El cambio obligado en la rutina presidencial
El momento bisagra fue el 7 de enero. Ese día, Cristina Kirchner volvía a su casa de El Calafate. Sola. Por primera vez. Tardó dos meses y medio en reencontrarse con sus recuerdos más dolorosos. Hasta que se animó. A sus íntimos, entonces, les contó que haber vuelto al lugar donde vio morir a Néstor Kirchner fue duro, pero era una asignatura que tenía que sobrepasar.
Más allá de los cambios políticos que derivaron de la muerte del ex presidente, la rutina personal de Cristina también se modificó. Los primeros días fueron durísimos para ella, que recordaba cada palabra de Kirchner o incluso las anécdotas de su marido con quien tuviera adelante en una conversación. Con el tiempo, y esa vuelta a la casona de Los Sauces, la jefa del Estado se fue recomponiendo de a poco. Al menos sus más allegados cuentan que ese momento fue clave para avanzar.
En su vida personal, Cristina se refugió en su familia, sobre todo en sus hijos, Máximo y Florencia. Ellos dos pasaron los primeros meses en la quinta de Olivos. La menor, incluso, por pedido de la Presidenta, debió abandonar Nueva York, donde estudiaba cine, para acompañar a su madre. Y Máximo va y viene de Río Gallegos, donde vive, a Buenos Aires, pendiente todo el tiempo de la Presidenta.
Ya no hay más cenas políticas en la quinta de Olivos, todas las noches, como cuando Kirchner vivía. En el último año, y muy espaciado, el que algunas veces se va de la Casa Rosada con Cristina en el helicóptero presidencial es Carlos Zannini, secretario de Legal y Técnica. Alguna vez compartió ese privilegio el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, o el secretario general, Oscar Parrilli. No muchos más.
La rutina de los ministros también tuvo un giro. Si antes recibían 20 llamadas por día, ahora son 10. Kirchner y Cristina no se alternaban en sus funciones. Los dos tenían dudas, los dos querían hablar. Los dos gestionaban a la par. Para quienes no son funcionarios, las llamadas son nulas. Desde Hugo Moyano, que tenía línea directa con Kirchner, hasta gobernadores e intendentes. Es habitual que ellos llamen a otros funcionarios, bien cercanos a la Presidenta, para saber qué pasa. "Nada. A mí tampoco me llama", los consuelan.
Cuentan amigos de la familia Kirchner que Cristina se apegó a lo religioso desde que su esposo murió. Se nota en sus discursos, en lo que incluyó el "si Dios quiere" como latiguillo. Sus sacerdotes de confianza son el párroco de El Calafate, Lito Alvarez, y Juan Carlos Molina. Cristina guardó todo lo que la gente dejó en la despedida de hace un año. Se aferró sobre todo a los rosarios, las cruces y las medallitas.
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