad agonizantes. Se aferran a la fe en una jugada maestra que solo ella es capaz de maquinar.
La vicepresidenta autorizó la agitación en su nombre con la amargura de saber que es una revuelta gestada desde la burocracia, ante la indiferencia popular. A todos los que le preguntan les dice que nada la va a sacar de su renuncia a competir por la Presidencia. Un intendente del conurbano que se animó a abordarla se llevó la impresión de que, en cambio, no está cerrada la opción de que sea candidata a senadora por Buenos Aires. “La provincia la tenemos que ganar como sea”, le dijo, en una expresión que esconde resignación sobre el resultado nacional.
“Decimos que está proscripta porque si se anota para la presidencia queda a merced de los jueces. Le pueden confirmar la condena dos días antes de las elecciones y nos quedamos sin candidato presidencial”, explica un exégeta de Cristina. La tesis supone la existencia de una organización judicial dispuesta a irrumpir de manera grotesca en el proceso electoral: es impensable que en nueve meses la condena sea ratificada en Casación y en la Corte. Lo marcan los antecedentes, pero también la lógica de una causa con decenas de acusados, cuyos abogados pueden presentar infinidad de recursos que tienen plazos mínimos de tramitación.
El resquicio para “convencerla” es evidente. Si lo que le preocupa es que una “mafia judicial” deje al peronismo sin oferta presidencial a última hora, anotarse para el Senado presenta más ventajas que riesgos. Podría empujar desde ahí a su postulante a gobernador, le quitaría sentido a la supuesta conspiración en su contra (¿tanto esfuerzo maligno para privarla de una banca?) y de bonus track inconfesable compraría fueros por seis años con solo salir segunda. El clamor es eminentemente bonaerense, como quedó claro en la asistencia a la fiesta del “Luche y vuelve”.
Máximo introdujo un matiz al que se debe prestar atención: no pidió que su madre sea candidata sino que se la deje en paz para liderar la estrategia del Frente de Todos, como en 2019
Kicillof contiene la respiración. Todo su equipo está lanzado a la reelección provincial y cree haber sorteado el riesgo de que Cristina le pida saltar a la batalla nacional. Igual nadie duerme tranquilo mientras el dedo de la señora no se manifieste.
Massa y la tormenta
¿Puede ser Massa el elegido? En su discurso del viernes, Cristina hizo una descripción descarnada del estado de la economía. Dijo que el país tiene una “inflación absolutamente desmedida”, que “los salarios están por el piso” y que el crecimiento “se lo están llevando cuatro vivos”. Denostó el programa con el FMI y pidió cambiarlo de raíz, en momentos en que el ministro de Economía sufre por firmar un reajuste de metas.
La vicepresidenta cerró su pintura dramática con la primera idea de futuro que ofrece en mucho tiempo, cuando propuso un gran acuerdo nacional para revisar la relación con el Fondo. Lo dijo en el mismo discurso en el que acusó a los opositores con los que debería hacerse ese pacto de convertir a la Argentina en un país antidemocrático en el que no rige la Constitución.
El cuadro apocalíptico, sin embargo, no incluyó críticas al ministro. Pero la unanimidad pragmática que avaló el desembarco massista en el Palacio de Hacienda hace siete meses se está poniendo a prueba a fuerza de resultados decepcionantes. Los dichos de Cristina en Río Negro parecen un astuto “no soy yo” en medio de la tormenta.
La promesa de una inflación en marzo que empiece con 3 ya prescribió. La sequía provoca una merma dramática en el ingreso de dólares y anuncia turbulencias severas en el segundo trimestre. Empiezan a verse los signos de una recesión en el despertar del proceso electoral; eso que Cristina llamó “el infierno más temido”. La recaudación de febrero cayó en términos reales más de un 3% interanual, con un derrumbe de 29% en retenciones.
El staff del FMI mira con atención el déficit y cree que será necesario acelerar el ritmo de la devaluación para moderar la crisis de reservas. El canje de la deuda en pesos de corto plazo fue menos auspicioso de lo que el Gobierno comunicó. “Se atravesó una montaña, pero queda una cordillera de vencimientos por delante”, se sincera una fuente de la Casa Rosada.
¿Podría Cristina pararse detrás de una candidatura de Massa en estas condiciones? Por ahora avala al ministro porque, a su juicio, modera con su impronta la imagen de extravío que transmite la gestión Fernández.
