El campo que no perdonó a Cristina
Río Primero, uno de los puntos más calientes de la protesta rural, es de los pocos pueblos de Córdoba donde perdió la Presidenta
RIO PRIMERO, Córdoba.- "Da nostalgia este lugar", dice Edgardo Caccialupi, un productor sojero de 47 años, al costado del cruce de las rutas 10 y 19. "Me acuerdo de que un día éramos como 300", agrega, con la mirada fija en el puente ferroviario que pasa por encima del camino. Es el portal de entrada a este pueblo, uno de los puntos más calientes de la protesta rural que hace tres años hizo temblar al Gobierno. Aunque la ciudad recuperó la calma y la ruta no volvió a cortarse, tranqueras adentro la bronca sigue encendida: a contramano de lo que pasó en el resto de la provincia, en agosto este pueblo volvió a darle la espalda a la Presidenta.
Para Caccialupi, un "autoconvocado" que el año pasado fundó la Asociación Civil de Productores de la zona, hay razones claras para que las heridas sigan abiertas. "No tenemos rutas, no tenemos gas natural, no tenemos cloacas, nos falta energía. Está bien que se lleven la plata, pero ¿a cambio qué nos dan?", dice, con la dicción pulida de quien ha repetido una frase muchas veces. Al lado de su 4x4 último modelo, asegura que la desazón es el sentimiento generalizado de los productores de los campos que rodean esta pequeña ciudad, de 8000 habitantes, ubicada 50 kilómetros al este de la capital provincial.
Lejos de la ruta, lo respaldan Humberto Cerver y Orlando Arnoletti, otros de los que, durante los cien días que duró la protesta, hicieron de este paraje una segunda casa. A regañadientes, reconocen las ventajas del alza de la cotización de la soja, que no llegaba a 1000 pesos por tonelada cuando se anunció el aumento de las retenciones y que este año casi alcanza los 1500. Pero se quejan de las restricciones a las exportaciones de trigo y de maíz, y del alza del precio del combustible y los pesticidas. "Mucha gente de las grandes ciudades puede pensar que el campo está bien con el Gobierno, pero eso no es así. Nunca le vamos a perdonar que nos haya tirado el pueblo en contra", dice Arnoletti, un hombre de 56 años, de ojos claros y piel curtida, que nació y se crió en un tambo de la zona y que hoy trabaja 250 hectáreas (sólo 80 propias) con sus hijos. "Seguro que ninguno de nosotros la votó a la Cristina, pero los productores somos pocos", agrega, parado en un mar de trigo, en el que sólo se oye como un rumor lejano el tránsito de la ruta 19.
A los costados de ese camino, parte del corredor bioceánico por donde viajan las cargas entre Brasil y Chile, se levanta este pueblo de arquitectura desordenada. Combina la tranquilidad de sus calles interiores con el desfilar incesante de camiones por su avenida principal. Son dos kilómetros con ritmo de gran ciudad, donde hay dos plantas de acopio de granos, corralones, una fábrica de premoldeados y otra de baterías, dos concesionarias de autos y tres mercados. La localidad está atravesada también por los ferrocarriles Mitre y Belgrano Cargas, y por el río que le da el nombre, y no dispone de caminos alternativos cuando se corta la ruta. Por eso, pronto se convirtió en el punto estratégico de la protesta en el departamento, segundo polo sojero de la provincia.
El avance de ese cultivo provocó en los últimos años el cierre de la mayoría de los tambos. "Los propietarios prefirieron alquilar los campos a grandes empresas y vivir de los alquileres", cuenta Ricardo Papa, uno de los pocos tamberos que quedan. "Los productores chicos ya no podemos competir con los grandes, porque tenemos que pagar las semillas y los herbicidas al doble de lo que los pagan ellos", se queja, mientras le acerca un cesto de leche a un ternero que vive en la "guachera", un lugar apartado donde se alimenta a los animales hasta que cumplen dos meses. A las condiciones de las que se quejan los productores se sumó en los últimos meses una importante sequía que afecta a todos los pueblos de la zona.
El cruce de las rutas 10 y 19 fue escenario de momentos de tensión entre productores y un grupo de camioneros que se oponía a los piquetes. "Hubo días que el pueblo quedó sitiado porque cortaron los dos lados de la ruta y ni siquiera nos dejaban ingresar la carne para consumo de los vecinos", recuerda el intendente radical Guillermo Crucianelli, un productor papero de 43 años que llegó al poder en 2003 y que en los días de la protesta se recibió de equilibrista. "Al principio había apoyo masivo del pueblo; después no fue tan así", explica, durante una recorrida por la ciudad en la que no deja vecino por saludar y en la que se ríe como un chico después de tirarles la camioneta encima a tres jóvenes que cruzan distraídos.
Con los resultados de las primarias a la vista, en las que Ricardo Alfonsín se impuso con el 33,8 por ciento, frente al 31,8 de la Presidenta, Crucianelli señala que "se puede ver como que aún hay resistencia al Gobierno". Menor que la que se vio en 2007, cuando Roberto Lavagna le sacó 17 puntos de ventaja a Cristina Kirchner, y en 2009, cuando el kirchnerismo no llegó al 6 por ciento. Pero el intendente destaca la buena relación del municipio con la Casa Rosada: "El fondo sojero nos permitió hacer canales de desagüe y obras de cordón cuneta. Y el productor está mucho mejor".
Para él, la principal razón de la derrota de la Presidenta es la fuerte tradición radical de este pueblo. La UCR gobierna desde 1983 y ya ganó otro mandato. Una excepción ocurrió el 7 de agosto, cuando el triunfo de José Manuel de la Sota incluyó la victoria del PJ en las elecciones legislativas del departamento. "En octubre, gana Cristina seguro; va a tener el apoyo de todo el peronismo cordobés, que en las primarias fue con boleta separada", dice Pedro Schiavoni, diputado provincial electo por el distrito. "Muchos productores ya me dijeron: «Ese domingo la voto a ésa, pero el lunes la sigo criticando»", agrega.
Entre los vecinos que no viven directamente del campo, la bronca contra el Gobierno también parece atenuarse. "Si tenemos que votar con el bolsillo, hay que votarla a Cristina", dice Esteban Vázquez, dueño de la concesionaria de autos. Cuenta que un productor que se pasea entre los vehículos en exhibición compró una 4x4 el año pasado y ahora viene por otra. "Si el Gobierno hubiera manejado distinto el tema del campo, sacaba el 70 por ciento", sostiene.
Opiniones similares se escuchan en un predio municipal donde los sectores más populares de la ciudad se juntan para ver carreras de galgos. "Yo la voté a Cristina", dice Mabel Ramírez, un ama de casa de 27 años y madre de cuatro chicos, al costado de la pista de tierra donde acaba de correr su perra, Bianca. "Hay gringos del campo que tienen mucho y lloran al «cuete»", agrega, mientras el público comienza a agolparse alrededor de un rematador que, subido en una tarima y justo al lado de un corral lleno de perros, levanta las apuestas para la próxima carrera.
Ahí y en el pueblo son pocos los que se atreven a arriesgar si llegará el día en que los productores sellen la paz con la Presidenta.
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