Entra menos en otras junglas. La vice se mostró bastante ajena a la crisis por el narcotráfico en Rosario. De todos modos, se encargó de mover los hilos para despegarse del envío de militares a la zona. Su oposición influyó para que hasta ahora el despliegue de las Fuerzas Armadas no haya ocurrido. El Presidente lo anunció sin coordinar ni siquiera con su ministro de Defensa, Jorge Taiana, a quien tampoco entusiasma la idea.
Hasta Aníbal Fernández, que encuentra palabras para defender lo que toque, se lavó las manos y expresó su desacuerdo apenas volvió de presentar un megaoperativo de seguridad que nació forzado por el miedo a una pueblada en los barrios pobres de la ciudad. Otra postal de un gobierno disfuncional.
Mientras todo arde, el Presidente sueña con las PASO. Quienes lo visitan se quedan atónitos al escuchar su relato de la situación económica y sus tribulaciones de campaña. “Estamos flojos entre los jóvenes, ¿cómo me podés ayudar?”, les dijo a dos intendentes a los que citó por separado en Olivos. Como si en los demás sectores etarios su popularidad floreciera.
La batalla opositora
La oposición asiste a la disgregación oficialista sin la virtud de sacar ventajas. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta se pasean por el país con carpetas de encuestas que los benefician. A veces el mismo consultor dice en un estudio que gana él y en otro, que va adelante ella.
Mauricio Macri ha jugado con todo para nivelar la cancha. Reforzó a Bullrich con referentes propios y empujó a su bando a los dirigentes radicales descontentos con la conducción de Gerardo Morales, aliado larretista. El expresidente estuvo también activo en la discusión sobre el canje de deuda que hizo Massa y las acciones de los economistas de Juntos por el Cambio para influir sobre los banqueros que tenían los bonos de corto plazo. ¿De verdad no quiere ser candidato él?; es la incógnita que nadie puede despejar a ciencia cierta en la coalición.
Larreta quedó tocado por la puesta en escena del fin de semana pasado en Mendoza, donde Bullrich posó con Facundo Manes, el local Alfredo Cornejo y un grupo relevante de radicales que arman la resistencia a Morales en la UCR.
Los últimos días han sido de gran intensidad para el jefe porteño. Inquieta a su entorno que se instale una lectura de que Bullrich está arriba y por eso salió a operar de manera decidida en el terreno interno. Avisó que no avalará una ruptura de Juntos en Mendoza, donde su aliado Omar De Marchi –enfrentado con Cornejo– amenaza con competir por fuera. Mandó a seducir a Manes (hay hasta quienes lo sueñan como vice). Compartió una comida con María Eugenia Vidal y sus parejas, para minimizar el efecto del obstáculo que significa la candidatura presidencial de ella, apadrinada por Macri. Anunció de forma clara que tiene planes de reducir el Estado, una bandera que hace flamear su rival.
Le urge resolver el juego porteño, entre la presión macrista por impulsar un candidato del Pro y su pacto con el radical Martín Lousteau. Larreta descarta desdoblar las elecciones y tiene que decidir a quién cuelga de su boleta presidencial en las PASO. En Uspallata estudian otra opción que lo eximiría de esa complicación: convocar las elecciones porteñas el mismo día que las nacionales, pero bajo otro sistema (como el de boleta única). Sería de difícil digestión para Macri y buena parte del Pro: creen que beneficiaría a Lousteau y pondría en riesgo el único distrito donde son poder.
Bullrich se llevó a Ricardo López Murphy, a quien Larreta había acercado a la coalición en 2021. Una prioridad pasa ahora por la Provincia. Tiene cuatro candidatos a gobernador y ninguno se acerca en intención de voto a Diego Santilli, el delegado larretista. Necesita definirse por uno pronto y quien gana espacio es Néstor Grindetti, por su peso en la decisiva tercera sección electoral (sur del conurbano) y porque tiene el visto bueno de Macri.
En ese terreno hostil para la oposición al peronismo se afianza Javier Milei. El libertario celebró la atención que le dedicó el viernes Cristina, al denostar su plan de dolarización. Es difícil saber si ella lo hizo para subirle el precio (y debilitar a Juntos) o en función de su legítima preocupación por el predicamento que Milei consigue sobre una porción de los votantes que solían apoyar al peronismo K.
Es sintomático. El paraíso pasado que ofrece Cristina en sus discursos es una forma de duelo. El imán de Milei en los jóvenes de los suburbios corrobora que el kirchnerismo ya no expresa la rebeldía que durante años exhibió como signo de identidad.
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